SEVILLA. Cuarta de feria. Casi lleno, a unos pocos centenares del “No hay billetes”. Tarde soleada, pero fría. Cinco toros de la Casa Matilla–4 con el hierro de Olga Jiménez (3º bis como sobrero) y 1 de Hnos. García Jiménez–, muy deficientemente presentados y de juego, y un sobrero (6º bis) de Torrestrella, chico y de mal juego.
Miguel A. Perera (de verde botella y oro), silencio y silencio. Alejandro Talavante (de blanco y oro), silencio tras un aviso y una oreja. Roca Rey (de malva y oro), ovación tras un aviso y silencio.
El festejo se prolongó por espacio de 3 horas menos 10 minutos.
Saludaron tras parear al primero de la tarde Javier Ambel y Guillermo Barbero; Juan José Domínguez y Paco Algaba en el 3º tercero y Curro Javier en el 4º.
Parte facultativo de Curro Javier: Varetazo con contusión en región lumbar paravertebral izquierda. Se coloca vendaje de contención lumbar y analgesia. Pendiente de estudio radiológico. Pronóstico: Leve.
Parte facultativo de Francisco Gómez Algaba: Varetazo en región posterior del brazo izquierdo, que produce impotencia funcional. Sospecha de contusión muscular por lo que es trasladado para realización de estudios complementarios. Pronóstico: Reservado.
En esta tarde de viernes hemos cambiado la lluvia por el sol, aunque ha permanecido del frío. Los sabios del lugar, visto lo visto, discuten si el cambio fue para bien. Lo mejor: casi se llenaron los tendidos. Lo peor, el resultado del cambio del palo ganadero. La versión de los jandillas que gestiona la Casa Matilla resultó desastrosa. En todo: desde una presentación completamente impropia de una plaza de primera, hasta en un juego soporífero. Sin embargo es lo que propician empresas y toreros, que andan siempre discutiendo por estas combinaciones con los toros predecibles, predecibles, dice uno, en su nulo poder.
Lo de los Matilla se pasó en esta ocasión de castaño oscuro. Una corrida que si por delante carecía de todo elemento ofensivo, su juego –en muchos momentos acochinado– forzó a que la tarde se fuera prácticamente en blanco. No debe ser como premio a todo ello por lo que el hierro de los Matilla volverá a Sevilla allá por San Miguel. Pero no hay problemas: sobran toreros que la quieran torear, y si falta alguno la Casa –que es multiusos– coloca a uno de los muchos toreros que apodera. El castizo concluiría, “eso es lo que hay”.
El que abrió la tarde, además de ser muy poquita cosa, se desinflaba como un globo de feria. Con un poco más de poder el 2º –que ya el pasado año visitó alguna que otra plaza–, mientras le resistió el cuerpo, pero sin pìzca de clase. Un zambombo impracticable el sobrero –también de la Casa– que sustituyó el ridículo 3º. Con la carta de dimisión en la boca salió el 4º. Rajándose ya desde que entró por primera vez al caballo el que hizo 5º, que si luego lució una miaja fue gracias a la buena técnica de Talavante. En nada enmendó la plana el mal presentado sobrero de Torrestrella que cerró la función.
Resultaría ridículo que con estos comportamientos ahora se vuelva por enésima vez a hablar de las singularidad de “el toro de Sevilla”. Hay que decirlo pronto: lo que este viernes salió por los chiqueros era como una caricatura del toro que gusta a esta afición. Por eso mejor no confundir a “el toro de Matilla” con el toro que gusta en estas tierras. En Sevilla gusta el toro bien hecho, con todos sus elementos ofensivos, pero sin las exageraciones que lo sacan de su tipo propio; si además es “guapo”, pues mejor que mejor. Y es que esta afición disfruta y se entrega justamente por todo lo contrario de lo que este viernes se vio en su precioso albero. Disfruta con el toro que galopa bravamente, con ese que pelea con bien en el caballo y necesita ser sometido por abajo, con el que vende cara su vida. Todo lo demás nunca dejará de ser una leyenda urbana, por más que se repita.
Con semejante material bien podría decirse que se estrellaron, cada cual a su manera, Miguel A. Perera y Roca Rey. Ninguno de los dos tuvo opción a sacar a pasear su forma de entender el toreo. Es claro que Perera dejó constancia en momentos sueltos del poder de su muleta, de su temple y su largura. Como se evidenció que Roca Rey no es precisamente flor de un día: dio la cara incluso más allá de lo que merecían sus enemigos. Y para regusto de la afición, en el zambombo dejó media docena de lances y dos medias de órdago a la grande.
Como para salvar la honrilla de la Casa que lo apodera, Talavante desplegó toda su buena técnica para meter en la muleta al rajado que hizo 5º, hasta construir dos series sobre la mano izquierda excelentes. La oreja que cayó bien podría decirse que era “una oreja de cuota”, como para que en la estadística no todo quedara en blanco. Pero más allá de tal trofeo, que fue de orden menor, Talavante y su capacidad para meter a un toro en la muleta quedaron en buen lugar, tal como lo entendió la afición.
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