Una polémica para recordar: las singularidades de «Gallito» y de Belmonte

por | 8 Abr 2020 | La Tauromaquia de los grandes maestros

Dos excelentes aficionados, el escritor Santi Ortiz y Andrés de Miguel –Presidente de la Peña los de José y Juan– han mantenido en las páginas del diario «El Mundo» una sustanciosa polémica en torno a las figuras de «Gallito» y Juan Belmonte. Se trata de textos que merecen con mucho ser destacados, bajo el punto de vista literario, pero también en cuanto hace a la historia de la Tauromaquia. Su lectura resulta del mayor interés para entender lo que representaron ambos en el Siglo de Oro del toreo. Solo ha faltado un imposible: que entre ambos se hubiera podido entremeter como árbitro a la figura señora de don Luis Bollaín, el mejor historiador del belmontismo desde un profundo respeto hacia Gallito.

 

Hablar de Belmonte en el año de Gallito: contra el revisionismo gallista

SANTI ORTIZ
El Mundo, 19 de marzo de 2020

Que Joselito fue un visionario, el diseñador de la Fiesta del futuro, el profeta de las monumentales, no lo niega nadie. Pero dentro del ruedo y ante el toro, quien conmociona el toreo vigente a su llegada hasta hacerlo inviable en el futuro fue Belmonte, sostiene el autor.

Conmemorándose el próximo mayo el siglo de la muerte de Joselito en Talavera, son numerosísimos los proyectos de actos que se barajan para celebrar tal efeméride y hemos de congratularnos que el paso del tiempo no empalidezca la memoria de uno de los toreros más grandes de todas las épocas.

Sin embargo, en estos tiempos de vértigo y nula reflexión, dominados por la prisa y la irracionalidad, ha venido abriéndose paso una corriente de revisionismo histórico que pretende otorgarle a Joselito un atributo del que carecía y del que nunca necesitó para llegar a ser la figura señera que fue. Me refiero a los que pretenden hacer de él un revolucionario de la tauromaquia.

A Joselito sólo cabe encuadrarlo en una «revolución» que prescindiera de su primera letra; esto es: dentro de una «evolución»: la evolución del toreo decimonónico, el único vigente cuando él llegó a las plazas; un toreo firmemente establecido y depurado durante el siglo XIX y la primera década del XX, del que él se decanta, no como un modificador más, sino como su más elevada cúspide.

Joselito supera a Lagartijo, a Guerrita, a Bombita y a todos los diestros de su cuerda que le preceden. Además, ha pasado a la historia como la afición misma vestida de torero, la enciclopedia máxima del arte según los preceptos del toreo vigente hasta la llegada de Belmonte, que es -por más que les pese a los revisionistas hoy en boga- quien revoluciona radicalmente el arte de la lidia, oponiendo al toreo de piernas con el que Juan se encuentra, el de brazos que él trae y que el paso del tiempo convertirá en clásico y en fuente y venero del que han bebido todos -y cuando digo todos, son todos- los diestros de generaciones posteriores, independiente del estilo que abrigaran sus formas.

La Edad de Oro del toreo, la que capitalizan José y Juan, se distingue y supera a las demás competencias que en los ruedos hubo porque, mientras en éstas la pugna se dio entre dos toreros o dos escuelas, el enfrentamiento que llevaron a cabo Gallito y Belmonte se dio entre dos conceptos antagónicos del toreo; conceptos que quedan magistralmente definidos por dos frases emblemáticas: «O te quitas tú o te quita el toro» y «Ni me quito yo ni el toro me quita». Ellas ponen de manifiesto la esencial incompatibilidad de ambos modos de entender la lidia.

La primera simboliza el toreo viejo, la segunda al nuevo que quiere abrirse paso a su través. La pugna entre el de Gelves y el de Triana -sobre todo en su primera etapa (1914-1915)- supone la lucha entre lo que agoniza y lo que nace, entre lo que caduca y lo que se desarrolla. No obstante, hemos de apresurarnos a advertir que el toreo antiguo, agoniza y caduca de perfección, pues las cotas de dominio y maestría a que lo lleva Joselito no dejan posibilidad alguna de imaginar ninguna mejora dentro de su cauce.

