MADRID. Vigésimo quinta del abono de San Isidro. Lleno de “No hay billetes”: 23. 624 espectadores. Toros de Victoriano del Río –el 3º con su segundo hierro de Toros de Cortés–, bien presentados y parejos, con clase y humillación, pero flaqueando su bravura y su fuerza. Sebastián Castella (de grana y oro), silencio tras un aviso y ovación tras dos avisos. José María Manzanares (de riberaduero y oro), silencio y silencio. Cayetano (de tabaco y oro), una oreja y gran ovación, que se reproduce al abandonar el ruedo.
Más en Ordóñez que en Rivera, pero con mucha personalidad, Cayetano ha ofrecido en este viernes una buena tarde de toros. No es de hoy que un sector de la plaza nunca lo considerara suficiente. No es el primero ni el último torero que sufre esas reacciones. En su postura ante el alguacilillo que le iba a entregar la oreja de su primero, revivía a su abuelo Antonio: torera y respetuosamente impávido, dejando que los disconformes protestaran; cuando amainaron la recogió, para luego dar una vuelta al ruedo parsimoniosa.
No fue tan sólo un hecho anecdótico, aunque la imagen de torero y alguacilillo absolutamente inmóviles y mirándose a la cara durante unos minutos tenía mucho aquel. Ni menos un arranque. Fue sencillamente un gesto de torero, que se respeta a sí mismo, pero que también respeta al público. Y para corroborarlo, se fue a la puerta de toriles para recibir al 6º.
La corrida de Victoriano del Río –que este 2018 bate un record: ¡14 toros en un abono¡– pasó con holgura lo exigible en cuanto a presentación, por trapío y por cara. Como es habitual, tuvo el fondo de calidad de este hierro. Pero a continuación siempre vienen los matices, que en este caso no son pocos. Los seis fueron prontos y con movilidad, pero en cambio claudicaron de manos más de las veces admisibles. Metían la cara con calidad, pero casi todos se rajaban buscando terrenos libres en cuanto se les podía por abajo. Todos, en fin, fueron parejos en su muy mejorable comportamiento ante los montados. Unos condicionantes que, como bien se entiende, luego mermaban las opciones de redondear un triunfo.
Todo ello lo dejó claro Sebastián Castella. Poco cabía esperar del afligido que abrió la tarde; permanecer entre los pitones no tenia ningún sentido. Pero luego con el 4º, cuando su faena estaba en el momento cumbre toreando sobre la mano izquierda, el victorianotiró la toalla y ya no permitió que la bien encarrilada que iba el trasteo pudiera alcanzar el vuelo definitivo. Luego, con media espada dentro, el toro se amorcilló justamente frente por frente a las tablas, imposibilitando todo intento de descabellar, no quedaba espacio material: esa es la única razón de que la Presidencia tuviera que mandarle dos recados. [Entre paréntesis, la afición consolidada no fue capaz de imponerse cuando tras el paseíllo querían que el diestro saliera a saludar al tercio; a las primeras de cambio abdicaron de sus deseos].
No ha sido precisamente la tarde de Manzanares. Sobre todo con el 5º,con el que sencillamente no hubo entendimiento alguno. No tenía más que una tecla que tocar: poderle, porque el de Victoriano embestía con empuje; el de Alicante, en cambio, se limitó a una breve labor de simple acompañamiento, hasta renunció a todo intento. Más excusa tiene en el caso del primero de su lote, que en cuanto se sitió podido –y lo hizo con muchas prisas– se acomodó en los tableros y de allí lo sacaba ni a grúa.
Una serie muy rematada le faltó a Cayetano para alcanzar la máxima altura con el 3º. Lo había recibido con empaque con el capote y tuvo un comienzo de faena torerísimo, a dos manos y sentado en el estribo. Llegaron luego dos series macizas sobre la mano derecha. Pero a partir de ahí, el toro se abría mucho tras cada muletazo y dificultaba la colocación y la ligazón, decayendo el interés. Pese a todo, se embraguetó aún en una serie sobre la mano izquierda. Y siempre muy reunido con su enemigo. El espadazo final resultó contundente. Y la oreja ya narrada se concedió.
En la puerta de toriles esperó al 6º, para dejar una larga limpia, seguida de un manojo de lances de buen gusto. Galleó para ir al caballo y esbozó un quite que, aunque cambiando del palo inicial, quedó limpio. Le echó las dos rodillas al suelo para iniciar la faena y la sigue sobre la mano derecha muy entregado. Pero se vuelve a repetir la situación: el toro que se abre tras cada muletazo y la reunión que pierde fuerza. Deja muletazos excelentes, pero sin la continuidad que emociona, hasta que el victoriano decide irse a tablas. Cayetano volvió a dejar otra estocada de tener en cuenta.
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