SEVILLA: 16ª del abono. Tres cuartos largos. Toros de Miura, mansos y dejándose sin excesiva fuerza; el quinto fue el peor. Rafaelillo (nazareno y oro) ovación y oreja. Javier Castaño (blanco y oro) ovación en ambos. Manuel Escribano (rosa fucsia y oro) ovación y silencio.
Volvió la cordura a Sevilla, sólo un día después. Y no esperó ni a que se abriera el portón de toriles. Nada más rompera el paseíllo dedicó una sincera ovación a Javier Castaño, que la saludó con sus compañeros en el ruedo, aplaudiendo también. Una ovación a la capacidad de sacrificio para volver a pornerse el traje de luces después de ganarle la partida al marrajo más feo al que se ha enfrentado.
Rafaelillo abrió la tarde ante un toro que se quedó en menos de lo que parecía cuando empezó la faena. Había recibido dos duras varas. Con la derecha templada y con gusto dejó lo mejor de su primera aparición, por la izquierda era otra cosa, sin pasar. Y cuando volvió a la derecha no hubo más toro. Mató de pinchazo, media y dos descabellos para saludar una ovación. Se lo había brindado a Castaño.
En el quinto encontró el premio. Se había ido a portagayola, que fue limpia, y continuó por verónicas con chicuelina y media. Ya con la muleta lo sacó hacia fuera y dejó uno bueno de pecho. De nuevo con la derecha, templado, con un cambio de mano muy bueno. Por la izquierda, con pausa, dándole tiempo al toro, perdiendo pasos y de trazo largo. Después de un desarme vuelve a la derecha para darle dos sensacionales, con la figura erguida, relajado. Lo finiquitó con un espadazo en todo lo alto.
Castaño brindó el segundo a su médico. El toro embestía a brincos, como un conejo, hasta que en uno se cayó a plomo. Salí con la cara a la altura de contrabarrera y Castaño le planteó la lucha de poder a poder, sin una duda. Con el izquierdo embistió mejor, menos brusco en tres y el de pecho, pero Castaño volvió a la derecha. Ha vuelto pleno de entrega, tanta que, pinchando a la primera saliéndose un poco de la suerte, a la segunda se volcó y consiguió una estocada sensacional.
El quinto fue el peor de la tarde, imposible, defendiéndose, bruto. No se echó para atrás Javier Castaño ni medio milímetro y el público se lo reconoció con una ovación, después de una estocada.
Escribano se fue a portagayola en los dos. En el primero, que se paró en las rayas, junto con el lanceo a la verónica, hizo sonar la música. Para recordar, la media. Y para no hacerlo, los palos. El primer par muy pasado, el segundo pasado a secas y el tercer, al quiebro y al violín, bajo tres cuartas. Antes de empezar la faena de muleta, saltó un espontáneo suicida, que se libró de milagro de una cornada, pero no de los infames golpes de la cuadrilla. Ya puesto, aprovechó bien Escribano la inercia en línea, cuando se iba largo. Dos tandas de cuatro y el de pecho bien colocado y con el trazo del muletazo siempre de abajo a arriba, lo que le quita rotundidad. Con la izquierda ya estaba el toro más parado, otro que apuntó más de lo fue. Cuando recuperó la derecha no mejoró. Estocada desprendida y ovación.
El último de la Feria fue el más soso de la corrida. Le faltó de todo, menos quilos. Pasó para acá y para allá sin decir nada. Ninguna posibilidad para Escribano, que fue silenciado
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