Finalizaba el siglo XVI y la Nueva España en su conjunto mostraba una cohesión muy avanzada en diversos aspectos sociales, políticos, económicos y religiosos. Sin embargo todavía se dejaba notar una resistencia por parte de los naturales, quienes no deseaban quedar sometidos a la opresión española que continuaba con su empeño gracias al enorme peso de instituciones –políticas o religiosas-, las cuales fueron clave en la configuración que anhelaba el imperio.
Difíciles tiempos en que dos culturas suma de otras y con un largo camino que solo las disociaba, buscaron a través de un entendimiento mutuo (que otros entienden como sometimiento) encaminar sus relaciones con objeto si no del equilibrio perfecto, al menos procuraron conseguir la armonía que permitiera avanzar frente a los tiempos que se imponían. En ese complejo estado de la cuestión, se consolidaban las primeras unidades de producción agrícola y ganadero (ya como encomiendas, ya como estancias) que incluyeron la crianza de ganados mayores y menores, crianza que no necesariamente contemplaba aquella labor destinada a producir; o mejor aún crear o criar un toro destinado para el tipo de fiestas que se celebraban por entonces. En algunas declaraciones ubicadas a principios del siglo XVII, se menciona el término de “bravo” o “bravura” justo cuando uno o más toros destacaban de aquel conjunto considerable destinado para festejos donde solían correrse y alancearse hasta 100 en cosa de unos pocos días.
Cabezas de ganado vacuno concentrado en un corral, fotografía aérea que
parece decirnos como se pudo comportar el ámbito rural en mayores dimensiones,
tantas, que rebasaban las cercas levantadas ex profeso para evitar el crecimiento
desmesurado que se dio durante el “siglo de la depresión”.Fuente: México.
Una visión de altura. Un recorrido Aéreo del Pasado
al Presente. Introducción de Carlos Fuentes. Fotografías de Michael
Calderwood. México, ALTI Publishing, 1992. 192 pp. Fots., ils.
Sin embargo, la puesta en escena detentada por nobles y caballeros en el espacio urbano, determinaba condiciones específicas de un tipo de representación vinculada con patrones cuyos dictados surgían a su vez de diversos tratados –a la jineta o a la brida- que entonces se impusieron como normas muy rigurosas que guardaban íntima relación con los códigos de honor y cuya línea de enlace estaba relacionada con los antiguos libros de caballería.
El ganado vacuno complementó el sentido de vida cotidiana de españoles en América.
Fuente: Archivo General de la Nación [A.G.N.] Fondo: C.B. WAITE., 1908.
Ya hemos visto con detalle en qué medida, la presencia e influencia de Juan Suárez de Peralta fue notoria en al menos la segunda mitad del siglo XVI. Se desconoce si luego de él hubo entre los propios actores otras normas a seguir, aunque es de suponer que las líneas de interpretación estaban más que señaladas desde el otro lado del mundo, con la salvedad que aquí se impuso una peculiar vestimenta que aderezaba en forma distintiva muchos festejos que se celebraron ostentosamente.
Al tiempo que se establecieron hubo largos periodos que encararon el difícil punto de la estabilidad. Si bien el efecto del “siglo de la depresión” no fue, en el fondo causa en el contrate de un alto crecimiento de ganados mayores y menores vs. notorio decremento en la población novohispana (que incluía en sus partes dominantes a naturales, españoles y negros) quienes, como se sabe enfrentaron distintas epidemias, todo ello obligó a que surgiera un fenómeno de descontrol, donde ganados mayores al no ser sujetos de control y domesticación se tornaron cerreros, montaraces y mostrencos; del mismo modo que muchos de ellos, visualizados en el contexto de la raza bos Taurus, se mostraron bravucones aunque sabemos que, en tanto gregarios realizaban sus desplazamientos generalmente en manada. Incluso veo una probable estampa en la que, están presentes no solo estos bovinos potencialmente elegidos o destinados para ser la materia prima en los festejos eminentemente caballerescos, sino que se cruzaran o entremezclaran con bisontes. Los ganados mayores en esa ilimitada y extensiva apropiación, alcanzaron según Joseph de Acosta territorios tan distantes como el actual estado de Zacatecas, justo cuando dicha “migración” partió del centro novohispano. Por su parte, las extensiones ocupadas por los bisontes, que alcanzaron varios millones de ejemplares estaban presentes en buena parte de los actuales países como Canadá, E.U.A., y una buena parte del norte novohispano, ahí donde más tarde estarían presentes las misiones, aunque algunos cientos alcanzaron a poblar el norte del actual estado de Guanajuato.
