En su obra “El rayo que no cesa”, escribió Miguel Hernández este soneto:
Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado,
y por varón en la ingle con un fruto.
Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada,
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.
Señorías: nadie, de manera más bella, ha sabido expresar la admiración que el hombre ha sentido por el toro desde hace miles de años, buscando incluso su identificación con él.
El toro, animal mítico, símbolo de fortaleza, valentía y fecundidad, llama la atención del hombre desde sus orígenes. El hombre busca con el toro una relación especial, intentando lograr el trasvase de algunas de sus características.
Relación que continúa en los pueblos de Iberia, en los juegos populares, y en los encierros por calles y plazas de toda su geografía. Tradiciones que permanecen hasta nuestros días en las Fiestas Patronales que se celebran en miles de pueblos de España, y forman parte de nuestro acervo Cultural.
Es a finales del S. XVIII, Señorías, en plena Ilustración, y a la sombra de la Revolución Francesa, cuando un proceso democratizador de la Fiesta impuso el toreo a pie, que hasta entonces era aristocrático y a caballo. Y son los propios toreros los que configuran, a través de sus Tauromaquias, la lidia que hoy conocemos.
Las Tauromaquias de Pedro Romero, de Pepe Hillo, de Cúchares. El aprendizaje, el cómo dominar al toro, poder al toro, para matarle limpiamente. El burlar al toro para que no te coja, que decía Pepe Hillo. Técnica, dominio, facultades, reflejos, poder. Conocimiento de los defectos y virtudes del toro. De los terrenos, de las querencias, de cada toro tiene su lidia. El cómo matarlo guapamente. El cómo salir indemne del empeño. El canon ritual de la Corrida. El Círculo Mágico.
Siguiendo una liturgia que establece los pasos a seguir, los lances, los gestos, la música, el vestuario. Desde el respeto, desde la emoción.
Desde la admiración que despierta el toro en su salida al ruedo rebosante de poder, bravura, belleza, soberbia, y desafío. Hasta su muerte digna, espléndida, heroica tras la batalla.
Toro y torero, naturaleza y hombre, pujanza y cultura, instinto y pensamiento.
Ceremonia o drama, donde como en una tragedia griega, la muerte es real.
Señorías: hasta primeros del S. XX, hasta Juan Belmonte, el toreo todavía no es arte. Pasa a la categoría de Arte cuando se abandona la ejecución de pases aislados para dominar al toro, y se pasa al concepto de faena ligada, de secuencia concebida y pensada, de pieza única y unida, de concatenación de los pases como los versos en un poema o las notas musicales de una sinfonía.
Juan Belmonte abandona el toreo sobre las piernas para quedarse quieto y mover sólo los brazos y la cintura. Como un bailarín flamenco.
Así consigue modificar la conducta natural de la embestida, se le obliga al toro a ir por donde no quiere ir, y a la velocidad a la que el torero quiere que vaya. Nacen la ligazón y el temple, y la materia prima ya está modelada. Y a partir de ahí el artista ya puede crear su obra. Su sinfonía, su poema, imprimirle su personalidad.
Un bravo animal, de 500 kilos de peso, embistiendo a 60 km/hr, se puede transformar, se puede modelar, sirve de materia prima para construir una obra de arte.
Así lo define Francis Wolf, filósofo judío-alemán, catedrático de la Sorbona:
“El Arte en el toreo, es decir el Toreo Moderno, nace al mismo tiempo que el Arte Moderno. Cinco o seis años después de “Les Demoiselles de Avignon”, Juan Belmonte establece los fundamentos y los cánones estéticos. Su famosa serie de cinco verónicas ligadas y de manos bajas el 11 de abril de 1913 en Madrid, coincide con el estreno de la Primavera de Stravisnky en París.
Los espectadores que asistieron esos días a la Plaza Vieja de Madrid, o al teatro de los Campos Eliseos de París, se sintieron tan poseídos por la fuerza creadora de estas dos nuevas armonías, que superaban las normas clásicas vigentes hasta este momento, que inmediatamente se convirtieron en testigos y padres del nacimiento de un nuevo arte”
Otros dos franceses Leiris y Lafront, a mediados del S. XX en la obra “L’Age d’Homme” consideran la Tauromaquia como una de las Bellas Artes”.
