INTRODUCCION
Historiar las diversiones públicas no es común. Ni es común tampoco, hacerlo con la fiesta de los toros -sobre todo a un nivel riguroso y serio-, por todo el significado de barbarie y violencia que es condición sine qua non en tal espectáculo.
Por otro lado, muy amplia puede considerarse la bibliografía en este género de diversión, aunque poca la que en verdad ofrece posibilidades de información clara y valedera. Pongo mi “cuarto a espadas” no con intenciones manifiestas de hacer señalamientos ligeros sobre el tema por abordar. Va más allá el propósito. Desde luego, el toreo encierra valores de sentido técnico y estético que se proyectan en el gusto de las masas y es algo que en la literatura ha trascendido. Sin embargo, el espacio temporal donde detengo la vista, encierra tal riqueza de la cual no voy a sustraerme. El siglo XIX mexicano -siglo de reacomodos y asentamientos- y todo lo que él implica, ofrece la gran posibilidad de relacionar acontecimientos político-económico-sociales que inciden de una u otra forma en la tauromaquia, recogiéndose testimonios que dejan muy bien marcado lo dicho anteriormente.
En 1867 luego de la Restauración de la República, se prohíben las corridas de toros. Pretendo para ello justificar con base en análisis y testimonios profundos, el o los motivos que se involucraron en la prohibición. Llama la atención que las corridas básicamente dejaron de darse en el Distrito Federal -lugar donde se expidió el decreto mejor conocido como Ley de Dotación de Fondos Municipales-, por un periodo de 20 años.
¿Qué debió ocurrir entonces, para disponer un espacio tan grande y no consentir más las fiestas taurinas?
Ello, mueve a preparar un estudio que se remonte al siglo XVIII, pues en él encontramos evidencia e influencia muy claras que superaron la alborada del XIX y continuaron manifestándose con sus sintomáticos caracteres (que descansan en bases de relajamiento social; asunto este, de total importancia al análisis).
Para ello se ha diseñado una estructura que permita acercarse con detalle al sentido de mi proposición de tesis, dejando que explique toda la gama de ideas y hechos propios de la fiesta, procurando no dejarse llevar por atracciones vanas; pues causan apasionamiento, lográndose -así lo creo- sólo parcialidad y compromiso.
He aquí el esquema:
–Antecedentes. El espectáculo taurino durante el siglo XIX. (Visión general). Para ello, será necesario acudir a la centuria anterior que da pie a comprender los comportamientos sociales, mismos que se relacionan con la actividad política y de emancipación dada desde 1808. El toreo, por tanto, sufrirá su propia independencia.
–Plazas, toreros, ganaderías, públicos. Ideas en pro y en contra para con el espectáculo; viajeros extranjeros y su visión de repugnancia en unos; de aceptación, sin más, en otros.
–Motivos de rechazo o contrariedad hacia el espectáculo, ofreciendo el análisis a doce propuestas que se sugieren para explicar causa o causas de la prohibición en 1867. Para ello viene en seguida una justificación.
En las circunstancias bajo las cuales se mueve la diversión popular de los toros en México y durante el siglo XIX, vale la pena detenerse particularmente en 1867, profundizar en ese sólo año y tratar de acercarnos a las causas motoras que generaron la más prolongada prohibición que se recuerde, en el curso de 470 años de historial taurómaco en nuestro país (esto, entre 1526 y 1996).
La tauromaquia como divertimento que pasa de España a México en los precisos momentos en que la conquista ha hecho su parte, inicia su etapa histórica justo el 24 de junio de 1526 y adquiere, al paso de los años cada vez mayor importancia y consolidación al grado de estar en el gusto de muchos virreyes y miembros de la iglesia; así como entre las clases populares.
Ocasiones de diversa índole como motivos reales, religiosos o por la llegada de personajes a la Nueva España, eran pretexto para organizar justas o torneos caballerescos; esto en el concepto del toreo a caballo, propio de los estamentos. Luego, bajo el dominio de la casa de Borbón se gestó un cambio radical ingresando con todas sus fuerzas el toreo de a pie. Tal fue causa de un desprecio (y no) de los monarcas franceses contra las “bárbaras” inclinaciones españolas, sustentadas hasta el primer tercio del siglo XVIII por los caballeros hispanos y su réplica en América. Así, el pueblo irrumpió felizmente en su deseado propósito de hacer suyo el espectáculo.
A fuerza de darle forma y estructura fue profesionalizándose cada vez más, por lo que alcanzó en España y México valores hasta entonces bien estables. En los albores del XIX surge en México el convulso panorama invadido por el espíritu de liberación, para emanciparse del esquema monárquico. Tras la guerra independentista lograron nuestros antepasados cristalizar el anhelo y la nación mexicana libre de su tutor colonial inició la marcha hacia el progreso, con sus propios recursos.
Y en el toreo ¿qué sucedía?
El ambiente soberano que se respiraba en aquellos tiempos permitió todo concepto de tolerancias. Fue entonces que el libre albedrío, la magia o el engaño de improvisaciones llenaron un espacio: el de las plazas de toros, donde se desarrollaron los festejos. El toreo basaba su expresión más que en una fugaz demostración de dominio del hombre sobre el toro, en los chispazos geniales, en las sabrosas y lúdicas connotaciones al no contar con un apoyo técnico y estético que sí avanzaba en España, llegando al grado inclusive de que se instituyera una Escuela de Tauromaquia, impulsada por el “Deseado” Fernando VII. Todo ello, a partir de 1830. Pero no avanzaba en México de forma ideal, probablemente por el fuerte motivo del reacomodo social que enfrentó la nueva nación en su conjunto.
Con la presencia de toreros en zancos, de representaciones teatrales combinadas con la bravura del astado en el ruedo; de montes parnasos y cucañas; de toros embolados, globos aerostáticos, fuegos artificiales y liebres que corrían en todas direcciones de la plaza, la fiesta se descubría así, con variaciones del más intenso colorido. Los años pasaban hasta que en 1835 llegó procedente de Cádiz, Bernardo Gaviño y Rueda a quien puede considerársele como la directriz que puso un orden y un sentido más racional, aunque no permanente a la tauromaquia mexicana. Y es que don Bernardo acabó mexicanizándose; acabó siendo una pieza del ser mestizo.
Mientras tanto, el ambiente político que se respiraba era pesado. El enfrentamiento liberal contra el conservador, las guerras internas e invasiones extranjeras fueron mermando las condiciones para que México lograra avances; uno de ellos, aunque tardío, llegó el 15 de julio de 1867 cuando el Presidente Juárez entra a la capital y restaura la República.
Se discuten auténticos planes de avanzada y la fuerza que adquieren los liberales, el ingreso del positivismo como doctrina idónea a los propósitos preestablecidos -con su consigna de orden y progreso-, ponen en acción nuevos programas. Aunque extraña y misteriosamente Juárez, ya casi al concluir ese año de la restauración, prohíbe las corridas de toros.
Extraña su resolución. El, que había asistido en varias ocasiones a festejos en compañía de su esposa -para recaudar fondos para las tropas partícipes en las jornadas de mayo de 1862-, cambió de parecer, sin más.
Cabe hacer ampliación de otras posibles causas además de la ya expuesta, que por muy explícita se reduciría al antitaurinismo del Benemérito.
Los otros motivos de estudio son:
Continúa describiéndose el corpus de la tesis.
Bajo este panorama podrá entenderse el estado de cosas y los hechos de un período “muerto” que sin embargo tuvo dinámica rebelde en plazas de los estados de México y Puebla fundamentalmente, hasta alcanzar la fecha de 1887, en la cual se recupera el ritmo y surgen nuevos aires que refrescan y enriquecen el bagaje de la diversión, instaurándose la expresión del toreo a pie, a la usanza española en su forma más moderna, a cuyo frente encontramos a Luis Mazzantini, Diego Prieto, Ramón López y poco más adelante a Saturnino Frutos, entre otros diestros hispanos.
Por otro lado, el comportamiento de la fiesta torera luego de su recuperación en la capital del país, fue dirigiéndose por procesos de formalización que tomaron como estafeta diestros de inmediatas y futuras generaciones, en el tránsito de siglos, del XIX al XX lo cual ha de servir para explicar el camino de depuración que adquirirá el toreo, logrando superar etapas de inmadurez y extrema violencia hasta alcanzar los de esplendor y magnificencia logrando así el fruto de las metas proyectadas.
