BILBAO, 22 de agosto de 2012. Cuarta de las Corridas Generales. Media plaza: la taquilla sigue encallada. Toros de Jandilla, bien presentado, con poco fondo y raza, pero nobles. Manuel Jesús “El Cid” (de grana y oro), silencio y ovación tras aviso. Iván Fandiño (de rosa y oro), una oreja y una oreja. David Mora (de rioja y oro), una oreja y ovación.
Hay que reconocer que la corrida de Jandilla derrochó ese término de reciente acuñación que es el de la toreabilidad. Mis dudas, más que dudas, es la relación que cabe establecer entre la toreabilidad y la bravura. Conceptos gemelos no son, desde luego. En cualquier caso, es el toro que gusta, que se impone en esta etapa de la Fiesta, sobre todo por deseo de los toreros. Tiene, sin duda, su buena dosis de nobleza –en ocasiones transmutada en sosería–, no molesta, ni esconde sorpresas, ni agobia con su casta. Es el toro, en fin, que permite pasarse de los 50 muletazos, incluso cuando resultan de total intrascendencia. Lo que ocurre es que la emoción, ese sentir el toreo profundo, exige de otros componentes. Suave y noble fue, sin más lejos, el cuarto de esta tarde, con el que “El Cid” se permitió desde el primer momento torear con mano relajada y una cierta estética –al hilo del pitón, también–, sin necesidad de obligarle; sin embargo, no levantó ni un solo “olé”, aquello no emocionaba. Faltaba algo. Faltaba raza y fondo en el toro.
La corrida de Jandilla, toda ella pareja en presentación, tuvo en mayor o menor grado toreabilidad, esto es: dejaba hacer sin apretar al torero. Cumplió razonablemente en el caballo. Luego, en unas ocasiones, como fue el 3º, con embestidas de mayor calidad; en otras, como en el que abrió plaza, rajándose antes de empezar. Y en unos casos, iban a mejor, como ocurrió con el 2º, y en otras se apagaron pronto, como el 6º. Todos anduvieron con las fuerzas justas, siendo condición ya clamorosa en el 5º, que no se tenía de pie. En la concepción moderna, una buena corrida de toros. Bajo otro punto de vista, ya es otro cantar.
El hecho estadístico de que se hayan cortado tres orejas ya es menos reflejo de lo que fue la tarde. Hasta podría decirse que resulta un punto engañoso. Desde luego, una tarde entretenida, en la que los espectadores no se aburrieron. Pero tampoco nadie iba toreando por la calle General Concha a la salida de Vista Alegre. Y es que el bullicioso don Matías –no hay perejil en el que no aparezca– tenía tarde amable. Con los mismos e incluso con más pañuelos que los que se vieron hoy en los tendidos, en otras ocasiones no ha accedido a conceder el trofeo. A El Juli el otro día, sin ir más lejos, en su primero y en el cuarto.
Por eso, dejando al margen el factor estadístico, Iván Fandiño, que aquí jugaba de local, dejó en ambos toros algunas series de muletazos realmente buenos y bien acabados. Le pasó con su primero, cuando se asentó toreando con la derecha en un par de series excelentes, profundas. Hay que anotarle además el mérito de apostar por este toro, después de su chocante comportamiento en los dos primeros tercios, que nada bueno presagiaba. Tuvo mérito lo que hizo el de Orduña, que además le recetó un espadazo soberbio. Con el quinto ejerció primorosamente de enfermero: sólo a base de llevar a su enemigo muy templadamente, sin una sola brusquedad, era posible engarzar las series de muletazos, basadas sobre todo en la mano derecha, sin que su enemigo rodara por los suelos. Meritorio, pero sin más emoción, que fue lo que aportaron las bernadinas de postre y otro buen espadazo.
“El Cid” no pudo ir más allá de un ramillete de naturales, bien concebidos, con el “jandilla” que abría plaza; de inmediato, el toro renunció a la pelea, buscando espacios más tranquilos. En esta ocasión, lo mató por arriba. Líneas arriba se narró lo ocurrido con el buen cuarto: un toreo de buen trazo, elegante, suave, sin obligar a su enemigo más allá de medio viaje, pero que no trascendía a los tendidos con la fuerza necesaria. Incluso llegó a plantarle cara cuando, mediada la faena, el toro se puso protestón. Luego se encalló con la espada y todo se redujo a una ovación. Con lo embalado que andaba don Matías, si acierta con la espada habría cortado una oreja.
Acostumbrados a verle con corridas que piden el carnet de identidad, puede llamar más la atención la calidad del toreo que guarda dentro David Mora. Hoy lo pudo sacar a pasear con el buen tercero de la tarde, al que por cierto le enjaretó dos largas de rodillas de las de verdad, las de llevar al toro embebido en los vuelos del capote. Se acopló bien con la muleta, sintiéndose tanto a derechas como a izquierdas, en series de muletazos largos, templados y reunidos. Una media lagartijera en la yema puso el broche. Volvió a mostrarse torero con el 6º, no sin ciertos altibajos, en un trasteo que no termino de cuajar, en paralelo con la trayectoria a menos que tuvo el de Jandilla.
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