Y bien, llegamos a lo que se puede considerar el primer gran ejercicio literario que dedica buena parte de la obra al asunto taurino. Se trata del “Romance de los Rejoneadores” que es parte de la Sencilla Narración… de las Fiestas Grandes… de haber entrado… D. Carlos II, q. D. G., en el Gobierno, México, Vda. De Calderón, 1677. Dicha obra celebra las Fiestas por la mayoridad de D. Carlos II, 1677. El Capitán D. Alonso Ramírez de Vargas ofrece una delectación indigenista en esta Sencilla Narración… y refulgen los romances para los rejoneadores -una de las más garbosas relaciones taurinas al gusto de Calderón-…
Carlos II, el postrer Habsburgo de España, había tenido un bello rasgo de piedad Eucarística, cediendo su carroza a un Sacerdote que a pie llevaba el Viático a una choza, etc.; tal lo narró en una Copia de Carta escrita de Madrid (México, 1685), realizada con varios sonetos de ingenios de esta Corte. Así, en el Anfiteatro de Felipe el Grande, de Pellicer (Madrid, 1631), una bala certera de Felipe IV, fulminando a un Toro, había hermanado -cada uno con su soneto- a Lope y Calderón, Quevedo y Montalván, Rioja y nuestro Alarcón, Valdivieso y Jáuregui, Esquilache y Bocángel…; y estotra gallardía de Carlos II, -regia humildad católica, y con el oro viejo de la tradición de la Casa de Austria-, merecía, más que el tiro de Felipe, el lírico aplauso.
Del Capitán Alonso Ramírez de Vargas (1662-1696), quien a decir de Octavio Paz “fue poeta de festejo y celebración pública”, entre los que hubo en la Nueva España “mediano… pero digno”. Autor “de varios centones con versos de Góngora, fue sobre todo un epígono del poeta cordobés, aunque también siguió a Calderón, a Quevedo y, en lo festivo, al brillante y desdichado Anastasio Pantaleón de Ribera, muerto a los 29 años de sífilis”. Ramírez de Vargas –sigue diciendo el autor de Las trampas de la fe-,[1] tenía buena dicción y mejor oído…” Pues bien, de tan loado autor es su famoso Romance de los Rejoneadores, parte también de la Sencilla Narración…, bella pieza que deja evidencia de la actuación de dos nobles caballeros, Francisco Goñi de Peralta y don Diego Madrazo a los que les
Salió un feroz Bruto, josco
A continuación, incluyo una selección del larguísimo “Romance”, con el titulo “Romance de los Rejoneadores”
Llegó el esperado día
Cuando (al despeñarse el Sol
Salió (como siempre) el Conde,
en una viviente nube,
Obediente al grave impulso,
Con el natural instinto;
La copia de los lacayos
Entró a despejar la plaza;
Y llevándose de todos
Salióse, quedando el circo
La Palestra quedó sola,
Por hacer su mesa noble
Esta es parte apenas de una gran pieza poética que, en muchas ocasiones de fiesta quedó como testimonio de importantes conmemoraciones, conservada en la memoria del siglo XVII, mismo que comienza a mostrar pequeñas pero definitivas modificaciones en el curso de un espectáculo que durante el siglo que nos congrega, vivirá cambios telúricos definitivos.
Finalmente, debo apuntar el hecho de que el muestrario en términos poéticos es abundante. Pero si lo es en ese sentido, mayor es aquel que reúne la importante cantidad de relaciones y descripciones de fiestas, que, para el cometido de un trabajo como este, me parece más oportuno dejarlo para otra ocasión.
No me queda sino mencionar el hecho de que durante el virreinato, fueron muchas las evidencias que ahora nos dan un panorama mejor sobre el papel que jugaron los nobles, pero también los criollos, y los plebeyos, al margen de ciertas medidas restrictivas, así como por el hecho de no pertenecer a una elite específica, se anteponía una limitación, que solo fue notoria en el ámbito urbano. En aquel otro espacio, el rural, las cosas fueron diferentes y allí pudo ser posible la construcción de otro fuerte sustento cuyo discurso luego se pudo conocer en las grandes ciudades, por vía de una silenciosa comunicación que devino riqueza ornamental, bastedad arquitectónica; elementos ambos que dieron la más importante de las expresiones caballeresco-taurinas en aquel período histórico, lleno, como se ve, de abundante noticias. Por hoy, sólo han quedado integradas las que me permiten un primer alcance, que no será, ni el primero ni tampoco el último.
Volviendo a José María de Cossío, este apunta que la lanzada parece la más vieja suerte caballeresca practicada con los toros, y puede corresponder a la tradición de la monta a la brida. Para el rejoneo es indispensable la monta a la jineta.[5]
Es importante precisar que ya, entre los primeros tratados que se ocuparon de dichos ejercicios ecuestres, es, el de Gonzalo Argote de Molina “Libro de la Montería”, publicado en Sevilla en 1582 a encargo de Alfonso XI, que en su capítulo XXXIX cite que la lanzada a los toros también “se hace con toros cimarrones en las Indias occidentales, o con bisontes y uros en Polonia…”, lo que indica lo abonado que encontraba dicha práctica no solo en España. También es en otros sitios de suyo distantes, aunque no tanto si para ello tuviese como informante directo al propio Juan Suárez de Peralta que dos años antes publica su Tratado de la jineta y la brida…, cuyo basamento es la experiencia que, como criollo novohispano tiene, entre por lo menos los años de 1560 a 1575. José Álvarez del Villar dice que, como tratado de equitación, nos revela los métodos y procedimientos que usaron los jinetes mexicanos (en por lo menos el último tercio del siglo XVI. N. del A.), cuando aquellos hombres a caballo alcanzaron fama de ser los mejores del mundo (según lo afirmaba el propio Suárez de Peralta), y si las técnicas han de justificar por sus resultados, ningún elogio mejor puédese hacer de ellas.[6]
Lo interesante, hasta aquí, es que un personaje de la talla de Gonzalo Argote de Molina se haya ocupado de circunstancias que en aquel momento dimensionaban las capacidades no solo del imperio. También de sus hombres. Sin embargo, lo que se hace con toros cimarrones en las Indias occidentales, es fruto y obra de novohispanos que, como Suárez de Peralta y muchos otros están desarrollando en un espacio y un ambiente en el que surte efecto un anhelo de emancipación.
[1] Octavio Paz: Sor Juana Inés de la Cruz, o Las Trampas de la Fe. 3ª. Ed. México, Fondo de Cultura Económica, 1992. 673 p. Ils., retrs., fots. (Sección de obras de lengua y estudios literarios)., p. 82, 327, 407-408.
[5] Cossío: Los toros. Tratado técnico… op. Cit., V. 2, p. 4.
►Los escritos del historiador José Francisco Coello Ugalde pueden consultarse a través de su blogs “Aportaciones histórico taurinas mexicana”, en la dirección:
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