Gobernaba el General don Miguel Barragán, Presidente Interino, del 28 de enero de 1835 al 27 de febrero de 1836. Se vivía en nuestro país un nuevo estado de cosas: los bandazos y la confusión más absoluta regida de la lucha encontrada por el poder, eran clima y ambiente. El divisionismo era patente. Todos ambicionaban un mando que pronto se les iba de las manos al enfrentarse dos tremendas fuerzas: los liberales y los conservadores (en medio de ellos los centralistas y los militares) que contaron, cada uno de ellos, con sus propios correligionarios, que eran legión en cada bando. Con un panorama de tales condiciones se encontró Bernardo Gaviño a su llegada a nuestro país en 1835, aunque se presume que ya estaba desde 1829.
El diestro Manuel Bravo, en compañía del Cónsul mexicano en Orleans, José Álvarez contratan a Gaviño en la Habana. El gaditano se presenta ante el público mexicano el 19 de abril de 1835 en la plaza de toros de “San Pablo”. De hecho no vino a inaugurar la Real Plaza de Toros de San Pablo (lo cual tuvo ocasión el domingo 7 de abril de 1833) como se ha afirmado por ahí. El viajero francés Mathieu de Fossey en su Viaje a México describe cuanto ocurrió aquella tarde inaugural.[1]
Por circunstancias muy particulares, el quehacer taurino no tuvo, para la prensa que abarca buena parte de la tercera década del siglo XIX una importancia sustancial, y casi pasa desapercibido todo aquel acontecimiento ocurrido entre los años de 1836, 1837, 1838, y 1841.[2]
En 1842 encontramos que la “Compañía de gladiadores” encabezada por Gaviño, había cosechado muy buenos triunfos en Puebla luego de actuar en 14 tardes.[3] Esto quiere decir que no habiendo una actividad constante en la capital del país, el gaditano comenzó a buscar un medio donde desarrollarse, puesto que descubre que México posee un terreno sumamente fértil en el cual sienta sus reales logrando que su quehacer comience a gustar entre el público afecto a una diversión sui géneris como es la de los toros. A su llegada a nuestro país se encuentra con que los hermanos Ávila (José María, Sóstenes y Luis) son quienes sostienen el andamiaje del toreo mexicano, un toreo que vive con ellos relativas transformaciones que fueron a darse entre los años de 1808 y 1857, largo período en el que son dueños de la situación.
La figura torera nacional alcanza en aquellas épocas un significado auténtico de deslinde con los valores hispanos, al grado de quedar manifiesto un espíritu de autenticidad misma que se da en México, asumiendo significados que tienen que ver con esa nueva razón de ser, sin soslayar los principios técnicos dispersos en el ambiente. No sabemos con toda precisión el tipo de aspectos que pudieron desarrollarse en la plaza. Esto es, de las maneras o formas en que pusieron en práctica el ejercicio, en por lo menos la fase previa a la presencia del torero gaditano Bernardo Gaviño y Rueda.
Debemos recordar de pasada, el todavía fresco carácter antihispano que prevalece en el ambiente. Pero después de él -a mediados del siglo XIX- va a darse una intensa actividad no solo en la plaza, también en los registros de plumas nacionales y extranjeras.
Si bien, como en España se mostraron intentos por ajustar la lidia de los toros a aspectos técnicos y reglamentarios más acordes con la realidad, en México este fenómeno va a ocurrir y seña de ello es la aplicación de un reglamento en 1822,[4] y luego en 1851 cuando sólo se pretende formalizar de nuevo la fiesta, pues el reglamento se queda en borrador.[5] Todo ello ocurre bajo un cierto desaire, nada peyorativo, que es lo que va a darle al espectáculo un sello de identificación muy especial, pues la fiesta[6] cae en un estado de anarquía, de desorden, pero como tales, legítimos, puesto que anarquía y desorden que pueden conducir al caos, no encaminaron a la diversión pública por esos senderos. De pronto el espectáculo empezó a saturarse de modalidades poco comunes que, al cabo del tiempo se aceptaron en perfecta combinación con el bagaje español. No resultó todo esto un antagonismo. Antes al contrario, ese mestizaje se consolidó aun más con la llegada de Bernardo Gaviño en 1835, conjugándose así una cadena cuyo último eslabón fue Ponciano Díaz.
Parece todo lo anterior fruto de permanentes confusiones. Y sí, efectivamente se dio tal fenómeno, como resultado de sacudirse toda influencia hispánica, al grado de llevar a cabo representaciones del más curioso tono tales como cuadros teatrales que llevaron títulos de este corte: “La Tarasca”, “Los hombres gordos de Europa”, “Los polvos de la Madre Celestina”, “Doña Inés y el convidado de piedra”, “El macetón floreado”, entre muchos otros, que se trasladaron del teatro a la plaza. A esta circunstancia se agregan los hombres fenómenos, globos aerostáticos y hasta el imprescindible coleo,[7] todo ello salpicado de payasos, enanos, saltimbanquis, mujeres toreras sin faltar desde luego la “lid de los toros de muerte”. Esto como base y fundamento del toreo español, que finalmente no desapareció del panorama.
Con toda la mezcla anterior -que tan solo es una parte del gran conjunto de la “fiesta”-, imaginemos la forma en que ocurrieron aquellos festejos, y la forma en que cayeron en ese desorden y esa anarquía auténticamente válidos, pues de alguna manera allí estaban logradas las pretensiones de nuestros antepasados.