En este contexto, la diferencia esencial entre Juan Belmonte y el resto de toreros de su tiempo -incluido Joselito- o de tiempos anteriores, radica en que, en tanto éstos tienen un toreo en cuyo espejo pueden mirarse, en el espejo de Belmonte no hay nadie ni nada que se refleje, porque como Juan toreaba no había toreado antes torero alguno. Se registran, sí, esbozos en El Espartero y Antonio Montes, pero ninguno de ellos llegó a cuajar porque los toros se lo impidieron. Con Juan no ocurrió así, de ahí que el incendio que consumía y alimentaba su alma pudiera culminar su aventura y hacerse sol candente en los ruedos de España.

La exteriorización de ese misterio que Juan busca en los toros no persigue el dominio ni el alarde de valentía. Su anhelo es crear, sentir, echar a volar sus inéditos versos en el aire de las embestidas. Quiere y consigue convertir el toreo en una gimnasia espiritual. Esa es su principal aportación; contribución cuyas consecuencias serán determinantes en la creación del toreo moderno, pero antes de pasar a ellas me van a permitir narrar una anécdota que explicita claramente lo que se entiende al afirmar que el nuevo toreo que Juan trae es una gimnasia del espíritu.

Feria de Abril de 1914. José y Juan se anuncian cuatro tardes juntos, una de ellas -la penúltima- con toros de Miura. Tres días antes de comenzar el ciclo, un astado de Veragua lesiona seriamente a Belmonte en un pie en Murcia impidiéndole tomar parte en las primeras corridas de feria. El gallismo lanza a los cuatro vientos que dicha lesión es un invento de Belmonte para no encontrarse en Sevilla -era la primera vez- ni con Joselito ni con los Miuras. Juan, que está curándose en Madrid, se entera de la maledicencia y la tarde antes de la miurada, en contra de la opinión de los médicos que le atienden, llama al empresario de la Maestranza asegurándole que al día siguiente estaría en Sevilla para torear la corrida de Miura.

Cuando llega la hora del paseo, sus condiciones físicas son lamentables y apena puede dar un paso. Sus miuras tampoco salen buenos, pero a pesar de todo esto, logra un éxito de clamor que borra a Joselito y hasta se permite el alarde -nunca realizado antes con un miura- de cogerle a su segundo el pitón por la mazorca, para asombro y berrinche del propio ganadero.

Y aquí es donde voy: Belmonte demuestra ese día que las facultades físicas, la técnica, los conocimientos, con ser absolutamente necesarios, quedan radicalmente subordinados a la voluntad creadora y a la determinación valerosa del artista. Esa tarde, por encima de técnicas y alardes, el toreo belmontino ondea la bandera del arte, la pasión y el sentimiento; esto es: demuestra que el toreo por encima de todo es un ejercicio del espíritu.

Ya hemos señalado que concebir el toreo como una gimnasia espiritual puede considerarse la aportación capital de Belmonte a la tauromaquia, la que le despejará el camino para abrirle al toreo las puertas del templo de las Bellas Artes. Interpuestos, los dos pilares sobre los que se levantará todo el aparato revolucionario del toreo belmontino: el toreo de brazos, olvidado de las piernas, y el temple. Desde el primero, Juan yergue el toreo, pues, torear sobre las piernas obliga a tener éstas flexionadas -como puede apreciarse en la brega de los banderilleros- y el cuerpo encorvado. Al encajar las corvas y asentar las zapatillas, el torero libera el torso y engrandece la figura con un empaque nunca antes visto.

Y con el milagro del temple, Belmonte mete al toreo en el mundo de la lírica, del sentimiento, de un hilo temporal que permite al torero recrearse en su propia obra, degustar íntimamente el paso del toro por la cintura, mientras el público vive lo que ocurre en el ruedo en otra dimensión temporal que permite transformar el instante del toreo antiguo en una secuencia mediante la cual fija en la retina del alma lo que le entra por los ojos del sentimiento.

