PAMPLONA, 11 de julio de 2012. Quinta de feria. Lleno total. Toros de Fuente Ymbro, con demasiada romana y muchos pitones, pero bajos de casta. Cesar Jiménez (de azul eléctrico y oro), silencio y silencio. Rubén Pinar (de nazareno y oro), silencio y una oreja. Jiménez Fortes (de azul celeste y oro), una oreja y una oreja; salió a hombros por la puerta grande.
¿Con gas o sin gas?, ¿con IVA o sin IVA?… Pues eso, como el agua o las chapuzas, con los toros que cría Ricardo Gallardo también se podría hacer la gran pregunta: ¿con casta o sin casta? Hoy tocó “sin”, pero un “sin” manifiestamente colaborador. Todos andaban sobrados de romana, siempre –kilo abajo kilo arriba– en el filo de los 600, y abundancia de pitones. Luego lo de la casta y la bravura fue otro cantar. Ninguno destacó precisamente ante el caballo y todos apuntaron su tendencia natural a salirse suelto de las suertes y, a ser posible, buscar el amparo de las tablas. Lo que ocurre es que, cuando el torero le ponía la muleta por delante, la seguían con nobleza, dejaban estar y permitían hacer el toreo. Vamos, como los del monoencaste, pero con más bulto. Por eso, para que el toreo no fuera también “sin” –y en los sanfermines lo “sin” no se lleva nada– correspondía al espada de turno añadir el picante de su entrega; sin ella, todo quedaba en una sosería.
Aquí radicó la razón del triunfo, a nuestro entender excesivo, del joven Jiménez Fortes: no se debió conceder la oreja del sexto, después de haberle hecho “guardia” con la espada. Será que el palco esta muy arriba y esos detalles no se advierten. Pero sentado lo anterior, hay que reconocerle al malagueño todo el mérito que tuvo su seria y entregada actuación. Se vio desde el principio que venía pidiendo guerra desde el paseíllo.
Animoso con el capote, en especial en un par de quites muy ceñidos y meritorios, no se le puede restar el mérito de haber visto pronto como había que meterle mano a los dos “fuenteymbros”: metiéndolos mucho en la muleta, no dejándoles espacio para irse de najas, sometiéndolos por abajo en series muy reunidas… Y todo ello, muy entre los pitones, pero serenamente, sin aspavientos, con verdad. Como, además, sabe manejar los resortes de los arrimones en los finales de faena, caló rápido entre el público.
Desde la alternativa bilbaina de hace un año, este torero ha evolucionado a mejor de forma paulatina. Como el valor no es su problema, está ganándose un sitio. Si lo respetan los toros, con la idiosincrasia que tienen la mayoría de las ferias del verano, puede abrirse un camino para mayores aventuras.
Para contarle a sus niños el día de mañana, Rubén Pinar siempre podrá decir que mató en primer lugar un “fuenteymbro” mastodóntico, que en quince días cumplía los seis años. Eso si que es subirse al último tren que pasaba por la dehesa. Luego pronto se comprobó que el aspirante al retiro no podía con los kilos y que no tenía cuerpo para tantas carreras. De modo que aunque no tuviera mala clase hiciera muy difícil el lucimiento. El torero de Albacete estuvo empeñado y en ocasiones pudo robarle algunos muletazos con cierta vitola.
Con el quinto, en cambio, pudo darse algunas alegrías. El toro, incluso más que sus hermanos, lo que de verdad quería es que lo dejaran en paz, para acularse en las tablas. El torero se propuso llevarle la contraria. Lo consiguió a base de buena cabeza, una muñeca firme y la capacidad para que las series con abundantes muletazos fueran muy unitarias. Con la mano derecha, en especial, tuvo momentos notables. Tras una oportuna “fiesta”, algo embarullada en los finales, un buen espadazo le dejó expedito el camino hacia una oreja.
Por lo demás, a estas alturas Cesar Jiménez, que encabezaba la terna, no anda para meterse en líos. Pudo haber aprovechado las bondades de su primero, que sin mayor clase metía la cara con rectitud, pero la faena fue manifiestamente “sin”. En algunos momentos quiso poner un poquito de más garra con el cuarto, pero pronto desistió.
El encierro
Otro encierro rápido y limpio protagonizaron los toros de Fuente Ymbro, en el quinto encierro de los Sanfermines, que ha tenido una duración de algo más de 3 minutos.
En realidad, el encierro pudo durar menos, porque la manada corrió siempre compacta y a buen ritmo; pero un sexto toro –que luego no pudo lidiarse por la tarde– se lesionó y obligó a llevarle hasta corrales de forma más trabajoso, por sus numerosas caídas.
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