Por otro lado, los hermanos Ávila –también toreros- pasan por ocupar un decanato de alrededor de cincuenta años es decir, no hay una precisión al respecto debido a que existen noticias que los remontan a 1808[8] y otras a 1819[9] en Necatitlán, así como en la plaza del Boliche respectivamente; y hasta 1857, tanto Luis como Sóstenes son quienes ocupan la atención.[10]
Gracias a los testimonios de la Marquesa Calderón de la Barca quien en la novena carta de La vida en México deja amplísima relación de una corrida presenciada a principios de 1840, empezamos a conocer parte de aquel ambiente que priva por entonces en la fiesta.[11]
Esta mujer, Frances Erskine Inglis, escocesa de nacimiento, con unas ideas avanzadas y liberales en la cabeza acepta el espectáculo, se deslumbra de él y cumple narrando el desarrollo, al menos, de dos festejos que atestigua, tanto en la ciudad de México, como en Zempoala, Hidalgo.
Madame Calderón de la Barca nos presenta un perfil sobre la personalidad de Bernardo Gaviño, quien vuelve a aparecer en la escena, considerando que las cartas de La vida en México fueron redactadas durante 1840 y 1842 fundamentalmente.
Ambos deben haberse conocido en los constantes encuentros tenidos gracias a invitaciones de los hacendados de la época, quienes no podían dejar de incluir a personajes de tal estatura. Un segundo encuentro se tuvo en la hacienda de Santiago, del señor José Adalid, por los rumbos de Zoapayuca, estado de Hidalgo “viejo caserón que se levanta solitario en medio de grandes campos de magueyes. Junto tiene un jardín abandonado, y entre su enmarañada espesura retozaba un cervatillo domesticado que nos miraba asombrado con ojos salvajes”.[12]
Desde Tulancingo, y al estremecimiento de otra corrida (en la que seguramente también participó Bernardo Gaviño), madame Calderón lanzó una famosa sentencia que luego se convirtió en complacencia que va así:
¡Otra corrida de toros ayer (8 de mayo, en Tulancingo) por la tarde! Es como con el pulque, al principio le tuerce uno el gesto, y después se comienza a tomarle el gusto (…).[13]
Estas dos cartas, la N° IX y XVI aportan datos significativos sobre la personalidad de Bernardo Gaviño, pero fundamentalmente nos dan elementos sobre un torero que no se ha perdido del panorama. Antes al contrario, se está afianzando en nuestro país y si se ha perdido en el lustro que va de 1835 a 1840 es por razón de que no se encuentran noticias en la prensa de aquellos momentos. Por azar y por fortuna, madame Calderón de la Barca vuelve a ponerlo en circulación, manifestando que se trata de un matador que ocupa un sitio con estatura similar a la que tienen los hermanos Ávila, de Andrés Chávez o de Manuel Bravo, por entonces los diestros más connotados del momento.
Además, Gaviño como se ve, está siendo acogido por la créme de la sociedad. Es amigo de personajes como el conde de la Cortina, de hacendados como los Adalid, los Cervantes, entre otros. Su participación en fiestas destinadas a exaltar a presidentes, generales o situaciones patrióticas, a pesar de ser español, pero tan mexicano por avenirse a tales circunstancias sin ningún recato, lo van colocando en lugar privilegiado, situación que debe haber aprovechado de manera inteligente, puesto que su influencia en un medio que le permitía tal condición por haber muy pocas opciones, y ser él quien encabezara al pequeño grupo de toreros encumbrados, fueron moldeando un sistema que le beneficiaba, al grado de convertirse, sin quererlo o no, en un diestro que pudo ostentar el control del toreo en México.
Si en Aguascalientes el “cacique” taurino (el término no pretende ser peyorativo) era Gregorio González, el centro del país estaba dominado por el diestro gaditano, quien no encontraba mayor amenaza en los hermanos Ávila, puesto que cada quien tenía establecido su territorio y, al fin y al cabo, todo estaba convertido en un enorme conjunto de feudos o monopolios perfectamente delimitados, reconocidos y respetados por sus propios públicos.
Con toda seguridad, el ambiente que dominaba a México “caló” en Gaviño, al grado de que su presencia en los ruedos estará determinada por un conjunto delimitado de espectáculos donde el pretexto a celebrar era el político. Buena cantidad de corridas de toros organizadas durante el esplendor de Bernardo fueron de este corte; también muchas las que se efectuaban por el simple hecho de cumplir con una temporada. Además se integra al todo de la fiesta, puesto que es uno más de los actores de la escena maravillosa y fascinante de aquella “armonía de la invención”, irrumpiendo en formas que llegan a tocar los excesos de espectáculos que materialmente lindan con lo teatral y lo efímero puestos en escena en la Real Plaza de toros de San Pablo, o más tarde en la del Paseo Nuevo, pero sin perder su encanto.
Bernardo Gaviño y Rueda ya solo tendrá que salir al extranjero a cumplir algún contrato convenido con “empresas” del Perú, fundamentalmente o de Cuba también. Incluso, muchos nos hacemos la pregunta: ¿Regresa a España? En realidad no lo sabemos.
