“Tres eran tres las hijas de Elena, tres eran tres y ninguna de las tres era buena”, según dice ese poema tan popular, cuyo autor nos ilustra que, además, era diferentes: una rubia, otra castaña y la tercera morena. La letrilla resulta ahora de aplicación, con las ligera variante de convertir en masculino lo que en el original es femenino, a Eduardo Canorea y su colaborador Ramón Valencia, mandamases de la temporada en la Real Maestranza de Sevilla.
Pidieron sinceros perdones –¿por qué hay que dudar que así fuera?– a los toreros que se sintieron maltratados con aquellas declaraciones tan extemporáneas de hace ya más de un año, que dieron origen al llamado G-5 y a su plante ante los herederos de don Diodoro. A Manzanares, con Matilla a su lado, le faltó tiempo para echar a correr y aceptar las excusas; Morante se buscó también su vía de arreglo, echando por delante sus respetos por la afición sevillana, como diciendo que no podía volver a castigarles con su ausencia.
Pero ahí se paró todo. Con plante o sin plante oficial, va a resultar que al final aquel G-5 puede pasar a ser ahora el G-3. Si “cinco eran cinco…” los toreros que se quedaron fuera de los carteles del año pasado; ahora “tres serán tres…” las figuras que no comparecerán en la feria de abril por desacuerdos con su organizador. Y como en la letra popular, son tres figuras muy diferentes, como las hijas de Elena; en cambio, no cumplen la siguiente condición, esa de que “ninguna de las tres era buena”, sino que se trata de tres toreros que ocupan una posición muy destacada.
A lo que se ve la cosa anda muy pareja, en cuanto a las relaciones entre unos y otros, a lo que ya vimos meses atrás. O los perdones no iban a acompañados de la intención de cambiar verdaderamente la política y las posiciones empresariales, o los toreros se han salido de madre a la hora de pedir.
Si nos fiamos de Alejandro Talavante, que sigue haciendo las Américas, ante los micrófonos de Juan Ramón Romero lo ha dicho de manera rotunda: "Me gustaría que la afición de Sevilla me viera, pero no va a ser posible. Pido disculpas a la afición, pero cuando uno se siente maltratado, ¿con qué carácter y con que moral hago el paseíllo yo en Sevilla?". Quiere ello decir que aquellas acusaciones de intransigencias y poco respeto que lanzaron sobre la empresa siguen estando en vigor.
El torero extremeño, que hoy se ha echado en manos del grupo Bailleres, “se siente maltratado”. Igual que hace más de un año. Con Perera, por lo visto, ni se ha hablado. Y los tanteos iniciales con el apoderado de El Juli no han llegado a mejor puerto. Al menos estos dos no han dicho en público, por ahora, que hayan sido maltratados, pero la realidad es que no estarán en Sevilla.
Por más obvio que parezca a cuento viene recordar que esto del toreo, de sus contrataciones, entra estrictamente dentro de la ley de la oferta y la demanda: tu me ofreces, yo pido, o viceversa; si coinciden hay acuerdo y en otro caso cada cual camina a su aire.
Sin embargo, no todo se puede reducir a la anterior simpleza. Mucho más ajustado a la realidad debiera ser otra interpretación de la ley; en realidad, la que debiera regir es aquella otra que tiene como protagonista muy principal a la afición: “ustedes –empresa y toreros– me dicen qué me ofrecen, y yo les diré si se ajusta o no a lo que yo demando, a lo que estoy dispuesto a comprarles”. Y en este caso, también con el viceversa, porque la oración puede perfectamente volverse por pasiva. Esta es la auténtica interpretación taurina ley de la oferta y la demanda. Y lo seguirá siendo, aunque los protagonistas literalmente “se fumen un puro” con ella.
Como en el toreo, y ahí sí que se cumple literalmente el dicho popular, la alegría va por barrios, seguro que habrá quien con toda lógica estará satisfecho con el desacuerdo: son seis puestos que quedan libres en los carteles de Sevilla, seis oportunidades nuevas para colocar a su torero. Resulta muy lícita la alegría de los apoderados que aspiran a colocar a sus toreros. Y a lo mejor, para qué ser pesimistas, son oportunidades que sirven para poner en órbita a un nuevo torero.
Sin embargo, tampoco en este planteamiento, por lógico y licito que sea, se cumple en la feria sevillana la verdadera ley de la oferta y la demanda. Por eso ya la cosa queda más clara: por muy “cabezones” que sean los toreros a la hora de pedir, que la empresa por segundo año se muestre incapaz de alcanzar un acuerdo razonable para las dos partes, resulta en extremo preocupante.
Los sabios de la Economía dicen que verdadero empresario es aquel que sabe gobernar la complejidad, esto es: quien es capaz de ensamblar elementos aparentemente contradictorios entre sí, para obtener como resultado el mejor producto final de los posibles.
Bajo este punto de vista, parece evidente que ni Canorea ni Valencia saben manejar esta aguja de marear que se encierra en el gobernar la complejidad. Ellos por lo visto están más por el “esto es lo que hay, o lo tomas o lo dejas”.
De lo mismo si, como en la lotería ocurre con el Gordo, aquí las responsabilidades “están muy repartidas”. Lo único verdaderamente cierto es un resultado final lamentable: los platos rotos los paga un año más la afición. Y luego se quejan de que la Fiesta está en crisis, cuando no en rigurosa quiebra.
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