XXI. El Paseo del Pendón

por | 23 Jun 2016 | Ensayos

Ganada que fue la ciudad de México por los españoles ese día 13 de agosto de 1521, celebración de San Hipólito, sirvió para conmemorarla durante muchos años más, desde 1528 y hasta 1812 en que fue abolida. En dicha fiesta eran incluidos fastos insustituibles como las corridas de toros, espectáculo arraigado ya a la de aquella idiosincrasia.

De las octavas del presbítero Arias de Villalobos, encontramos posibles reminiscencias como de espuma argenta o (aunque pudiera venir de Quevedo), el Toro de Europa, estrellas escarbando en vez de barro. Y luego: Poetas, latinos y vulgares, eminentes (y callan cuando escuchan sus cantares –musas del Tormes, músicos de Henares-); sus damas con sus galas y gracias de tañer y cantar, venciendo la beldad y gentileza de Isolda (Baje cabeza aquí la reina Iseo) y sus mozos gallardos en ejercicios de armas y de amores, y tan jinetes que ellos nacer parecen en la silla y el placiente vagar de los que comen, juegan, visten y damean.[1]

Ante la magnitud de aquellas célebres fiestas –las de San Hipólito-, vale la pena detenernos un poco para entender cual fue su significado y su resonancia.

La fiesta de San Hipólito (13 de agosto) se convierte en uno de los hitos virreinales de gran trascendencia cívica y política, junto a la gran celebración del día de la virgen de Guadalupe (12 de diciembre), la de Nuestra Señora de los Remedios (1º de septiembre), o el de la fiesta que celebra la beatificación de San Felipe de Jesús (5 de febrero).

Tal conmemoración fue instaurada desde temprana edad –como veremos más adelante-, incluso antes del virreinato mismo, como una forma de rememorar la capitulación del último reducto indígena que combatió valiente y férreamente, durante la guerra sostenida entre soldados españoles respaldados por aquellos pueblos cempoaltecas, chalcas, totonacas y tlaxcaltecas, entre otros, que hicieron alianza con los hispanos. A partir de esos momentos comenzó el periodo colonial que abarcaría tres siglos de esplendor.

Desde 1528 y hasta 1812 en que fue abolida, año con año la fiesta del santo patrono de la ciudad, misma que bajo la organización correspondiente de parte de los diputados de fiestas, y con la colaboración de la iglesia, los diferentes gremios, a saber: Arquitectos, Escueleros, cereros y confiteros, curtidores, tiradores de oro y plata, cobreros, tosineros, coleteros, gamuseros, loseros, entalladores, pasteleros, cerrajeros, sastres, toneleros, herreros, sombrereros, armeros, sayaleros, zapateros, pasamaneros, bordadores, sederos y gorreros; silleros, tenderos de pulpa, carpinteros, organistas, beleros, guanteros, algodoneros, figoneros, carroceros, herradores, tintoreros, fundidores, obrajeros, mesilleros, cajoncillos, surradores y un largo etcétera más, así como por el pueblo; al sumarse todos la convirtieron en una de las fiestas de mayor ámpula durante aquel período de tiempo.

En un documento localizado en el Archivo Histórico del Distrito Federal,[2] se relacionan diversas razones que dan peso a este argumento, por lo que me parece importante citar ahora las notas que preparó Joaquín García Icazbalceta, planteándonos un interesante panorama sobre “El paseo del Pendón”, en el cual nos dice lo siguiente:

EL PASEO DEL PENDÓN

“La primera disposición para solemnizar la fiesta data del 31 de julio de 1528. En cabildo de ese día se acordó “que en las fiestas de S. Juan e Santiago e Santo Hipólito, e Ntra. Sra. De Agosto se solemnice mucho, e que corra toros, e que jueguen cañas, e que todos cabalguen, los que tovieren bestias, so pena de diez pesos de oro”. A 14 de agosto del mismo año se mandaron librar y pagar cuarenta pesos y cinco tomines de oro, que se gastaron en el pendón y en la colocación del día de San Hipólito en esta manera: “cinco pesos y cuatro tomines a Juan Franco de cierto tafetán blanco: a Pedro Jiménez, de la hechura del pendón y franjas, y hechura, y cordones y sirgo (seda), siete pesos y cinco tomines: de dos arrobas de vino a Diego de Aguilar, seis pesos: a Alonso Sánchez de una arroba de confites, doce pesos y medio: a Martínez Sánchez, tres pesos de melones”. Por este acuerdo se viene en conocimiento de que el Pendón que se sacaba en el paseo, no era el que había traído Cortés, como generalmente se cree, sino otro nuevamente hecho, cuyos colores eran rojo y blanco. Aquí no se habla todavía del paseo, aunque es de suponerse que para él se hizo el Pendón; pero el año siguiente de 1629 se fijó ya el orden que con corta diferencia se siguió observando en lo sucesivo. He aquí lo que se dispuso en el cabildo de 11 de agosto: “Los dichos señores ordenaron y mandaron que de aquí adelante todos los años, por honra de la fiesta del señor Santo Hipólito, en cuyo día se ganó esta ciudad, se corran siete toros, e que dellos se maten dos, y se den por amor de Dios a los monasterios e hospitales, y que la víspera de la dicha fiesta se saque el Pendón de esta ciudad de la Casa del Cabildo, y que se lleve con toda la gente que pudiere ir a caballo acompañándole hasta la iglesia de San Hipólito, y allí se digan sus vísperas solemnes, y se torne a traer dicho Pendón a la dicha Casa del Cabildo, e otro día se torne a llevar el dicho Pendón en procesión a pie hasta la dicha Iglesia de San Hipólito, e llegada allí toda la gente y dicha su misa mayor, se torne a traer el dicho Pendón a la Casa del Cabildo, a caballo, en la cual dicha Casa del Cabildo, esté guardado el dicho Pendón, e no salga de él; e en cada un año elija e nombre de dicho cabildo una persona, cual le pareciere, para que saque el dicho Pendón, así para el dicho día de San Hipólito, como para otra cosa que se ofreciere”.