Carlos Cuesta Baquero (1865-1951) es un reconocido periodista taurino que desarrolla su quehacer entre los años de 1886 y 1951. Le toca vivir la etapa más variable de la fiesta mexicana, que deja de serlo, para convertirse en española. Esto es, el propio Cuesta Baquero escribió que “nunca ha existido una tauromaquia positivamente mexicana, sino que siempre ha sido la española practicada por mexicanos”. No es nada más un espectador del acontecimiento. Lo narra y lo interpreta a tal grado, que leyendo sus incontables notas, nos damos cuenta del giro radical que sufrió el espectáculo taurino mexicano entre la influencia de Gaviño y más tarde, con la del nuevo grupo de españoles que sentaron sus reales desde 1885, con la llegada de José Machío, mismo que dejará sembrada la semilla que más tarde, en 1887 vendrán a cultivar Luis Mazzantini, Ramón López, Diego Prieto o Saturnino Frutos.
Roque Solares Tacubac, anagrama de Carlos Cuesta Baquero nos da una visión que comprende perfectamente a Bernardo Gaviño con el siguiente perfil:
Gaviño estaba educado en la hoy anticuada escuela del toreo, en aquella que requería valor, pero escasísimo arte y ningún plasticismo -acéptese como apropiado este vocablo- y conforme a ella hay que estudiarle y censurarlo o elogiarlo.
En parangón con matadores de su misma escuela no era una nulidad. Si vivieran pudieran atestiguarlo el Barbero (Juan Pastor), el Lavi (Manuel Díaz) y el Salamanquino (Julián Casas) a quienes acompañó en los redondeles de Cuba y Lima.
Cuando Gaviño estaba en su apogeo era igualmente diestro o más que los citados y entonces fue cuando dio en la plaza del Paseo de Bucareli corridas que produjeron en los espectadores alborozo (…)
He dicho lo bueno, también tengo que decir lo malo; aquello en que justamente ha sido censurado.
Bernardo no fue un corruptor del toreo, pero sí un obstruccionista que retardó la evolución.
Luego que llegaban toreros españoles, hacía todo lo posible porque no toreasen. Ponía en juego influencias e intrigas para que no los contratasen y si no lograba su propósito mandaba a las plazas de toros chusmas que llevaban la consigna de lapidar y decir insultos a los nuevos toreros.
Por esta temible enemistad no toreaban sino escaso número de corridas y se marchaban descorazonados.
Con mucha razón, muy justamente, los diestros españoles no apreciaban a su paisano y le daban el título de renegado.
Es muy severo y denigrante el cargo que lanzo al decano, pero está comprobado. Antes que yo, a raíz de aquellos escándalos, se lo hicieron, con datos fidedignos, periódicos bien informados. Recórranse las colecciones de El siglo XIX y de El Monitor Republicano y en ellas se hallarán los comprobantes.[14]
A Gaviño no le convenía prestarse a la apertura. Tenía bien controlado el sistema de la fiesta que ocurría en nuestro país, sobre todo porque su centralismo era avasallador.[15] Dicha actitud despótica, propia de un tirano, descubre el lado oscuro del gaditano, quien además de todo, quiere apropiarse del panorama en su conjunto, sin dar lugar a las concesiones.
De nuevo reaparece actuando en la Plaza Principal de toros de San Pablo el 2 de febrero de 1842, en una función en obsequio del Exmo. Sr. general presidente, benemérito de la Patria, D. Antonio López de Santa Anna en la que, según dato recogido en El Siglo XIX, Nº 117, del martes 1º de febrero de 1842. Mes y medio más tarde se registra otra actuación del gaditano.[16]
Ambos, Gaviño y Santa Anna parecen conducirse por semejanzas que los pone tan cerca de unos parámetros solamente separados porque uno era presidente; el otro, torero. Los dos, al fin y al cabo, personajes públicos de alta resonancia por entonces.
Bernardo va a emprender su memorable, trágico y heroico viaje a Chihuahua en 1844.
Es contratado para actuar en la remota Villa de Allende del Valle de San Bartolo, Chihuahua para torear los días de feria (en febrero), a mañana y tarde. Echaremos mano de un folleto de suma rareza: RECUERDOS DE BERNARDO GAVIÑO[17] que apareció dos años después de la muerte del diestro escrito por el TÍO PUNTILLA.
(…) sale el diestro de Durango con su cuadrilla compuesta de jóvenes valientes, hábiles en la tauromaquia, de buen personal y con vestuario riquísimo al lugar donde fueron llamados, se acompañaron con un convoy de comerciantes de la misma ciudad y después de algunos días de camino, fueron asaltados en el punto llamado “Palo Chico” por un crecido número de bárbaros de la tribu Comanche, con quienes se batieron exasperadamente desde las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde, que huyeron los bárbaros, porque vieron el auxilio que de la hacienda de la Sarca [Durango] les fue á los asaltados [gracias a el “sota” que guiaba la diligencia], que casi todos fueron muertos, quedando únicamente en pié y herido, el valiente Bernardo Gaviño y dos de los de su cuadrilla, Fernando Hernández, banderillero y Vicente Cruz, notable picador. Los tres que sobrevivieron á los sesenta y cuatro que sucumbieron, continuaron su camino con pérdida de cuanto poseían; llegaron al punto de su destino, Bernardo Sana de su herida, completa provisionalmente su cuadrilla con algunos toreros que se le presentaron, y queda listo para cumplir su compromiso, lo cual verificó de una manera sorprendente, como se verá por el siguiente lance que ocasionó la muerte repentina de un anciano entusiasta, que vino desde Paso del Norte con solo la curiosidad de ver torear á su paisano, el diestro y valiente Bernardo Gaviño.[18]
Por el acto de valentía demostrado en tan agitados momentos, el gobierno lo condecoró con la cruz del “Héroe de Palo Chino” en recompensa a su denuedo.[19]
Se pueden entresacar algunos comentarios de la cita anterior, diciendo que el torero español había salido de Durango, lugar al que fue a torear y sitio al que llegó después de haber visitado otros tantos en los que cumplió varios contratos de actuación, puesto que el trayecto a lugares tan lejanos, obligaba a permanecer algún tiempo, el razonadamente indispensable, pero aprovechado para contraer compromisos propios de la profesión. Giras de esa magnitud comprendían un cúmulo importante de días o hasta de semanas, recorriendo caminos como recorrer aventuras y estando, como estuvo, a expensas de los bandidos. Además de promoverse, ganaba muy buen dinero.
