MADRID. Decimoctava del abono de San Isidro. Casi lleno: el 93,4% de las entradas de pago. Toros de Alcurrucén, muy bien presentados pero desiguales de hechuras, cuatro de ellos cinqueños –1º 2º, 3,º y 6º–, de muy poco juego con la excepción del 2º , de una gran calidad y premiado con la vuelta al ruedo. Diego Urdiales (de nazareno y oro), silencio tras aviso y silencio. David Mora (de verde manzana y oro), dos orejas y silencio. Roca Rey (de rioja y oro), ovación y palma. David Mora salió a hombros por la Puerta Grande.
La felicidad completa se terminó cuando le daban la vuelta al ruedo a ”Malagueño”, un toro de excepcional calidad, lidiado en 2º lugar y que cayó en las manos templadísimas de David Mora, que poco después pasearía las dos orejas en su ceremonioso recorrido por el redondel. Lo de antes tuvo poca historia; lo que vino a continuación, también se fue prácticamente en blanco, salvo en la honradez de los espadas que los lidiaron.
El regreso de Mora al lugar de los hechos de aquel otro 20 de mayo de hace dos años, ha sido triunfal, hasta hacer que se le saltaran más de una vez las lágrimas al torero. Recibido con los honores que merecía, lanceó de salida de forma relajada y con temple, para luego competir en quites con Roca Rey. Brindis a ese “ángel de la guarda” que se llama Dr. García Padrós. Y de primeras un susto de infarto: colocado inapropiadamente para hacer un cambio por la espalda, “Malagueño” se lo llevó por delante; la postura con la que cayó, tan presente como ahora están ese tipo de caídas, fue lo que más miedo creó. De hecho, el torero se trató de levantar desorientado y las piernas no le sostenían; pero la vida tiene mucha fuerza y Mora se recuperó. A partir de ahí comenzó la sinfonía.
Reinició su faena de forma armoniosa, para en seguida echarse la muleta a la mano derecha: tres series desmayadas, de largo trazo, sentidas. Luego, cambió de mano, pero no de sinfonía. Y como colofón, un espadazo en la yema, del que el “alcurrucen” salió ya tambaleándose. Ni una de las muchas virtudes del buen toro se había quedado en el tintero, ni el torero se privó de nada que tuviera soñado. Al unísono, el presidente no tuvo duda alguna: las dos orejas y el pañuelo azul. Como diría el castizo, “gloria bendita”.
El 5º ya era otra cosa. Iba rebrincado cuando no se desentendía de los engaños, para salir con la cara por arriba. Mora, pacientemente, construyó una faena muy aseada, en la que no cabían mayores cotas. De nuevo, eficaz con los aceros.
A expensas y en competencia con lo que puedan depararnos el resto del abono, la Casa Lozano un año más oposita a ganarse el Premio al toro más bravo de esta feria, pero le queda muy lejos el galardón correspondiente a la corrida más completa. Se llamaba “Malagueño” negro y con muchos matices zootécnicos para su capa. Lo fundamental: que después de unos comienzos dubitativos, pronto rompió a bueno, mejor dicho: a buenísimo, por bravura, por nobleza, por prontitud…, hasta por su guapa estampa, la más entipada de todo el conjunto. La vuelta al ruedo, clamorosa.
Sin embargo, el resto fue otro cantar bien distinto. El primero de los alcurrucenes, muy exigente con el torero, no reunía virtud alguna, salvo una casta agobiante. El 3º sin fondo, era de un comportamiento muy desigual por los dos pitones: lo mismo tomaba la muleta que su contrario. El 4º, sencillamente “una prenda”, que su matador hizo bien en quitársela de encima cuanto antes. El 5º, más lejos del tipo clásico de su Casa, iba rebrincado y derrotando en las telas. Y el 6º, tanbién del orden de los encastados, acabó como comenzó: molestando de continuo, sin fijeza ni tranco, después de recuperarse una ligera lesión en una carrera. O sea, que si no es por “Malagueño” a estas horas se estaría hablando de un segundo trastazo en esta feria de la ganadería de los Lozano.
De los cuatros toros que hasta ahora le han tocado a Diego Urdiales en esta feria, ni uno le ha permitido explicar su toreo. Con los de este martes, imposible desde el principio al fin. El que abría la corrida, además de muchas exigencias, carecía de clase y para colmo se fue a menos. El riojano comenzó en un tono muy razonable sobre la mano derecha, pero a partir de la tercera tanda el de Alcurrucén se puso ya renuente y por el izquierda no daba nunca vía libre. El 4º, ya se dijo, era de los de quitárselos de en medio cuanto antes, porque si ya era malo, caminada hacia ponerse imposible; menos mal que Urdiales estuvo hábil con la espada.
Roca Rey, en su tercera comparecencia, no ha triunfado. Pero se ha justificado sobradamente. Con dos toros que no regalaban ni los buenos días, el joven torero estuvo firme y decidido, buscando con ahínco un lucimiento que era difícil que llegara, por no decir imposible. Sin locuras, sino con mucha cabeza, se mostró toda la tarde valentísimo. Como, además, le tiene cogido el sitio a la muerte de los toros, superó la tarde con mucha holgura y buenos modos.
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