Deliberada o no, la CAUSA en esta historia ocupa un lugar determinante. De ahí que me detenga a explicar el porqué de su presencia.
Un preguntar permanente de porqués a la historia creo que establece la búsqueda de las causas que originaron un hecho. Es cierto, causa de buenas a primeras nos sugiere determinismos que mueven al análisis causal del por qué ocurrió.
¿Por qué? El porqué va unido casi umbilicalmente a la causa. Dice E. H. Carr que “se conoce al historiador por las causas que invoca”. En el concepto de causa-efecto se manifiesta una simbiosis, relación de estas dos cosas, en virtud de la cual el primero es unívocamente previsible a partir del primero o viceversa. Platón dijo que consideraba la causa como el principio por el cual una cosa es, o resulta, lo que es. En tal sentido afirmaba que la verdadera causa de una cosa es lo que para la cosa es “lo mejor”, es decir, la idea o el estado perfecto de la cosa misma.
Ante ese construir un estado de conveniencias ideológicas es que surge la causa con su constante preguntar y afirmar de porqués. De un abanico de posibilidades el historiador será capaz de discernir y simplificar los elementos causales de algún acontecimiento bajo estudio.
El determinismo o condicionante de causas en la historia puede arrojar un historicismo que ampara en gran medida actos o actitudes de personajes diversos; de ahí que un historicismo bajo influencia determinista (si cabe el término) origina la siguiente idea: El ser humano cuyas acciones no tienen causa, y son por lo tanto indeterminadas, es una abstracción tanto como el individuo situado al margen de la sociedad.
Una causa no es movida u originada si no es por alguna intervención del hombre (puede haber causas externas, la naturaleza por ejemplo) pero no por causa de un determinado acontecimiento particular y a veces sin importancia pueden cambiar los destinos de algo verdaderamente importante. El historiador debe ser capaz de valorar los elementos de un hecho, desmenuzarlo, orientarlo por distintas direcciones hasta encontrar los motivos que originaron lo que es ya su materia de estudio. Al discriminar los componentes menores procura salvar otros elementos importantes aunque no decisivos como son lo “inevitable”, “indefectible”, “inexorable” y aun “ineludible”.
Despojada su historia de sinfín de soportes, ¿qué le queda por hacer al historiador? Si se han eliminado impurezas, su tarea es interpretar un hecho que ocurrió partiendo de cuanto dispone, sin desviarse de la realidad hasta lograr un perfil donde se manifiesten conclusiones efectivas. Ha traducido causa-efecto para tornarla en un rico elemento que prueba el acontecimiento en toda su magnitud.
En cuanto a la causa ajustada a una visión de Meinecke se aprecia así: “la busca de causalidades en la historia es imposible sin la referencia a los valores… detrás de la busca de las causalidades, siempre está, directa o indirectamente, la busca de valores”.
Causa es para la interpretación histórica una entre varias condiciones necesarias de lo que se dicen ser sus efectos, y pueden producir estos últimos sólo en cooperación con otras. Véase para ello el amplio CAPITULO III de esta tesis donde, de acuerdo con mis intereses y mis proyecciones me propongo mostrar una suma de cosas con el suficiente peso, capaz de mostrar en acción conjunta la opinión que originó el suceso de estudio.
Es bien real que la actitud del historiador hacia el pasado es, en consecuencia, completamente teórica: piensa que su cometido consiste total y únicamente en determinar, sobre la base de testimonios presentes, cómo ocurrieron las cosas en tiempos pasados (E. W. WALSH).
Ante todo esto es importante la presencia del historiador pues, en la medida en que hace suyo un examen de acontecimientos, en esa medida desborda sus opiniones y les da por consecuencia un sello de interpretación. Reconstruye y comprende el pasado con sus propias ideas, contestando así a cada uno de los porqués que se han presentado en el curso de sus apreciaciones, ya sea como causa o como cualquier otro elemento de explicación de la historia misma.
ç
Juárez a quien se atribuyó la prohibición de las corridas de toros en 1867,
aparece aquí tras de una ventana rota constituida por diversas escenas
de las corridas en aquel entonces. Fuente: Colección del autor.
CAPITULO III
MOTIVO DE RECHAZO O CONTRARIEDAD HACIA EL ESPECTÁCULO, OFRECIENDO EL ANÁLISIS A DOCE PROPUESTAS QUE SE SUGIEREN PARA EXPLICAR CAUSA O CAUSAS DE LA PROHIBICIÓN EN 1867.
En el arranque de la segunda mitad del siglo XIX, el México taurino se hallaba muy dinámico en festejos que se daban intermitentemente bajo unas formas particulares de expresión. Poner los ojos en el comienzo de esa centuria tan rica en manifestaciones de todo tipo, es delimitarse en un marco de referencia que trazó la emancipación del anquilosado sistema virreinal impuesto por la metrópoli y su natural liberación la cual, en un principio, se mostró desordenada; pero con el anhelo bien firme de iniciar un nuevo curso histórico cancelando toda tutoría, por lo cual pronto alcanza el perfil que lo definió.
Comprendido a la mayor proporción que me ha sido posible, se tiene el panorama de conceptos, ideas, circunstancias y demás aspectos que se relacionan en una u otra medida con el planteamiento general de la presente tesis. Se Asiste, en tanto, a la disección del problema, cuyo contexto se ha subdividido en 12 propuestas. Tal número no se da por ser conflictivo; se da porque en un principio se pensaba en la figura de Juárez como el autor intelectual de tal bloqueo. Pero en razón de ir encontrando otros comportamientos ajenos a él mismo y su actuación política, me llevó a plantear serios argumentos y uno sucedía a otro y así, sucesivamente hasta llegar a doce, (la síntesis evitó el incremento de propuestas) y con los cuales creo que se da la manera concreta de argumentar algo que sale de un sentido convencional. No es ya la fiesta por la fiesta, es algo más allá de esa esfera, un algo explicado a la luz de los planteamientos braudelianos (los de Fernand Braudel) en cuanto a mostrar una orquesta de historias particulares dirigidas bajo la batuta de la Historia, con mayúscula. Por lo tanto y para concluir con esta justificación, vemos en todo nuestro programa de trabajo una íntima relación dada entre fiesta y sociedad, fiesta y política; fiesta y filosofía; fiesta y economía. No son afanes de vulgarizar un estudio, sino de comprender que la historia particular de un acontecimiento se liga a la historia mayor de un pueblo. Y sin temor a equivocarme puedo decir que la presente historia es paralela a la historia de México.
Es en 1835 cuando el toreo en México adquiere una nueva conformación. Y es que Bernardo Gaviño se encuentra ya en nuestro país. Con él y sus cincuenta y un años a cuestas de actividad profesional (1835-1886), vamos a encontrarnos de continuo en el trayecto del trabajo. Su quehacer, fincado en bases auténticamente españolas se mezcla con las formas mexicanas, tipificadas en expresiones del toreo campirano nacional, manera muy propia de charros y vaqueros en pueblos, ranchos y haciendas del interior. Si a ello agregamos el significado nuestro de hacer el toreo de a pie, estamos viendo una combinación que seguramente llenaba de gozo y felicidad -efímeras, al fin y al cabo- las plazas de toros. En el capítulo anterior se ha planteado una visión general de las cosas y los hechos que envolvieron a la fiesta para que un nutrido grupo de pensadores y escritores se manifestara en pro o en contra. Por lo tanto ahora solo queda sustentarse de todo ese esquema para argumentar, por la vía de las explicaciones más lógicas posibles, él o los fenómenos causantes del tema que ahora nos atrae.
Preparado el terreno, dispongámonos a marchar.
Sintamos el ambiente acudiendo a la corrida efectuada el 3 de noviembre de 1867. Para entonces, la restauración de la República ha resonado con agitados golpes de esperanza, proporcionando al país las posibilidades de reubicación luego del incómodo pasado que convirtió a México independizado en cisma por un lado; en instrumento del poder, por el otro. Ello a causa de la pugna de grupos por el poder.