Esto es lo que cambia definitivamente el toreo, lo que lo revoluciona, lo que lo mete de lleno en el reino de las Bellas Artes. ¿Tendrá esto más importancia que ese toreo en redondo que la nueva leyenda del revisionismo gallista pretende colgar a Joselito para hacerle «padre» del toreo moderno? Indudablemente, sí. En primer lugar, porque lo que José hace por vez primera el 3 de julio de 1914, en Madrid, se reduce a una manera de sujetar a un toro que quiere irse de la suerte, dejándole la muleta en la cara y lidiándole sobre las piernas para que doble y no se vaya. Eso ya lo había hecho antes El Guerra y menos de un año después lo engrandecería Belmonte, en la misma plaza, con los cuatro soberbios naturales ligados al Murube «Escondido» en la corrida de Beneficencia que le supuso su primera oreja de matador de toros en Madrid. Naturales de cintura, brazo y muñeca, no sobre las piernas, pasándose al toro a milímetros de la faja, como puede apreciarse en la célebre foto de Baldomero sobradamente conocida y aquí reproducida.

Es cierto que ese no era el toreo habitual de Juan, quien, normalmente, ligaba el natural con el de pecho; pero también lo es que Joselito tampoco se prodigaba con el toreo en redondo, que tardaría más de una década en implantarse definitivamente, y no de manos de José, sino de las de Chicuelo después de aquella histórica faena al toro «Corchaíto», de Graciliano. A partir de ahí es cuando los públicos comienzan a demandar como algo meritorio e inexcusable la faena en redondo, ligando los pases con la misma mano.

Tampoco se sostiene que fuera Gallito quien cambió el toro de su tiempo.Al toro lo cambia el cambio de toreo, y quien vuelve el toreo del revés en esa época es Belmonte. Es el trianero quien, a través de sus faenas más logradas, «indica» a los ganaderos qué teclas deben buscar en la tienta para conseguir el toro idóneo que el futuro exige. Otra cosa es que la influencia que Joselito tenía sobre los criadores de reses de lidia propiciara dicha búsqueda y la acelerara, pues, queda claro que la insigne inteligencia de José se dio cuenta desde un principio por qué derroteros avanzaba la Fiesta, rumbo al que él no tardó en apuntarse -«Si no puedes con tu enemigo, únete a él», dice el proverbio- emulando muchos aspectos del toreo belmontino, como Belmonte emuló cierta parte de la técnica gallista para andar más desenvuelto con los toros. No en vano fueron 257 tardes las que compartieron paseíllo.

Que Joselito fue un visionario, el diseñador de la Fiesta del futuro, el profeta de las plazas monumentales, no lo niega nadie. Pero dentro del ruedo y ante el toro, quien conmociona el toreo vigente a su llegada hasta hacerlo inviable en el futuro fue Juan Belmonte y por muchas sandeces que hoy oigamos, como esa que nos quiere cantar las excelencias del «toreo en movimiento» como sobrepujando al de la quietud, lo que más trabajo cuesta ante los toros es quedarse quieto, inmovilizar las zapatillas y «quitar al toro» -desviándolo; o sea: toreándolo- para que éste no te quite. Para eso hay que tener un corazón que no todos poseen y eso lo sabía Gallito, Belmonte, Manolete, El Cordobés, Ojeda, José Tomás y hasta el mismo Morante de la Puebla por más que escurra el bulto pontificando sobre el arte de birlibirloque.

En cualquier caso -esto es lo grave-, estamos asistiendo a una sistemática y flagrante tergiversación de la historia. Y eso es lo que debemos denunciar y evitar.

 

«A mí no me engañan»: conmemoramos a Gallito sin negar a Belmonte

ANDRÉS DE MIGUEL
Presidente de la Peña Los de José y Juan
El Mundo, 28 marzo 2020

El autor responde al artículo de Santi Ortiz publicado en este periódico bajo el título: «Hablar de Belmonte en el año de Gallito: contra el revisionismo gallista».

Existe una especie de cainismo taurino que suele consistir en hacer bandera de la oposición a lo mayoritariamente aceptado. Esta oposición minoritaria, cuando no singular, goza de cierta aceptación, pues la corrida de toros contiene en su desarrollo momentos susceptibles de diversas interpretaciones y habitualmente, la oposición individual goza del prestigio de la autoproclamada sagacidad de aquél que ha sabido ver lo que la masa ha pasado por alto.

