En la feria de Quito, una de las ferias con más tradición de las tierras americanas, han optado por esa fórmula. Pero en nuestro país ya ha taurinos que defienden la misma tesis como una de las posibles salidas para la crisis. Si se prosperara estaríamos en puertas de reinventar la corrida de cuatro toros, en lugar lo fórmula tradicional del “6 toros 6”. En el fondo, se trata de una fórmula que garantice ahorro de costos en un espectáculo cuyos gastos de partida se hacen inasumibles en demasiadas ocasiones.
Tampoco es que sea una opción nueva. Son muchas las poblaciones menores que en España –también tierras americanas– ofrecen festejos con cuatro reses, y no sólo en festivales o espectáculos menores, también en corridas de toros. Pero saltar de ahí al circuito de la primera división taurina resulta en extremo problemático. ¿Alguien puede aceptar una feria de San Isidro en base a mini corridas de toros?
En Quito –-recuérdese, plaza de festejos llamados incruentos– se proponen hacerlo, ya veremos con qué resultados económicos. Bien es verdad que en el caso ecuatoriano se hace pagando el alto precio de la ausencia de las grandes figuras. De hecho, entre los toreros de a pie, tan sólo se anuncian Iván Fandiño, Daniel Luque y Antonio Nazaré.
En nuestro caso, las empresas “descubrieron” en la temporada que ahora concluye el cartel de los mano a mano, abusando de la fórmula hasta su extenuación. Con el objetivo directo de ahorrar una nómina, salvo contadas ocasiones la cosa ha funcionado de forma muy medianeja ante las taquillas. Desposeído de su elemento fundamental, que es la competencia entre toreros, no podía ocurrir de otra manera.
Por eso ahora pensar en la generalización de las corrida de “4 toros 4” suena sobre todo a una ocurrencia de tertulia de café. Puestos a eso, habrá quien descubra que se pueden ahorrar unos sueldos si cada tarde en lugar de tres se reduce a uno –y a ser posible en la nómina de la empresa– el número de “terceros”: uno que a salga en todos los toros. O aquello otro de reemplazar al segundo picador de la cuadrilla por el que siempre se llamó “reserva”, que corría a cargo del organizador.
Entre las reclamaciones sociolaborales de las cuadrillas, a la hora de negociar el nuevo convenio, ya se apuntaba un riesgo potencial en esta materia. Y un punto de razón les asistía porque se trata de un rum-rum que no es la primera vez que circula por el planeta taurino.
Y todo ello trufado de un elemento crucial: ¿la reducción del precio de las localidades para los mini festejos va a compensar el ahorro de los costos? Parece más que dudoso. Es más: lo probable es que a la vez que se reducen los gastos se reduzcan también los ingresos, con lo cual volveríamos a encontrarnos en la misma situación que se trata de remediar.
No cabe duda que cualquier alteración en las fórmulas tradicionales resulta –así ha ocurrido históricamente– en la Tauromaquia de muy difícil implantación. Estamos en un mundo en el que se aplica al pie de la letra el viejo dicho de “los experimentos, con gaseosa”. Bajo este punto de vista, se ha un cierto inmovilismo”, por más que abunden los profesionales muy imaginativos. Pero una cosa es la actualización del espectáculo y otra distinta alterar su desarrollo tradicional.
Desde luego, por el criterio del ahorro de costos ninguna de estas fórmulas resulta razonable. Hay otras que más fácil aplicación, que además no suponen cambios en la estructura del espectáculo, pero si pueden generar ahorros económicos. Sin ir más lejos, en el toreo fue una tradición siempre que el torero no cobrara lo mismo con media plaza cubierta que con el “No hay billetes”. Se daba hasta una picaresca: el administrador que compraba las entradas pendientes de venta para que se pudiera colgar el “No hay billetes”. La inversión le resultaba rentable, además de añadir una cierta vitola a su torero.
En esa época, por cierto, no se daba un fenómeno que hoy se generaliza si que nadie rechiste: las empresas entonces liquidaban a los toreros en su fecha, no se dedicaban a repartir pagarés a largo plazo y de dudoso cobro en muchos casos.
Frente a estas pretendidas y ocurrentes innovaciones, en realidad lo que habría que pensar es en un replanteamiento general del negocio taurino. Todos, desde las corporaciones públicas titulares de las plazas, hasta el último profesional que actúan, tienen que hacer su aportación personal a esa nueva economía que la Fiesta requiere en esta etapa de crisis, como ocurrirá muy probablemente con la que venga después: todos los expertos pronostican que la crisis actual marca un antes y un después.
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