Y el día 27 del mismo mes se mandaron “librar e pagar a los trompetas doce pesos de oro, por lo que tañeron e trabajaron el día de Santo Hipólito”.

 
El pendón que se utilizó durante muchos años
durante el virreinato, para consumar el Paseo del
Pendón, marcada celebración cada 13 de agosto.


Este año, tal vez por estreno, fueron largamente recompensados los trompetas; pero lo desquitaron al siguiente, porque en cabildo de 28 de agosto de 1530 se acordó “que no se les diese cosa ninguna”

Esta ceremonia del Paseo del Pendón se verificaba también en otras ciudades de las Indias, y señaladamente en Lima el día de la Epifanía. El orden que debía guardarse en el paseo fue materia de varias disposiciones de la corte, con las cuales se formó una de las leyes de Indias. Veamos cómo se practicaba en México, según refiere un antiguo libro: “Tiene ya esta fiesta tan gran descaecimiento (1651) como otras muchas cosas insignes que había en México, y aunque uno u otro daño, por la diligencia e industria del regidor que saca el estandarte real, se adelante mucho, en ninguna manera puede llegar a lo que fue antiguamente, aunque se pudieran nombrar algunos regidores que en esta era han gastado más de veintidós mil pesos en adelantar y celebrar por su parte esta festividad”. Mas para que se crea lo que fue cuando se vea lo que es al presente, será bien traer a la memoria algo de la descripción que a lo retórico hizo el padre fray Diego de Valadés en la parte IV, capítulo 23, de su Retórica Cristiana, que vio en México lo que algunos años después escribió en Roma, en latín, año de 1578. Dice lo siguiente: “En el año de nuestra Redención humana de 1521, el mismo día de San Hipólito, 13 de agosto, fue rendida la ciudad de México, y en memoria de esta hazaña feliz y grande victoria, los ciudadanos celebran fiesta y rogativa aniversaria en la cual llevan el pendón con que se ganó la ciudad. Sale esta procesión de la Casa del Cabildo hasta un lucido templo que está fuera de los muros de la ciudad de México, cerca de las huertas, edificado en honra del dicho santo, adonde se está agora edificando un hospital. En aquel día son tantos los espectáculos festivos y los juegos que no hay cosa que allí llegue (ut nihil supra): juéganse toros, cañas, alcancías, en que hacen entradas y escaramuzas todos los nobles mexicanos: sacan sus libreas y vestidos, que en riqueza y gala son de todo el mundo preciosísimos, así en cuanto son adornos de hombre y mujeres, como en cuanto doseles y toda diferencia de colgaduras y alfombras con que se adornan las casas y calles. Cuanto a lo primero, le cabe a uno de los regidores cada año sacar el pendón en nombre del regimiento y ciudad, a cuyo cargo está el disponer las cosas. Este alférez real va en medio del virrey, que lleva la diestra, y del presidente, que va a la mano siniestra. Van por su orden los oidores, regidores y alguaciles, y de punta en blanco, y su caballo a guisa de guerra, con armas resplandecientes. Todo este acompañamiento de caballería, ostentando lo primoroso de sus riquezas y galas costosísimas, llega a San Hipólito, donde el arzobispo y su cabildo con preciosos ornamentos empiezan las vísperas y las prosiguen los cantores en canto de órgano, con trompetas, chirimías, sacabuches y todo género de instrumentos de música. Acabadas, se vuelve, en la forma que vino, el acompañamiento a la ciudad, y dejado el virrey en su palacio, se deja el Pendón en la Casa de Cabildo. Van a dejar el alférez a su casa, en la cual los del acompañamiento son abundante y exquisitamente servidos en conservas, colaciones, y de los exquisitos regalos de la tierra, abundantísima de comidas y bebidas, cada uno a su voluntad. El día siguiente, con el orden de la víspera, vuelve el acompañamiento y caballería a la dicha iglesia, donde el arzobispo mexicano celebra de pontifical la misa. Allí se predica el sermón y oración laudatoria con que se exhorta al pueblo cristiano a dar gracias a Dios, pues en aquel lugar donde murieron mil españoles, ubi mil ia virorum desubuere, donde fue tanta sangre derramada, allí quiso dar la victoria. Vuelve el Pendón y caballería, como la víspera antecedente. Y en casa del alférez se quedan a comer los caballeros que quieren, y todo el día se festeja con banquetes, toros y otros entretenimientos”. Hasta aquí Valadés.