“El torero es un artista, como el pintor, el escultor, el compositor, el poeta o el escritor. Pero con una diferencia. El escultor modela el barro para hacer su obra final. Puede rectificar cuantas veces quiera hasta conseguir la obra pretendida. El pintor sobre el lienzo también. Y el compositor, el poeta y el escritor. El torero no. Tiene que adaptarse inmediatamente a la materia prima, a las características del toro. Tiene que improvisar, necesita la inspiración inmediata. Ha de crear su obra de arte en 20 minutos, sin posibilidad de corregir. Y en todo momento se está jugando la vida.
La Obra de Arte, la pieza única, el encadenado de los pases, el toreo por bajo, el nacimiento del temple, el final atrás, la curva completa, acabar un pase donde empieza otro, convertir una misma embestida en una sucesión completa de verónicas, redondos o naturales, la sinfonía, el poema encadenado: el de pecho, el molinete, el pase de las flores, el Kikiriki, el ayudado por bajo, el desplante, el irse del toro con elegancia…..
Y al final la muerte, los dos de frente, cara a cara, valientemente en un último desafío.
Conocer al toro, dominar al toro, querer al toro, hacer al toro, convencer al toro, hasta hacerle partícipe voluntario de la obra de arte.
Hasta lograr la Comunión Perfecta, primero con el toro, después con el público, conseguir el Momento Mágico. Éxtasis irrepetible, único, que no existe en ningún otro espectáculo, y sí contemplando una obra de arte o asistiendo a una manifestación artística.
Juan Belmonte lo explicaba así: “se torea y se entusiasma a los públicos del mismo modo que se ama y se enamora, por virtud de una secreta fuente de energía espiritual, que a mi entender, tiene allá, en lo hondo del ser, el mismo origen. No se enamora uno a voluntad, ni a voluntad se torea”.
El toro, el toro bravo, el toro ibérico, único descendiente del uro europeo, que se extinguió en toda Europa en el S. XVIII. Que si sobrevive en España como señor de las dehesas y marismas, es precisamente por ser razón, objeto y materia de que exista la Fiesta Taurina.
Animal misterioso, fascinante, el más bello de los animales. Animal totémico desde las más antiguas culturas.
Correr al toro, mozos jugando al toro por toda España: capeas, encierros, el toro enmaromado, el del aguardiente, el embolao, el toro de fuego. La cercanía al toro, la admiración al toro, la identificación con el toro.
El Moderno Minotauro de Picasso, el más grande de los genios que ha dado España. El toro está en Picasso desde sus 9 años hasta su muerte. Y Picasso, la última mitad de su vida quiso ser toro.
Y el Minotauro de la Suite Vollard, es el mismo Picasso que sufre, que ama, que es sexo, que es lucha, que se divierte, que muere. Es por fin, Picasso-toro. Como Miguel Hernández.
Por cierto, Señorías, en mi solicitud incluyo también la aportación que el lenguaje taurino ha realizado a la lengua castellana. Casi 4.000 palabras, giros, expresiones, frases, refranes y asertos. La Fiesta ha creado un lenguaje que se utiliza en todos los ámbitos de la sociedad. Como dice Antonio García Barbeito, giros exactos, para poder pronunciarlo todo de manera distinta y rotunda, y si cabe, más bella.
Termino, Señorías. El objeto de esta moción es pedir al Gobierno que se declare con todas los honores a la Fiesta de los Toros, a la Tauromaquia en todas sus manifestaciones, Bien de Interés Cultural.
En la explicación de motivos de la misma, se recogen una serie de fundamentos jurídicos en los que ya se acepta su carácter cultural. En base a todo ello se realiza la petición.
Pero se requiere ir más allá: garantizar su protección, fomento, y difusión.
De la misma manera, el que por parte de la UNESCO se incluya en la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, teniendo en cuenta que se trata de una Fiesta que va más allá de nuestras fronteras.
La Fiesta, que Federico García Lorca defendía como la más culta del mundo. En esta primera intervención Señorías, he intentado explicar lo que para muchos millones de personas significa la Fiesta de los Toros, como expresión artística, como rito, como valor histórico, cultural, y como tradición popular. Pero también como un sentimiento y como una emoción.
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