Yo sé que las nubes duran sólo un momento
y que el Sol es para todos los días.
Rabindranath Tagore
Qué razón tenía Tagore cuando escribió estas líneas. Lo importante es que el Sol sale toda la vida; lo demás no pasan de ser accidentes del camino. De estas palabras me acordé muchas veces conforme iban llegando ese rosario de noticias, tristes y dramáticas noticias, sobre la cornada sufrida por Paco Ureña en Albacete.
Por duro que sea el final, que todos anhelamos que tal no ocurra, el Sol continuará saliendo todos los días. O lo que es lo mismo, ese Sol que marca lo mejor del arte del toreo iluminará siempre a Paco Ureña. Y será así porque el torero de Lorca encarna todos esos valores que hacen que este Arte sea tan grande. Tanto que de inmediato trae a la cabeza aquella sabia aseveración –llena de contenido– del maestro Chenel: “Los grandes toros, los que llevan un cortijo en cada pitón, deberían tener el derecho de elegir a su matador”. Si ese imposible alguna vez fuera realidad en los ruedos, más de uno elegiría a este Paco Ureña.
A raíz de aquella tarde de un agosto madrileño, la tarde de su tardía confirmación, cuando salió de eso tan duro como es el ostracismo taurino, muchos se acordaron de aquel hermoso verso de Rafael Alberti, que comenzaba rotundo: “Vuelvo a los toros por ti”. Y en efecto, por admirar la integridad de su toreo, claro que vale la pena volver a los tendidos. El poeta gaditano cantaba desde su exilio americano su admiración por Luis Miguel; en la temporada de 2013 y en las siguientes, aquel hermosísimo verso bien se podría trasladar a Paco Ureña, porque también de él se puede afirmar con Alberti: “¡Oh, gran torero de España¡”
¿Acaso esa cornada de Albacete no surgió por causas como las que cantan los poetas?. Conociendo como es ese encaste núñez que atesoran los Lozano en sus campos; incluso: comprobado como habían sido de salida de los tres primeros ejemplares de esta tarde infausta, parece que, desde la lógica humana, había que comenzar con un tanteo, pero mucho tanteo, hasta centrar a “Clarinete” en las suertes.
Pero Ureña tuvo prisas y de primeras de embraguetó con su enemigo, capote muy recogido, la pierna firme cargando la suerte, con las manos bajas y buscando siempre arrebujarse con el toro… Y ahí surgió ese derrote tan certero, que si se hubiera aliviado a lo mejor no se habría producido. Pero entonces el lance no habría nacido con propósitos de crear arte verdadero, que no es otra cosa que la que calladamente cantó Bergamín: “Un prodigioso mágico sentido,/ un recordar callado en el oído/ y un sentir que en mis ojos sin voz veo./ Una sonora soledad lejana,/ fuente sin fin de la que insomne mana/ la música callada del toreo”.
Ahora toca esperar, permítase el pleonasmo: con toda esperanza, confiados en las blancas manos de la Misericordia, esas manos en las que se ponía el insigne poeta de Carmona en su canto a Sevilla; pero también, como en tantas ocasiones en la historia, en las sabias manos de los médicos, que en este caso son manos expertas. Ocurra lo que la Providencia quiera, una cosa será completamente cierta para Paco Ureña: “el Sol es para todos los días”, como nos recuerda Tagore.
En muchos sitios he visto un azulejo, nacido de los alfareros de Triana, que sentencia: “No corras tanto, que el tiempo no acaba”. Qué receta tan sabia. Y es que en estas horas, y todas las que vengan detrás, la paciencia y la constancia son dos elementos esenciales, teniendo por cierto que el final, sea el que sea, será un final feliz.
Y Paco Ureña lo hará, porque ya superó el tránsito más duro, más desanimante de todos los que se dan en el toreo: estar en un largo paro forzoso, cuando parecía que en sus buenas condiciones tan sólo confiaba el propio torero, aunque todos los elementos externos parecían encabritados en su contra. Como su moral, pese a todo, andaba por las nubes, cuando el 25 de agosto de 2013 se encontró con un buen toro de Martín Lorca en Madrid, escribió la página de su resurrección. Se hizo realidad que, en efecto, no por correr más el tiempo se acaba.
Ahora ocurrirá lo mismo. Paso a paso, sin más prisas que las que marquen los médicos, volverá su tiempo, ese tiempo que sólo aspira, noble aspiración, a hacer realidad la anécdota que Lorena Muñoz cuenta en las páginas de ABC: “Tras despertarse de la anestesia, Paco Ureña me dijo que había soñado que era figura”, relató el Dr. Cuesta, quien muy oportunamente le contestó que ya lo era. Ese es el Paco Ureña que nos esperará a la vuelta de la esquina; todo lo demás no serán otra cosa que las hojas volanderos de un calendario.
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