Mucho se mira en estos días hacia la negociación en marcha para sacar del desacuerdo las negociaciones del futuro Convenio Colectivo de los taurinos. Sin duda, es un asunto relevante, más por cuestiones de orden institucional que por razones económicas. Y es que definir la naturaleza y la estructura de las relaciones contractuales entre el conjunto de profesionales –resumidamente: convenio a tres bandas, dos acuerdos por separado, e incluso un acuerdo multilateral– tiene mucha mayor trascendencia de futuro que una tabla salarial.
En un reciente comunicado la UNBPE salía “en defensa de un espectáculo digno y de calidad, donde se mire por el aficionado y no se socaven los derechos de los toreros” [1]. En este caso, lo hacían con referencia al reciente y polémico pliego de adjudicación de la Plaza del Puerto de Santa María, en el que al Ayuntamiento se la ido un tanto la mano.
Pero si ampliamos el horizonte de estas palabras, hasta extenderlo al momento actual de la Tauromaquia, en efecto ha llegado el momento de apostar primariamente por la “defensa de un espectáculo digno y de calidad, donde se mire por el aficionado”. Naturalmente habrá que mirar también hacia los derechos de los toreros, sujetos primeros de la propia Fiesta; pero inseparablemente a esta reivindicación debiera unirse la que se refiere a la salud económica del espectáculo, que cuenta con más partícipes que los hombres de luces, comenzando por el papel primordial que corresponde a los ganaderos.
Desde luego, las responsabilidades de las Corporaciones públicas propietarias de las plazas no son pequeñas. Pero también se dan en las que son de naturaleza privada, como se ha puesto de manifiesto en Jaén. La política de adjudicaciones constituye un hecho relevante. Tanto que bueno sería que se activara con urgencia ese capítulo del Pentauro que se refiere a la “Elaboración de un Código de recomendaciones” acerca de los pliegos de contratación. Si de paso se desarrolla también lo que en el Plan que se define como “Programa de simplificación administrativa y reducción de cargas” y “Programa de mejoras en aspectos fiscales y de la Seguridad Social”, se estaría construyendo un escenario mucho más favorable.
Pero todo ello, insistamos, con el propósito final de ofrecer “un espectáculo digno y de calidad, donde se mire por el aficionado”, porque si ese no es el objetivo sustancial de toda la reforma volveríamos a incurrir en los errores que hoy han conducido a la problemática situación que se trata de resolver. Habrá que estudiar y corregir la política de costes, desde luego; pero mucho antes habrá que rectificar la que corresponde a los ingresos, porque si en la taquilla sobra el papel, todo lo demás huelga.
Por eso, en el escenario de la actual coyuntura, centrar de manera particular la atención en los contenidos del futuro Convenio, resulta tanto como minimizar la realidad. Pese a todo el pacto socio-laboral no es baladí. Un ejemplo mucho más que anecdótico. En su columna en “El Correo de Andalucía” refiere Álvaro R. del Moral un hecho relevante que debe dar que pensar: “Morante, que ya no figura en el Grupo Especial que le obligaba a llevar fijos a todos sus hombres, dejará libre el hueco de Rafael Cuesta y lo irá cubriendo de forma rotatoria” [2]. Con las normas en vigor, si quisieran esto mismo podrían hacer prácticamente todas las figuras, que con el actual sistema estadístico de clasificaciones quedan fuera del Grupo Especial.
Casos como el descrito lo que nos está ejemplificando es que el actual sistema que se contempla tiene lagunas importantes; o por decir con mayor precisión: no responde a las circunstancias actuales que marcan al conjunto del negocio taurino.
Hasta aquí se ha hecho referencia tan sólo a los que se visten de luces. Ha llegado la hora de contemplar también dentro de este contexto la situación –en muchos casos dramática– que viven los ganaderos, sin los cuales diríamos adiós a la propia Fiesta.
Se necesita más que un Convenio
Frente a esta realidad, cabe plantearse hacer una cierta “faena de aliño” y fiarlo todo a introducir algunos cambios coyunturales en el pacto que vertebra las relaciones económicas y laborales. Es una opción siempre legítima. Pero ese legitimidad no garantiza que sea la que mejor responde a lo que hoy se necesita. A efectos del futuro de la Fiesta, se perdería una ocasión magnífica para sentar las nuevas bases.
