Juan Suárez de Peralta nace hacia el año de 1537 en la ciudad de México y muere, según los últimos datos recogidos por algunos de sus biógrafos, en la provincia de Trujillo, España en 1596. Fue hijo de uno de los mejores amigos de Hernán Cortés, Suárez nos dejó uno de los pocos relatos sobre la Nueva España y sus antecedentes históricos escritos bajo su óptica especial de criollo. Su obra, Tratado del descubrimiento de las Yndias y su conquista, está dividida en 44 capítulos y nos describe el origen de los indios y el encuentro con el continente americano para narrar después la llegada de Cortés a México y los hechos bélicos que llevaron al avasallamiento de las civilizaciones autóctonas. Una de las partes más trascendentales se refiere a los sucesos mexicanos de los cuales el autor fue testigo y actor. Aquí, la narración se eleva cuando trata temas netamente criollos: la vida cotidiana, las costumbres y convivencia con los indios, los acontecimientos políticos que vivió y la formación del carácter hispano-mexicano. Escribió entre 1575 y 1580 el primer tratado de veterinaria en América: El libro de la albeitería, que trata de lo que es curar cavallos, y todas las bestias de pata entera por pulso y orina… El manuscrito original, se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid, fue paleografiado por el Dr. Nicanor Almarza, llegando hasta nuestros días gracias a la edición que realizara el Dr. Guillermo Quesada Bravo en 1953.[1]
Durante el siglo XVI, criollos, plebeyos y gente del campo enfrentaban o encaraban ciertas leyes que les impedían montar a caballo.[2] Aunque impedidos, se dieron a ejecutar las suertes del toreo ecuestre de modo rebelde, sobre todo en las haciendas.
Varios son los autores que se ocupan de este personaje. El ya conocido Artemio de Valle-Arizpe lo hace en forma exhaustiva en una de sus obras,[3] sobre todo cuando refiere en detalle los acontecimientos en que se vieron envueltos los hermanos Ávila, durante la conjura que encabezó Martín Cortés.
Por su parte Federico Gómez de Orozco en las notas preliminares al Tratado del descubrimiento de las Indias hace un completo análisis sobre las condiciones que enfrentó Suárez de Peralta durante aquel complicadísimo proceso en que, si bien, no salió implicado, las sospechas levantadas en torno a su participación, se entretejieron de otra manera. Veamos.
Varios otros procesos en donde se reclamaban bienes, fueron los que enfrentó Suárez de Peralta. Pero, entre las diversas fases que tuvo uno de esos procesos, la más grave contra los acusados Juan y Luis su hermano fue que los Gómez acusaron a su vez a la familia Suárez de Peralta de ser recién convertidos del Alcorán y secta mahomética, opinión que por otra parte no era la primera vez que se les imputaba, pues era de tiempo atrás compartida por muchas personas de Nueva España.
La terminación de todo este lío fue que el Santo Oficio recogió los papeles, de donde se desprende que no había habido oportunidad de negociar con ellos, y Luis y Juan, así como Leonardo su primo, fueron severamente amonestados por su proceder.
Si tanta prisa tenía Juan de irse a España (la denuncia fue hecha el 1º de marzo de 1572 ante el Tribunal de la Inquisición), ya sea por el proceso u otra causa que nos es desconocida, lo cierto es que demoró su viaje hasta el año de 1579 en que se ausentó de México. Como hemos visto por la información de don Jerónimo Cortés, en 1590 residía en la ciudad de Trujillo, España, y allá sin duda falleció, pues nunca más se encuentran noticias suyas en México.[4]
El principal mérito de nuestro ilustre y remoto compatriota consiste en que no sólo quiso dejarnos amenos relatos de sucedidos e historias, sino también en su afán de emplear su pluma en consignar el fruto de sus conocimientos y experiencia en asunto de aplicación práctica y útil, como lo es sin duda el Tratado de la Caballería de la Gineta y Brida, impreso en Sevilla el año de 1580, a raíz de su llegada a España, y dedicado a su pariente el Duque de Medina Sidonia.
