BILBAO. Quinta de las Corridas Generales. Menos de dos tercios de plaza. Toros de Garcigrande (1º) y Domingo Hernández, desiguales de presencia y en conjunto decepcionantes; fue muy aplaudido el 3º, tuvo más clase el 4º. Julián López “El Juli” (de rioja y oro), silencio y ovación tras un aviso. Alejandro Talavante (de negro y azabache), palmas y pitos. José Garrido (de grana y oro), ovación tras aviso y silencio.
Parte Facultativo de Manuel Larios:
Durante la lidia del sexto, el banderillero Manuel Larios fue intervenido en la enfermería de la plaza, tras entrar por su propio pie, de una herida contusa en el labio inferior, un varetazo en la región lumbar y erosiones en la mejilla izquierda.
Incidencias
Decepcionante corrida de Domingo Hernández. Si no fuera porque el campo bravo está repleto de sorpresas, como para darle un descanso. Sin embargo, para los amigos de la estadística orejil, dos –3º y 4º– propiciaban dentro de un orden algunas alegrías, que se diluyeron luego con el mal uso de las espadas.
Si nos paramos a valorar lo que salió por chiqueros, se observa que el conjunto resultó demasiado desigual en su presentación: desde el muy ofensivo 4º al muy “armónico” 2º; unos de baja alzada, otros más acaballados. Poco juego bueno ante el caballo: los dos momentos mejores lo fueron gracias al picador de turno. Y ante los engaños, sin humillación ni clase alguna el que abrió la tarde, que además claudicaba; más repetidor pero metiendo la cara con grandes desiguales, el 2º; un “regalito”, el 5º; bruto y sin asomo de clase ni de recorrido el que bajó el telón.
¿Y los otros dos que faltan? Entre esos a lo mejor hay hasta su polémica. Ninguno fue completo, desde luego. Pronto y con mucha movilidad resultó “Treinta y siete”, el 3º, pero su calidad estaba bastante tasada: a nuestro leal saber y entender, más espectacular que bravo. Por su parte “Centenero”, que hizo 4º, estuvo limitado por su fondo, pero paseó muchísima nobleza, hasta acabar siendo el más colaboracionista para hacer el toreo.
Por cefas o nefas, a “El Juli” se le han ido en blanco sus dos compromisos bilbaínos. Lo cual no puede interpretarse como que haya perdido comba. Como en el primer ocasión, este jueves ha vuelto a estar el madrileño por encima de los toros que le correspondieron. Así como en su 1º tuvo que pelear contra un blando sin humillación ni clase alguna, supo entender al buen 4º, cuando inicialmente tenía un punto de pujanza y cuando luego se afligió, que fue pronto. Había comenzando manejando el capote con fundamento bueno, como luego acertó a administrar con la muleta el comportamiento cambiante del de Hernández. Tras las tres primeras series, de buen trazo y templanza, el madrileño hubo de acortar las distancias para culminar la faena de forma digna. Al final, se atascó en el manejo de los aceros.
Se enfadó bastante el público bilbaíno con Alejandro Talavante tras la muerte del 5º, incómodo para la lidia, negado para el arte del toreo; como el extremeño no se dio coba, sino que tomó por la calle de en medio, surgieron las protestas. Algunos de los que protestaban, sin embargo, aplaudieron al toro. Un sin sentido. Pero puestos a protestar, antes habría que criticar su ausencia de convicción con el que hizo 2º; aunque se viniera a menos, tomaba los engaños y permitía ir más allá de donde fue el torero.
Tuvo, en fin, José Garrido el triunfo en la mano con el 3º de la tarde, con llamativa movilidad y presteza, aunque su clase estuvieran disminuidas. Faena de firmeza y buen tono artístico, especialmente sobre la mano izquierda. Pero no midió el largo metraje de su trasteo y el animal se puso andarín y sin fijeza a la hora de montar la espada, que a mayor abundamiento el torero manejaba con una premiosidad desesperante, que no hacía otra cosa más que complicar la situación. Así no había forma de superar la suerte. Al final, después de un pinchazo feísimo, acertó a dejar la espada arriba. Entre tantas esperas los ánimos se enfriaron y solo cosechó algunas palmas. Para bruto, el toro. Se ha dicho siempre. Garrido lo experimentó con el 6º, al que recetó un emotivo recibimiento con el capote, iniciado con dos comprometidos faroles de rodillas; pero luego la decisión y la firmeza, que las hubo, no servían para anular las brusquedades de un enemigo, que ni hacía amago de humillar, ni mucho menos estaba por la labor de seguir los engaños.
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