Una faena importante y convincente de Alberto Aguilar, con otro saldo ganadero

por | 1 Jun 2014 | Temporada 2014

MADRID. Vigésimo tercera de feria. Dos tercios de entrada. Tres toros de Montealto (2º, 3º y 5º), dos cinqueños de Julio de la Puerta (1º y 4º) y otro cinqueño de El Ventorillo (6º), una escalera de tipos y  de hechuras, de mal juego salvo el 5º.  Pedro Gutiérrez “El Capea” (de grana y oro), silencio tras un aviso (importunísimo) y silencio. Alberto Aguilar (de nazareno y oro), silencio y una  oreja. Sebastián Ritter (de granate y oro), que sustituía a Paco Ureña, silencio y pitos tras dos avisos. La corrida duró dos horas y 37 minutos.

Tocaban hoy “domecq” de Caja B, esto es: lo que proceden de aquellos que proceden de…; vamos, que hasta una segunda o una tercera derivada no llegaban al tronco. Suelen acabar en los carteles de los domingos, que parece que para las Empresas los espectadores de este día fueran de segunda división. La corrida no pudo ser más deslucida. Muy blanditos los de Julio de la Puerta, con problemas añadidos el 4º, lidiado como sobrero; con mucho que torear el de El Ventorrillo que salió en último lugar, también como sobrero; carentes de fuerzas aunque con algo de nobleza los tres titulares que quedaron de Montealto, entre los que destacó por su calidad el 5º, aunque podía haber sido interesante también el 2º, que se rompió por completo en una interminable pelea con los montados. A fin de cuentas, lo que se dice un saldo.

Técnicamente irreprochable, en la lidia y en el toreo. Pedro “El Capea” lo hizo todo con arreglo a las normas. Pero no alcanzó a cuajar. Expresado de otra manera: dijo poco. Si volvemos, como demasiados días, a las historietas del abuelo, hace años se explicaba que estos toreros tan reciamente de campo, con la lección tan bien aprendida, luego en los ruedos decían poco. Bien porque no tenían esa clase indispensable para romper, bien porque lo que de verdad dominaban era el torero campero, que poco tiene ver con el de la Plaza. Junto a las reticencias injustas que años anteriores le tuvo un sector de esta Plaza, es bastante probable que a El Capea le pase algo de todo eso. Pero hay que reconocerle con toda sinceridad que con el 4º, de declarado mal juego, tuvo una buena cabeza para resolver la papeleta e incluso estirarse en algunas series. Habrá gustado más o menos, pero el salmantino estuvo muy digno  toda la tarde.

Poco pudo hacer Alberto Aguilar con su primero, salvo torearlo con muy buen son con el capote. El de Montealto se enfrascó en una pelea interminable con el caballo, sin que hubiera modo de sacarlo de allí. Se rompió de tal forma que cualquier intento de faena de muleta resultaba inútil.  La situación cambió con el 5º, que sin ser un toro excepcional, al menos se desplazaba con viveza y, cuando se le podía, hasta metía la cara en la muleta. Entre eso y que sus fuerzas andaban ajustadas a la baja, tenía sus teclas que tocar. Alberto Aguilar acertó a tocarlas: someterlo sin forzar la máquina de una mano demasiado baja, dándole sitio para aprovechar las inercias y no agobiándolo con el encimismo. Sobre este trípode construyó una faena mucho más que estimable, en la que hubo series de un gran temple y de buen gusto, todo realizado en el espacio justo. Un espadazo entero fue el prólogo de una de las orejas cortadas con más fuerza en lo que va de feria. Una actuación importante y convincente.

La nueva oportunidad que la Empresa concedió al colombiano Sebastián Ritter por su demostrado valor en su anterior paseíllo en Las Ventas, ha servido más bien de poco. Su primero duró escasamente una docena de muletazos, entre los que hubo de todos, antes de echar el freno de mano; con el que cerró la tarde se vio desbordado.  El sobrero de El Ventorrillo tenía su aquel, pero resultaba inútil que el torero, con todo su valor, lo intentara una y otra vez –siempre sin someter a su enemigo– si las  telas salían enganchadas de continuo, lo que empeoraba aún más las condiciones del astado. Luego los nervios con la espada le jugaron una mala pasada y, como a los boxeadores groguis, le salvó milagrosamente la campana de que no se lo echaran al corral, aperreado como se andaba con el descabello.

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Taurología

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