El motivo por el que escribió este tratado, fue, según dice el autor en el prólogo de su obra, a causa de ser el exercicio della (la caballería) tan útil y necesario a los caballeros y seguirse a su Majestad muy gran servicio y fortaleza en sus Reinos, especialmente en las Indias, rezones que le moverían también a escribir el Libro de Alveitería, que sin duda merece ser impreso, ya que todavía permanece inédito y olvidado entre los manuscritos de la Biblioteca Nacional de Madrid.
En el fondo, también resulta interesante conocer un testimonio del propio Suárez de Peralta, quien afirma:
(…) ninguna cosa fue tan temida de los contrarios, ni más efecto hizo en ellos, que los caballos, mediante los cuales (con el auxilio divino) y el buen celo y deseo de los que en ellos iban, de servir a Dios y a su Rey, consiguieron tan alta victoria.[5]
Entre los capítulos que integran su Tratado… resalta lo dicho en el proemio al lector:
(…) es desde el tiempo de los griegos hasta el día de hoy, especialmente el arte de la Brida, que este crece grandemente en Italia y particularmente en el Reino de Nápoles, en el que antiguamente hubo una ciudad famosísima llamada Sibaria donde tenían gran ejercicio de a caballo y era de suerte que en toda ella no se entendía sino de en ejercicios muy deleitables, no sólo en éste, mas en todos los demás. /p. 16: (…) del caballo nace el nombre y valor de los caballeros. Por tanto, los Nobles tienen la obligación más que los otros, a seguir esta virtud y así no solo los nobles, mas os viles hombres y bajos, con la fuerza y valor de este animal, se hacen cada día grandes y muy ilustres. No hay fiesta cumplida, ni juego valeroso, ni batalla grande donde él no se halle. Con ellos los Reyes, Príncipes y grandes Señores, defienden sus tierras y conquistan las ajenas”.[6]
Y luego, su pluma y su experiencia dan un despliegue importante de aspectos que entrañan con la práctica y ejercicio de caballeros, pero sobre todo en el uso de las sillas y las lanzas con que el desempeño de los mismos se encontraba listo para celebrar impresionantes puestas en escena en la plaza. Entre los datos relevantes encontrados en la lectura de dicho trabajo hay anotaciones como las que siguen:
CAPÍTULO I. EN QUE SE CONTIENE LO QUE HA DE TENER UN CABALLO PARA SER BUENO DE LA JINETA Y FALTÁNDOLE ESTO NO SE LE PUEDE LLAMAR TAL.
Ha de tener mediano el cuerpo y bien hecho, no cargado en la delantera, ni muy descargado, bien bajo, no demasiado, buena cola y crín, buenos bajos, corto de brazos, las cernejas largas y de allí para arriba lampiño, buen rostro y ojo, buen huello reposado, buena boca, que pare trocados los brazos, el correr menudo, sobre los pies levantado, no gacho, el rostro bien puesto, la boca cerrada, claro, que no se detenga corriendo la carrera, que vaya a ella manso y vuelva sobre los pies, que sea concertado en los galopes, que vuelva a una mano y a otra corriendo sin saltos, que juegue las cañas y esté quieto en el puesto, esto ha de tener un caballo para que se llame bueno de la Jineta, que tener de estas cosas alguna buena, en particular sola esta se puede loar y no llamar al caballo que tuviere especialmente buen talle, correr y parar como está dicho, huello y sosiego, bueno y al que esto tuviere, solo se le puede llamar con muy justa causa. Porque corriendo bien el caballo, teniendo buena boca y siendo sosegado, se le puede fácilmente mostrar lo demás.[7]
SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO II. DE LA MANERA QUE SE HA DE TENER PARA PONER LOS PIES Y EL CUERPO, UN HOMBRE DE A CABALLO BIEN PUESTO, Y CORRIENDO LO QUE HA DE HACER.
