ABC
A la misma hora de la tragedia, un niño nacía en el hospital de Mont de Marsan
Rosario Pérez
«Ha muerto uno de los nuestros». Ha muerto un torero, el hombre que vivió como murió: libre. La frase entrecomillada se repetía entre la legión de matadores que han acudido a Amurrio para dar su último adiós a Iván Fandiño, el último héroe caído en las astas de un toro.
La tristeza asomaba en el rostro de los ganaderos Álvaro Polo, Antonio Muñoz y José Luis Pereda -refugios del guerrero-, los toreros Enrique Ponce, Pepín Liria, Curro Díaz, Aníbal Ruiz, Javier Conde, Luis Miguel Encabo, Pérez Mota, Alberto Revesado, David Luguillano, José Ignacio Ramos, Mariano Jiménez, El Fandi… En David Fandila se agudizaba ese profundo pesar y apenas había espacio para la palabra en la despedida a mucho más que un compañero, un amigo con el que compartió sueños, confidencias y miedos. «Parece increíble, pero es real. Qué duro…» La dureza de un arte que arrebató a la cuadrilla, quebrada por dentro y por fuera a su maestro: picadores, banderilleros, el mozo de espadas, el chófer…
Conmovía el rostro doliente de Néstor García, el apoderado, el hermano, la otra mitad del «León de Orduña». «Una parte de mí se ha muerto», sollozaba el hombre con el que forjó su historia, una trayectoria de independencia y lealtad, de batallas de pureza y sangre de verdad, de umbraliano mortal y rosa, pero también inmortal y canela, como el último vestido, a imagen y semejanza de aquel con el que conquistó la Puerta Grande de Las Ventas y la Puerta Grande de ese Más Allá que siempre cruzan a destiempo, antes de que por chiqueros salga el último toro, los valientes.
No había consuelo posible para su viuda, Cayetana. Un «dejadme, dejadme sola…» retumbaba como un eco desgarrador por el marido perdido pero no del amor que vive en los ojos de su hija Mara, «con el mismo carácter y genio de Iván», decía Paco, el padre del torero, a la vera de su mujer, Charo y su hija Itziar, rota de dolor. Con una procesión de estaciones por dentro, sorprendía la admirable entereza de los padres, su cero rencor al toro, alejados de las cámaras y reconfortando a los que hoy volverán a plantarse en la arena frente a su destino. ¡Qué ejemplo!
Fandiño, que sabía lo que el destino podía depararle, bromeaba a veces con su entierro, como si en la leyenda de un grande estuviese escrito ese título de filme, «nacido para morir». Una historia de digna de película, de un libro por escribir. Con lluvia cristalina mojando las mejillas, alguien dijo en el tanatorio que la historia de Iván y Néstor no se repetirá en el toreo. «… Ni corazón tan de veras./ Como un río de leones,/ su maravillosa fuerza». Los lorquianos versos que retumban hoy en la Fiesta, «No quiero irme nunca. Me quedaré en el recuerdo, en la mente, en el alma… Donde nunca muero», escribió el propio torero.
Iván Fandiño no murió un 17 de junio de 2017. El 17J nació lo que siempre persiguió: la gloria. Y no hay gloria mayor que el mar -«nuestras vidas son los ríos…»- de los hombres libres.
Posdata: la noche que Fandiño se fundía con la libertad eterna, en el hospital de Mont de Marsan, a la misma hora y al otro lado de la habitación, nacía un niño.
Fuente:
El País
Un referente de valentía, se encerró en solitario en las Ventas con los toros más duros
Antonio Lorca
Iván Fandiño fue uno de los verdaderamente grandes. Es muy lamentable reconocerlo ahora que su cuerpo carece ya del pálpito de la vida, pero así es.
Fandiño llegó a la fiesta desde su natal Orduña, donde había más pelotaris que aficionados a los toros; tuvo que perder muchos de los cien kilos que pesaba cuando se hizo un nombre ante el frontón, y se instaló en Guadalajara, donde conoció a su amigo y mentor Néstor García, con quien ha compartido su vida torera hasta el instante final. En tierras manchegas aprendió el oficio, y desde el más absoluto anonimato, sin más ayuda que la de su esfuerzo personal, irrumpió en la fiesta y se encaramó hasta lo más alto.
A Fandiño se le notaba en la cara la huella del sacrificio: tez color aceituna, seriedad en el semblante, hombre de pocas y sentenciosas palabras… Pero encerraba en su interior la fuerza descomunal de un valor sin mancha y de una acendrada vocación por la que luchó hasta el último aliento de su vida.