La crónica de una de estas tardes, aparece íntegra en el mismo folleto consultado, por lo que me parece importante reproducirla.
Tercer día por la tarde, sexta corrida en el redondel levantado para las fiestas. Comienza la lidia con toros de la hacienda del Terrón; primer toro, grande alzada, achampurrado, fogoso, bien cornado, fue picado, tomó seis varas, dio muerte á tres jamelgos, recibió tres pares de banderillas y le dio fin Bernardo con un mete y saca, después de dos pases de muleta: segundo toro, del mismo color que el anterior, matrero y buscador, tomó cuatro varas, tres pares de banderillas y una flor en la frente que después se la quitó el loco que se la había puesto; le dio muerte con dos estocadas, una alta y otra baja á volapié Fernando Hernández; tercer toro, ceniciento ahumado, soberbio bicho, cargado, revoltoso y barrendero; tomó seis varas, pero se llevó igual número de bucéfalos por lo que se paralizó la escena, la fiera se enseñoreaba con sus víctimas, el público gritaba frenéticamente, ¡picadores! ¡picadores! y no se presentaban porque ya no había caballos; por fin sale el intrépido Vicente Cruz en un rocinante pedido á un particular, y favorecido por Bernardo con la capa, se le presenta al bicho, lo hace tomar dos varas con la pica á la puente del freno; pero á la tercera fue tan feroz la embestida de la fiera, que á la cabalgadura y al ginete los levantó y echó fuera de la barrera, quedando otra vez paralizada la lid; pero el ágil Bernardo le parte con la capa al terrible animal que la recibe muy bien, juega con ella, lo emborracha, lo persigna, y le da una fuerte palmada en el hocico, gritándole ¡Quite ute de aquí! y el soberbio bicho obedeció con la mayor humildad; tomó después tres pares de banderillas que le puso de frente Bernardo, con aquel salero y gracia propia de Andalucía, siguió el lance ó suerte de la muerte por el mismo gladiador, la ejecutó de la manera sorprendente, pues no hizo más que un pase de muleta, estocó en la trasnuca a la fiera, cayó á sus pies con la cabeza levantada á donde inmediatamente le puso Bernardo la planta de su pié derecho y saludó al público: cuarto y último toro de muerte, grande, capirote, de juego á plomo y rascador, tomó cuatro varas sin matar ni herir a ningún caballo, recibió tres pares de banderillas, y Vicente Cruz le dio fin á caballo con el auxilio de la capa de Bernardo, le entró bien el toro, y recibió éste un limpio mete y saca con lo que cayó muerto.
¿Podrán los mexicanos ver otra cosa mejor? puede ser que sí, pero es muy difícil.[20]
Llama la atención una serie de términos empleados por el “cronista” quien además de todo nos da una reseña completa de la actuación de Bernardo en Villa de Allende del Valle de San Bartolo, Chihuahua. Sabemos que por aquellos rumbos existió una hacienda, la del Terrón que suministraba toros para fiestas como las de esa ocasión. Que achampurrado es una pinta semejante al castaño o berrendo en castaño. Que ese toro salió matrero porque era astuto y desconfiado. Y si probablemente la pinta del tercero era la de un cárdeno oscuro, por eso los denominaban ceniciento ahumado. Además resultó cargado, revoltoso y barrendero, cargado, porque era un animal mañoso que se obstina en salir de donde se le tiene encerrado, es decir “aquerenciado”; revoltoso por su lidia incierta y barrendero, por ser un animal asustadizo o manso. “…á la puente del freno”, peligrosa forma de picar al toro, frente a frente del caballo del picador. Suerte de colear, actualmente en desuso. Además, el término nos lo amplía Luis G. Inclán con la siguiente explicación:
SUERTES A CABALLO. A PUENTE DE FRENO. Cuando se tiene ya la pica asegurada en la arca y solo se alza un poco, para que prendiéndola al humillar, quede cuando más, cosa de media vara de pica distante del puente del freno ú hocico del caballo.[21]
Estocó en la trasnuca es un descabello simple y sencillamente. Capirote que se distingue por tener entre cabeza y cuello pelo más oscuro que el de la capa. Y por último rascador, comportamiento de un toro que se duele de alguna herida y rascando la arena hace que esta llegue al sitio donde quedó divisa, banderillas o los boquetes de los puyazos.
El apunte nos dice que Bernardo ponía banderillas “con aquel salero y gracia propia de Andalucía”, que la “faena” consistía en uno, o dos pases de muleta, suficientes para ejecutar la “suerte suprema” o estocada, y que Bernardo se lucía en desplantes aplaudidos a rabiar por los espectadores.