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Recreación de Antonio Navarrete |
(…) el caballero que quisiere ser buen hombre de a caballo perfecto, ha de tener tres cosas que cualquiera de ellas en particular no es nada. La primera, tener gran afición a los caballos, curarlos y regalarlos y la otra, no cansarse ni enfadarse de correrlos, que si fuese necesario todo el día correr (de ello) no reciba pesadumbre alguna, porque mientras más carreras, más aprenderá y se soltará en la silla y tomará desenvoltura, con que después venga a hacer lo que quisiere muy fácilmente. La tercera es, que siempre entiende que no sabe nada y que ha menester documentos y se huelgue de tomarlos de cualquier caballero que algo entendiere, porque en todas las cosas del mundo es esta parte buena y muy virtuosa, tomar siempre consejos y parecer de todos y huir de la afectación en lo que hiciere porque con ella dará fastidio y no parecerá bien nada de su desenvoltura, ni es posible tenerla con la afectación y los efectos que de ella salen, paran en los extremos y dejan el medio, que es el que se ha de procurar, pues da a todas las cosas gracia y perfección, y al que esto hiciere le aprovechará su trabajo.[8]
CAPÍTULO VI. DE CÓMO SE HA DE CORRER LA CARRERA CON LA LANZA, Y LAS MANERAS DE CÓMO SE CORRE.
Hase de correr en un buen caballo que corra claro, menudo y derecho y lo primero que se ha de hacer, es poner los cascabeles al caballo y luego ponerse el caballero la capa. De esta manera alzarla hasta el hombro izquierdo y la punta meterla debajo del mismo brazo y la otra media capa bajarla por el brazo derecho, y a esto el caballo ha de estar parado a toda la compostura del caballero. Y después de hecho esto, se ha de sacar el caballo adelante tres o cuatro pasos y ponerle el rostro derecho de la carrera por donde ha de ir, y pararle, y tomar la lanza y medirla de suerte que haya de un cabo tanto como de otro y ponerla sobre el muslo derecho, el brazo un poco hueco y el hierro para adelante y sacar el caballo lo más poco a poco que pudiere ser y llevarle por la carrera hasta donde ha de volver. Y se ha de advertir que después de tomada la lanza para ir a la carrera, aun que el Rey esté presente no se ha de destocar el caballero, sino bajar la cabeza y hacerle su cortesía, la cabeza cubierta y no soltar la lanza porque no se sufra otra cosa. Y si quisiere quitarse el bonete, no tome la lanza hasta que haya pasado delante del señor y luego la tomará por la orden que he dicho, hasta que llegare donde ha de volver y luego que haya llegado, ponerse sobre los estribos y volver el caballo sobre mano izquierda con el cuerpo muy derecho y no se ha de volver al caballo de golpe, sino siempre recogiéndole y ajustándole de suerte que no se fuerza ni desbarate.[9]
En la parte que corresponde al Tratado… de la brida, advierte sobre los muchos primores y avisos para hacer un caballo de la brida, doctrinarle y saberle enfrenar con otros muchos documentos para (un caballero) ser hombre de la brida y con las posturas que ha de tener y otras cosas tocantes a este ejercicio. Lo mismo hace en el capítulo XLI cuando trata de
COMO SE HAN DE CORRER LANZAS EN LA BRIDA Y DE LAS POSTURAS Y COMO SE HAN DE SACAR Y CUALES SON LAS MEJORES, A LEY DE HOMBRES DE ARMAS.
