Zalduendo se encargó de desinflar el soufflé del mano a mano

por | 17 Mar 2014 | Temporada 2014

VALENCIA. Décima del abono de Fallas. Tres cuartos del aforo. Toros de Zalduendo, correctos de presentación, con más cara que fachada, pero de escaso juego y menos fuerzas. Sebastián Castella (de barquillo oro), ovación, una oreja tras aviso y palmas tras aviso. Miguel Ángel Perera (de azul noche y oro), ovación, silencio y silencio.

Se desinfló el soufflé. Y nada hay más triste y más insulso que un soufflé venido a menos. Eso pasó con la tarde. Con su habilidad habitual, el productor Casas había tratado de convertir en rivalidad lo que en realidad era una forma de resolver un cartel del que, por voluntad propia, se había caído Alejandro Talavante. Como si de algo sabe este empresa es de vender su producto, montó todo lo necesario, aunque aquella rueda de prensa de la competencia más bien sonada un poco a hueco. Pero el hombre se trabajó el asunto. Donde ya no pudo hacer nada era en garantizar que la corrida de Zalduendo se prestara escenificar todo el libreto escrito. Fueron justamente los pupilos de Fernando Domecq los que decidieron desinflar el soufflé de esta tarde.

Sin ser ni grande no cornalona, el corrida de Zalduendo mantuvo un digno nivel de presentación; en juego, en cambio, se quedaron muy por debajo. Hubo un punto de calidad en los primeros, luego descafeinada por su escaso empuje y duración; bajaron mucho los tres últimos, que en la práctica no daban más opciones que ese cansino insistir una y otra vez, con lo pesado que se hace cuando de  antemano se sabe que el pozo está seco.

Se comprende la desesperación de los espadas de turno, tanto esfuerzo para nada. Como en esto del toreo sólo intentarlo no basta, se fueron con la decepción al hombro camino del hotel. Y es que de detalles, de voluntades, no se alimenta el hecho taurino; exige de duras realidades. Cuando, además, los argumentos de ambos actores están sobradamente conocidos, la función baja aún más de interés si no cuenta con ese factor un tanto épico de la Fiesta.

Por no haber, no hubo ni duelo, ni competencia, salvo un ligero chispazo en el tercio de quites en el que hacía 3º, que no fue, además, como para enloquecer: ni uno ni otro quite salieron siquiera limpio. Se comprende que cuando se dan todas esas circunstancias, mantener el ánimo firme, y nada digamos la esperanza en lo que queda por salir por los chiqueros, se convierte en una empresa casi inalcanzable. Tanto Castella como Perera, al menos, lo intentaron con constancia.

A estas alturas, con tan poco como hay para contar, socorrido sería acudir aquí al viejo dicho taurino, aquel que dice que “lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible”. En otras circunstancias tendría un pase; en esta tarde no, porque lo que de verdad no puede ser es tratar de competir con una corrida como la elegida. Perdonen el modo de señalar, pero con la de Fuente Ymbro, sin ir más lejos, no habría pasado.

Tanto muermo cayó encima que ni Castella, que al final había cortado una oreja, era la estampa misma de la decepción. Pero otro tanto pasaba con Perera, que ni marchándose a la puerta de toriles tuvo ocasión de levantar in extremis la tarde.

Siempre queda una esperanza: otro día será.

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Taurología

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