PAMPLONA. Tercera de la Feria del Toro. Lleno. Cinco toros de Puerto de San Lorenzo y uno de La Ventana del Puerto (6º), bien pero desigualmente presentados, muy complicados los cinco primeros y noble el de La Ventana; cinqueños 1º, 3º y 5º. Curro Díaz (de grana y oro), ovación y silencio. Paco Ureña (de verde botella y oro), una oreja y silencio tras un aviso. José Garrido (de nazareno y oro), silencio y una oreja.
En el toro que abría la tarde, al poner el primer par resultó coreado el banderillero Pablo Saugar “Pirri”. El percance fue muy impresionante porque el torero dio casi una vuelta completa girando con el pitón dentro de la parte baja del abdomen; cuando el animal se deshizo de él, volvió a darle un pitonazo en la cabeza. En la Enfermería de la plaza fue intervenido quirúrgicamente durante casi tres horas.
Tarde dura esta tercera de San Fermín. Dura por la fuerte cornada que sufrió Pablo Saugar “Pirri” en los primeros compases del festejo. Pero dura y complicada también por la condición de los toros de Puerto de San Lorenzo, al final dulcificada con la actitud demostrada por el que tenía el hierro de La Ventana del Puerto, el segundo de esta fracción de la casa de los hermanos Fraile.
Hasta para el más profano ha quedado de manifiesto como aunque camada paste en la misma dehesa y la dirijan idénticas manos, la diferencia luego viene de la sangre de procedencia. Los cinco del Puerto, de procedencia atanasio, estuvieron cortado por el mismo patrón: siempre sueltos, mansos, con escasa humillación y con violencia ante los engaños; el que correspondía a La Ventana, de origen aldeanueva, con nobleza y recorrido. Cuando salen buenos –que hoy no era el día–, ya se sabe que lo de atanasio siempre ofreció muchos triunfos en el último tercio; pero cuando la cosa se revira, pueden llevar de cabeza a cualquiera. Los de sangre aldeanueva, en cambio, encajan más en la figura estándar del “toro predecible”. En Pamplona se pudo comprobar.
En presentación, la casa de los Fraile trajo una corrida muy desigual de volumen y hechuras. Descomunales de grande 1º y 6º, pasando ambos de los 600 kilos. Bajaron algo 2º y 3º, ambos menos rematados. Y tuvieron mucho respeto 4º y 5º. Todos se hermanaban, en cambio, por exhibir unas testas sobradamente coronadas y abiertas.
Aunque ninguno de sus dos enemigos eran propicios para las filigranas y aunque de modo necesario resulta de forma discontinua, a los de su lote quiso Curro Díaz dejarles su sello particular. Sobre todo con la mano izquierda de ejemplos muy elocuentes, a pesar del violento tornillazo final de sus atanasios. Especialmente con el tren de mercancías que abrió la tarde, hubo momentos de gran plasticidad. Tanta que metió a os tendidos en la faena, de forma que si no marra con lo aceros hasta le podrían haber pedido un trofeo. En cualquier caso, dos mansos sin humillación ni clase, muy a su contraestilo.
Se gustó y gustó al prójimo el lancear de Paco Ureña a su primero, con una media sobresaliente. A base darle la distancia precisa, el toro fue tomando los engaños, hasta acabar haciéndolo por abajo, mejor sobre el pitón derecho. La sincera labor de Ureña interesó a los aficionados, que solicitaron un trofeo, una vez que el torero dejó toda la espada arriba. Intentó meter en los engaños al grandullón 5º, que topaba con la cara muy suelta. Pero en esta ocasión pecó de reiterativo en sus intentos, cuando de antemano se sabía que eran inviables.
Después de las fatiguitas que le hizo pasar el que se lidió como tercero –brusco, duro y manso–, José Garrido no dejó escapar la oportunidad que le brindó el aldeanueva que cerró la función, que, por cierto, era el toro castaño que por la mañana protagonizó el encierro en primera persona. Desde un quite a la verónica que tuvo mucha enjundia, al núcleo básico de su faena, Garrido supo entender las condiciones de este “Huracán”. Muy entregado, comenzó echándole las rodillas a la arena para muletear por arriba y en redondo. Ya de pie, lo pasó sobre ambas manos, superando razonablemente bien el hándicap de la flojedad de su enemigo, que en diversas ocasiones dobló las manos. Subió los ánimos del personal con los alardes finales, previos a un pinchazo y una estocada entera. Saldó su tarde cortándole una oreja.
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