Tarde apoteósica de «El Juli»: 4 orejas y el indulto a un gran toro de Garcigrande

por | 16 Abr 2018 | Temporada 2018

SEVILLA. Séptima de la feria de abril. Lleno, en tarde agradable. Toros de la Casa Hernández –1º, 3º, 4º y 5º con el hierro de Garcigrande y  2º y 6º con el de Domingo Hernández–, bien presentados, de cabezas demasiado recogidas y  de juego desigual; extraordinario el 2º y colosal el 5º, que fue indultado; el resto bajó bastante. Enrique Ponce (de corinto y oro), silencio y una oreja. Julián López “El Juli” (de  aguamarina y oro), dos orejas y dos orejas. Alejandro Talavante (de negro y azabache), silencio y silencio tras un aviso.

“El Juli” salió a hombros por la Puerta del Príncipe, rodeado por una multitud  pocas veces vista.

“Orgullito” el toro indultado, del hierro de Garcigrande, estaba marcado con el número 35, de capa negro listón, con 528 kilos y nacido en diciembre de 2013. En su reata figuran, junto a toros de calidad, al menos otros dos indultados.

 

Para que el indulto se produjera se tuvieron que conjuntar dos elementos fundamental: un grandioso toro, “Orgullito”, y un torero, “El Juli”, en su plena madurez y en todo su apogeo. Para solemnizar la ocasión, el marco incomparable de la Real Maestranza y por primavera. No se puede pedir más. Todas esas imágenes perdurarán en el tiempo, porque sencillamente con esta tarde se ha hecho Historia grande.

 

Como en este mundo hay opiniones para todos los colores, una cosa debe quedar clara desde el principio,  nuestro criterio sobre el toro: “Orgullito” ha sido desde luego un toro de indulto. “El Juli”, con su mente despierta, lo debió ver desde el primer momento; los demás, lo advertimos en toda su dimensión conforme discurría la lidia, y en no pequeña medida gracias a que el torero lo explicó hasta con sentido didáctico. Ya de salida “Orgullito” metía la cara por abajo y colocada con el capote, pasó con una nota trazonable por el caballo –mucho mejor que la media de lo que hoy se ve–, galopó guapamente en banderillas y ante la franela dio un recital de bravura y de nobleza, de entrega,  con  un ritmo tan acompasado que pedía una guitarra como fondo. Y a mayor abundamiento, presentaba muy buenas hechuras y cuenta con una reata de toros muy importantes. Reunía, en fin, todos los elementos para mandarlo otra vez a las tierras salmantinas y echarlo a las vacas. Con toda legitimidad habrá quien ahora discrepará de este criterio y le pondrá éste o aquel pero al de Garcigrande. Libre es de hacerlo, como los demás también somos libres de no compartir sus opiniones. 

 

Con todo, a estas alturas no vamos a entrar en discusiones; lo importante es lo mucho que todos hemos guardado esta tarde en la retina y en el alma –que cuando pasan los años son mucho más fieles que los videos–, para poder contárselo a generaciones venideras, y de paso darle la vara a los amigos que decidieron no ir a la Maestranza. Y es que todo lo que ocurrió tuvo mucha, pero mucha, categoría. La tuvo “Orgullito” y la tuvo “El Juli”.

 

Julián López ya había dejado en el albero sevillano una lección magistral con su buen primero, un toro excelente con el hierro de Domingo Hernández. Lo había lanceado con mucho gusto  y su quite por chicuelinas tuvo personalidad. Comenzó por bajo con la franela, pero al segundo muletazo el animal le derribó con los cuartos trasero; como había caído de rodillas, de esa forma continuó su prolegómeno el torero. Eso se llama improvisar. La faena tuvo toda la enjundia del toreo por abajo y con una gran despaciosidad. Sobre la mano izquierda quedaron seis o siete carteles para una primera firma de la pintura. Y todo eso, sometiendo al toro en la medida justa: en unas ocasiones más, en otras aliviándole por arriba en su salida, todo muy medido y muy bien hecho. Un trasteo de primer orden, en técnica y en sentimiento. Un espadazo firme era la que necesitaba para cortar el doble trofeo. Consiguió las dos cosas.

