Quinta de la Feria de Fallas
Valencia, 16 de marzo de 2011
Menos de media entrada, en tarde desapacible de viento, frio y a ratos lluvia. Toros de Fuente Ymbro, variados de tipo pero todos bien presentados, de juego interesante, aunque entre la bravura y el genio. Curro Díaz (de verde botella y oro), ovación y ovación. Matías Tejela (de blanco y oro), palmas y una oreja con aviso. Rubén Pinar (de verde esperanza y oro), ovación y un aviso.
Hay un dicho muy repetido, que es una cierta falta de respeto, que dice que “cuando hay toros, no hay toreros”. Como todas estas frases hechas, carentes de matices, suelen ser más mentira que verdad. Hoy, sin duda, hubo toros, no fáciles ni cómodos en su mayoría, pero toros con acometividad, con un grado de bravura muy dispar, pero con ese punto indispensable de emoción. Y todos exigían que las cosas se hicieran bien. Como en una mayoría de casos se hicieron regular, el balance final es el que es. ¿Es que no hubo toreros? No diría uno semejante cosa, porque hubo toreros que hicieron un esfuerzo, pero que no terminaron de ver las cosas claras. Quizás por eso ni hoy emocionaron, ni en las ferias se integran en los carteles fuertes.
Pero los aficionados no nos aburrimos, pese a las desigualdades del toreo, porque la lidia siempre tuvo interés y variedad, para bien o para mal: bajito de raza el primero, encastado y con recorrido el segundo, con clase y progresando a más el tercero, soso y muy a menos el cuarto, a más y exigente el quinto y con genio el sexto. Como puede deducirse, seis toros muy distintos, que tenían su punto de exigencia, sobre todo para que el toreo se le hiciera de manera ortodoxa: enganchándolos adelante y llevándolos por bajo.
Curro Díaz, que estuvo valiente y entregado, no terminó de centrarse. Como abusa de ese vicio de acortar las embestidas en cada muletazo, el lucimiento tenía que ser efímero ante toros que pedían que se les enseñara a embestir. De hecho, cuando se equivocaba y alargaba el muletazo, la escena mejoraba. Lo curioso es que el torero da la cara, no se esconde, pero en aras de un hipotético pellizco –mal entendido, por cierto— se autolimita. Pero anotemos también que al cuarto lo mató con agallas, a cambio de una tremenda y fea voltereta. Pero entristece que tanto esfuerzo como hace no tenga luego la correlación necesaria en su toreo por una manía que parece imposible de quitar.
Casi 10 años después de su alternativa, Matías Tejela está donde está. Pocos casos se han conocido de un torero al que dieran tantas oportunidades y la afición tuviera tan paciencia como el de Alcalá de Henares. Pero sigue como el primer día: animoso, que no es mucho. Y lo malo es que sabe hacer el toreo. Un ejemplo, el segundo de esta tarde, probablemente el toro con más profundidad en su embestida: cada vez que lo llevaba largo y por abajo, el fuenteymbro se quedaba en puertas de hacer el avión, pero estas veces fueron las menos y puramente ocasionales. Ese era uno de los toros, con sus pros y sus contras, con el que hay que arrebatar. Escuchó palmas. La escena se repitió en el quinto, aunque se le concediera una oreja con petición bastante minoritaria. Si a pesar de todo, el torero está hoy encantado de haberse conocido, él sabrá lo que hace.
Rubén Pinar, que progresa a pesar de lo que pueda parecer, no terminó de aprovechar las embestidas del tercero, un toro con clase que fue probablemente el mejor para el torero. Su faena estuvo llena de desigualdades, como antesala a un señor espadazo. En cambio, con el geniudo sexto, que pedía el carnet de identidad, se fajó, aguantando las oleadas a pie firme. Son los desconciertos que tienen estos toreros nuevos. Pero hay que darle tiempo al tiempo.
Y una nota al margen: De un tiempo a esta parte, el ganadero de Fuente Ymbro, tan comedido al principio de su carrera en el oficio, va ganando en locuacidad por días. Hoy se ha pasado el día asegurando que los toros de la tarde eran, sin duda alguna, el cuarto y el sexto. Pues fue que no. Pero, sobre todo, se pasó la tarde andando por el callejón, como si fuera un hooligan de sus toros. Si esto hubiera sido un partido de futbol, el cuarto árbitro le abría amonestado, por lo menos, por estar permanentemente fuera del área técnica. A lo mejor con los nervios no se da cuenta pero, además de impropio, queda hasta antiestético.
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