Bernardo Gaviño contaba entonces con 31 años de edad y 9 de estar actuando en tierras mexicanas. Su fama crecía como la espuma del mar, gozando así del favor popular. La forma en que se difundía la trayectoria de un personaje como este se dejaba en manos de una prensa que apenas da cierta idea, gracias a que incluyen crónicas austeras, pero suficientes para enterarnos donde andaba el “ídolo” y si toreaba, a qué fecha correspondía la actuación y dónde. Pero la musa popular hizo lo que no logró la prensa en muchas ocasiones. En la vida y en la muerte le fueron dedicados buen número de versos al gaditano, como el que a continuación presento, y que guarda relación con los hechos ocurridos en Durango, en 1844:
Caminabas tranquilo y muy gozoso
Pero tú, Bernardo, firme y valeroso
Eterna sea siempre tu memoria,
En octubre de 1845, Bernardo Gaviño se involucró en una más de aquellas incursiones que eran permitidas por un espectáculo a la sazón, dinámico y novedoso. El día 15 de aquel mes solicita, en sus primeros pasos como empresa, una licencia para presentar la lucha de un león africano y un toro en la plaza de San Pablo. Luego de pasar a revisión el oficio enviado por Gaviño, determinó la comisión de diversiones no estar de acuerdo en que se presenten espectáculos de ferocidad, pero que aprueba la petición y propone pague el interesado la cuota de 8 pesos.[23] El espectáculo se efectuó el domingo 26 de octubre.
De esa forma, Bernardo emprende una modalidad cercana a la de su profesión: la de irse convirtiendo poco a poco en empresario, actividad compartida con la tauromaquia.
Ahora bien, y como apunta Heriberto Lanfranchi en su obra La fiesta brava en México y en España, 1519-1969, para 1846 la plaza de toros de San Pablo debe haber sido escenario para una cantidad importante de festejos, pero solo de dos programas uno tiene a Bernardo Gaviño como protagonista. Veamos.
PLAZA DE TOROS DE SAN PABLO. Domingo 19 de abril de 1846.
“La satisfacción que me acompaña al ver en parte cumplidos mis desvelos, que sólo tienden a divertir completamente a este público tan respetable como bondadoso, me obliga a manifestar que los toros de la corrida de hoy se presentarán, sin duda alguna, con más arrogancia y bravura que los de la anterior, por haberse desechado ya el cansancio del camino
“Se lidiarán esta tarde por la compañía cinco arrogantes toros de la muy acreditada vacada de ATENCO, y un toro embolado para la chistosa mojiganga del Chasco de los Viandantes, o la Entrega del Criado.
“Concluyendo la función con un gran coleadero de cuatro toros a la competencia.
Bernardo Gaviño.
“La función comenzará después de la cuatro y media”.[24]
Lo que nos dice el gaditano en esta “dedicatoria” es que él mismo tuvo una actuación anterior en la que los toros no fueron del todo buenos para lucirse. Además, era común traerlos luego de haber sido comprados en las haciendas sin más recurso que a pie, echando mano de los mejores jinetes, porque con toda seguridad, el arribo de los toros a la plaza invertía algunos días de trayecto. Generalmente llegaban en horas de la madrugada para no entorpecer la vida citadina.
Además era ya toda una costumbre que el festejo no era exclusivamente una “corrida de toros” como es común en nuestros días. Se incorporaban pequeñas representaciones de carácter teatral en las que participaba un grupo de personajes quienes, con toda seguridad vestían acordes a la temática presentada. Si bien, en la corrida del 19 de abril fueron lidiados 5 de Atenco, hubo uno más “embolado” para la mojiganga o representación que ya he citado. No conformes con todo aquello, además hubo un coleadero de cuatro toros. Esta parte del festejo, con una fuerte carga de lo nacional, era complementaria. Sin embargo nos deja entrever que la presencia del quehacer en el campo podía filtrarse a las plazas y compartir con toda una inventiva, fenómeno cotidiano digo, porque los festejos organizados no esperaban el domingo. Cualquier día de la semana, excepto las fiestas religiosas, podían contener un espectáculo de esta naturaleza. Además, en aquellas corridas era común el “payaso o el loco”, grotescamente vestido, no con traje de torear sino con alguno diverso. Llevaba la cara enharinada y con manchas rojas de color bermellón sobre los carrillos y labios. Cubría la cabeza con un sombrero de forma cónica, terminado en una borla, o bien con una boina. El cometido de ese bufón taurino, era hacer gracejadas que no tenían ingeniosidad, pero eran suficientes para provocar risotadas en muchos bobalicones concurrentes. Desempeñaba su tarea luego que el toro estaba muerto, mientras que era arrastrado por los lazadores, pues tampoco eran empleados los tiros de mulas, utilizados posteriormente, cuando las corridas eran ya una réplica del modelo español.
Para los años de vigencia del gaditano el “paseo de las cuadrillas” no tenía el fascinante colorido que luego adquirió. No era pincelada de tan extraordinaria belleza como la describen todos los relatores de la fiesta taurina. “Pincelada que cautiva a los extranjeros y que emociona siempre agradablemente a los nativos de los países donde hay tauromaquia. El paseo de las cuadrillas ha sido asunto para infinidad de descripciones literarias y para multitud de cuadros pictóricos” (Carlos Cuesta Baquero).
