BILBAO. 2ª de las Corridas Generales. Un tercio de entrada. Seis toros de Fuente Ymbro, el 4º como sobrero, de gran presencia, pero de muy mal juego. Manuel Escribano (de grana y oro), ovación y ovación tras aviso. Alberto Aguilar (de azul eléctrico y oro), silencio y silencio. Saúl Jiménez Fortes (de verde botella y oro), silencio tras aviso y silencio.
Preocupante entrada. Esperemos que sea algo transitorio. Pero que en Bilbao por su Semana Grande a duras penas se llegue a un tercio del aforo cubierto, puede ser toda una llamada de atención. Con la tradición que siempre hubo y lo codiciada que siempre han estado, ni las barreras estaban cubiertas, sino que había muchos claros. No conviene ser pájaro de mal agüero, que eso a la postre no conduce nada; pero la verdad es que la imagen de los tendidos recordaba a los años de la gran crisis, a finales de los años 70. Seamos optimistas, pensemos mejor que hubo mucho personal que prefirió aprovechar el soleado de domingo de playa. Hace años, en los tiempos del esplendor, lo clásico era decir que habían echado el día en el barco, atracado en el bello puerto de Castro Urdiales, aprovechando que el cartel dominguero siempre era muy malo; ahora habrán sesteado en los chiringuitos de la playa, que no anda la cosa para navegaciones.
La pena es que quienes hicieron el esfuerzo de no fallar a esta primera de las Corridas Generales no se vieron luego recompensados ni siquiera un poquito. Y es que la corrida de Fuente Ymbro resultó un fiasco de campeonato: la fachada, imponente; los interiores, una ruina completa. Ni un toro medio embistió, aunque fuera por equivocación. Pero que un toro salga mejor o mejor, en el fondo entra en la normalidad de una genética tan complicada como la ganadera; lo malo es que resultó casi en su integridad renqueante –como en la “temporada del pienso”–, sin asomo alguno de casta brava, ni ante los del castoreño ni ante los engaños. Embistiendo a topetazos escasamente coordinados, sin fijeza alguna, sabiendo siempre lo que se dejaban atrás, con andares cansinos… Será de las peores que ha echado este año Ricardo Gallardo.
Consecuente con lo anterior, no procede coger la balanza de precisión para analizar lo que dejaron en el ruedo los espadas de turno. Aunque maltrechos por volteretas, los tres salieron por su pie, que no es poco visto lo visto, porque hubo “fuenteymbros” con intensiones nada recomendables; sin ir más lejos, el muy peligroso 3º por ejemplificar.
Sobrado de oficio y ya muy hecho a la dificultad –no hay más que recordar las corridas que viene matando–, el mejor parado ha sido Manuel Escribano, que si frente al que abría plaza sólo pudo dejar señas de voluntad, se ajustó mejor con su segundo, ante el que demostró una firmeza elogiable. En lo negativo, la fea forma con la que mató a su primero. Por lo demás, lo habitual: puerta de toriles, pares en las tablas… No se puede decir que no sea meritorio, pero resulta un tanto cansino saber de antemano lo que va a hacer un torero desde antes de que salga del Hotel. Pese a todo, debe reconocerse que con el sobrero que hizo 4º estuvo muy por encima y si no es por la espada la cosa habría ido a mayores.
Alberto Aguilar acabó lesionado en una pierna después de una voltereta espeluznante, de la que le salvó el capote providencial de Raúl Ruíz. Como la paliza había sido muy fuerte, se corrió turno para dar tiempo a que se repusiera, por lo que lidió el que cerraba plaza. Otro toro sin posibilidad alguna, frente al que Aguilar estuvo solvente y no se dejó sorprender.
También Jiménez Fortes se llevó una soberana paliza con su primero. Y luego, otro tropezón en la cara, del que le libró el capote eficacísimo toda la tarde de José A. Carretero. Pero ninguno de los dos “fuenteymbros” permitieron ningún género de alegrías. El malagueño tuvo la decisión habitual, incluso con mayor serenidad que en otras ocasiones. Pero el lucimiento resultaba una quimera.
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