BILBAO. Segunda de las Corridas Generales. Tres cuartos de entrada. Toros de Domingo Hernández –los impares con el hierro de Garcigrande y los pares con el suyo–, correctos de presentación pero desiguales de tipo, manejables en distinta medida, salvo 1º y 6º. Enrique Ponce (de azul cielo y oro), silencio y una oreja tras aviso. Julián López “El Juli” (de azul noche y plata), dos orejas y ovación. Alejandro Talavante (de verde botella y oro), vuelta y silencio. “El Juli” salió a hombros por la Puerta Grande.
Tarde importante la de Julián López “El Juli”, un triunfo incontestable que permitió ver sus dos caras: sintiéndose mucho con su buen primero, poderoso ante el exigente segundo. Por eso abrió la Puerta Grande con toda justeza. Pero no fue sólo eso. Despachado el imposible que abrió plaza, luego Enrique Ponce sacó a pasear la suavidad de su muleta para poderle a un mansito que al final sacó un fondo de nobleza. Y Alejandro Talavante, a lo que se ve muy mejoradito ya de su cólico nefrítico, creó emoción con el hacia 3º, aunque luego dijo más bien poco con el vulgarote animal que cerraba plaza. Una tarde, en fin, para anotar entre las más redondeadas del año taurino. Faltó, eso sí, el “No hay billetes”, tan frecuente como era en Bilbao en otras épocas. Tres figuras y papel de sobra en las taquillas, por lo visto es el sino de los tiempos modernos. A lo mejor si no hubiera faltado Morante…
A todo colaboró la corrida de Domingo Hernández, cumplidora en presencia, aunque desigual de tipos y hechuras. No fue fácil, sino exigente en su mayoría. Y en tal exigencia radicó en gran medida el triunfo de los toreros: lo que se hacía, llegaba pronto al tendido, creaba emoción. Especialmente evidente fue esta condición en el caso de los toros que se lidiaron como 3º, 4º y 5º: cuando el torero imponía su mando, como hicieron, crecía la importancia. Imposible resultó el grandullón que abrió la tarde y extremadamente vulgar el que la cerró, curiosamente muy en el tipo del 1º. El mejor resultó el 2º, aunque también sus bondades se vieron más porque cayó en las manos de “El Juli”. Ante el caballo todos cumplieron mal que bien y luego no resultaron cómodos en banderillas. Siendo una de esas malhadadas “ganaderías de garantía”, por Bilbao pasó con mejor nota de lo esperable.
Andarín y descastado de todo punto el que abría plaza, deslucido donde los haya, Enrique Ponce tuvo que esperar hasta el 4º para seguir enamorando a la afición bilbaina. Y tuvo mérito. Después de dos primeros tercios deslucidos, con el toro manseando con la cara siempre por las nubes, el de Chivas supo sacarle, al principio un poco con sacacorchos, la bondad de fondo que tenía. Por eso se sucedieron series muy de seda, todo suavidad, todo estética. Hasta tal punto que aún pasándose de faena, todavía le recetó dos series finales con mucho empaque, sin obligar al toro, pero sin dejarle irse. Luego una espada que cayó algo baja frenó los premios y todo quedó en una oreja. Sin haber pasado en este año por las Plazas de compromiso, al llegar a Bilbao se vio al Ponce de siempre, al que en esta Vista Alegre torea como en el patio de su casa.
Redonda de principio a fin la tarde de “El Juli”. Si después de semejante triunfo en el mano a mano de este martes no se acaba el papel, ya será como para ir a urgencias, que en Bilbao hay muy buenos servicios en esa materia. El capote más bien lo usó en sus toros, en especial con el 5º, para enseñar el camino a sus toros, obligándoles mucho, sin dejarles espacio para salirse sueltos y rematando con gusto. Toda la faena de muleta con su primero resultó compacta, firme y reunida, bajando mucho la mano, llevando a sus enemigos hasta donde le daba el brazo y siempre enganchándolos muy adelante en las bambas del engaño. Con la izquierda hubo dos series inconmensurables. Con su particular forma de ejecutar la suerte, dejó un espadazo en la cruz de la que rodó el animal sin puntilla.
Con el 5º, que inicialmente iba a arreones y con cambios bruscos en sus acometidas, “El Juli” tiró de su capacidad para someterlo, en un trasteo que fue a más, para culminarlo con unos derechazos magníficos. Toda una exhibición de lo que representa el poder en el toreo. Un pinchazo recibiendo como prólogo de una estocada entera le cortó el paso para obtener un tercer trofeo, que habría redondeado su importante tarde.
Muy en su línea de buscar siempre sorprender, magníficos fueron los lances a pies juntos con los que Talavante recibió al 3º de la tarde, muy exigente como bien pudieron comprobar las cuadrillas. Pero el extremeño estaba en trance y ya de primeras lo recibió con la muleta en los medios. Especialmente por el pitón derecho, la series tuvieron enjundia, aunque al final consiguió también que le cogiera la izquierda. Todo ello salpicado de las ocurrencias suyas, para sacarse al toro por donde nadie lo espera. Es su forma de entender esto, aunque hay que reconocer que toda la limpieza de sus muletazos profundos se convierte en barullo cuando da un golpe de creatividad: esta tarde, ni uno de sus intentos resultó limpio. Pero el público se le entregó por completo. Lo malo es que después no anduvo fino con la espada. La vuelta al ruedo fue de las verdaderamente auténticas.
Pronto desistió Talavante con el que cerraba plaza, una vulgaridad de toro, de la familia de los grandullones, que iba y venía sin decir nada. Ponerse pesadamente a insistir en mil intentos carecía de sentido. Y así lo entendió el torero, que lo despachó con brevedad.
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