Es de lamentar el poco interés dedicado por la prensa a las corridas de toros. No había entonces un consenso formal o hasta profesional del “cronista” por lo que dejaron escapar buenas oportunidad de reseñar una especie de fascinación permanente, asunto que entendieron algunos viajeros extranjeros y plumas del país que, pretendiendo descubrir esencias de una nación enfrascada en demasiadas utopías, logran retratar al “ser” del mexicano en la segunda mitad del siglo XIX.[25] Ahora bien, la insistencia de mencionar este “descuido” de la prensa en varias ocasiones es porque buena parte del transitar de una fiesta tan intensa no podía quedar tan menospreciado. Si bien, Heriberto Lanfranchi menciona que la primera crónica taurina publicada en México data de la corrida efectuada el jueves 23 de septiembre de 1852, y que apareció en El Orden Nº 50 del martes 28 de septiembre siguiente, es una evidencia clara de que hasta ese momento, quizá bajo una proyección más relevante, demuestra que ya interesaba el toreo como espectáculo más organizado o más atractivo en cuanto forma de su representación. A lo largo de la trayectoria taurina de Bernardo Gaviño sí quedan registrados diversos testimonios, aunque áridos y apenas suficientes para entender el acontecimiento que era en sí cada corrida, la cual, por lo que nos dicen los carteles, era una propuesta de suyo increíble, generadora de multitud de cuadros representados en una misma función; y todo por un mismo boleto.
Estamos en 1847, año que tuvo su momento más desagradable cuando el 15 de septiembre y en la plaza de armas (hoy de la Constitución) los mexicanos, entre admirados y heridos en su patriotismo veían izada la bandera de las barras y las estrellas. Poca actividad, diría que nula se registró durante ese año, puesto que el maderamen de la Real Plaza de toros de San Pablo fue empleado para servir como trinchera en los distintos lugares donde la estrategia militar así lo requería.
Se cuenta con una nota escrita por Juan Corrales Mateos, biógrafo del gaditano por entonces, quien afirma que Gaviño era un “torero genial y de una gracia singular”, luego de verlo actuar en la Habana en el año de 1848, acompañándose con una cuadrilla formada por mexicanos.
Y no es sino hasta el domingo 15 de diciembre de 1850 en que se reestrena la Real Plaza de toros de San Pablo, misma que tuvo que ser reformada para que la asistencia, incluyendo al Exmo. Sr. Presidente de la República, general de división D. José Joaquín Herrera, presenciaran una corrida en la que se lidiaron “seis arrogantes toros del famoso cercado de ATENCO… por los diestros discípulos de Bernardo Gaviño”.[26]
Lo anterior deja ver a Gaviño convertido en tutor, en maestro de un grupo de toreros que, próximos a él, desean seguir sus pasos, los cuales no se pueden dar si no hay detrás de todo esto una verdadera formación, la cual está legando Bernardo. Dicho legado lo proporcionó a los toreros mexicanos bajo la convicción de que era más útil a los mexicanos que a intrusos con intenciones de desplazarlo del protagonismo.
Con esto se promovía el aspecto del discutido “nacionalismo taurino” que, como todo principio novedoso, permitía el que se establecieran reglas al estilo del más puro sentido mexicano, sin ignorar que era el propio espada español quien aportaba estos aspectos apoyado en su formación y su aprendizaje antes de venir definitivamente a América. Esto es, el toreo era la representación de una fiesta española a la mexicana. O lo que es lo mismo:
“Nunca ha existido una tauromaquia positivamente mexicana, sino que siempre ha sido la española practicada por mexicanos”. (Carlos Cuesta Baquero), sentencia que ofrece un valor interpretativo de lo que ha sido la evolución del toreo en nuestro país.
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[1] Mathieu de Fossey: Viaje a México. Prólogo de José Ortiz Monasterio. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1994. 226 p. (Mirada viajera).
[2] Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en…, Op. cit., T. I., p. 132-33.
[3] Op. cit., p. 134.
[4] El jefe superior interino de la provincia de México Luis Quintanar expidió el 6 de abril de 1822 un AVISO AL PUBLICO que pasa por ser uno de los primeros reglamentos (aunque desde 1768 y luego en 1770 ya se dispusieron medidas para el buen orden de la lidia).
[5] Archivo Histórico del Distrito Federal. En adelante: [A.H.C.M.] Ramo: Diversiones Públicas, Toros Leg. 856 exp. 102. Proyecto de reglamento para estas diversiones. 1851, Reglamento de toros, 5 f.
[6] Josef Pieper: Una teoría de la fiesta. Madrid, Rialp, S.A., 1974 (Libros de Bolsillo Rialp, 69), p. 17. Celebrar una fiesta significa, por supuesto, hacer algo liberado de toda relación imaginable con un fin ajeno y de todo “por” y “para”.
[7] Lanfranchi: La fiesta brava…, Op. cit., T. I., p. 128. Para la definición de “coleo”, véase ANEXO Nº 5.
[8] Armando de María y Campos: Ponciano El torero con bigotes. México, ediciones Xóchitl, 1943. (Vidas mexicanas, 7)., p. 23. “…los hermanos Ávila que el día en que fue inaugurada la plaza provisional, de madera en la plazuela de Necatitlán, el 13 de agosto de 1808, se presentaron a torear por primera vez en México…: “Capitán de cuadrilla que matará toros con espada por primera vez en esta muy noble y leal Ciudad de México, Sóstenes Ávila.-Segundo matador, José María Ávila. Si se inutilizara alguno de estos dos toreros por causa de los toros, entonces matará Luis Ávila, hermanos de los anteriores y no menos entendido que ellos.” Cfr. Lanfranchi, Op. cit., T. II., p. 767. Plaza de “Necatitlán”. De madera, funcionó aproximadamente de 1826 a 1834 [aunque Gabriel Ferry que es seudónimo de Luis de Bellamare la describe en una visita que hizo en 1845 y queda registrada en sus Escenas de la vida mexicana. N. del A.], cuando fue desmantelada. Estaba situada cerca de la actual cerrada de Necatitlán, a un lado de la calle Cinco de Febrero.