Hay que concederle un punto de razón a la UNBPE cuando en su reciente comunicado rechaza que se les adjudiquen en solitario “todos los males de la Fiesta”. Y tienen razón, igualmente, que debe corregirse “la redacción de los pliegos, que no sean temerarios, que se puedan cumplir, que el dinero del toro revierta en el toro y que no sea solo una fuente de ingresos”.
Probablemente porque por la naturaleza de su comunicado no es lo que correspondía hacer en ese texto, pero quienes se visten de plata, como sus jefes y el resto de los partícipes del negocio taurino, bueno harían en el abrir el objetivo de sus preocupaciones a todo ese otro conjunto de campos de trabajo que queda por delante.
Y así, antes o después, acabarán por clarificarse las actuales contradicciones que se dan. Los llamados “jefes de cuadrilla” –tanto si acuden a la utilización de las sociedades mercantiles, como en el régimen de autónomos– tienen la condición, a todos los efectos, de patronos de quienes contratan para que les auxilien en su actividad profesional. Por tanto, ellos debieran ser los protagonistas naturales del Convenio, que lo que trata es, precisamente, de ordenar tales relaciones socio-laborales. Un Convenio de esta naturaleza en nada debiera perjudicarles, porque las normas vigentes ofrecen todo un sistema garantista acerca del cobro de las retribuciones pactadas, de los derechos sociales, etc., como ocurre en las relaciones de empresarios y trabajadores en cualquier sector económico.
Pero abandonar la fórmula del convenio a tres bandas no significa, no puede hacerlo, que los empresarios queden al margen de toda responsabilidad. Bajo un punto de vista no sólo práctico, mucha más importante para los profesionales que se visten de luces puede ser establecer un acuerdo marco global que sus jefes firmen con los empresarios para subsanar algunos malos usos que se han hecho habituales.
Son unos usos que afectan a los toreros en cualquiera de sus estamentos, pero también a los ganaderos e incluso –ahí está el caso de Zaragoza— a las Administraciones Públicas. Por ejemplo, que las empresas demoren incluso más allá de un año, es que no acaban en impagos, el abono de las retribuciones fijadas en los contratos: carece de todo sentido que quienes por adelantado ya han cobrado los abonos, luego no cumplan las fechas de pago.
Llegados a este punto podríamos mirar con cierta nostalgia a aquella disposición de 1932 –antecedente histórico del Convenio–, según la cuál los organizadores del espectáculo debían pagar a los toreros antes de las 12,00 del día del festejo. Pero recordemos también cómo siempre fue un uso habitual que a los ganaderos se les abonara su dinero al embarque de la corrida. Si somos realistas, probablemente hoy todas aquellas costumbre se deberían adoptar hoy a las normas vigentes, pero siempre con el mismo objetivo: evitar los impagos –que son una verdadera plaga– y los retrasos injustificados en los pagos.
En paralelo, quienes deciden hacerse “jefes de cuadrilla” tienen que adquirir unos determinados compromisos con quienes les contratan. Si ellos, que son los llamados a atraer la atención de la afición, no lo hacen en la medida necesaria, parece evidente que las carencias en la taquilla tienen que repercutir en su nivel de retribuciones. Nada nuevo bajo el sol: ya hace años que regía el principio de cobrar un tanto fijo y –por decirlo en el lenguaje moderno– un “bonus” variables según fuera la recaudación. ¿Qué aficionado no puede contar anécdotas de cómo un determinado torero compraba al final un número de entradas para alcanzar el “No hay billetes”? Era una inversión rentable: el costo que tenía tal compra era inferior al “bonus” que iba a corresponderle.
Este conjunto de matices es lo que lleva a pensar que, siguiendo el dicho popular, “sólo del Convenio no vive la Fiesta”. Hay que mirar más allá. Lo cual no obsta para que el Convenio que ahora se negocia tenga repercusión; por el contrario es una ocasión muy adecuada para que todas las partes se sienten a negociar mucho más que un mero acuerdo socio-laboral.
[1] http://www.unpbe.com/unpbe/?p=2211
[2] http://blogs.elcorreoweb.es/latardecolgadaaunhombro/
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