BILBAO. Cuarta de las Corridas Generales. Menos de media plaza. Cinco toros de Victorino Martín, bien presentados, bonancibles y nobles pero de escaso poder, salvo el 1º; un sobrero de Salvador Domecq (6º bis),un cinqueño deslucido. Diego Urdiales (de azul pastel y oro), palmas y una oreja. Manuel Escribano (de nazareno y oro), ovación tras un aviso y una oreja con dos vueltas al ruedo. Paco Ureña (de champan y oro), una oreja y silencio.
La corrida de Victorino Martín no tuvo ningún tirón en la taquilla; se volvió a estar por debajo de la media entrada. Sin embargo, los toros de la A coronada, pese a su escaso poder, tuvieron calidad como para propiciar un festejo entretenido, para el público el que más hasta la fecha, con momentos verdaderamente de enjundia.
Dejemos por imposible al toro que abrió la tarde: “Bohonero” era de la subespecie, particular de este hierro, de las alimañas; en este caso, además, tobillera. Los cuatro restantes tuvieron en diferente grado clase y nobleza, siempre matizada en razón de ese denominador común del escaso poder que sacó toda la corrida. Y así, abundó en buenas condiciones el que hizo 2º, pero le faltó ese punto de empuje y casta para que naciera lo auténtico. Otro tanto nos enseñó el 3º, quizá de mas alzada que sus hermanos. Encerraba también condiciones idóneas el 4º, pero se mostraba muy renuente a la hora de humillar. Rebosante de calidad, el que más de todos los hermanos, el que se lidió como 5º, pero también mostraba las vergüenzas de su debilidad. Del sobrero poco que decir: un cinqueño pasado de todo, que ya no irá más de plaza en plaza en su condición de reserva.
En suma, los de Victorino Martín propiciaron, y hasta dieron facilidades, para el buen toreo que se vio. ¿Puede decirse a continuación que fue una gran corrida? La pregunta genera más que dudas: ¿cómo puede considerarse bueno un animal, por bondadoso que sea, que luego carece de ese poder y esa de fiereza, que son sus señas primigenias de identidad? Llevaban la A coronada, pero por debilidad se pasaban de pastueños, rozando en “el toro predecible”. Por eso el personal lo pasó muy entretenido, pero en los tendidos no prendió la emoción.
Dos puntos a favor de Diego Urdiales. Con la alimaña dejó bien explicado, para quien quisiera ver, que también la lidia sobre las piernas tiene sus elementos de buena torería. Con el que 4º, al que dejó un ramillete de lances excelentes, explicó otra lección relevante: qué debe entenderse por torear con cadencia, con despaciosidad, con temple. Hubo sobre todo dos series, una sobre cada mano, como para enmarcar. Un toro de esta clase, pero con más humillación y, sobre todo, más fuerza, habría permitido que el riojano rompiera los moldes del adocenado toreo que hoy se frecuenta. Pues a pesar de todo, destacó mucho.
Junto a esos elementos, más menos complementarios, que son consustanciales con Manuel Escribano –la puerta de toriles, los pares en las tablas, etc.–, los dos bondadosos victorinos permitieron que el de Gerena se explayara en su mayor virtud: esa que se materializa al embarcar por delante a los toros, para luego llevarlos templadamente muy por abajo y hasta la cadera. Y todo, acudiendo a un toque basado sencillamente en un suave movimiento con las bambas del engaño, que los de Victorino no permitían una sola brusquedad. Todas las veces que su toreo salía en semejantes términos, desde el tendido se advertía que aquello lo estaba sintiendo en todo lo hondo el torero. Tal ocurrió, justamente, mediada la faena del 5º y a raíz de una serie muy ligada sobre la mano derecha. En suma, por esas fases de sus faenas y por sus cosas de siempre –mejor ejecutadas que en otras ocasiones–, tuvo un justo y jaleado premio. Pero incluso compartiendo en este caso el criterio presidencial, por puras razones de equidad y dados los nuevos criterios que imperan en el Palco presidencial, don Matías pudo sacar los dos pañuelos blancos: por mucho menos lo ha hecho en este abono. No se habrían venido abajo las columnas del templo del toreo.
Paco Ureña no tuvo más remedio que quitarse dignamente de encima a la mole del domecq de turno que cerró la tarde; en los partidos de patio de colegio se diría eso de que “ese gol no cuenta”. En cambio, con el buen 3º apareció el Ureña de siempre, el del toreo auténtico, el de las formas más ortodoxas. Con la izquierda dejó pasajes de buena dimensión, en calidad, en temple y en profundidad. Es lamentable tener que repetir el argumento, pero todo eso con un toro con pujanza habría conmovido mucho más a Vista Alegre, cuando luego, además, le recetó un espadazo en sí mismo de premio.
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