Pues bien, para ese día 3 de noviembre de 1867, se anunciaba una majestuosa corrida de toros en estos términos:
Plaza de toros del PASEO NUEVO
Extraordinaria y grandiosa función, á beneficio de los desgraciados que han sufrido las consecuencias del horroroso huracán e inundación de Matamoros, y otras poblaciones mexicanas de las orillas del Bravo, a la cual asistirá el Presidente de la República, C. BENITO JUAREZ. Para el domingo 3 de noviembre de 1867.[2]
No podía ser mejor la muestra donde se concentran los esquemas en que se comprende el alcance y magnitud de la fiesta taurina, en los precisos momentos de su amenazado tránsito, que 25 días después de esta corrida, se vio consumado al aplicarse la medida de prohibición. Mas adelante dedicaré un espacio apropiado para ocuparme de los detalles en dicha corrida y todo lo que arrojó el acontecimiento.
LOS DOCE PLANTEAMIENTOS.-
Suponía en un principio que explicar las motivaciones con las cuales se frenó el curso de la historia taurina en México, de 1867 a 1886, sería cuestión de remitirse al argumento de que por el caos y la anarquía se desencadenaba aquel “golpe asestado” por el Benemérito en la Ley de Dotación de fondos Municipales del 28 de noviembre de 1867. Sin embargo el listado de planteamientos creció y es preciso ahora desentrañar cada uno de ellos para considerar si tienen peso e influencia directa en la consecución ya manifestada en este estudio.
Hemos visto ya cómo ocurrieron las fiestas de toros durante la primera parte del siglo XIX. Y con el cartel del 3 de noviembre de 1867 llegamos a entender el significado que alcanzó la estructura de este espectáculo en los justos momentos de su bloqueo. Toda ella era una fiesta intensa y dramática, llena de colorido y de emociones que se acercaron a lo indecible pero que rayaron en lo dramático y en lo trágico también. Así los dos escenarios que vivieron aquellas jornadas: la Real Plaza de Toros de San Pablo (1815-1863) y la del Paseo Nuevo (1851-1873) fueron teatro de las circunstancias definitivas que mostraron aún y con la presencia de Gaviño, productos taurinos de mestizaje bien consolidados. El espectáculo tuvo como norma la mezcolanza, alternando un quehacer sujeto a columnas tradicionales (producto de la disposición que quedó de mantener el arraigo del toreo netamente español como diversión) que bien pronto se veía salpicado de las cosas más dispares e inverosímiles -creadas por la inspiración nacional- que podamos hoy imaginar y aunque parecieran absurdas a los ojos de nuestra contemplación, en su momento eran válidas.
1.-CAOS Y ANARQUÍA EN EL ESPECTÁCULO.
El toreo es un juego. Un juego normado por su propia evolución a través de los tiempos. Pero es un juego en el sentido de jugar con un arma de dos filos: por un lado el miedo al fracaso del torero y el juego mismo con la muerte. Es un juego que pasa a lo dramático, donde se yuxtaponen ambos elementos en ese todo efímero. Pero el juego es la esfera más pura de la estética, adquiere rangos superiores y sublimes; ordenes mayores de encanto y misterio. Pasa de la frontera seria y ritual que tiene el espectáculo convirtiéndose en un manantial de “duendes”; del carácter mismo de tragedia que de suyo lo tiene se torna en pura felicidad individual y colectiva.
De la época que tratamos se conocen muchas evidencias encerradas en el carácter lúdico. Y hay fiesta; se da fiesta como un juego serio que rompe con todo esquema circunspecto al brotar el toro del chiquero.
Huizinga señala al respecto: El juego es un algo bello, propio del dominio estético. Ese dominio encierra efectos de la belleza: tensión, equilibrio, oscilación, contraste, variación, traba y liberación, desenlace. El juego oprime y libera, el juego arrebata, electriza, hechiza. Está lleno de las dos cualidades más notables que el hombre puede encontrar en las cosas y expresarlas: ritmo y armonía. Y junto a “su” tensión todo es incertidumbre, todo es azar, todo un rodeo de misterio.[3]
Parece que vemos en el círculo mágico, en el escenario, generadas todas esas efímeras circunstancias, sobresaltos y emociones subyugantes cuando el torero se abre de capa poniendo de manifiesto su sensibilidad y su dominio en lances que trascienden al tendido, creando un diálogo que surge de ese místico y arriesgado quehacer llamado toreo; honda conmoción de arte, de suspenso que es convivir de continuo con el peligro y con la tentación provocativa hacia la muerte.
A lo largo de determinadas épocas estos entretenimientos han sido interpretados como evasión de la realidad, como manipulación estúpida que mantiene en trance a entidades colectivas, “divorciadas” por el sistema. “Pan y circo”[4] se dijo en tiempos del esplendor romano. De “Pan y toros” calificó Arroyal el método que a sus ojos resultaba manipulador bajo la égida borbónica que con todo y su despotismo ilustrado, a pesar de todo, los toros se daban no como espectáculo en sí, sino como instrumento de donde echar mano para la mejora de ciertas obras públicas.
Este espectáculo encierra en lo dicho anteriormente un factor atenuante que mantiene marginada la acción de pensar, de cuestionar. Pero esto es ya harina de otro costal. Volvamos a la plaza. Entre murmullos, alegrías y una tragedia siempre permanente, “el juego (que se da en los toros), constituye un fundamento y un factor de la cultura”.[5]
Así también el autor holandés nos proporciona una aplicación nada peyorativa a los toros: El juego no es lo serio, el juego no es cosa seria, ya la oposición no nos sirve de mucho, porque el juego puede ser muy bien algo serio.[6]
España aportó dentro de un enorme esquema de posibilidades para vivir, uno con qué distraer la atención, con qué divertirse. Sí, uno entre muchos. Ese hablar del toreo desde su forma más primitiva manifiesta en México, es remitirlo a un producto del mestizaje que se formó bajo condiciones de nuestro propio ser. Por eso es que México participa con España y lo hace con una forma peculiar, emancipada -no del todo- de cánones peninsulares.
Caos y anarquía no fueron la causa fundamental para que Juárez aceptara suprimir el espectáculo. La revaloración analítica de los hechos nos lleva a pensar de entrada en la intervención e injerencia directa por parte de la prensa, esa prensa que no es taurina, pues aunque no existe como tal, sí se conocen algunos testimonios, no muchos ni permanentes de aquella otra dedicada en dar razón de los acontecimientos sociales más sobresalientes. La prensa, sobre todo liberal combate al espectáculo recién restaurada la República.
Y ese sector de redactores críticos hacen caer el peso de sus opiniones no en el caos ni en la anarquía, sino en el factor violencia existente en la función. Es de hacerse notar que en todas las épocas dicha etiqueta de crudeza y salvajismo está presente; claro, a los ojos de una racionalidad firme, que no se casa con emblemas propios del ser lúdico, agresivo, y estético que enmarca el toreo en sus configuraciones tanto a caballo como a pie. La sangre como elemento de impacto hacia la sensibilidad es irremediable. La fuerza violenta para combatir al toro a razón de lances que miden su poder, de puyazos que destrozan carnes, vértebras, músculos. De pares de banderillas cuya función primitiva era la de considerarlos como “avivadores” no llevan otro propósito más que exaltar la furia de ese indefenso cuadrúpedo. Luego, en aras de un lucimiento más bien breve en aquellos tiempos, se preparaba a la víctima para el sacrificio final: la muerte, a partir de una estocada y esta concebida por medio de un esquema técnico y dramático en el que como “todos a una” fijan su atención para atestiguar la liquidación total del burel empleando los mejores procedimientos posibles. Si ha sido perfecta, el delirio en los tendidos; han visto matar como mandan los cánones. Si el intento falla, oh desilusión, el toreo ha errado y por consecuencia deshace la esfera del misterio que se echa a volar entre silbas o protestas; en el simple desprecio de masas inconformes, sedientas de triunfo, de gloria, pero también de violencia sangrienta propia del espectáculo.
La fiesta de toros, además de ser “caos y anarquía” es “ritmo y armonía”, por lo cual quedó en el ambiente el resabio (cuestión ésta que no califico peyorativamente) de la herencia colonial y el espectáculo, por tanto, seguía conservando sellos heredados por trescientos años de dominación hispana en América.
Finalmente, dejo considerada la tesis primera, que unida a los otros elementos de prueba (mejor llamados “causas”) representa un peso de influencia pues con ella no se ve ningún indicio que se enfoque a originar situaciones involucradas con los argumentos de barbarie, salvajismo y de perjuicio a la sociedad, “porque consumen las economías del fruto del trabajo de las clases menesterosas”.