Pues hemos tratado de cómo se han de hacer los caballos y el enfrenarlos en ambas sillas y de la postura que han de tener los caballeros, me pareció ser justo tratar de cómo se han de correr lanzas a la Brida, porque este ejercicio es necesarísimo a causa de que por él se desenvuelven los caballeros y se hacen diestros para justar; y de la justa se siguen los efectos que todos sabemos, así en burlas como en veras. Y por no ser pesado ni enfadoso, no trato de cómo se ha de justar y correr las lanzas armado, mas yo entiendo (y es así) que el caballero que fuere ejercitado en correr desarmado (y tiene desenvoltura) fácil le será correr con las armas, porque lo más dificultoso es saber sacar las lanzas y darles el aire necesario y tomar desenvoltura y facilidad en el brazo y mano, porque habiendo esto, es llano lo demás. Hay muchas maneras de correr lanzas y de cada una hay sus aficionados, según como se dan la maña en aquella especie de correr: sustentando cada uno lo que sabe. Y para esto soy de parecer que el caballero se ejercite en todo y aprenda todos los géneros de correr. Y que en ellos se desenvuelva y sabidos, podrá después ser buen juez porque conocerá lo mejor. En toda Italia y España, se corre a lo cierto, aunque no tan galán, como en la Nueva España, a causa de que se han ejercitado muy muchos los caballeros de allá, añadiendo nuevas maneras de sacar la lanza, dándoles extremadísimo aire. Y es tanta la curiosidad de ellos, que para perfeccionarse en este arte mancan los caballos en que han de correr lanzas desjarretándolos de un pie y el que viene a ser manco de esparavanes le estiman mucho y diré la manera de mancar el caballo. Tómanle y córtanle el nervio principal con que sustenta el pie y queda cojo que casi arrastra el pie y como corriendo hace la fuerza con los tres sanos y el manco no llega a la mano hace un admirable son y corre muy menudo y muy llano y así se corre extremadamente y se sacan liadísimas lanzas; así por esto como ejercitarse mucho en correr lanzas de las cuales se tratará. Aunque me parece que no se les podrá dar en escritura el aire que tienen puestas por obra, pero darse han a entender lo mejor que se pudiere.[10]
Finalmente, debo agregar algunas notas sobre un interesante trabajo que elaboró al respecto Benjamín Flores Hernández.[11] Dice nuestro autor:
(…) la entusiasta forma de estudiar la materia, el fervor patriótico con que los escritores españoles se lanzaron al análisis de los modos tradicionales de cabalgar propios de su tierra y el particular énfasis que dentro de sus páginas dieron a los enfrentamientos de los caballeros con los toros bravos, sí constituyen una particularidad típicamente hispana de la manera de abordar el asunto.
Primeramente, en Italia y más adelante en Francia, desde los iniciales años del siglo XVI empezaron a divulgarse los principios de una novedosa escuela de equitación de origen napolitano que postulaba el triunfo de una caballería ligera, rápida, sobre la típica de los últimos tiempos de la Edad Media, la propia de los desafíos y de los torneos, caracterizada por la pesadez de unos equinos abrumados por el fardo de la armadura que protegía tanto a ellos como a quienes los montaban.[12]
Así que reafirmando cada vez más el papel protagónico que jugó Juan Suárez de Peralta como un conocedor en las prácticas caballerescas que fueron común denominador desde el siglo XVI y hasta el XVIII en la Nueva España. Si bien, su Tratado de la Caballería, la jineta y la brida… se publicó en Sevilla allá por 1580, y aún no contamos con referencias posteriores de su conocimiento en estas latitudes americanas, el hecho es que la mencionada teoría, junto con otras, pero sumada a la experiencia que seguía influyendo en la práctica, permitieron continuidad entre caballeros hispanos y novohispanos. En España, y para 1568
Antonio Flores de Benavides tradujo a Grissone,[13] bien que para entonces ya debía ser archiconocida la técnica de la brida así en la península cuanto en los dominios castellanos de allende la mar, puesto que daba la continua presencia hispana en Italia no puede suponerse otra cosa. Sin embargo, los tratadistas españoles de aquel tiempo dedicados a estudiar el caballo, su monta, modo de combatir en él y demás temas afines, no sólo hicieron referencia a dicha caballería, sino que también trataron, mostrando una clara preferencia hacia ella, de la de la jineta, que gozaba de gran prestigio en todos los territorios dependientes del rey católico.
Según parece, el primero de los muchos libros aparecidos sobre la enseñanza de la caballería en las imprentas de España y de Portugal a partir de la segunda mitad del siglo XVI y hasta bien entrado el XVIII, fue uno impreso en el año de 1551 en la oficina tipográfica que Cristóbal Álvarez tenía en la ciudad de Sevilla: el Tractado de la cavallería de la gineta de don Fernando Chacón, caballero calatravo. A continuación, y por espacio de más de ciento cincuenta años, no pararon los talleres de todas las ciudades de la península de tirar textos y más textos con esta temática, varios de los cuales alcanzaron la segunda y aun la tercera impresión.[14]
Al finalizar el siglo XV habían desaparecido aquellas formas ya poco apropiadas de caballería, lo mismo vestimentas de enormes y pesadas armaduras como aquellas expresiones que fueron de uso común durante la guerra, pero también durante los recesos de ésta, considerando el proceso de la de los “ocho siglos” entre moros y cristianos en territorio español. Lo bélico se tornó estético, lo pesado en la ligera movilidad de los combatientes que tenían ante sí los conceptos de la brida y la jineta como expresión no del campo de batalla. Sí de la plaza pública.
