MADRID. Decimocuarta del abono de San Isidro. Lleno de “No hay billetes”. Toros de Alcurrucén, muy presentados pero de diferentes tipología, mansos y desrazados; el único con algunas virtudes, el 1º. Julián López “El Juli” (de verde botella y oro), pitos tras aviso y silencio. Sebastián Castella (de marino y oro) , palmas tras aviso y silencio. José Garrido (de celeste y plata), que confirmó su alternativa, ovación tras aviso y silencio tras aviso.
Cuando una corrida se tuerce, mala cosa. Cuando, además, discurre con lentitud desesperante, aquello pasa de castaño oscuro. Nada más soporífero que una corrida mala y larga, peor que un mal partido de Tercera División, que al menos en el minuto 90 se acaba. Pues este viernes han tocado de esos bastos en Las Ventas, unos bastos tan bastos que dejaron molido al personal. ¡Y mira que sobre el papel el cartel resultaba apetecible!.
La corrida de Alcurrucén, dígase por delante, ha resultado un puro desastre, ha sido la contrabravura en seis actos. Los Lozano siempre traen a Madrid una corrida con una presencia a la que no se le puede poner un pero; en esta ocasión, el único posible, las muy diversas hechuras que hacía al conjunto menos parejo. Cuestión nada esencial en comparación con la romana, con las defensas y con lo bien hecha que estaba. Por dentro, en cambio, sin raza, sin bravura, sin humillación, pensando sólo en cómo huir de las suertes y con las caras como molinillos; de esta tónica se salvó en alguna medida el que abrió la tarde.
Frente a semejante materia prima, parecería que la lógica –también la taurina– debería haber llevado a “El Juli” y Castella a la dignísima condición de lidiadores, para luego matarlos por arriba. Pues fue que no. Se pusieron en plan pelmazo a tratar de regalarnos muletazos al por mayor, los más sin ton ni son, en unas faenas interminables. De hecho, hubo avisos que sonaron antes de que el torero de turno hiciera amago alguno de ir a por la espada de verdad.
Aducirán que querían demostrar a la afición que ellos ponían todo su empeño, que querían justificarse. Y resultaba evidente que lo hacían con toda sinceridad. Pero hasta para eso hay que tener un criterio de proporcionalidad. La afición, que de tonta no tiene un pelo, sin necesidad de tantas reiteradas explicaciones prácticas sabía sobradamente que allí no había margen alguno para construir el toreo en su concepción más estética.
Cierto que estos “núñez” de Castilla salen “fríos” y corretones; sin embargo, luego muchos suelen cambiar y rompen a buenos. Pero comprobado que este viernes no tocaban tales mutaciones, por dejar tres buenos naturales sueltos –Castella llegó a dejar hasta 5 muy estimables–, no compensa semejante paliza como la que le dieron al personal, cuando se pusieran como se pusieran aquellos pozos estaban completamente secos. Nada bueno es que un torero no esté bien, pero casi peor aún que se convierta en un pelmazo.
A base de una voluntad encomiable, de la quema se salvó el confirmante José Garrido, que semejante efeméride no la quería dejar pasar de vacío. Tuvo en su primer toro momentos muy logrados; por ejemplo, la serie de derechazos de rodillas y tan templados con los que abrió la faena. Pero luego el trasteo no terminó de romper del todo, porque ni el corto recorrido del de Alcurrucén, ni sus permanentes cabezazos por arriba lo permitía. Pero ni se aburrió el torero ni aburrió a la gente.
Con el sexto salió un poco “a lo que fuera”. Su quite con las dos rodillas en tierra, en los mismos medios y sin las distancias adecuadas, resultaba hasta una temeridad: no quedaba margen alguno para darle salida a su enemigo. Pero allí se puso sin que se le cambiara la color. Volvió a estar muy batallador, con ramalazos de clase entremedias, a la hora de pasarlo de muleta. Luego los ánimos se enfriaron, en buena medida por los numerosísimos fallos del tercero a la hora de dar la puntilla.
0 comentarios