2.-EL ANTITAURINISMO DE JUAREZ.
En la plaza de toros.-
Imaginemos de pronto, el ingreso a la plaza de toros del Lic. Benito Juárez acompañado de su Sra. Esposa Da. Margarita Maza de Juárez. En la plaza vemos a los más insignes personajes, como los más desagradables individuos quienes han hecho de nuestra nación la viva imagen de su circunstancia.
Antes de hacer comentarios generales, quisiera presentar una pequeña relación de festejos donde vemos presente al oaxaqueño en corridas de toros.
-27 de enero de 1861. Plaza de toros del Paseo Nuevo. Gran Función extraordinaria dedicada al Exmo. Sr. Presidente interino de la República D. Benito Juárez quien la honrará con su presencia. Toros de Atenco. Bernardo Gaviño y su cuadrilla. Graciosa mojiganga y magníficos juegos artificiales dirigidos por el afamado pirotécnico D. Severino Jiménez.[7]
-9 de noviembre de 1862. Plaza de toros del Paseo Nuevo. Corrida a beneficio de los Héroes de Puebla. Cinco toros escogidos de Atenco para la cuadrilla de Pablo Mendoza. Dos para el coleadero y el embolado de costumbre.[8]
-22 de febrero de 1863. Plaza de toros del Paseo Nuevo. Gran corrida de toros a beneficio de los hospitales militares de la Santísima y de las Vizcaínas. Cuadrilla de Pablo Mendoza.[9]
-3 de noviembre de 1867. Plaza de toros del Paseo Nuevo. Beneficio de los damnificados del huracán en Matamoros. Cuadrilla de Bernardo Gaviño, toros de Atenco. Toro embolado, mojiganga y toros para el coleadero.
Como se ve, quienes iban a mostrarse tan contradictorios de la fiesta no desdeñaban entonces usarla como instrumento para agenciarse recursos financieros con los cuales sostener su lucha.[10]
Ya metidos en considerar qué tan sincero haya sido Juárez o no con la fiesta, vayamos a conocer algunos testimonios que lo califican como antitaurómaco.
Tal consideración la encontramos expuesta por un periodista, pero uno de la fuente taurina, el Dr. Carlos Cuesta Baquero cuyo anagrama lo identifica como Roque Solares Tacubac. Refiriéndose a Julio Bonilla, otro periodista -creador del Arte de la Lidia en 1884- comenta:
Era (J. Bonilla) asiduo concurrente a las corridas que desde el año de 1867 en adelante eran efectuadas en los pueblos inmediatos, relativamente, a la ciudad de México. Eran en Cuautitlán, Tlalnepantla, Texcoco, Amecameca, Zumpango y otros. También en la ciudad de Toluca, capital del Estado de México. No las había en la metrópoli y en la jurisdicción del Distrito Federal, POR TENERLAS PROHIBIDAS EL PRESIDENTE DE LA REPUBLICA, LICENCIADO DON BENITO JUAREZ, QUIEN FUE ANTITAUROMAQUICO, A PESAR DE QUE A VECES RECURRIO A “LOS TOROS” para arbitrarse dinero destinado al sostenimiento de hospitales militares, cuando el heroico asedio que sostuvo la ciudad de Puebla en el año de 1863.[11]
La contradicción a la que he orientado esta tesis puede tener dos causas básicas:
1.-Que de verdad Juárez haya sido antitaurino y sólo se prestara para consolidar con su presencia una serie de festejos benéficos.
2.-Que resultara ser uno de los adoctrinados, bien por los liberales, bien por la prensa (o condicionado por ésta).
Con todo esto:
¿Qué pudo ver Juárez en todo aquel colorido espectáculo?
¿Repugnancia, aberración, barbarie o la oportunidad de fortalecer la ideología más recomendable por entonces a los ambiciosos proyectos de tener un México metido a trabajar en el progreso?
Es el momento de interpretar la Ley de dotación del Fondo Municipal de México.
Benito Juárez, presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, a todos sus habitantes, sabed:
Que en uso de las amplias facultades de que me hallo investido, he tenido a bien decretar la siguiente
LEY DE DOTACION
DEL FONDO MUNICIPAL DE MEXICO
Art.1.- El ayuntamiento de México, además de sus propios, queda dotado con los arbitrios que establece esta ley, conforme a la cual se cobrarán desde 1º de Enero de 1868, cobrándose entretanto los establecidos en las leyes anteriores.
Entendemos por “arbitrios” y su dotación el hecho de contemplar impuestos o contribuciones cuyo destino era controlado por la secretaría de Hacienda de aquel entonces.
En distintos apartados se van comprendiendo Mercados, Fiel Contraste, Licencias para obras, Aguas. Derechos municipales sobre los frutos y efectos que se introduzcan a la capital, contribución predial, derecho de patente, expendio al menudeo de licores, cafés y fondas. Incluidas van las pulquerías, panaderías, casas de empeño, fábrica y expendios de tabaco, carruajes de particulares; carruajes de alquiler, vacas de ordeña hasta que llegamos a las Diversiones públicas donde nos detendremos a examinar con paciencia sus seis artículos.[12] Véase cada artículo y contrastarlo con las opiniones aquí vertidas.
Art. 82: Si el espectáculo se daba es porque debió ser controlado con las licencias respectivas.
Art. 83: El público pagaba las “altas cifras” que luego tanto recriminó la prensa aduciendo que “agrava la miseria de las familias pobres, que por acudir al espectáculo, se quedan sin el sustento de varios días”. He allí la forma en que congenian estos argumentos con el decreto que prohibe las loterías o rifas públicas del 28 de junio de 1867.[13]
Art. 86: El 17 de noviembre dio inicio la “primera función de toros de la temporada”. Temporada es sinónimo de abono y es muy probable que el empresario que bien pudo ser el propio hermano de Bernardo Gaviño, Manuel, haya cumplido con los requisitos de este artículo (o quizás no como se verá más adelante).
Art. 87: En el fondo, dos son los resortes que mueve a tal decisión:
i)Un sentido que estrictamente nace de la razón “impuesto” ó gabelas, y
ii)Dispendio que causaban las funciones taurómacas entre las clases bajas fundamentalmente.
El art. 100 dice a la letra:
Se aplican a los fondos municipales, los productos del derecho creado por decreto de 13 de Febrero de 1854, sobre las licencias que expedirá la autoridad política o municipal, conforme a sus respectivas atribuciones, con arreglo a dicho decreto y esta ley. Las licencias se extenderán en papel común, con solo el sello de la oficina; no se expedirán, sin que los interesados acrediten haber pagado previamente el derecho en la recaudación municipal; y continuará sin efecto lo dispuesto en aquel decreto, acerca de los letreros y de las diversiones públicas.[14]
Las notas nos sugieren que el 13 de febrero de 1854 hubo unas disposiciones similares a la de noviembre de 1867. Este sentido se asocia con los fundamentos del apartado No. 12 de mi capítulo III.
3.-INCIDENCIAS PROBABLES QUE ARROJA EL “MANIFIESTO DEL GOBIERNO CONSTITUCIONAL A LA NACION” EL 7 DE JULIO DE 1859.
En la ciudad de Veracruz y en plena guerra civil, el julio 7 de 1859 fue lanzada la Justificación de las Leyes de Reforma de el Gobierno Constitucional a la Nación. Fija este documento el asunto de forma de gobierno. El tono liberal emerge con fuerza y dice Edmundo O’Gorman que cuanto resalta aquí es porque “el problema no es político, es social”. De esa forma, y volviendo a un punto clave del conocido Manifiesto se apunta que, dentro de las pretensiones que
con más o menos extensión, en los diversos códigos políticos que ha tenido el país desde su independencia y, últimamente, en la Constitución de 1857, no han podido ni podrán arraigarse en la Nación, mientras que en su modo de ser social y administrativo se conserven los diversos elementos de despotismo, de hipocresía, de inmoralidad y de desorden que los contrarían, el Gobierno cree que sin apartarse esencialmente de los principios constitutivos, está en el deber de ocuparse muy seriamente en hacer desaparecer esos elementos, bien convencido ya por la dilatada experiencia de todo lo ocurrido hasta aquí, de que entretanto que ellos subsistan, no hay orden ni libertad posibles.[15]
Inmoralidad y desorden son dos elementos que salpican la diversión popular, pero como un aderezo muy suyo. Ahora bien -y regresamos con O’Gorman- “El ataque, ya se ve, va dirigido en derechura no contra la Iglesia, ni siquiera contra el clero, según es tan habitual decir, va contra el poder social y político del clero que no es lo mismo. Pero en su último fondo, va dirigido contra las costumbres, los hábitos, los privilegios y -más profundamente- contra el modo de vivir y pensar de la mayoría de los mexicanos de aquella época.[16]
Punto clave y determinante es este pues siguiendo a Edmundo O’Gorman nos ubica con lo visto anteriormente en “el sentido de nuestra historia nacional. El Triunfo de la República… se va columbrando”.