En realidad, la técnica tradicionalmente española de montar sobre los corceles era la conocida como de la jineta, y fue ella, precisamente, la que al aparecer en los campos napolitanos en las luchas allí emprendidas por el rey de Aragón a lo largo del siglo que corre entre 1420 y 1520, trastornó todo el sentido del enfrentamiento caballeril propio de la Edad Media y del primer Renacimiento. Según Cesáreo Sanz Egaña, el origen y la peculiaridad de esa forma de cabalgar debe buscarse, antes que en detalles de longitud de estribos o de formas de la silla, en la anatomía típica de los equinos peninsulares, de menor tamaño y mayor nerviosidad que los nativos de otras latitudes del continente europeo.[15]
Brida y jineta tienen orígenes y explicaciones totalmente distintas. La primera de ellas parece estar localizada al sur de Italia, cuando en algún momento llegaron a la península un grupo de jinetes españoles que se empeñaron en adaptarse a caballos de mejor alzada, en oposición a aquellos arabigoandaluces, mas bien bajos. El nombre más antiguo de este tipo de monta fue el de a la estradiota,[16] voz derivada de los stradiotti, caballeros mercenarios de nacionalidad albanesa que servían en el ejército veneciano, los cuales debieron haber sido los primeros en tratar de aplicar los principios de la caballería ligera en el uso de equinos centroeuropeos. En cuanto a la connotación de a la brida, encontramos en el Diccionario de la academia lo siguiente: Brida es el “freno del caballo con las riendas y todo el correaje, que sirve para sujetarlo a la cabeza del animal”.
De la jineta se entiende como un género de caballería africana, con frenos o bocados recogidos y estribos anchos y cortas aciones, a éstos llaman jinetes y a esotros bridones, los cuales llevan los estribos largos y la pierna tendida, propia caballería para hombres de armas”. Es el propio Benjamín Flores Hernández quien apoya lo hasta aquí analizado al apuntar que
El más hondo sentido que tenía la multitud de obras y opúsculos editados por aquella época para la explicación de las diversas técnicas de andar a caballo era el de enseñar cómo, sobre ese animal (el caballo), habrían de continuar los españoles la realización de sus gloriosas acciones militares a todo lo ancho y largo del mundo. Tal cosa la indicaba claramente, por ejemplo, Juan Suárez de Peralta en su Tractado…, cuando se refería a los valiosos servicios bélicos prestados a los caudillos de su patria por los corceles puesto que, argumentaba allí:
“No hay fiesta cumplida, ni juego valeroso, ni batalla grande donde él no se halle. Con ellos los reyes, príncipes y grandes señores defienden sus tierras y conquistan las ajenas”.
Aparte de su utilización en las campañas militares, la principal actividad en la cual habían de practicarse las reglas y disposiciones de la caballería expuestas en los tratados fue, en España, durante las centurias décimoquinta y décimosexta, la de las corridas de toros. El punto culminante, la acción más emocionante, de más riesgo, belleza y significación de las realizadas entre los tablados de una plaza pública en tiempos de la monarquía de los Austrias, resultaba la de liquidar un bravo bovino con lanza.
El caballo pasó a Indias junto con las primeras empresas conquistadoras, en las cuales enseguida mostró su indiscutible utilidad. Son continuas las referencias de comentaristas e historiadores acerca de los servicios prestados a los castellanos por este animal en las entradas expedicionarias en demanda de la expansión de los dominios de su soberano a través de toda la geografía del nuevo continente. Recuérdese cómo, en múltiples sitios, tardaron los indios un buen rato en salir de su asombrada creencia en que hombre y bestia conjuntaban una sola unidad.
