MADRID. Corrida de la Beneficencia, fuera de abono. Lleno total. Cinco toros de la Victoriano del Rio –el 3º con el segundo hierro de Toros de Cortés–, de profundas desigualdades en su presentación y tipo, de mal juego, cuatro de ellos cinqueños: de 1º a 4º; un sobrero (6º bis) de Montalvo, deslucido. Julián López “El Juli” (de grana y oro), palmas, silencio y silencio. Miguel Ángel Perera (de morado y oro), silencio, silencio tras aviso y silencio.
Como en la ocurrencia esa del cine de humor, en la que el perspicaz detective declara que “alguien ha matado a alguien”. Se podría hacer, incluso, una versión más propia del día: “alguien ha engañado a alguien”. Y es que “alguien”, innominado por ahora, tiene que pedirse para sí el “marrón” que ha desembocado en un profundo fracaso a la tarde más importante del año taurino.
Probablemente en las cocinas tan poco ventiladas del toreo faltará tiempo para adjudicar el “marrón”. Pero no hace falta acercarse por allí, que es lugar dónde no se aprende nada de interés, para intuir algunas cosas. Por ejemplo, que por pura lógica el “marrón” les debe corresponder, alternativa o solidariamente, a los veedores de los espadas, o en su caso al ganadero. Resulta inconcebible que con un año de tiempo por delante –y salvo epidemia de por medio que haya diezmado la camada, que no es el caso, que se sepa–, al final para los veedores y el ganadero “lo más granado” de “El Palomar” fueran los seis que desfilaron tristemente por Las Ventas, sin olvidarnos de los otros seis que nos endilgaron en la anterior función.
Llegados a este punto no vale echarle las culpas, como en tantas ocasiones se hace, al equipo presidencial: con mayor o menor acierto, tienen que opinar y decidir sobre lo que el ganadero y la Empresa les presentan en los corrales; ellos no van al campo a decidir qué corrida es apta y cual no para Madrid. Lo cierto es que de todo lo que don Victoriano presentó, tan sólo estos seis cumplían con los requisitos debidos.
Todo parece como un mal sueño, por no decir un despropósito. Pero resulta inconcebible, un verdadero sinsentido. ¿Cómo se pudo hacer esta la selección y para la Beneficencia?. ¿Cómo puede ser una corrida pareja cuando, siendo ambos cinqueños, entre el chico (que fue el 1º) y el grande (la mole que hizo 4º) había nada menos que 170 kilos de diferencia en el peso?.
En lo único que se igualaban todos era en contar con unas cabezas muy respetables, la mayoría engatillados y con eso que tanto molesta a los toreros: sin que su cara cupiera en la muleta. Pareja fue también en el juego: menos el primero, más encastadillo aunque de embestida agobiante, todos los demás estuvieron cortados por el mismo patrón: sueltos de salida, deslucidos en el caballo y en el 2º tercio, para llegar a la muleta saliendo siempre con la cara por arriba, embistiendo a saltos y sin continuidad alguna, para culminar rajándose sin paliativos.
¿Para esto se han traído dos corridas del mismo hierro a Madrid? Si es por presencia y por juego, los resultados dicen que, de hecho, tan sólo ha servido para que se limpiara el campo bravo de Guadalix de la Sierra de todo lo que tenía fecha de caducidad, o resultaba imposible de colocar de uno en uno.
Pero no hay que preocuparse; como somos así, si por una casualidad a la Feria de Otoño se apuntan algunas figuras, todavía habrá tiempo para una tercera sesión. Y lo mejor de todo es que al final acudiríamos en masa a poner el “No hay billetes”. A estos aficionados hay que hacerles un monumento.
Los mayores paganos fueron los dos espadas anunciados en el mano a mano. Pero también tienen algunas responsabilidades indirectas de esta espantosa tarde, porque al fin y al cabo son los que piden esta ganadería y los que mandan a su gente al campo para ver como se van criando.
No se puede afirmar, porque resultaría incierto, que la corrida les llevara de cabeza. Con el oficio acreditado por El Juli y por Perera, esos pueden con el mismísimo buey Apis que saliera por chiqueros. Lo que no pudo verse fue lucimiento alguno, que es para lo que el personal colocó el “No hay billetes”. Empeño radicalmente imposible.
Y por intentos no fue, que los dos expusieron mucho más que un alamar tratando de meter a esos brutos en los engaños. Ni con la paciencia de irlos sobando poco a poco había modo de quitarles sus querencias o de alargar sus embestidas; lo de enseñarles a humillar, ni pensarlo. Después semejantes prolegómenos, tuvieron el gesto matarlos por arriba, a pesar del cabezazo que pegaban todos al final de las suertes.
Lo dicho: aquí sólo queda acudir una vez más a la sabia sentencia sequista de Rafael El Guerra: “Lo que no puede, ser no puede ser, y además es imposible”. Literalmente es a lo que nos abocaron don Victoriano y los colaboradores necesarios de una tarde tan aciaga como la que se vivió en Las Ventas.
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