El toreo, por tanto, es una costumbre heredada del tránsito colonial (permítaseme insistir), fusionada y asimilada por nuestros antepasados y en alguna medida mestizada (mestización que se daría completamente hasta el siglo XIX).
Justo esa “mestización” de la que hablo puede entenderse como un síntoma que refleja la cancelación del antiguo orden social, con su estela de comportamientos y prácticas rígidamente establecidos, donde todos modificaron ahora la herencia autóctona al introducir en ella nuevas normas que vinieron a añadirse o a sustituir a las antiguas.[17]
Bajo el concepto adquirido por la sociedad de las castas en la Nueva España es, a partir de la relación de español e india como surge el mestizo,[18] que en el concepto de la cultura no aparece referido como tal. Se aplica, como el de cultura criolla, a una realidad específica: la cultura mexicana.
Esta mezcla de culturas alcanza desde el siglo XVI su auténtica dimensión[19] y ya en el siglo XIX Ignacio Manuel Altamirano le dio un panorama que no solo es de carácter literario; lo es también en términos del ser que manifiesta nuestra nación.[20]
Es pues el mestizaje elemento de una participación en un grupo de nacionalidad matizado por vínculos sanguíneos, literarios, cultos preponderantes y hasta costumbres que enfatizan ese modo de ser.
A su vez -y ya en términos de lo taurino-, es como expreso la existencia de esa manera interpretativa lograda por antepasados, quienes dieron con la forma no sólo de encontrarse en el proceso sincrético. Su capacidad fue más allá y superaron ese sincretismo, dándole sellos de autenticidad pronto manifiestos en el campo y la ciudad, sin que por ello hubiese un separatismo con la estructura técnica aportada por los españoles. Esta continuaba siendo enriquecida por el constante flujo de personajes que enriquecieron con su conocimiento y experiencia al toreo del que México no quedó aislado.
Interesante es el hecho de que Benito Juárez acudiera a algunas corridas como aquella del 27 de enero de 1861, dedicada al todavía presidente interino, cargo que se tornaría en Constitucional el 11 de junio siguiente. O la del 3 de noviembre de 1867 (justo en el mismo mes en que se extiende el decreto de prohibición), corrida celebrada en el Paseo Nuevo para recaudar fondos y así ayudar a los damnificados de Matamoros que sufrían la desgracia del paso de un huracán.
En tanto que la “justificación a las Leyes de Reforma” es dada a conocer, el escenario de México se determina por nuevos acontecimientos como aquel del triunfo efímero de los mexicanos del 5 de mayo de 1862, triunfo embestido después por las fuerzas que encabezaba el Mariscal Forey con la que cae Puebla, por lo que a Juárez solo le da tiempo de decretar el 26 de febrero de 1863 la “extinción de las comunidades religiosas” y dar inicio a su peregrinaje hacia el norte del país, mientras la capital vive por segunda vez el ingreso y posesión temporal de un ejército extranjero.
La guerra de tres años y luego la preparación de la monarquía con príncipe extranjero no permitieron cosa alguna a un Juárez que se movió en tanto, por San Luis Potosí, Chihuahua, Durango, Paso del Norte y Zacatecas. Años más tarde se mueve hacia el centro y capital del país, ya de regreso para consumar su triunfo sobre el Imperio.
El ingreso triunfal a la capital del país -justo el 15 de julio de 1867- significó extender un Manifiesto de alto rango espiritual con el que se anuncia el feliz momento de la Restauración de la República. Al final del mismo, apunta Juárez:
Mexicanos: Hemos alcanzado el mayor bien que podíamos desear, viendo consumada por segunda vez la independencia de nuestra patria. Cooperemos todos para poder legarla a nuestros hijos en camino de prosperidad, amando y sosteniendo siempre nuestra independencia y nuestra libertad.[21]
He allí establecido -y por partida doble- un anhelo que jamás se disolvió en manos de este liberal, quien se mantuvo fiel a sus ideales por sacudir los residuos (bien llamados costumbres, hábitos y privilegios) que quedaban de la colonia en esa “segunda independencia”. Si bien los toros sufrieron aquel bloqueo por dos décadas y bajo régimen federal, estos como espectáculo siguieron su curso entonces por el interior del país y en 1886, por amplias necesidades en las obras del desagüe del Valle de México, hubo que echar mano en la gran posibilidad de restaurar las corridas, pues se convirtieron de pronto en una de las pocas alternativas para resarcir los gastos de tan enorme proyecto.
Frente a todo esto, hay dos pautas bien importantes que definen el espíritu de estos principios de “inmoralidad”, de “desorden” y son, a saber:
1)De la Constitución Federal de 1824, emana un párrafo que dice
A vosotros, pues, legisladores de los Estados, toca desenvolver el sistema de nuestra Ley fundamental, cuya clave consiste en el ejercicio de las virtudes públicas y privadas. La sabiduría de vuestras leyes resplandecerá en su justicia y su cumplimiento será el resultado de una vigilancia SEVERA SOBRE LAS COSTUMBRES.[22]
2)Una consideración de Justo Sierra:
México no ha tenido más que dos revoluciones. La primera fue la revolución de Independencia; la segunda fue la gran Reforma de 1854 a 1867. Ambas fueron para México parte del mismo proceso social: EMANCIPARSE DE ESPAÑA FUE LO PRIMERO; FUE LO SEGUNDO EMANCIPARSE DEL REGIMEN COLONIAL; DOS ETAPAS DE UNA MISMA OBRA DE CREACION EN UNA PERSONA NACIONAL DUEÑA DE SI MISMA.[23]
A todo esto, quizás un poco desordenado, me es preciso remarcar una posición que no será absoluta, y es la de que el planteamiento que ahora hago de las “Incidencias probables…” es determinante pero no definitivo, basando esto en una observación de Luis G. Cuevas, de que
Lo poco que tenemos en el orden civil más bien se debe a los hábitos que conserva una sociedad, y que no pueden destruirse de un golpe, que al influjo de la ley y de las autoridades.[24]
Entonces: ¿Cómo se desencadenó aquel ideal propio de la Reforma en 1867? ¿Por qué solo las corridas de toros?
En este caso no fueron únicamente las corridas de toros, pues ya desde el 28 de junio de aquel año se prohíben las loterías o rifas públicas. El de los toros es un espectáculo de honda raigambre española, y que, en sus para 1867, 341 años de vida en México, ha consolidado y encajado en el gusto del pueblo que bien puede tener un par de acepciones de entre las varias ya conocidas como etiquetas. Por un lado tenemos a los estamentos o grupos sociales privilegiados que sobre todo en la colonia, se distinguieron con mayor relevancia como protagonistas y como asistentes a los fastos que con motivos civiles o religiosos se dieron por aquellas épocas. Ello no es indicativo de la ausencia del pueblo bajo, de “la canalla” -a decir de Voltaire- o el “pueblo masa o multitud porcina” de acuerdo con Burke. Ahí está, lo encontramos también en una plena combinación que rompe con las distinciones, ruptura que durante el siglo XIX permite además de la abierta disposición a la mezcla sin ambages de todas las capas, la total demostración de autonomía, resultante de un proceso como el independiente. Justo esa porción del pueblo es la que hará suyo el espectáculo por la vía del pleno concepto demostrador del carácter nacional sustentado en el factor de la autonomía (permítasenos la reiteración) que por razón propia no es más que un sentido vacío.[25] Por otro lado, y ya referido es ese entorno de las singulares nociones de concebir el toreo -no como expresión española-, sí bajo la espontaneidad de una invención bien definida y caracterizada por los múltiples géneros mexicanos o nacionales que salpicaron las fiestas taurinas desde el inicio del siglo pasado hasta que adquieren personalidad formal a partir de 1887; una personalidad que estará dada bajo conceptos modernos venidos de España. Esto es, el espacio de la prohibición dictada o no por Juárez se inscribe justamente en aquel transitar de años decimonónicos que buscan la definición del ser mexicano.