(…) entre los indígenas, debido a la obra consumada por él mismo y por sus compañeros, para el tiempo en que (Bernal Díaz del Castillo) escribía, principios del último tercio del siglo XVI
todos los más caciques tienen caballo y son ricos, traen jaeces con buenas sillas y se pasean por la ciudad y villas y lugares donde se van a holgar y son naturales, y llevan sus indios y pajes que les acompañan, y aun en algunos pueblos juegan cañas y corren toros y ponen sortija, especial es día de Corpus Christi, o de Señor San Juan, o Señor Santiago, o de Nuestra Señora de Agosto, o la advocación de la iglesia del santo de su pueblo; y hay muchos que aguardan los toros aunque sean bravos y muchos de ellos son jinetes, y en especial en un pueblo que se dice Chiapa de los indios.[17]
Por otro lado, el papel protagónico que tuvieron los caballeros americanos no fue una casualidad. Ya lo vimos con los hechos de enero de 1572. Del mismo modo, es el mismo Suárez de Peralta en acentuar ese orgullo, tal y como lo vimos al referir en el capítulo XLI de su Tratado…
en toda Italia y España se corre a lo cierto, aunque no tan galán, como en la Nueva España, a causa de que se han ejercitado muy mucho los caballeros de allá, añadiendo nuevas maneras de sacar la lanza, dándole extremadísimo aire. Y es tanta la curiosidad de ellos, que para perfeccionarse en este arte mancan los caballos en que han de correr lanzas desjarretándolos de un pie y el que viene a ser manco de esparavanes de estiman mucho […]
También fue el propio Miguel de Cervantes Saavedra, en palabras de Sancho Panza, quien exclamó cuando fue a contar a su señor lo sucedido en su encuentro con la hermosísima Dulcinea del Toboso, transformada en zafía labradora por artes de encantamiento:
Finalmente, para tratar aquí de la manera específica que tuvo de practicarse la equitación en Indias se analiza particularmente el Tractado de la caballería de la gineta y brida, del inquieto criollo mexicano Juan Suárez de Peralta, así como los tres sucesivos libros compuestos sobre ese tema por el simanquino Bernardo de Vargas Machuca. Asimismo, se utilizan también unas cuantas de las expresiones del Discurso para estar a la jineta con gracia y hermosura –Madrid, 1590-, de Juan Arias Dávila Puertocarrero, conde de Puñonrostro, de quien se dijo que “en muchas cosas sigue la jineta de las Indias”, y del Modo de pelear a la jineta –Valladolid, 1605-, de Simón de Villalobos, tal vez mexicano como su hermano Diego, que fue quien llevó este escrito a la imprenta.
En las campañas americanas, cuando se entró a caballo sobre los indígenas, fue el estilo de montar a la jineta el utilizado, y así aseguraba el Inca Garcilazo cómo esa tierra “se ganó a la jineta”. Vargas Machuca continuamente repite en su Milicia el consejo de que en las conquistas americanas sólo se utilicen las
Según Bernardo de Vargas Machuca, comenta en el prólogo al Libro de ejercicios de la jineta, fue durante sus años americanos cuando “cursó y aprendió” los secretos de la equitación. Mas, a lo que dice, fue ya de vuelta en España y a instancias de varias personas, muy particularmente de don Alberto Fúcar, que se dedicó a poner en el papel lo que tenía aprendido sobre la materia, y pasó enseguida a publicar sus apuntes, mismos que salieron a la luz durante 1600 en la misma imprenta madrileña que un año antes su libro de la Milicia. La portada del tratado entonces aparecido lleva el siguiente enunciado: Libro de Ejercicios de la Jineta, compuesto por el Capitán D. Bernardo de Vargas Machuca, Indiano, natural de Simancas en Castilla la Vieja. Dirigido al Conde Alberto Fúcar [escudo de Fúcar] En Madrid, Por Pedro Madrigal, [filete] Año MDC.[18]
[1] Juan Suárez de Peralta: Libro de Albeitería. (Primer libro de ciencia veterinaria escrito en América por los años de 1575-1580). Paleografía de Nicanor Almarza Herranz. Prólogo de Guillermo Quesada Bravo. México, Editorial Albeitería, 1953. XXIII + 310 p. Ils., facs.