[9] Armando de María y Campos: Imagen del mexicano en los toros. México, “Al sonar el clarín”, 1953., p. 167-9. El 1º de marzo de 1819 tomaron parte los hermanos Ávila en una corrida en la plaza de “El Boliche” con toros de Puruagua.
[10] Fue la tarde del 26 de julio de 1857 en que la historia les registra por última vez, pues a partir de ese momento se les pierde todo rastro. Sin embargo, vid. Armando de María y Campos: Los toros en México en el siglo XIX, 1810-1863. Reportazgo retrospectivo de exploración y aventura. México, Acción moderna mercantil, S.A., 1938., p. 73. El 13 de junio de 1858 y en la plaza de toros del Paseo Nuevo participó la cuadrilla de Sóstenes Ávila en la lidia de toros de La Quemada.
Para esa época actúan, de 1819 a 1867 las siguientes figuras:
(T) Torero; (B) Banderillero. (P) Picvado.r (O). Otros
Felipe Estrada (T), José Antonio Rea (T), José María Ríos (B),Guadalupe Granados (B), Vicente Soria (B), José María Montesinos (B), Joaquín Roxas (O) (Loco), José Alzate (O) (Loco), Xavier Tenorio (P), Ramón Gándara (P), Ignacio Álvarez (P), José Ma. Castillo (P), Luis Ávila (T) (desde 1819), Sóstenes Ávila (T) (desde 1808), José María Ávila (T) (desde 1808), Basilio Quijón (T) (ca. 1820), Bernardo Gaviño y Rueda (T) (desde 1835), José Sánchez (T) (español), Victoriana Sánchez (T), Caralampio Acosta (P), Pablo Mendoza (T), Andrés Chávez (T), Victoriano Guevara (T), Vicente Guzmán (P), José González “Judas” (B), Juan Corona (P), Dolores Baños (T), Soledad Gómez (T), Manuela García (T), Mariano González “La Monja” (T), Antonio Duarte “Cúchares” (T) (español), Francisco Torregosa (T), Ignacio del Valle (B), José Delgado (B), Antonio Campos (B), Manuel Lozano García (B), José Arenas, de Chiclana (P), Juan Trujillo, de Jeréz (P), Pilar Cruz (P), Diego Olvera (P), Tomás Rodríguez (B), Magdaleno Vera (P), Refugio Macías (Picadora), Ignacio Gadea (O) (banderilleaba desde el caballo), Serapio Enríquez (P), Antonio Cerrilla (O) (desde el caballo), Fernando Hernández (T), Lorenzo Delgado (B), Joaquín López “El Andaluz” (B), Lázaro Sánchez (B), Francisco Soria “El Moreliano” (B), Tomás Rodríguez (B), Manuel Gaviño (B) (hermano de Bernardo), Esteban Delgado (P), José Ma. Castillo (B), Lázaro Caballero (P), Antonio Escamilla (P), Antonio Rea (P), Cenobio Morado (P), Francisco Cuellar (B), oaquín Pérez (B), Alejo Garza, “El hombre fenómeno” (O) (se le llamaba así por faltarle los brazos y realizar durante sus participaciones una diversidad de actos y de suertes inverosímiles), Ireneo Méndez (B), Ángeles Amaya (T), Mariana Gil (T), María Guadalupe Padilla (T), Carolina Perea (T), Antonia Trejo (T), Victoriana Gil (T), Ignacia Ruiz “La Barragana” (T), Antonia Gutiérrez (O) (de a caballo)
70 figuras -de una lista que puede aumentar- son las que conforman el espacio ya indicado y en el cual podemos apreciar la participación directa de mujeres y aquellas consecuencias del quehacer campirano que encontró extensión en los ruedos.
Fuentes como la de Lanfranchi: La fiesta brava en…, Op. cit., T. I. p. 119-72; Benjamín Flores Hernández: La ciudad y la fiesta. Tres siglos y medio de tauromaquia en México, 1526-1867. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1976. 146 p. (Colección Regiones de México). p. 81-124 y María y Campos: Ponciano el…, Op. cit., p. 27-87, suministran la información reunida bloques arriba.
[11] Flores Hernández: Op. cit., p. 98. Cfr. Madame Calderón de la Barca: La vida en México, durante una residencia de dos años en ese país. 6a. edición. Traducción y prólogo de Felipe Teixidor. México, Editorial Porrúa, S.A., 1981. (“Sepan Cuántos…”, 74)., p. 58-9.
Carta IX, fechada en enero 5 de 1840.
Esta mañana temprano, día de la corrida de toros extraordinaria [a efectuarse en la Real Plaza de toros de San Pablo], aparecieron unos carteles en todas las esquinas, anunciándola, junto con ¡un retrato de Calderón! El Conde de la Cortina [don José Justo Gómez de la Cortina y Gómez de la Cortina] vino poco después del almuerzo, acompañado de Bernardo, el primer matador, a quien nos trajo a presentar. Os envío el convite impreso en seda de color blanco, orla de encaje de plata y unas borlitas colgando de cada esquina, para que veáis con qué primor suelen hacer aquí estas cosas. El matador es un hombre guapo, pero de exterior torpe, aunque dicen que es de una gran agilidad y muy hábil.