Concluimos que el oaxaqueño no debe haber sido afín a los principios de aquellos residuos hispanos por lo cual se dedicó o trató de exterminarlos en dos etapas. Una la del famoso pronunciamiento del Manifiesto a la Nación de 1859 y respaldado esto por otro Manifiesto, en el que declara a México como República Restaurada en 1867. Recordemos las palabras ya citadas anteriormente, al respecto de esa bien consumada “por segunda vez la independencia…” Desde luego, ello es solamente parte del complejo que le da vigencia a la prohibición que se da contra las corridas de toros. En el espacio del federalismo -contemplado en los presentes apartados- se harán distinciones de unos elementos remitidos en el PARRAFO II. DE LA INICIATIVA DE LAS LEYES y en el art. 66 de la Constitución de 1857, en cuyo manejo dice que toda aquella iniciativa presentada por Presidente de la República, legislatura o diputación de los estados debe pasar por una COMISION.
Precisamente, es que habré de hacer detallado análisis sobre la referida COMISION que está ocupada en revisar la ley de Dotación para ver qué facultades poseía y si es posible, quién o quienes la constituyeron, y porqué tomaron la determinación expresa en el art. 87 de la LEY DE DOTACION DE FONDOS MUNICIPALES de 28 de noviembre de 1867 para prohibir las corridas de toros.
Por otro lado, puede decirse con seguridad que la participación política de toreros mexicanos durante el XIX está descartada. Se sabe sí, que un tal Agustín Marroquín “El Torero Luna”, insurrecto de la independencia, participa en algunas acciones militares bajo las órdenes de Hidalgo. Por otro lado, a Ponciano Díaz (1856-1899) se le postula para la candidatura de un cargo público mismo que rechazó. Ahora -y esto es cierto- muchos de los toreros nacionales se fueron a unir en las filas que estaban combatiendo la avanzada francesa. De ahí en fuera, sólo el caso de Bernardo Gaviño y Benito Juárez en 1863 es tema que abordaré en el apartado Nº 7 de este trabajo.
En lo relativo a empresarios y ganaderos; aficionados o distinguidas personalidades cuya filiación política sea manifiesta, no he detectado respuesta de esa índole. Seguramente como es lógico pensar, se da la natural inclinación o afecto hacia determinada tendencia política de parte no sólo de este pequeño grupo sino de la sociedad en su conjunto. Claro, brotan esas gentes exaltadas que comulgan con un ideal de modo apasionado, frenético o fanático inclusive.
Ganaderos destacados de aquel entonces lo son el de Atenco D. José Juan Cervantes y Michaus (último conde de Santiago). También los de Parangueo, El Cazadero, Guanamé.
Empresarios destacados: D. Mateo de la Tijera que lo fue de la del Paseo Nuevo, jefe de una familia de abolengo que entonces figuraba en la creme de la sociedad mexicana (1851-1857). D. Manuel Gaviño, hermano de Bernardo quien fungió como empresa en los últimos años del coso del Paseo de Bucareli.
Bien claro debe manifestarse un sentido en el que las plazas de toros o aquellos sitios de congregación popular para dar rienda suelta al gozo y a la diversión se alejan de todo carácter político. Es claro también el hecho de reflexionar sobre los corrillos que puedan formarse para hablar o discutir de este o aquel tema del día. Pero las historias no registran un hecho donde escenarios de esa índole hayan sido fuente o brote de violencia por razones políticas. La violencia en los lugares públicos de diversión se da -seguramente- por verse aquellas masas defraudadas de una mala organización o de un mal resultado que generan la bronca.[26] Acuden a la plaza todas las escalas sociales,[27] el espectáculo no es negado a nadie, como se puede observar de aquel año 1867, el cobro de las entradas era sumamente elevado,[28] lo cual significaba arrastrar a las clases desposeídas a un sacrificio con riesgo de verse mermada su economía familiar.
Las Leyes de Reforma propuestas en 1859 no son resultado de las preocupaciones recientes de Miguel Lerdo de Tejada y Manuel Ruiz, entre otros. Ya desde 1850 es un anhelo que Melchor Ocampo externa abiertamente. Las apoya en el justo momento de surgir el Gral. en Jefe del Ejército Federal don Santos Degollado.
En su propósito más profundo se da el sentido de mostrar una realidad del tiempo en que se han dado las largas luchas; se dan entre los “partidarios del oscurantismo -agresores- (que van contra los) principios de la libertad y del progreso social”.
Hay un orden de la sociedad y unas garantías que son el propósito de búsqueda en aquellos momentos de confusión.
En tanto, el partido liberal de la República postula su programa basado en unas ideas que tiene hoy el Gobierno la honra de representar, no es la bandera de una de esas facciones que en medio de las revueltas intestinas aparecen en la arena política para trabajar exclusivamente en provecho de los individuos que la forman, sino el símbolo de la razón, del orden, de la justicia y de la civilización, a la vez que la expresión franca y genuina de las necesidades de la sociedad.[29]
Justamente, basamos el razonamiento de la discusión del discurso de Juárez sobre la civilización vs. barbarie en las últimas citas de la identidad del partido liberal en el sentido de ser un “símbolo de la razón, del orden, de la justicia y de la civilización, a la vez que la expresión franca y genuina de las necesidades de la sociedad”. Todos estos elementos van contra el sentido de un retroceso encarnado -sobre todo para los toros- en esos principios de la barbarie, fuerza descompensadora del raciocinio, arma letal que no permite avance a ninguna parte. Sin embargo, la “erupción del entusiasmo” anunciada con exaltación -al referirse algunos escritores de la época acerca del público- nos ubica en la verdadera manifestación popular aplicada por todos aquellos asistentes a la contienda.
Toda una simbología se creaba alrededor de un ambiente cuya necesaria dinámica de cambio, siempre obligó a empresas y a toreros a incorporar nuevas modalidades en cada festejo desarrollado.[30] De ese modo se entiende también, la variante y rica expresión adquirida en la corrida de toros en buena parte del diecinueve mexicano.
Antonio García Cubas nos regala en El libro de mis recuerdos un retrato en tarde de toros por 1853: todo lo más granado de la sociedad ocupaba las lumbreras y el tendido de la sombra, como henchidas por el pueblo estaban las lumbreras y el tendido de sol.[31]
Gabriel Ferry -por otro lado- apunta una visión todavía más fogosa: La plaza de Necatitlán (que funcionó aproximadamente de 1826 a 1834) presentaba un espectáculo tan raro como nuevo para mí. Los palcos de sol recibían de lleno los rayos de este temible astro en aquellas regiones, y detrás de las mantas y de los rebociños extendidos para hacer sombra, el populacho, apiñado en pirámides caprichosas en las gradas del circo, se entregaba a un concierto abominable de gritos y silbidos. En la parte de la sombra los plumeros de los oficiales y los chales de seda de diversos colores ofrecían un golpe de vista que mitigaba hasta cierto punto la dolorosa impresión que acababa de producir la miseria y la desnudez que poblaba los palcos de sol. Cien veces había visto esta diversión y había contemplado igualmente a esa muchedumbre fatigada, pero no saciada de ver correr sangre, cuando a eso del anochecer, al terminar la corrida, sólo salían de aquellas gargantas irritadas exclamaciones roncas, cuando el sol hacía entrar sus rayos a través de las tablas mal unidas del anfiteatro, cuando el olor de los animales muertos en la lidia atraía encima de la plaza de toros bandadas de buitres hambrientos;(…).[32]
Plaza adentro conocemos un sinfín de comportamientos propios durante las épocas que preceden a la prohibición en tiempos de Juárez. Entendemos la forma de reaccionar en las gentes que gozan plenamente del espectáculo. Pero, y plaza afuera, ¿qué ocurría?, ¿ese mismo público, consciente de la problemática cotidiana se hacía ver, o hacía reflejar su inquietud en el entorno del coso?
