En cuanto concluya la feria de Sevilla nos habremos metido de lleno en la primera campaña electoral de las tres que van a tener lugar en este año de 2015. Hasta no hace tanto tiempo un proceso electoral –en cualquier de sus niveles– nos interesaba responsablemente como ciudadanos, pero resultaba indiferente como tal a efectos exclusivamente de la Fiesta. Como mucho, cambiaba la política de una corporación pública a la hora de elaborar un pliego de adjudicación y se nombraban nuevos integrantes de los órganos de supervisión de los taurino. Hoy, en cambio, la situación se ha modificado de manera sustantiva.
Y es que, por lo pronto, venimos asistiendo a algunos cambios de posiciones que levantan, por lo menos, serias dudas. Quienes ayer decían que prohibirían la Tauromaquia, ahora afirman que no, que tan sólo prohibirán que se dediquen dineros públicos a la Fiesta. Creer, sin embargo, que con eso todo está resuelto, es lo mismo que equivocarse. En primer término, porque no es cierto que la Fiesta viva de los dineros de las arcas públicas; por el contrario, las actividades taurinas son contribuyentes netos, y en una cifra nada despreciable.
Pero, además, porque estos maquillajes de las posiciones iniciales, en la búsqueda del voto, siempre han resultado demasiado falaces: hoy dicen lo que los hipotéticos votantes quieren oír, lo cual en muy poco les compromete a poner mañana en práctica la dulce versión que ahora afirman.
Lo es, también, porque en la actualidad se han abierto demasiados frentes a la vez. Y así, llama la atención que conforme se acerca las elecciones hayan tomado nuevo cuerpo y dimensión las reacciones contra la Fiesta. Si nos atenemos a lo que viene ocurriendo, quienes las promueven no dejan espacio para pensar que todo se deba a meras coincidencias casuales; en el fondo, esta hiperactividad procede de una ideologización partidaria de las actividades sociales y culturales, entre las que incluyen a la Tauromaquia. Desconocedores de la historia, que certifica que la Fiesta nunca tuvo color alguno, es como si quisieran adentrarnos en una adscripción partidaria e ideológica, que además de falsa resulta en extremo simplistas.
No podemos dejar en el olvido, por otro lado, los temores que causan algunos que en los foros parlamentarios han mantenido siempre abierta una apuesta a dos cartas: decir siempre que apoyan a la Fiesta, pero luego por elementos colaterales no apoyaron ninguna de las iniciativas que se han puesto en marcha. Es tarea muy conveniente tener a mano los Diarios de Sesiones, porque ahí aparecen literalmente retratadas todas las cuestiones en las que algunos han jugado a dos paños.
La Tauromaquia en nuestros días goza de un sólido soporte jurídico, que será aún mayor en razón del fallo pendiente del Tribunal Constitucional. Por más que sea cierto, como ocurrió en más de una ocasión, que basta un decreto-ley para derogar una ley vigente, salvo casos muy excepcionales la experiencia enseña que para ello deben confluir demasiados factores externos, que no resultan fácil reunir en la práctica parlamentaria, sobre todo en la hipótesis de Cámaras muy fragmentadas.
Por eso, nuestro temor no mira tanto al cambio del marco jurídico que algunos quisieran modificar o suprimir. Más preocupante nos parece que algunos busquen vaciar de todo contenido práctico ese marco jurídico, que lo dejen aparcado y en el olvido, como ha pasado en otros momentos.
Recuperada la Comisión Nacional de Asuntos Taurinos y puesta en marcha las primera etapa de la promoción y la defensa de la Fiesta, si alguien quisiera anularlas no tendría que mover ni una solo línea del Boletín Oficial del Estado: les bastaría con aparcar todas estas iniciativas por la vía de los hechos. Esto es, volver a dejarnos con el vacío como todo suelo, como ya ha ocurrido en varias etapas de las últimas décadas.
Actuar por esta vía de los hechos no exige de declaraciones ni de pronunciamientos solemnes; en el fondo, basta con convertir a la Tauromaquia en algo de lo que los poderes públicos no hablan, ni para bien ni para mal. Sin embargo, en muchas ocasiones los silencios resultan mucho más dañinos que las palabras. Por ejemplo, basta con silenciar la palabra Tauromaquia a la hora de cumplir esa generalizada promesa de la rebaja del IVA cultural. No dirán que “no” y tampoco que “si”, pero en medio queda un sector socio-económico relevante que sufre las consecuencias de una sobrepresión fiscal, que produce mucho daño.
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