MADRID. Un escaso cuarto de entrada. Toros de Conde de la Maza, muy desiguales de presencia, deslucidos y sin raza ni fuerza según los casos. Aníbal Ruiz (de celeste y oro), silencio y silencio. Sergio Marín (de tabaco y oro), silencio tras aviso y silencio. Juan A. Siro, que confirmaba alternativa, silencio tras aviso y vuelta al ruedo.
Deslucidísima corrida veraniega del Conde la Maza, que no tuvo ni la presentación esperada –aquello era una acusadísima escalera en toda regla–, que para colmo de males eran un echado de falta de raza y fuerzas. Y a tenor de semejante material estuvieron los resultados.
El mejor parado fue el confirmante Juan A. Siro, ue si llegó había dejado una grata impresión en el toro de la ceremonia, se creció frente al que cerraba plaza con momentos meritorios. Sus intentos por ligar los muletazos ante semejantes toros no era cosa baladí. Era el esfuerzo el torero, pero cuando se podía era también su buen sentido en el manejo de las telas.
En blanco se les fue la tarde a Ánibal Ruiz y a Sergio Marín, este segundo con una encomiable actitud frente a las dificultades, incluido su decisión de irse a portagayola con el tercero de la tarde.
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