Los problemas fuera de la plaza eran muy serios y en ese intento de “orden nuevo” luego de la realidad de nuestra independencia, la idea del ser mexicano se vio alterada por hondos disturbios en los que, a decir de Vanderwood fueran los liberales quienes encabezaron ese atentado, dirigido al sistema. Paz y progreso no lo eran todo, por eso con ambos postulados se alía el desorden que abarca a las escalas sociales en su conjunto. Por tanto, caos y desorden son incontrolables por lo que, frenarlos significaba poner al país al borde del peligro.
La pugna liberal-conservadora (dicotomía con carácter cotidiano por aquel entonces) se arrojaba entre sí infinidad de principios con el fin de establecerse una, -vencedora- encima de la otra, -vencida-. Sólo que sus propuestas significaron entrar a un terreno que no veía posible la claridad, acabando por eclipsarse en una yuxtaposición bien marcada, pero dolorosa para el propio destino de México como nación.[33]
Otro de esos problemas comunes y cotidianos lo fue el de la consecuencia de los enfrentamientos bélicos cuya resultante fue :
Esto último tiene una razón de fondo en la medida en que si Díaz agitaba así a los ex-soldados por el engaño habido, Juárez mismo debió pensar en que una congregación multitudinaria, como la que se daba en la plaza de toros era del todo peligrosa, por lo que en el fondo pudiera pensarse en una causa para prohibir las diversiones de toros no por lo que eran en sí, sino por la razón de darse en cualquier momento un movimiento de rebelión.
Es claro reconocer el hecho de que la plaza de toros es una concentración de desorden acorde a sus circunstancias implícitas; esto es, la condición de fiesta exaltada en todas sus manifestaciones en convenio al horror de una muerte masiva de toros y caballos por la adecuación del hombre que logra llevar a esos extremos el esquema de la corrida, a partir de principios estéticos y técnicos.
Es otro de los diversos comportamientos de la sociedad, cuando para 1867 vemos buena parte de ella influida todavía por los poderes monárquicos. El afrancesamiento en ciertos hábitos fue severamente criticado por La Orquesta o por La Sombra, periódico jocoserio, que se dieron a la tarea de mostrar las nuevas “costumbres”. Por eso del afán de afrancesarse, de ennoblecerse que se apoderó de la “gente decente” la sátira hizo, naturalmente, comidilla. A este afán se le nombró el “aspirantismo”.[35]
Al ingreso de Juárez al poder en 15 de julio de 1867 los esquemas trazados en la sociedad por el imperio se fueron diluyendo pronto pues
que no nos darían categoría de civilizados, ni la entrada a la universalidad, ni el respeto y la dignidad en el futuro y sí, en cambio, los principios republicanos(…)[36]
eran los propicios a la modernidad como hecho real, una modernidad que bien fue encontrando su composición total en pleno porfiriato.
Se expuso páginas atrás que las incidencias probables que arroja el Manifiesto del gobierno Constitucional a la nación el 7 de julio de 1859, son “determinantes pero no definitivas”.
¿Por qué?
Son varias las razones.
Es correcto el apunte de Luis G. Cuevas con base en las ideas sociales. Los militares también se alían en todo aquel convulso acontecer de 1859 a 1867, pero ante todo, llama seriamente la atención el hecho de que dentro de la “Comisión” que preparó, discutió y redactó la Ley de dotación de fondos municipales de 28 de noviembre de 1867, la cual sólo pasó para firma y aprobación final del Presidente de la República y Secretario de Gobernación; es decir: los licenciados Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada respectivamente. Aspectos de carácter económico (impuestos, en otras palabras) orientan asimismo el rumbo de este capítulo y del cual, acabo de pasar por un punto clave, el cual ha sido capaz de mostrarnos valores que descansan en un aspecto sicológico de masas, el cual a su vez, se vio afectado por la herencia colonial, síntoma este de una preocupación proyectada en leyes y otros documentos -como el Manifiesto a la Nación- con tal de hacer significativa la “emancipación”.
__________________________________
[1] José Francisco Coello Ugalde: “CUANDO EL CURSO DE LA FIESTA DE TOROS EN MEXICO, FUE ALTERADO EN 1867 POR UNA PROHIBICIÓN. (Sentido del espectáculo entre lo histórico, estético y social durante el siglo XIX)”. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras. División de Estudios de Posgrado, Colegio de Historia, 1996. Tesis que, para obtener el grado de Maestro en Historia, presenta (…). 228 p. Ils., retrs.
[2] El Boletín Republicano Nº 107 del 2 de noviembre de 1867.
CUADRILLA DE BERNARDO GAVIÑO
Cinco arrogantes y bravísimos toros de muerte de la sin rival hacienda de Atenco.-Un torete de la misma raza para la divertidísima mojiganga denominada: EL CONVIDADO DE PIEDRA Y DOÑA INES.-Ocho toros para coleadero, por parejas, con su premio para el que logre dar caída redonda, invitando para esta diversión a todos los aficionados que quieran tomar parte.-Toro embolado para los aficionados, el que saldrá adornado, tanto en la frente como en la cornamenta, con monedas de plata para los que las tomen.-Gran partimiento ó despejo de plaza, por uno de los mejores cuerpos de la guarnición.
La Junta establecida en esta capital para procurar socorro á las familias desgraciadas que se han quedado sin recursos en Matamoros y otras poblaciones mexicanas de las orillas del Bravo, casi destruidas por el Huracán, ha organizado una brillante función de toros cuyos productos están destinados a este objeto. Los propietarios de la plaza y el dueño de los toros, se han prestado generosamente á ello, y lo mismo ha hecho el simpático y popular jefe de la cuadrilla D. Bernardo Gaviño con su desprendimiento acostumbrado. La junta espera que el público acudirá solícito a esta función, que tiene por objeto enjugar las lágrimas de muchos infelices que se han quedado sin pan y sin abrigo.
ORDEN DE LA FUNCION
1.-Tan pronto como se presente en su palco el C. Presidente de la República se procederá al GRAN DESPEJO O PARTIMIENTO DE PLAZA
2.-Una vez despejado el redondel, se procederá a la lid del primer Toro de muerte.
3.-Dará principio el Coleadero por parejas, y al que diere caída redonda, se le entregará un ramito con escuditos de oro.
4.-Toro de muerte lidiado por la cuadrilla.
5.-Otros dos toros de cola por dos parejas, con premio.
6.-Toro de muerte lidiado por la cuadrilla.
7.-Otros dos toros de cola por pareja, con premio.
8.-Toro de muerte lidiado por la cuadrilla.
9.-Otros dos toros de cola por pareja, con premio.
10.-Toro de muerte lidiado por la cuadrilla.
11.-Graciosísima mojiganga denominada:
EL CONVIDADO DE PIEDRA Y DOÑA INES
Con acompañamiento de Esqueletos, Diablos, etc.
12.-TORO EMBOLADO
Para los aficionados, el que llevará de ofrenda en la frente y cornamenta, Monedas de plata para el que logre cogerlas.
PRECIOS DE ENTRADA
Lumbreras por entero para ocho personas…………….$ 100
Entrada general a sombra…….. ……………….. 10
Entrada general a sol……………………….. …. 02
La plaza estará magníficamente adornada interior y exteriormente. Por la junta central de socorros.-General Felipe Berriozabal, Rafael Martínez de la Torre.-M. M. de Zamacona.-Agustín del Río.-Manuel Saavedra.-General Manuel González.-Vicente Riva Palacio.-Anselmo de la Portilla.-Ramón Guzmán, Secretario.-Francisco Espinosa, Secretario.-Jesús Fuentes Muñiz, Tesorero.
Las puertas de la plaza se abrirán a la una de la tarde, y la función empezará a las tres y media.
NOTA.-Los boletos se expenden desde la víspera de la función, en el Puente de San Francisco junto al núm. 4; y en las casillas de la plaza el día de la función desde la una.
[3] Johan Huizinga. Homo ludens, p. 23.