Trucos, artimañas y ratimagos supuestos, permanecen ocultos para la mayoría ígnara y son desvelados por estos opositores singulares y su escuálida claque.

Esta actitud tan común en la plaza, tiene traslación también en ambientes menos festivos y más intelectuales, y cuando numerosos aficionados están conmemorando el centenario de la muerte de Joselito en Talavera, haciendo una recensión de sus aportaciones y trascendencia, no podía faltar una nota discordante que afirma que tanta conmemoración empequeñece la figura y la aportación de Juan Belmonte.

Flaco favor haría a la tan maltrecha tauromaquia, conmemorar a Gallito para desmerecer a Belmonte. Parecido disparate a colocar en un pedestal inmarcesible a Belmonte y sus aportaciones al toreo, y arrinconar a Joselito a un rincón polvoriento y olvidado de la historia.

La llamada Edad de Oro del toreo, en feliz expresión de Gregorio Corrochano, que se inicia con la alternativa de Joselito en Sevilla el 28 de septiembre de 1912 y acaba con su muerte en Talavera el 16 de mayo de 1920, fue tal Edad de Oro porque contó con la presencia en los ruedos de dos grandes toreros, Joselito y Belmonte, que aportaron dos conceptos diferentes y fundamentales.

Joselito es el torero que encarna la evolución del toreo, el torero lógico, el que hace faenas a todos los toros y encarna la perfección, la belleza, lo apolíneo. Juan es el torero que sorprende, innovador, el torero mágico, que encarna lo incomprensible, lo inefable, el exceso, lo dionisíaco.

«Mucho es lo que habremos ganado para la ciencia estética cuando hayamos llegado no sólo a la intelección lógica, sino a la seguridad inmediata de la intuición de que el desarrollo del arte está ligado a la duplicidad de lo apolíneo y de lo dionisíaco» dejó escrito Niezstche.

La Peña Taurina «Los de José y Juan» que defiende el legado de los dos grandes toreros que forman el tronco del toreo clásico, hemos considerado oportuno dedicar nuestro LXIII Ciclo de conferencias de este año 2020 a conmemorar la figura y el legado de Joselito en el centenario de su muerte en Talavera de la Reina, en lo que hemos coincidido con numerosos aficionados que han colaborado en su difusión y en la realización de otras importantes iniciativas, como la creación de un logo conmemorativo por el artista francés Jerome Pradet, la dedicatoria de la Agenda Taurina 2020 y las actividades realizadas por el Ayuntamiento de Villaseca de la Sagra o las que estaban previstas por la Diputación de Valencia y los Ayuntamientos de Talavera de la Reina y Alcázar de San Juan o las de la Peña Antoñete en Madrid, el Club Cocherito de Bilbao, el Club Taurino de Pamplona, los actos previstos por la Hermandad de la Macarena en Sevilla que culminaran a final de año con la erección, por fin, de una estatua en su Sevilla, y muchas otras que como tantas cosas en nuestro país, se han quedado en el aire por el maldito coronavirus.

No entendemos que eso signifique un desdoro, ni para la figura ni para la aportación relevante y fundamental de Belmonte, que tiene su lugar de honor en la tauromaquia, que «Los de José y Juan» defendemos ardientemente desde nuestra fundación en 1951, a cuya reunión fundacional asistió Juan Belmonte y cuyo acto primero fue la colocación de una placa en recuerdo de Gallito en su casa de la calle Arrieta de Madrid.

Celebremos pues, este año del centenario, la figura de Joselito, que a ningún aficionado debería incomodar. Utilicemos la imagen de Gallito para difundir la tauromaquia en la sociedad. Remarquemos las aportaciones que han dejado su impronta en la corrida de toros y han contribuido a engrandecerla durante más de cien años, que a mi juicio y al de muchos otros, son la labor de un hombre joven, torero de dinastía, que supo mejorar la calidad del espectáculo, amplió la base social de sus asistentes y gestionó los medios de comunicación adecuados para difundirla.

No aprovechemos una tan interesante y digna conmemoración, para aparecer como el solitario espectador del tendido, que mientras todos aplauden, mueve su dedo índice negando a la mayoría, con el rictus de la cara que quiere decir: «A mí no me engañan».