Oportuna fotografía que nos permite recrear alguna de las posibilidades sobre la
dispersión del ganado que, al extenderse la sobrepoblación hasta las zonas
montañosas, se tornaban cerreros, montaraces o mostrencos.
Recuperado el control, fue importante la presencia de los hombres a caballo dispuestos a realizar las operaciones de movilización en esas grandes extensiones donde para controlar los ganados no bastaban los de a caballo. También participaban los de a pie, con lo que en una silenciosa lejanía y quizá sabedores de las virtudes de caballeros y lacayos, encontraron escenario perfecto e informal, aunque válido pues en buena medida habría de contribuir con expresiones propias del ámbito rural. Estas entraron en diálogo con aquellas que se concibieron en la plaza pública con lo que la tauromaquia novohispana comenzó a recibir influjos de carácter natural, es decir mexicano, sin más. O para decirlo de una vez, el rancio toreo español se americanizó en lo general, con toques novohispanos o mexicanos que lograron darle una novedosa vestimenta. Cambiaba la forma, no el fondo.
Si bien todavía no hay nombres, se percibe por otro lado la presencia colectiva de personajes provenientes de la élite novohispana como protagonistas en las grandes fiestas que se celebraron a lo largo del periodo virreinal. Probablemente surgieron aquellos esforzados cuya condición social no debe haberles permitido lugar de privilegio pero sí de reconocimiento, no importando procedencia e incluso color de piel. Esto es en realidad, un complicado ejercicio de especulación, donde para alcanzar la tesis debemos quedarnos en la hipótesis, pues se vale de los pocos documentos o referencias que han llegado hasta nuestros días. Varios casos llaman la atención.
En primer término cabe aquí el dato relacionado con una “víctima”, quizá la primera que registra el toreo en México. Se trata del conquistador Hernando de Villanueva, quien en 1547 es salvado de la embestida de un toro luego de invocar a la Virgen de los Remedios. En acción de gracias, promete edificar un santuario en su honor, el cual queda terminado un año después[1] primero, como ermita. Cuatro años más tarde, el personaje cede el cuidado y asistencia del mismo al gremio de los sastres, quienes se erigen en cofradía en 1554. Se tiene la creencia que dicho espacio y desde un principio, se encontró ligado a la celebración de corridas de toros durante el periodo virreinal, las cuales se realizaron en el que es actualmente la plazuela del Carmen.
A propósito de estas dos últimas circunstancias (escrita e ilustrada), quizá convenga agregar algunos datos que provienen de Imagen del mexicano en los toros. Allí, Armando de María y Campos, su autor, relata el siguiente pasaje:
UN MILAGRO DE LA VIRGEN DE GUADALUPE.
Todavía hace algunos años existía en el “museo” de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, en la Villa de su nombre, un “retablo”, exponente vivo de lejano milagro, que relaciona a la Virgen Morena con la tauromaquia mexicana. Sabido es que debido a su crecimiento, el pueblecillo del Tepeyac quiso tener jurisdicción propia y separarse de Tlatelolco. El rey de España otorgole la merced en Cédula Real, dándole rango de pueblo y título de villa, y “fue tanto el regocijo de los vecinos que se hicieron fiestas e se corrieron toros”. ¿Se referirá a esta capea pueblerina con pretensiones de corrida de toros el “retablo” que hasta hace pocos años aún se conservaba en la Basílica Guadalupana?…
El humilde “retablo” tiene una leyenda en que se narra “que a Francisco de Almazán, vecino honrado de México, le aconteció que el día 20 de septiembre de 1643, que se hallaba en la Villa de Guadalupe concurrente a una fiesta de toros, en la Plazuela de la Hospedería del Santuario, y siendo hora de regresarse a casa, bajó del tablado para despedirse de la Santa Imagen, topando de manos a boca con un toro que se había escapado, el cual se arrojó furiosamente arrojándolo por el suelo ante las exclamaciones de espanto de los que estaban en los tablados, y al verle en tan duro trance, imploraron la protección de la Virgen para que lo salvase, pues lo creían muerto en vista de las furiosas embestidas de la fiera; no se hizo sorda la Señora a la invocación, porque teniéndolo ya colérico el toro indignadas sobre el cuerpo las puntas para herirlo, con asombro de todos, como si hubiera oído las invocaciones y lástimas del concurso, y reverenciando el augusto nombre de la Madre de Dios de Guadalupe que llamaba al caído, se retiró dejando la presa que tenía en puntas; corrió a otra parte, dando lugar a que se levantase y se pusiese a salvo”.