 

Había que estar muy cerca, incluso desde los balcones, para apreciar los festejos…
Casa con telas colgadas, detalle del cuadro Traslado de las monjas de Valladolid, 1738.
Fuente: Historia de la vida cotidiana en México. T. II. La ciudad barroca, lám. 16

“En la víspera y día de San Hipólito se adornaban las plazas y calles desde el palacio hasta San Hipólito, por la calle de Tacuba por la ida, y por las calles de San Francisco para la vuelta, de arcos triunfales de ramos y flores, muchos sencillos y muchos con tablados y capiteles con altares e imágenes, capillas de cantores y ministriles. Sacábanse a las ventanas las más vistosas, ricas y majestuosas colgaduras asomándose a ellas las nobles matronas, rica y exquisitamente aderezadas. Para el paseo, la nobleza y caballería sacaba hermosísimos caballos, bien impuestos y costosísimamente enjaezados; entre los más lozanos (que entonces no por centenares, si por millares de pesos se apreciaban) salían otros no menos vistos, aunque por lo acecinado pudieran ser osamenta y desecho de las aves, aunque se sustentaban a fuerza de industria contra la naturaleza, que comían de la real caja sueldos reales por conquistadores, cuyos dueños, por salir aquel día aventajados (por retener el uso del Pendón antiguo), sacaban también sus armas, tanto más reverendas por viejas y abolladas, que pudieran ser por nuevas, bien forjadas y resplandecientes. Ostentaban multitud de lacayos, galas y libreas. Clarines, chirimías y trompetas endulzaban el aire. El repique de todas las campanas de las iglesias, que seguían las de la Catedral, hacían regocijo y concertada armonía”.

Como esa solemnidad se verificaba en lo más fuerte de la estación de las lluvias, sucedía a veces que la comitiva, sorprendida por el agua, se refugiaba en los primeros zaguanes que encontraba abiertos, hasta que pasada la tormenta, continuaba su camino. Sabido por el rey, despachó una cédula en términos muy apremiantes, prohibiendo que tal cosa se hiciera, sino que a pesar de la lluvia continuase adelante la procesión, y así se cumplió.

Por ser muy grandes los gastos que la fiesta ocasionaba al regimiento encargado de llevar el pendón, la ciudad le ayudaba con tres mil pesos de sus propios. Andando el tiempo decayó tanto el brillo de esa conmemoración anual de la conquista, que en 1745 el virrey, por orden de la corte, hubo de imponer una multa de quinientos pesos a todo caballero que siendo convidado dejase de concurrir sin causa justa. La ceremonia, que en sus principios fue muy lucida, vino después a ser ridícula, cuando el paseo se hacía ya en coches, y no a caballo, y el pendón iba asomado por una de las portezuelas del coche del virrey. Las cortes de España la abolieron por decreto de 7 de enero de 1812, y la fiesta de San Hipólito se redujo a que el virrey, audiencia y autoridades asistieran a la iglesia, como en cualquiera otra función ordinaria. Inútil es decir que hasta esto cesó con la Independencia.

JOAQUÍN GARCÍA ICAZBALCETA.[3]

Este es pues, lo que se puede anotar y recoger sobre un majestuoso acontecimiento representado en la significativa fiesta del “paseo del Pendón” o “memoria de la conquista”.

________________ 

 [1] Ibidem., p. 14-17.

 [2] José Francisco Coello Ugalde: Aportaciones Histórico-Taurinas Nº 75: Guía y registro documental del Archivo Histórico del Distrito Federal.
Archivo Histórico del Distrito Federal (en adelante: A.H.D.F.): (Documentos históricos sobre fiestas y corridas de toros en la ciudad de México, siglos XVI-XX). Revisión, catalogación, interpretación y reproducción.
16.-Acervo: Inventario general de los libros, autos y papeles de cabildo de esta N. C. de México, su mesa de propios, junta de pósito, cofradía de N. S. de los remedios, existentes en el archivo y escribanía mayor. ejecutado y extendido por el Lic. Dn. Juan del Barrio Lorenzot, abogado de la Real Sudiencia del ilustre real Colegio contador substituto de propios, quien lo ofrece a la misma N. C. Período: 1798. Volumen: 1 vol: 430ª. 11 p. f. 16: Cédula para que se observe la costumbre en la Fiesta de N. S. San Hipólito, su fecha 8 de agosto de 1703, en 1 f.

 [3] Francisco Cervantes de Salazar: México en 1554. Tres diálogos latinos traducidos: (Joaquín García Icazbalceta). Notas preliminares: Julio Jiménez Rueda. México, 3ª edición, Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Humanidades, 1964. VIII-130 p. (Biblioteca del estudiante universitario, 3)., p. 124-129.

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