[2] Fue así como el Rey instruyó a la Primera Audiencia, el 24 de diciembre de 1528, para que no vendieran o entregaran a los indios, caballos ni yeguas, por el inconveniente que de ello podría suceder en “hazerse los indios diestros de andar a caballo, so pena de muerte y perdimiento de bienes… así mesmo provereis, que no haya mulas, porque todos tengan caballos…”. Esta misma orden fue reiterada por la Reina doña Juana a la Segunda Audiencia, en Cédula del 12 de julio de 1530. De hecho, las disposiciones tuvieron excepción con los indígenas principales, indios caciques.
[3] Artemio de Valle-Arizpe: La casa de los Ávila. Por (…) Cronista de la Ciudad de México. México, José Porrúa e Hijos, Sucesores 1940. 64 p. Ils.
[4] Suárez de Peralta: Tratado del descubrimiento…, op. cit., p. IX-XV.
[5] Juan Suárez de Peralta: Tractado de la Cavallería jineta y de la brida… op. Cit., p. 13.
[6] Ibidem., p. 15.
[7] Ibid., p. 23.
[8] Ib., p. 43-44.
[9] Ib., p. 52.
[10] Ib., p. 141-142.
[11] Benjamín Flores Hernández: “La jineta indiana en los textos de Juan Suárez de Peralta y Bernardo de Vargas Machuca”. Sevilla, en: Anuario de Estudios Americanos, T. LIV, 2, 1997. Separatas del tomo LIV-2 (julio-diciembre) del Anuario de Estudios Americanos (pp. 639-664).
[12] Op. Cit., p. 640.
[13] “Reglas de la caballería de la brida, y para conocer la complesión y naturaleza de los caballos, y doctrinarios para la guerra, y servicio de los hombres. Con diversas suertes de frenos. Compuestas por el S. Federico Grisson, gentilhombre napolitano, y ahora traducidas por el S. Antonio Florez de Benavides, Baeza, Juan Baptista de Montoya, MDLXVIII, en 4º, 145 f, 4 h”. Ver Sanz Egaña: “Introducción a la Sociedad de Bibliófilos Taurinos” a la obra: “Tres libros de jineta de los siglos XVI y XVII. Intr.. de (…), Madrid, 1951, XLVII, 270 p., ils., facs. (Sociedad de Bibliófilos Españoles, Segunda época, XXVI)., p. XXXV.
[14] Flores Hernández: “La jineta indiana…”, op. Cit., p. 641-642.
[15] Ibidem., p. 644.
[16] Estradiota: “un género de caballería, de que usan en la guerra los hombres de armas, los cuales llevan los estribos largos, tendidas las piernas, las sillas con borrenes, de encajan los muslos y los frenos de los caballos con las camas largas; todo lo cual es al revés en la jineta.
[17] Flores Hernández: Op. Cit., p. 648-650.
[18] Bernardo de Vargas Machuca: Teorica y exercicios de la Gineta: primores, secretos y aduertencias della, con las señales y enfrentamientos de los Guallos, su curacion y beneficio / por… don Bernardo de Vargas Machuca….. – En Madrid: por Diego Flamenco, 1619, [14], 200 h., [10] h. de grab.; 8º Marca tip. en colofón. Sign.: [ ]8, [calderón]8, A-C8, E-Z8, 2A2C8. Grab. xil. en h. [156]. Las h. de grab. xil. incluidas en signaturación, son dos heráldicas y el resto de la representación gráfica de los diversos tipos de freno para los caballos M-PR 89912: Enc. pasta; Anot. ms. en port. y colofón; En h. de guarda, autor y tit. mss. en vertical; Procede de Francisco de Bruna. M-AH 2/3305: Enc. hol.. M-BHM V/564: Enc. perg.
►Los escritos del historiador José Francisco Coello Ugalde pueden consultarse a través de su blogs “Aportaciones histórico taurinas mexicana”, en la dirección:
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