«Porque el toreo también es tan bonito como un amor imposible, ése que a lo mejor ya no vuelve o puede volver mañana mismo». (Alfonso Navalón)
“La mujer, engranaje esencial del universo, tiene un lugar especial en el mundo del torero, solicitado como héroe. A veces tiene un aura maldita, como una especie de aniquiladora del valor. Un dicho popular afirma: "Torero enamorado, torero acabado". Pero es refranero, a veces, es de una sabiduría mostrenca refutable. Más bien se refiere a cierto desorden orgiástico que puede marcar la sentimentalidad del torero cuando alcanza el triunfo y se le abren puertas cerradas hasta entonces. Ejemplos hay de amadores incontinentes que, en vez de acabarse con las mujeres, con ellas alcanzaron prez y fama. Hay toreros escépticos ante ese fenómeno de seducción que consideran una leyenda. Roberto Domínguez afirmaba que un torero en pijama pierde mucho. Manili, cuando triunfó en Madrid y accedió a la riqueza, decía que, de seguir así, las mujeres acabarían por encontrarle guapo. Pepe Dominguín, un gran seductor, dejó escrito: "No sé qué significa tener éxito con las mujeres. Éxito es elegir la que te gusta, la que te va y la que te dure mucho. Lo otro, lo que se considera éxito, son muchos pequeños fracasos".
La mujer, en el toreo como en cualquier aspecto de la vida, puede ser de plomo o de corcho. Si de plomo, hunde a quien a ella se aficiona, si de corcho, ayuda a flotar incluso en las peores tormentas. Para muchos toreros el sexo la noche antes de la corrida es una maldición y la mujer una especie de mantis devoradora. Para Manuel Benítez, el Cordobés, no había miedo ni mantis. Es fama que momentos antes de vestirse para ir a la plaza su ritual favorito era la fornicación. En cambio, Espartaco, torero de recio corazón, declaraba en una entrevista hace años que "si has estado con una mujer, el toro se da cuenta y te echa mano".
En la expresión "te echa mano", Juan Antonio Ruiz, Espartaco, coincide con José Gómez Ortega. José consideraba las relaciones femeninas dulces y hermosas pero peligrosas durante la temporada. A veces empeñaba una medalla mellada por el pitonazo de un toro que "le echó mano". "La noche anterior la había pasado mirándome en los ojos de una mujer". Parece ser que fue Rafael el Guerra el precursor de la abstinencia, incluso conyugal, hasta el extremo de no pernoctar en casa para no caer en la tentación. Julián García Candau, en su libro Celos, amor y muerte, le atribuye la siguiente frase: "Para ser figura del toreo no se puede pensar más que en el toro". Y otra más expresiva: "A los toreros se les va el valor por la picha".
Belmonte, gran amador, prefería correr el riesgo de una noche tumultuosa, aunque luego no se tuviera en pie en el ruedo por los excesos amatorios y la mala alimentación. Chaves Nogales refiere en la fantástica biografía del trianero cómo el amor maldito a punto estuvo de truncar una carrera que si siquiera había empezado. "Yo era un torerito valiente y me enamoré de una mujer casada, guapa, con mucho temperamento y muy experta en lides amatorias; arriesgaba su bienestar y su crédito por el amor de un torerillo sin nombre y sin dinero y me entusiasmé hasta el punto de que mi vida cambió radicalmente. Los toros dejaron de ser una obsesión para mí". A tal extremo dejaron de interesarle que una tarde no pudo matar un novillo, mejor dicho, un toraco: entró cien veces a matar, fue cogido quince o veinte, sonaron los tres avisos y le echaron los cabestros. Pero se recuperó y siguió engolfado en aquel amor. A fin de cuentas, no debió de ser tan malo, pues Belmonte llegó a ser lo que fue. Hay diferentes tipos de mujer, no obstante, en la vida de los diestros…» (fragmento del último libro de Javier Villán).
Un torero me dijo en una ocasión que a las mujeres deberían prohibirnos la entrada de barrera: desconcentramos una barbaridad, me confesó.
«Por culpa de una sonrisa que echaste a unos ojos que había en barrera,
La teoría de las mujeres de plomo y la mantis devoradora no es tan descabellada. Algunas señoras tienen peores ideas que un Saltillo resabiado. Y cuando se torea, se está a setas o a Rólex. Viene como anillo al dedo aquel pasodoble, poco conocido, compuesto por el linense Ignacio Román y titulado "Ojalá", que cuenta la historia de una mujer, enamorada de un torero que, tras echarle todas las maldiciones habidas y por haber, se arrepiente porque termina matándolo un toro. El "ahojalá" llegó un poco tarde.
“Torero de cuerpo entero.
Me dice: “Deja los cantes”.
Ojalá te coja el toro
Ay, mi cariño bravío.
Ojalá tus ojos moros,
La plaza gritó en la tarde
Corrí hasta la enfermería
Ojalá te coja el toro.
Ay, mi cariño bravío.
Ojalá te coja el toro.
►La versión original de este articulo puede consultarse en:
0 comentarios