CUENCA. Primera de feria. Tres cuartos de plaza. Toros de Daniel Ruiz, correctos de presentación y muy manejables; destacaron 2º, 3º y 4º. Enrique Ponce (de azul cielo y oro), ovación tras aviso y una oreja. Cristina Sánchez (de nazareno y oro), dos orejas y vuelta al ruedo. El Juli (de verde mar y oro) una oreja y una oreja.
Visto lo visto, hay que acudir a la hemeroteca para comprobar, por si acaso, que Cristina Sánchez dejó efectivamente la profesión en 1999. Aunque esta tarde en Cuenca resultara increíble, el dato es rotundo: 17 años fuera de los ruedos. ¡Qué merito y qué afición tiene esta mujer!
Desde que recibió con el capote a su primero se disiparon las dudas. Si alguien hasta entonces creía que aquello iba a ser una aventura de fin dudoso, se desengañó por completo. En Cuenca se estaba ante una reaparición ocasional, pero con mucho fundamento. Ni a Cristina Sánchez se le había olvidado el toreo, ni había perdido su sentido torero, ni mucho menos había tenido un sueño loco.
Como es del todo natural en algún momento puntual se le vio sin esa desenvoltura propia de quien hace una temporada tras otra. Pero no sólo fueron los menos, sino que sobre todo los supo resolver con desenvoltura. Buscó siempre torear despacio y largo, colocándose donde debía y presentando bien los trastos. Siempre con firmeza en las zapatillas y dando la cara. Hubo momentos además de mano baja y muletazos muy logrados, especialmente en algunas fases de su faena al 5º.
A cambio de un golpe en la cintura, se mostró eficaz con los aceros en el 2º, pero más premiosa en el 5º, por lo que éste perdió los trofeos que si obtuvo en el anterior.
Arrastrado su segundo ya se adelantó a decir que una y no más. Que lo de esta tarde ha sido la única excepción y no habrá ningún canto de sirena. Como mucho algún festival. Pero punto final. Y cuando eso se dice en caliente, con el triunfo en el esportón, hay que ser inteligente para saber la razón de las cosas. También esto lo demostró Cristina. Lo suyo, en suma, no ha sido una aventurilla de tres al cuarto; ha sido algo muy serio y bien resuelto. Y ante eso hay que quitarse el sombrero con muchísimo respeto.
Para la ocasión se acartelaba la torero de Madrid con dos figuras actuales, uno de los cuáles hasta era de menor antigüedad en el escalafón que ella: Enrique Ponce y El Juli. Ni Cristina desmereció, ni sus compañeros de terna dejaron pasar la ocasión en blanco; aquí cada cual iba a lo suyo. Como debe ser. Sólo hubo un detalle como excepción: la buena educación, la caballerosidad, de El Juli cediéndole a su compañera el lugar preferente en la salida a hombros por la puerta grande.
Brindó Ponce una faena elegante, pero sin mayor profundidad, con el toro que abría plaza, el de menor empuje del conjunto. En cambio, buscó más su propio ser con el 4º, al que le trenzó una faena bien ligada sobre la mano derecha. Luego no anduvo fino con la espada.
Mucho tenía que torear el 3º. El Juli impuso su ley. El toro tenía movilidad y genio, pero había que poderle. No se resistió a la mano del torero. Ante el 6º, con mucho mejor son pero más parado, supo desplegar los recursos necesarios para meterlo en los engaños y así construir una faena meritoria, bien culminada con la espada.
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