El devoto Francisco de Almazán, salvado milagrosamente de la muerte en las astas de un toro criollo por la milagrosa intervención de Nuestra Señora Santa María de Guadalupe, quiso perpetuar el prodigio, para asombro y devoción de generaciones venideras, y encargó pintar el “retablo” que mandó colocar en un colateral del templo, reproduciendo la escena –que es un asombro de color y de dibujo ingenuo- y cumplió el voto de hacer todos los años de su vida solemne festival en aquel día; y, según se consignó en el mismo “retablo”, “el toro se volvió tan manso, que en ocho años estuvo en una laguneta del Santuario, y los muchachos jugaban con él, como si hubiera sido un inofensivo becerrillo”.[2]
Con la obra de Nicolás Rangel a nuestra vera, uno de los primeros datos que proceden de la misma se remonta al año 1551:
Lo que asegura quien fuera el segundo arzobispo de México, tiene que ver, en el fondo, con los correctivos a los cuales se aferró tras la muerte de su predecesor, Fray Juan de Zumárraga, mismos que se materializaron en evitar diversos desórdenes los cuales eran imposibles de ser aceptados por una iglesia que se iba consolidando en tan tempranas fechas en la primera y muy joven etapa de la Nueva España. Montúfar tuvo entre sus principales propósitos la defensa de los indios, aunque en los comentarios que hizo al Consejo de Indias mismo se abandona un tanto, por lo que se entendería algún trato despectivo de su parte, pues detrás de todo esto ya hay una condicionante: para aquella superficie destinada a la que sería una primera construcción de la primitiva catedral, la cual ya se encontraba bendecida, de ahí que cualquier hecho como el que nos refiere, significara –a sus ojos- tremenda profanación.
Ahora bien, el hecho es que existen un conjunto de protagonistas anónimos, todos ellos indígenas, de los que se entiende su marcado interés en asimilar o aprender las más suertes posibles del que vendría siendo un novedoso concepto, como lo fue esa primera etapa de la tauromaquia, cuya puesta en escena estuvo representada en el toreo a caballo, lo cual sucedió en forma más notoria en el espacio rural que en el urbano.
Representando el cosmos taurino novohispano en Tepeapulco. Hidalgo. Esta imagen proviene
del libro Graffitis novohispanos de Tepeapulco, Siglo XVI. Sus autores: Elías Rodríguez
Vázquez y Pascual Tinoco Quesnel. México, Hidalgo, Universidad Autónoma del Estado de
Hidalgo, 2006. 185 p. Ils., fots., facs., planos. (p. 83).
¿Habría por parte de este grupo social una actitud temeraria, no contando para ello más que con su valor audaz e imprudente? Como se sabe, también por aquellos años, comenzaban a gestarse otro tipo de casos que pondrían, a los indios y a la sociedad novohispana en su conjunto, en situación vulnerable. Nos referimos a las epidemias, mismas que hicieron acto de presencia como un problema de salud pública que, en algunos casos, se salieron de control.
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[1] Guía del Patrimonio Religioso de la Ciudad de Puebla. 1ª ed. Puebla, ISBN en trámite. Véase: http://arquidiocesisdepuebla.mx/index.php/component/jevents/eventodetalle/21/65/guia-de-patrimonio-religioso-en-la-ciudad-de-puebla?Itemid=1.
[2] Armando de María y Campos: Imagen del mexicano en los toros. México, Al sonar el clarín, 1953. 268 p., ils., p. 163-5.
[3] Nicolás Rangel: Historia del toreo en México. Época colonial (1529-1821). México, Imp. Manuel León Sánchez, 1924. 374 p. Ils., facs., fots., y en especial de: Historia del toreo en México. Época colonial (1529-1821). México, Editorial Cosmos, 1980. 374 p. Ils., facs., fots. (Edición facsimilar) obra que, para el presente trabajo, servirá como la fuente de consulta…., p. 9.
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