Fue figura a pesar del sistema que dirige la fiesta de los toros; desde la libertad y la independencia, y de la mano de su apoderado y confidente, que estuvo a su lado siempre, cuando el triunfo le permitió esbozar la que parecía un forzada sonrisa y en los momentos de soledad taurina, que no fueron pocos.
Fue figura a pesar del sistema; desde la libertad y la independencia
Protagonizó la heroicidad de aceptar un muy complicado desafío cuando se encerró con seis toros de las ganaderías más duras en la plaza de Madrid, y no le perdonaron su fracaso. Lo apostó todo y lo perdió casi todo. Lo expulsaron de la cima, se sintió incapaz de superar su propia decepción y ha muerto sin volver a encontrar el camino que se ganó por derecho propio.
El dolor y los adjetivos se agotaron con motivo de la muerte de Víctor Barrio; hoy, es preferible recordar a Iván Fandiño en sus momentos de gloria, la que se ganó exclusivamente con su esfuerzo.
Se hizo grande en Madrid, donde protagonizó continuadas tardes de éxito. Su ascensión comenzó en 2011, se confirmó al año siguiente, ganó en 2013 el premio a la mejor faena isidril y sufrió un grave percance, y alcanzó la gloria de la puerta grande el 13 de mayo de 2014.
Es de justicia recordar hoy el que fue el triunfo más importante en la carrera de Iván Fandiño.
Se hizo grande en Las Ventas, de donde salió a hombros el 13 de mayo de 2014
Bajo el título ‘Una locura maravillosa’, la crónica publicada en este periódico decía lo siguiente:
“El público de Las Ventas, entusiasmado con la faena vibrante, temperamental y arrebatadora de Fandiño al bravo y encastado toro quinto de la tarde, se quedó de piedra cuando el torero tiró la muleta y se perfiló para matar sin defensa alguna a metro y medio de dos perchas astifinas que asustaban desde el tendido. “Está loco”, pensó la plaza entera. Y Fandiño, entre el silencio ensordecedor de la tensión extrema, se tiró materialmente sobre el morrillo del animal, que lo encunó entre los pitones, lo lanzó hacia el cielo hasta dar una vuelta de campana completa antes de estrellarse contra la arena. El torero se levantó movido por un resorte para comprobar, feliz, que la espada estaba enterrada en todo lo alto. Y los tendidos, de forma unánime, estallaron en un grito emocionado, expulsado del alma, incapaz a estas alturas de aguantar tanta turbación. ¡Maravillosa locura…!
Hacía tiempo que no se vivía un momento tan arrebatador como el que protagonizó Iván Fandiño, que expuso la vida de verdad, y apostó sin dudarlo entre la puerta grande o la enfermería”.
Aquella tarde, Iván Fandiño se jugó la vida y ganó la gloria. Su sonrisa abierta, sorprendente por infrecuente, era la imagen de la felicidad. No solo había cometido la locura de entrar en matar sin muleta, sino que volvió loca a la plaza con su valor y entrega sin medida.
Después, instalado en su consideración de figura indiscutible, se atrevió con el salto mortal sin red, y se anunció el 29 de marzo de 2015, Domingo de Ramos, en solitario, en Madrid, ante seis toros de las ganaderías más duras del campo bravo. Esa sí que era una locura de un torero enloquecido con su profesión.
Su primer triunfo fue llenar la plaza hasta la bandera, abarrotada de aficionados que no daban crédito a que existiera en estos tiempos un torero capaz de tamaña gesta; y el segundo, volver al hotel por su propio pie. Pero entre uno y otro se abrió un abismo. Se lo jugó todo a una carta y perdió.
En el fondo, fue un reto al sistema; si los toros le hubieran ayudado, y no le fallan las ideas ni la espada, se hubiera erigido en el jefe indiscutible del toreo.
Pero no fue así. Le hicieron pagar su descaro, no fue capaz de superar el fracaso y ha muerto sin volver a sonreír vestido de luces.
Quede, sin embargo constancia, de su gallardía como torero, reflejada en unas líneas que quisieron expresar entonces lo vivido una de las tardes verdaderamente históricas de la tauromaquia.
La crónica de aquel día decía, entre otras cosas, lo siguiente:
“Una monumental división de opiniones despidió a Iván Fandiño cuando el torero atravesaba el ruedo de la plaza al final de la corrida en la que había lidiado con escasa fortuna seis toros de hierros legendarios. Pero lo hizo con paso firme y convencido, seguramente, de que había realizado la mayor gesta de su vida, sin suerte, sin recompensa y con el sabor de la derrota en los labios.