[12] Calderón de la Barca: Op. cit., p. 116-19.
[13] Ibidem., p. 119.
[14] Carlos Cuesta Baquero (Roque Solares Tacubac): Historia de la tauromaquia en el Distrito Federal. 1885-1905. México, Tipografía José del Rivero, sucesor y Andrés Botas editor, respectivamente. Tomos I y II. T. I., p. 368.
[15] [B.N./F.R./C.S.C.] Caja 18, referencia 18/267. (Véase Anexo número uno).
Este documento es una clara evidencia de la actitud feudal de Bernardo Gaviño quien se negó rotundamente a que se surtieran de toros a cuatro corridas, en el fondo, programadas por José Ma. Hernández “El Toluqueño” quien se remontó a hacer empresa en Puebla, fallando en el intento, por el bloqueo de Bernardo.
[16] Lanfranchi: La fiesta brava en…, Op. cit., T. I., p. 1mexicano Los toros que se han de lidiar son escogidos a toda prueba. Se ejecutarán varios lances, difíciles y peligrosos; los coleadores darán más realce a la función, ejercitando su destreza con dos toros que se tienen separados para el efecto. Un toro luchará con los perros que se le echen; y ocho figurones montados en burro y a pie, picarán, banderillearán y matarán otro toro… (El Siglo XIX, No 171, del dom. 27 de marzo de 1842).
[17] RECUERDOS DE BERNARDO GAVIÑORRON en la plaza de Texcoco el 31 de enero de 1886. Versos de su testamento y canción popular a PONCIANO DIAZ. Orizaba, Tip. Popular, Juan C. Aguilar, 1888. Véase: Lecturas taurinas del siglo XIX. México, Bibliófilos Taurinos de México-Socicultur, INBA, Plaza-Valdés, 1989. (p. 97-114).
[18] Op. cit, p. 100.
[19] El Por qué de los toros y arte de torear de a pie y a caballo por el Bachiller Tauromaquia. Habana, imprenta de Barcina, 1853, (p. 142-3).
[20]
[21] Luis G. Inclán: ESPLICACIÓN DE LAS SUERTES DE TAUROMAQUIA QUE EJECUTAN LOS DIESTROS EN LAS CORRIDAS DE TOROS, SACADA DEL ARTE DE TOREAR ESCRITA POR EL DISTINGUIDO MAESTRO FRANCISCO MONTES. México, Imprenta de Inclán, San José el Real Núm. 7. 1862. Edición facsimilar presentada por la Unión de Bibliófilos Taurinos de España. Madrid, 1995., p. 36.
[22] María y Campos: Ponciano, el…, Op. cit., p. 70.
[23] Raquel Alfonseca Arredondo: Catálogo del Archivo Histórico del Distrito Federal: ramo “diversiones públicas en general”. Las diversiones públicas en la ciudad de México durante la primera mitad del siglo XIX, un espejo de la socixico, Facultad de Filosofía y Letras, 1999. 125 + 403 p. [A.H.C.M.] Ramo: Diversiones Públicas en General, T. III, Núm. inventario 798, expedientes 110 al 203, 1843-1850 (N.R. 1263 a 1285).
[24] Lanfranchi: Op. cit., p. 135. El Espectador. No 23, año I, del sáb. 18 de abril de 1846.
[25] El mestizaje como fenómeno histórico se consolida en el siglo antepasado y con la independencia, buscando “ser” “nosotros”. Esta doble afirmación del “ser” como entidad y “nosotros” como el conjunto todo de nuevos ciudadanos, es un permanente desentrañar sobre lo que fue; sobre lo que es, y sobre lo que será la voluntad del mexicano enHistóricamente es un proceso que, además de complicado por los múltiples factores incluidos para su constitución, transitó en momentos en que la nueva nación se debatía en las luchas por el poder. Sin embargo, el mestizaje se yergue orgulloso, como extensión del criollismo novohispano, pero también como integración concreta, fruto de la unión del padre español y
“PRIMERA CORRIDA DE TOROS”.-En el antiguo local se ha levantado una vistosísima plaza bajo las mismas proporciones de la antigua, la cual se halla adornada con un hermoso palco de presidencia, que fue ocupado por la primera autoridad de la República y algunos de los Sres. ministros. Los bichos fueron generalmente buenos, aunque algo jóvenes. La cuadrilla trabajó bastante bien, aunque los coleadores no fueron de los muy diestros, y los espadas, ya sea por la flojera de los animales, ya por el endeble temple de las hojas, mataron con bastante desgracia; y los picadores y chulillos fatigaron demasiado a los toros.
“La concurrencia fue numerosísima, y tan sólo hubo que extrañarse la multitud de frutas y objetos arrojados durante la corrida en la plaza, lo que podía muy bien ocasionar algún desagradable lance a los lidiadores; y lo más digno de censura fue la lluvia de cojines que se arrojaron en el palenque mientras se lidio la última bestia, ocurrencia que debe tanto más extrañarse por hallarse presente el Presidente de la República”. (El Universal. Nº 761, del lunes 16 de diciembre de 1850).
►Los escritos del historiador José Francisco Coello Ugalde pueden consultarse a través de su blogs “Aportaciones histórico taurinas mexicana”, en la dirección: http://ahtm.wordpress.com/
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