Tras el baile de torres en los corrales –cuatro Torrestrellas remendados con dos Torrealtas-, los habituales de Las Ventas, una vez más, nos temimos lo peor, y como en una copla de León y Quiroga, nos preparamos para cantar “e igual que de arena, nuestras torres de afición vinieron al suelo”. Pero, por una vez, cambió el aire de nuestra maltrecha veleta, y la corrida que inauguró la temporada madrileña resultó interesante. Que la peor sea ésta.
Tres toros –segundo, tercero y cuarto-, cada uno de su padre y de su madre, nos entretuvieron y, como dicen ahora los revisteros modernos, dieron juego. Empecemos, pues, despachando lo bueno. El segundo de la tarde, un Torrestrella ojo de perdiz muy en Núñez, noble y con movilidad, tuvo la fortuna de caerle en suerte a Eduardo Gallo, ese gallo de Salamanca que, desde hace un año, ha vuelto a cacarear y a plantar pelea. Tras llevarlo al caballo garbosamente por galleos, se fue el charro hasta los terrenos del 7 y allí ligó unas series por la diestra que hicieron aplaudir al Rosco. “Qué bien vestido va Gallo. Éste viene con ganas”, sentenció con su habitual temple. Y no le faltaba razón, porque Gallo está en torero y eso se nota hasta a la hora de cambiar la muleta de mano. Cuando tenía una oreja cortada a ley –no como ésas que últimamente se regalan en Las Ventas- pinchó en lo alto. Luego, nuevo intento con la tizona y varios fallos con el descabello. Adiós oreja y fuerte ovación como único consuelo.
Con el Gallo salmantino, los aficionados empezamos a edificar castillitos en el aire. En éstas, salió el tercer toro, un Torrestrella con un cortijo en el pitón izquierdo, y a su vez, conformen abrían la puerta de toriles, desenchiqueraron un chaparrón de atarse los machos. Antonio Nazaré dibujó algunos naturales muy bellos ante este Torrestrella, que, para contarlo todo, era una raspa impresentable. Bajo la lluvia y entre paraguas, quedamos en los tendidos los aficionados más sufridores junto a algunos incondicionales del sevillano, quienes, al terminar la faena, pidieron la oreja. La presidencia, con buen criterio, no la concedió y todo quedó en una merecida vuelta al ruedo.
Finalmente, el tercer toro con opciones de la corrida fue el cuarto, un Torrealta que lidió Diego Urdiales. El riojano, que se merece todo el respeto por su trayectoria y pundonor, no tuvo su mejor tarde. Algo amontonado, no le dio al toro el tiempo ni espacio que pedía para que la faena tomara vuelo.
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