 

Aclaración a la polémica del revisionismo gallista: «No vistan a José con prendas que no son suyas»

SANTI ORTIZ, Escritor
El Mundo, 31 de marzo de 2020

El autor contesta al artículo de Andrés de Miguel y dice celebrar como el primero la conmemoración del centenario Gallista, pero no el revisionismo «esa corriente que proclama a José revolucionario del toreo y que Belmonte fue producto de la literatura».

El problema de la comunicación, los lazos que se establecen entre emisor y receptor a través del mensaje, no deja de depararme sorpresas. Confieso que, tras haber leído el artículo mediante el cual el presidente de la «Peña Los de José y Juan» da respuesta al publicado por mí en estas páginas bajo el título Hablar de Belmonte en el año de Joselito, he repasado varias veces el mío y no alcanzo a comprender la distorsión que éste ha podido causar en la mente del señor De Miguel. Es posible que sólo sea un simple caso de deficiente comprensión lectora; ese problema que tanto atribula a los profesores de Lengua en los institutos de Secundaria; pero, sea ésta u otra la causa, no tengo más remedio que emplazar a don Andrés para que señale de qué párrafo, frase o palabra de mi escrito saca él eso de que «tanta conmemoración empequeñece la figura y la aportación de Juan Belmonte».

Eso ni lo he escrito ni lo pienso; primero, porque estoy a favor de tales agasajos como se desprende de lo que expreso en el primer párrafo de mi texto: «son numerosísimos los proyectos de actos que se barajan para celebrar tal efeméride y hemos de congratularnos que el paso del tiempo no empalidezca la memoria de uno de los toreros más grandes de todas las épocas». Y segundo, porque difícilmente tales conmemoraciones podrían empañar en lo más mínimo el lugar y prestigio que Juan Belmonte alcanzó en el toreo.

La intencionalidad de mi artículo no iba dirigida a criticar o censurar tales conmemoraciones, sino contra esa corriente revisionista de la historia taurina, que pretende adornar a José con prendas que nunca tuvo y que no necesitó para ocupar el puesto señero que tiene en la Tauromaquia; verbigracia: proclamarlo el revolucionario del toreo moderno.

¿De dónde sacan los que así se pronuncian esta majadería? Desde luego, de Don Pío, de Uno al Sesgo, de José María Cossío, de Clarito, de Corrochano, De Federico M. Alcázar, de El Barquero, de Manuel Barbadillo, de Edmundo Gómez Acebal, de Ramón Pérez de Ayala, de F. Bleu y tantos otros escritores y periodistas, testigos presenciales de lo que constituyó la Edad de Oro del toreo, rotundamente NO. No habrían osado defender esta estulticia ni en sus crónicas ni en sus doloridos escritos laudatorios a raíz de la muerte de José. De hecho, ninguno lo hizo. No, el revisionismo al que nos referimos tuvo que trasladarse a otra época, para beber de las fuentes del escritor y comentarista taurino Pepe Alameda, quien, por cierto tan sólo contaba 8 años de edad cuando murió Gallito; es decir: que prácticamente no alcanzó a verlo (sólo lo hizo una sola vez, en 1919, en Marchena).

Sin embargo, pasados los años «descubrió» en una serie de secuencias de la encerrona de Joselito en Madrid con los toros de Martínez, lo que para él constituye el «eslabón perdido» que le permite señalar a Gallito como el instaurador del toreo en redondo; dicho de otra forma: como el artífice del toreo moderno. La secuencia fotográfica -que puede verse en su excelente libro El hilo del toreo- nos muestra a un toro que quiere escupirse de la suerte, al que sujeta José dejándole la muleta en la cara y girando sobre piernas de corvas flexionadas; esto es: como se toreaba antes de Belmonte, logrando que el toro girara en torno suyo y no se fuera.

