Una estafa, tan finamente bordada que parece realidad

por | 4 Feb 2012 | Tribuna Abierta

Si analizamos a detalle el comportamiento de la temporada taurina que viene ocurriendo en México entre los últimos meses de un año y los primeros del que sigue, ello marca una costumbre que ha venido desarrollándose en forma más o menos equilibrada desde fines del siglo XIX y hasta nuestros días. Ello se debe a que al concluir la que se desarrolla en España (más o menos entre Fallas de Valencia y San Miguel en Sevilla), los diestros hispanos y algunos franceses se suman al contingente de lo que alguna vez se consideró “hacer la América”, con lo que no termina ahí su profesional quehacer.

Ese contingente de matadores de toros es sujeto de una temporada española en la que su exhibición de facultades y defensa de tan infranqueables territorios, destaca el enfrentamiento con toros, sin más. Las imágenes fotográficas, de cine, televisión o video dan cuenta de que al dar cara a ese ganado, sus afanes –los de estos personajes-, se convierten en auténticas gestas.

Se creería por tanto que el común denominador de esas hazañas tendría continuidad en América; pero particularmente en México. Sin embargo, y hasta aquí con el inicio de nuestras tribulaciones, en la mayoría de los casos y salvo honrosas pero muy aisladas excepciones, ocurre lo contrario que en España. En la mayoría de los casos, son los empresarios quienes se empeñan en conceder privilegios, programando a las “figuras” en un plan en el que esas mismas “figuras” vienen a poner condiciones; o por lo menos es la impresión que tenemos todos quienes percibimos que su presencia es bajo presión, con las mejores condiciones económicas, de seguridad y hasta de comodidad.

Los empresarios mismos no ven por el toro, se les impone el “toro” que es del gusto de esos toreros. Los empresarios en ese sentido, no tienen el menor afán de molestar a las “figuras”, imponiéndose como empresarios en potencia, con ganas de llenar las principales plazas de nuestro país, bajo el rasero de dar cada tarde carteles muy parejos, apretados y comprometidos. Por eso es común que nos remitamos al pasado para dar como parámetro las antiguas temporadas que se organizaban lo mismo en la plaza “México” que en el desaparecido “Toreo” de Cuatro Caminos. O también al actual ejemplo de la famosa feria de San Isidro, donde tarde a tarde, durante 31 que tiene el mes de mayo, la plaza, con casi 25 mil localidades, se apunta el “No hay billetes”. Con esto, reafirmo el hecho de que el empresario si quiere “hacer fiesta”, debe ser capaz de programar carteles muy parejos, redondos diría yo, para que un domingo y otro también la “México” luzca llena hasta la bandera.

A lo anterior debe agregarse la dispersión de comentarios habidos con la prensa, mismos que no guardan ni proporción ni equilibrio, lo que genera ideas encontradas, sobre todo por el hecho de que con el apoyo de la tecnología digital, el número de comentaristas se ha elevado considerablemente, con lo que se pierde la esencia de una realidad que ahí está, y muchas veces se niegan a referirla en su real dimensión.

Han comenzado desde el pasado 22 y ahora 29 de enero, los carteles que van encaminados a unirse a los del 4 y 5 de febrero con lo que la plaza de Insurgentes celebra orgullosamente su 66 aniversario. Pero esos carteles, de tan redondos que son, atraen a una masa informe más de espectadores que de aficionados, dispuesta a ser tema de notas sociales y no de crónicas taurinas. Masa que no se desperdiciaría si asistiera de igual forma al resto de los festejos como para ir conformando criterios más amplios al respecto de lo que el 5 de febrero no sólo significa en el calendario de las celebraciones. Son tardes en que el ganado es especialmente escogido, llegándose al grado de convertir esa materia prima en signo de confianza para los toreros, pues por su tamaño, su edad y su trapío, invitan a la tranquilidad. En ello, los jueces de plaza también se convierten en cómplices de una estrategia que invariablemente se repite sin que haya, a la vuelta de estos festejos, ningún tipo de sanción. Y no los hay porque simple y sencillamente no quieren problemas. Su presencia es más bien de adorno y cortesía que demostración auténtica de ser la autoridad en la plaza. En esos términos, se produce lo que yo considero ausencia de la autoridad de la autoridad… y punto.

Con asuntos como los que aquí vengo planteando, asuntos que para muchos a quienes nos interesa el destino del espectáculo, sabemos que si “la ropa sucia se lava en casa”, es momento de que actúen los directamente involucrados, e incluso que se denuncien las mañas que deberían ser motivo de escándalo y castigo, pero que al final, son elogiadas y celebradas sin más. En el entendido de que el toro es la figura a defender, como figura protagónica del espectáculo, al final se convierte en un elemento secundario (o lo convierten) debido a que privan intereses en que la estafa es tan finamente bordada que parece una realidad. No me parece justo lo que vienen haciendo en nombre de una organización del espectáculo cuando lo que se muestra es improvisación, improvisación que fascina y seduce.

Y miren lo que son las cosas. Hace 109 años se publicaba en El Popular la siguiente nota que, por otro lado, guarda una auténtica semejanza con lo que he venido apuntando. Aquí lo que se decía por entonces en aquel diario:

 

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Taurología

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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