MADRID. Vigésimo segunda del abono de San Isidro. Lleno de “No hay billetes”. Toros de Domingo Hernández, muy bien presentados, de buen nivel de juego, tres de ellos cinqueños: 4º. 5º y 6º. Enrique Ponce (de habano y oro), una oreja y una oreja tras un aviso y con algunas protestas. David Mora (de tabaco y otro), palmas y ovación. Varea (de blanco roto y oro), que confirmó su alternativa, silencio tras un aviso y palmas tras un aviso. Enrique Ponce salió a hombros por la Puerta Grande.
PARTE FACULTATIVO: tras resultar cogida al entrar a matar a 5º de la tarde, al término de la corrida David Mora fue asistido en la Enfermería un “Puntazo corrido en cara interna del muslo izquierdo que contusiona la musculatura aductora. Pronóstico leve que no le impide continuar la lidia. Dr. García Padrós”.
INCIDENCIAS:
Antes del paseíllo, en el tendido 7 se desplegó una pancarta que decía: “El toro de Valencia no es el Toro de Madrid”. Como tal ocurría precisamente el día en que se lidió la corrida de mayor peso y presencia –613,4 kilos de media– tanto de esta feria 2017 como la de 2016, remedando al viejo dicho bien podría decirse aquello de ”estar en el lugar inadecuado en el momento inoportuno”.
Una gran corrida de toros, por presencia y por juego. Por la mañana, en el sorteo, escamaba un poco la muchísima báscula que traía la corrida de Domingo Hernández; la cuestión estribaba en si iban a poder con tanto tonelaje. Pues sí, pudierom y además con dos –incluso 3, si se cuenta al que hizo 2º– toros muy notables, de los verdaderamente buenos en lo que va de abono. Pero también una muy buena tarde de toros, con un Enrique Ponce que abrió por cuarta vez la Puerta Grande, pero sobre todo que dio una lección de responsabilidad y de afición.
Lo de Enrique Ponce ha sido objetivamente importante, con independencia de protestas y no protestas, de una oreja de más o una de menos. Al muy suelto que le tocó en su primer turno lo lanceó primorosamente; pese a tener que ser de uno en uno, porque el de Hernández huía de su sombra, levantó oles de los de Madrid. Luego la faena de muleta tuvo su enjundia sobre ambas manos, de las rayas para adentro. Incluso por el pitón izquierdo, por el que su enemigo protestaba. Toreo de despaciosidad, de mucho gusto, relajado el torero y siempre muy por derecho. El final con las poncinas atronó en el tendido. No hay por qué ocultar que luego hizo un metisaca de media espada en lugares espantosos, antes dejar una estocada algo rinconera. Pese a todo se le concedió con amplia unanimidad una oreja y se le pidió la segunda.
Pero si esta primera versión fue la del Ponce elegante, templado, estético, pausado, frente al astifino y corniveleto 4º, que se defendía porque andaba en números rojos en cuanto a poder, apareció un Ponce casi novilleril, con un arrimón jugándose los muslos entre los pitones, como si no tuviera ya más de 25 años de alternativa, una carrera hecha y una cuenta importante en el Banco. A esa figura se le puede llamar afición, o si se quiere responsabilidad. Pinchó antes de jar una estocada algo baja. Para el rigorismo, un oprobio mayúsculo que se le concediera una oreja, y de paso la Puerta Grande.
Y es lo cierto que el Presidente turno se maneja con una máquina de conteo de pañuelos y con unos criterios más laxos que otros colegas. Pero es que al verdadero aficionado de mente abierta le daba exactamente igual si había oreja o no lo había; lo importante era la lección de hombría, de torero importante, que Enrique Ponce acababa de dar con ese ”Rumbero”, que desentonaba más que el representante de España en Eurovisión, como hizo con su 1º.
El otro hecho importante: la corrida de Domingo Hernández, desde ya aspirante a ser la mejor de este abono, aunque sea un premio gafado con efectos a un año después. Una corrida con mucho cuajo, desigual en hechuras, pero muy seria. En vivo dieron nada menos que 615, 618, 679, 555, 638 y 577 kilos por orden de lidia. Pero luego, el mucho peso no afectó en medida significativa a su juego, podían con los kilos.
Noblón pero sin decir mucho el toro de la confirmación; suelto en demasía en sus comienzo el 2º, pero que bien tratado por Ponce viró a mejor; bravo y encastado, un gran toro el 3º –anoten por si acaso hay que volver a hablar de él: se llamaba “Inclusero”–; bajó más el 4º, porque andaba a la defensiva y con poco poder; volvió a subir el listón el muy encastado 5º, que ofrecía el triunfo a quien lo dominara; con importancia, por casta y por su forma de desplazarse, el que cerró la función. En suma, un notable bastante alto, con tres toros de nota. Y de triunfo.
No terminó de sentirse cómodo David Mora frente al gran 3º. Se le vio correcto en las formas, pero –al menos a vista de tendido– con no mucha convicción. El de Hernández pedía más que eso de “tres y el de pecho”; pedía más continuidad, más ligazón, más dar ese paso definitivo hacia delante. Por eso se impuso su calidad sobre la corrección fría del torero. Hay que reconocer que para un torero que no estaba en su día, no es el mejor momento para que también el 5º estuviera dispuesto a regalarle un triunfo, si era capaz de imponerse a su casta. Sin embargo, en su faena no pasó nada de especial relieve, salvo las agallas con las que se tiró a matar, para sufrir un revolcón tremendo, de los que espeluznan en el tendido, aunque afortunadamente tuviera solo consecuencias de pronóstico leve.
El confirmante Varea superó dignamente la prueba del trance, que pudo ir a mayores si los muletazos hubieran sido trazados más con la panza del engaño, menos en línea y perfil. En medio del vendaval mas fuerte de la tarde, quiso plantarle cara al exigente 6º, en los terrenos del 5, algo por fuera de las dos rayas. Un esfuerzo encomiable, en el que quiso demostrar firmeza, pero la casta de su enemigo le desbordaba en ocasiones. Puede ser más que probable que a un Varea más placeado y hecho, este triunfo no se le hubiera escapado, porque sus formas de entender el toreo reúnen valores positivos. Pero el oficio es un grado.
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