El indiscutible logro técnico, lidiador, no me parece de la suficiente enjundia como para sustentar ahí el nombramiento de «artífice del toreo moderno». En primer lugar, porque ya antes no sólo lo había hecho Guerrita, al punto de darle cabida en su Tauromaquia como recurso técnico, sino también Belmonte, el 16 de noviembre y 7 de diciembre de 1913 -meses antes de la secuencia de Gallito-, en la plaza de El Toreo, de México, cuando alborota el cotarro ligando cuatro naturales seguidos. Y en segundo, porque, a mi modesto saber y entender, hay que remontarse a la faena de Chicuelo, al toro Corchaíto, de Graciliano, el 24 de mayo de 1928, en Madrid, para poner el hito, el origen de coordenadas, que señala el toreo en redondo como emblema del toreo moderno, pues es, a partir de entonces, cuando comienzan a demandarlo los públicos y empiezan a emularlo los toreros.

Es curioso cómo el hallazgo de ese «eslabón perdido» origina toda la metamorfosis conceptual que separa al Alameda de Los arquitectos del toreo moderno (1961) del de El hilo del toreo, de más de veinte años después. Porque en la primera de las citadas obras defiende lo que yo, y no tiene dificultad alguna en admitir que «es Chicuelo y nadie más que Chicuelo el creador de la faena moderna. Y no deja de serlo por el hecho de que él mismo la realizara con poca frecuencia. Lo decisivo es que fue el primero en realizarla con la relativa frecuencia necesaria para dejarla establecida, instaurada.» Tampoco tiene reparos en señalar que es Juan Belmonte quien le confiere al toreo moderno los perfiles que le dan evidencia. Y añade: «Belmonte ha sido una cumbre y nadie toreó con más arte, en cuanto al ritmo, la medida, el temple y el hondo sentido musical, que tales son los valores específicos del toreo, «arte en el tiempo».»

Mucho tuvieron que cambiar las cosas para que, con el paso del tiempo -él, que tantas páginas insignes dejó escritas para la Fiesta- incurriera en la bajeza de escribir lo que a continuación no puedo dejar de consignar:

«Sabido es que a Belmonte, en sus primeros días, le tomaron por loco, pero en pensarlo estaba la verdadera locura, ya que Belmonte, cuerdo y, más que cuerdo, socarrón y hasta ladino, era el que de verdad había comprendido la situación y actuaba en perfecta congruencia con el toro que entonces existía, que permitía que, aun sin saber lidiar, se pudiera vivir con sólo una media verónica o diez pases de muleta, de vez en cuando. Y como él era listo, estimuló su propia truculencia, su melodramatismo, y estimuló sobre todo a la gente de la pluma, comprendiendo que su imagen estaba, mitad en la arena, mitad en la letra impresa. En cambio, Gallito, al que algunos quisieron después presentar como un «ingeniero del toreo», reveló su absoluta condición de poema puro con una muerte de verdad (el subrayado es mío), no con fingidos amagos de muerte.»

La vileza y cobardía que encierra esta última frase exime de dar más explicaciones, pero no me resisto a ello. El hecho de que a Joselito lo matara un toro (accidente) y no a Belmonte (otro accidente), pese a que los toros lo cogieran mucho más que a José, le sirve a Alameda para cantar la autenticidad de uno y la falsedad -fingidos amagos de muerte- del otro. Al que, por supuesto, hace depender al menos la mitad de su fama de las plumas amigas. Ese es otro de los caballos de batalla del revisionismo militante, que trata a Belmonte como si fuera producto de la literatura y no al revés. Cansados estamos de escuchar la influencia del libro de Chaves Nogales para elevar a Belmonte al mito en que se convirtió, sin que nadie señale que la obra fue escrita en 1935; esto es: el año en que Belmonte cuelga los trastos definitivamente, después de haber escrito a sangre, arte y fuego, por más de tres lustros su historia de alamares. Si la percha literaria del pobre Gallito no tenía la envergadura de la de Belmonte, ni José ni Juan tenían la culpa. Cada uno tenía su personalidad y su misterio y, a través de ellos, inspiraban en distinto grado a escritores, intelectuales y periodistas.

Todas estas cosas no las van a reconocer nunca los prosélitos del revisionismo tardogallista. En cualquier caso, espero y deseo que la figura de Joselito siga manteniendo su prestigio por lo que en realidad fue y no por lo que pretenden sus hagiógrafos de nuevo cuño. A éstos y no a mí debería aplicar don Andrés de Miguel lo de personajes discordantes no por decir no con el dedito en el tendido, sino por su burda forma de pretender tergiversar la historia.

© Diario EL MUNDO

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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