Se marchó Fandiño, pero quedó en la plaza el aroma de un héroe; vencido, pero un héroe cuya gesta debiera marcar un antes y un después en la moderna tauromaquia. Una heroicidad es llenar la plaza de Las Ventas en pleno mes de marzo. Esa es una hazaña reservada para muy pocos. Otra, y no menos importante, es encerrarse con seis toros de las ganaderías más temidas por la torería andante, nombres que asustan con solo nombrarlos; y una tercera, si cabe, salir por su propio pie de la plaza, que no es poco.
No triunfó. Bueno, si triunfa con los toros que le tocaron en suerte, lo suyo hubiera alcanzado el nivel de una epopeya verdaderamente histórica. Pero Fandiño ha demostrado algo muy importante: que es posible otra fiesta de los toros, basada en la emoción del protagonista fundamental de este espectáculo; ha demostrado que el aficionado está cansado de animales aborregados y moribundos, y que son necesarios héroes de verdad, capaces de apostar por la muerte o la vida, por el éxito más rotundo o el fracaso más discutido.
Por eso, en la derrota más cruel, Iván Fandiño ha firmado una página brillante de su propia historia y para la gloria de la fiesta taurina”.
Fue un héroe derrotado, pero héroe por encima de todo.
Treinta actuaciones en Madrid, que se dice pronto, 11 orejas y una puerta grande. Balance de figura del toreo.
Adiós a Iván Fandiño, torero de triste mirada, grande entre los grandes. Adiós a un referente de la torería…
Contraquerencia (y a contraestilo)
Gloria Sánchez-Grande
Fuiste a morir en uno de los días más largos del año, cuando el sol inmisericorde de mediados de junio no daba tregua ni a los ojos ni a la piel ni a la esperanza. La tristeza y el calor se nos pegaron al cuerpo como una losa. Estando lejos, supimos, Iván, que un toro te había matado a orillas del Adour; ese río que nace en los Pirineos franceses y va a desembocar en el golfo de Vizcaya, casi el mismo recorrido que siguió tu sangre libre, Iván, la que derramaste sobre la arena caliente de Las Landas, a 30 kilómetros de Mont de Marsan, y que, con demora, acabó en el dique de tu tierra, en Orduña, mezclada ya con lágrimas.
Un sol sacrílego y voraz que nunca se escondía tras el horizonte apenas nos dejó llorarte. Apenas una tregua de oscuridad; la de una madrugada fugaz, coronada por una luna que ya iba menguando. Horas antes, en esa maldita enfermería, tú mismo dijiste que las fuerzas se te escapaban por el costado a causa de una cornada negra que te rompió por dentro. Eras consciente de todo. Pusiste tus manos sobre el fajín y el vientre para evitar que la vida se te escapara tan deprisa, para evitar que fuera tan corta como las letras de tu propio nombre, Iván. Pero el destino no pudo salvarte y ahora nosotros, aquí todavía y tan lejos, no terminamos de creerlo.
Te mató un toro que ni siquiera te correspondía; en un país que no era el tuyo. ¿Pero cuál era tu verdadera patria, Iván? ¿Acaso la tuviste? Siempre solo, solo contra el mundo, con una voluntad férrea, por la vereda de un camino que te marcaste a golpe de fragua hasta sus últimas consecuencias. Te recuerdo en el ruedo estoico, marcial y vibrante; sin embargo, no te concedieron la clemencia que merecen los valientes. Fuiste un hombre sin tierra, pero sí con bandera, la tuya, la del individuo que no se doblega ante reyes ni dioses. ¿Cómo un sol envidioso y henchido por San Juan iba a dejarnos llorar a un hombre como tú, tan insurrecto y tan soberano de sus principios y acciones?
Moriste, Iván, con el mismo vestido de la Puerta Grande de Madrid. Con el mismo vestido que un pueblo te arrancaba a borbotones como a un semidiós, como a un Sísifo que, al menos una vez, alcanzó la cima con su enorme piedra a cuestas. Con tu muerte, tan inevitable, tan trágica, tan inútil, tú también te has convertido en un héroe absurdo.
Cuando el sol de la mañana siguiente a tu muerte despuntó sobre las dunas, el mar y el mundo, todos nos secamos las lágrimas; pero aún se nos humedecen los ojos al pensar en tus padres, en tu hija, en tus amigos, en tu cuadrilla, en los que siguen vivos y se vuelven a vestir de luces; en los que pasaron la noche contemplando sus vestidos de torear asomando por un extremo de la bolsa del sastre; en los que también pensaron en sus hijos y en lo que podía pasar, o no, porque en esta profesión, la suerte y la muerte se suceden con la rapidez de una marea; y en los que se levantaron de la cama, y volvieron a salir hacia un nuevo desembarque, un nuevo sorteo, un nuevo paseíllo, un nuevo minuto de silencio.
Descansa en paz, Iván.
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