[4] R.G. Collingwood. Los principios del arte, p. 97-99. Una historia de la diversión en Europa podría dividirse en dos capítulos. El primero, al que se titularía panem et circenses, trataría de las diversiones en el mundo decadente de la Antigüedad, los espectáculos del teatro y el anfiteatro romanos, tomando su material del drama religioso y de los juegos del período griego arcaico; el segundo, al que se llamaría le monde où l’on s’amuse, descubriría la diversión en el Renacimiento y en las épocas modernas, primero aristocrático, provisto por artistas principescos, para espectadores principescos, luego transformado en grados por la democratización de la sociedad hasta llegar al periodismo y el cinematógrafo de hoy, y siempre tomando manifiestamente su material de la pintura, la escultura, la música, la arquitectura, las procesiones y la oratoria religiosas de la Edad Media.
Los lectores modernos, herederos de los prejuicios del siglo XIX sobre la identificación del arte con la diversión, han interpretado mal generalmente el ataque de Platón a la diversión, considerándolo como un ataque al arte; en el nombre de la teoría estética lo han tomado como un agravio, y han colmado de elogios a Aristóteles por una apreciación más justa sobre el valor del arte. No obstante, a decir verdad, Platón y Aristóteles no difieren tanto en sus criterios sobre la poesía, salvo en un punto. Platón pudo ver que el arte de diversión despierta emociones sin darle salida en la vida práctica; y concluyó equivocadamente que el excesivo desarrollo de este arte produciría una sociedad sobrecargada de emociones sin propósito. Aristóteles, en cambio, no razonó del mismo modo, porque según él las emociones generadas por el arte de diversión son descargadas por la diversión misma. El error de Platón sobre este punto le condujo a pensar que los males de un mundo entregado a la diversión podrían curarse controlando o aboliendo las diversiones. Pero una vez que el torbellino ha tomado su ritmo, eso no puede hacerse; porque la causa y el efecto se entrelazan en un círculo vicioso, que se rehará en el momento en que se le interrumpa; lo que empezó siendo la causa de la enfermedad se convierte sólo en un síntoma, que es inútil tratar.
Los peligros previstos por el profético pensamiento de Platón para la civilización necesitaron mucho tiempo para madurar. La sociedad grecorromana era lo suficientemente vigorosa para seguir pagando por seis o siete siglos el interés sobre la deuda acumulada de las energías de su vida diaria. Pero a partir de Platón la vida de esta sociedad se convirtió en una defensa de retaguardia contra la bancarrota emocional. Se llegó al momento crítico cuando Roma dio origen a un proletariado urbano cuya única función era comer pan gratis y ver espectáculos gratis. Esto significó la segregación de toda una clase que no tenía trabajo alguno, función alguna que cumplir en la sociedad, ya fuera económica, militar, administrativa, intelectual o religiosa, cuyo único papel era el de ser sostenida y divertida. Cuando eso ocurrió fue sólo cosa de tiempo que la pesadilla de Platón sobre una sociedad de consumidores se realizara: los zánganos impusieron a su rey, y la historia de la colmena concluyó.
Además: Jorge Alberto Manrique, et. al. “Toreo, tránsito y permanencia” (pp. 191-200). El arte efímero en el mundo hispano.
-Francisco de Solano, et. al. “Las voces de la ciudad de México. Aproximación a la historiografía de la ciudad de México” (pp. 55-78). La ciudad. Concepto y obra.
-José Francisco Coello Ugalde. “Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas 1519-1835”. (Separata, 293 pp). Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas Nueva época, 1.
[5] Huizinga, op. cit., p. 17.
[6] Ibidem.
[7] Agradezco al Lic. Julio Téllez García el permitirme el acceso a su biblioteca y llegar hasta el original de dicha corrida.
[8] Heriberto Lanfranchi. La fiesta brava en México y en España. 1519-1969. T. I., p. 166.
[9] Op. cit., p. 167.
[10] Benjamín Flores Hernández. La ciudad y la fiesta, p. 122.
[11] La Lidia, No. 3 del 11 de diciembre de 1942.
[12] Manuel Dublán. Legislación mexicana, T. X., p. 152 y ss.
[13] Infra, NOTAS AL CAPITULO II, No. 120.
[14] Dublán, op. cit., p. 153.
[15] Jorge L. Tamayo. Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia, T. II., p. 512.
[16] Edmundo O’Gorman. La supervivencia político-novohispana, p. 61.
[17] Solange Alberro. Del gachupín al criollo, p. 187.
[18] Elsa Cecilia Frost. Las categorías de la cultura mexicana, p. 124.
[19] Op. cit., p. 126.
[20] Ibidem., p. 128.
[21] Luis González. Galería de la Reforma, p. 226.
[22] Jorge Sayeg Helú. El nacimiento de la república federal mexicana, p. 130.
[23] Charles A. Hale. El liberalismo mexicano en la época de Mora, p. 6 n. 3.
[24] Luis G. Cuevas. El porvenir de México, p. 402.
[25] “La autonomía como la libertad, como el libre albedrío, es un concepto vacío, que es preciso llenar día a día con la acción. Ser libre no tiene sentido si no nos preguntamos, ¿para qué ser libres?” Discurso de Alejandro Gómez Arias sobre Autonomía Universitaria.
[26] En la historia del toreo y en el último tercio del siglo XIX, encontramos varios acontecimientos que generaron la “bronca”, tales como los ocurridos en la plaza El Huisachal un 20 de diciembre de 1885, misma que quedó parcialmente destruida. El 16 de marzo de 1887 en la plaza San Rafael se desarrolló una pésima corrida en que los toros de Santa Ana la Presa fueron malísimos. Sin embargo el sambenito de aquel desaguisado se le colgó a Luis Mazzantini, diestro español que toreó aquella tarde. El 1 de diciembre de 1889 en El Paseo y con destrucción de la plaza, fue motivo más que suficiente que originó una nueva prohibición contra las corridas de toros. Su duración fue de cuatro años.
[27] Vicente Guarner. “Y algo más sobre toros, su soledad sonora”. En El Búho, 286. Sección cultural de Excelsior. 3 de marzo de 1991. Al espectáculo taurino asiste la mayor parte del pueblo, sin que en ello falte ningún representante social. Lo mismo acuden obreros que comerciantes; artesanos que profesionales; ricos que cortos, y artistas en todos los menesteres. Y aristócratas de nuestra nobleza de hoy: la política, que es la única estirpe de “alcurnia” existente en nuestro mundo. La plaza de toros es, en la mayor parte de los países hispano parlantes, en los portugueses parlantes y en ciertas regiones de los mismo franco parlantes, el lugar físico y social en el cual la totalidad del pueblo alterna en una convivencia igualitaria. Un escenario en el que se vive intensamente el mismo paroxismo sicológico y colectivo. Donde el ministro comenta los pormenores con su vecino y lo mismo le alcanza la llama de la emoción y levanta los brazos en pleno éxtasis, que increpa al matador con aspavientos y, a veces, hasta con improperios…
[28] En la corrida del 3 de noviembre de 1867, verificada en la plaza El Paseo Nuevo, los costos eran los siguientes:
Entrada general a sombra: $10
Entrada general a sol: $2
Por otro lado, si algún capitalino quería acudir en esas mismas fechas al “Teatro Nacional” y escuchar una función de ópera allá, en las galerías pagaba la módica cantidad de $0.75. Así también, un adicto a las bebidas generosas pagaba por un decimal, una de a dos, una chica o una catrina, que costaban respectivamente, uno, dos, tres y seis centavos; o un pinto tres tlacos (equivalente a cuatro y medio centavos).
[29] Tamayo, op. cit., p. 526.
[30] A inventar día a día el espectáculo. Así recordamos los intermedios teatrales, las suertes de lazar, colear implícitas en aquel entorno. No podían faltar los “payasos”, las suertes del salto de la garrocha y con dos garrochas también; de “la mamola”, de “la rosa”, “los esqueletos toreros” y un sinfín de “temas con variaciones”.
[31] Antonio García Cubas. El libro de mis recuerdos, p. 356.
[32] Gabriel Ferry (seud.). La vida civil en México, p. 23-4.
[33] Edmundo O’ Gorman. México. El trauma de su historia, p. 32.
[34] Paul J. Vanderwood. Desorden y progreso, bandidos, policías y desarrollo mexicano, p. 74.
[35] Clementina Díaz y de Ovando. “La vida mexicana al filo de la sátira”, p. 103.
[36] Op. cit., p. 107.
►Los escritos del historiador José Francisco Coello Ugalde pueden consultarse a través de su blogs “Aportaciones histórico taurinas mexicana”, en la dirección: http://ahtm.wordpress.com/
0 comentarios