 

Con “Orgullito” desde el primer momento se gustó “El Juli” en el manejo del capote; las verónicas de su quite tuvieron mucho  aquel. Pero luego, no resulta fácil priorizar una cosa sobre otras de las que vimos. Soberbios los derechazos de la primera serie, imponiéndose el torero; a cámara lenta, los siguientes. Y ya con la izquierda, lo que se dice torear a placer. Tan embebido estaba el torero en su faena, que cuando comenzaron a aparecer las primeras peticiones de indulto, fue el propio Juli el que pidió calma a los tendidos, para que no le privarán del privilegio de seguir toreandolo. Con el entusiasmo desbordado concluyó la faena y cuando apareció el pañuelo naranja en el palco, se encargó de llevar al de Garcigrande suavemente con la muleta hasta la puerta de toriles, antesala de su vuelta a la dehesa. La plaza ya era una locura. Y con razón. Un espectáculo así solo se puede ver muy de vez en cuando.

 

El resto de la corrida bajó bastante sobre tan alto nivel. El que abrió la tarde blandeaba y se quedó sin viaje. El 2º era de esos que no son “ni chicha ni limoná”: siempre en el limbo de la indefinición. El 4º, siempre suelto y sin  clase, siempre a su aire. Y el que cerró la función más que embestir, iba a arreones.

 

Enrique Ponce ya dejó constancia de su capacidad para alargar y templar las pobres embestidas de su primero. Una faena de nota, que luego se decayó por el pésimo uso de los aceros. Donde su capacidad de poder quedó de manifiesto fue con el 4º, que quería huir hasta de su sombra. A base de no quitar los engaños de la cara, Ponce acabó por someterlo. Es cierto que en ese esfuerzo perdía parte de su estética, porque en algunos momentos no quedaba otro  recurso que meterse en los costillares, para que el de Garcigrande no saliera para otro lugar.  Lo mató con decisión, aunque la espada cayó rinconera.

 

No era, en fin, el día de Alejandro Talavante, desde luego. No lo fue, resultó evidente, porque le correspondió el lote de peor juego con gran diferencia. Pero no lo fue también porque el torero daba la impresión de que no acertaba a desenvolverse frente a esos elementos. Con toros igual o más complicados, se la visto mucho más despierto y resolutivo.

 

Otro sí

¿Y por qué no el rabo?

Puestos a opinar, tampoco se va a librar el Presidente, José Luque, que tuvo un especial empeño en ordenar expresamente al alguacilillo que al torero se le entregaran las dos orejas. Y punto. 

Después de lo visto en este lunes de farolillos, es hasta una cuestión menor, pero habría que preguntarse qué elementos más debieran reunirse, en la opinion del Sr. Luque,  para que a “El Juli” se le concediera además el rabo.
En el refranero se nos dicen aquello de “la ocasión la pintan calva”; el lenguaje popular añade aquello de “se lo han puesto como a Fernando VII”. Las dos expresiones le son de aplicación al Sr. Luque, que es un Presidente ecuánime, por más que en esta ocasión no se pueda compartir su negativa a sacar el tercer pañuelo. Lo mereció el torero y lo merecía la ocasión.

Y en la Maestranza hay antecedentes sobrados. A título de ejemplo, y como bien recuerdan los más viejos del lugar, Don Tomás León –que fue un Presidente que hizo historia en el Palco de la Maestranza, nada dado a sentimentalismos– no tuvo reparos en sacarlo para Manuel Benítez “El Cordobés” cuando un 20 de abril, va ya para 54 años, la afición lo pidió con fundamento. 

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Taurología

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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