MADRID. Décimo octava del abono de San Isidro. Casi lleno: 22.636 espectadores (95,8% del aforo). Cinco toros de Núñez del Cuvillo, desiguales de presentación y juego, y 1 sobrero (3º bis), del Conde Mayalde, grande y de poca raza. Juan Bautista (de azul Bilbao y oro), silencio y ovación. Alejandro Talavante (de tabaco y oro), dos orejas y ovación. Alberto López Simón (de azul cobalto y oro), una oreja y una oreja. Talavante y López Simón salieron a hombros por la Puerta Grande.
Tras concluir el paseíllo, los aficionados obligaron a Talavante a saludar desde el tercio. Tras la muerte del 3º, López Simón tuvo que ser asistido en la Enfermería de contusiones múltiples, que no le impidieron volver al ruedo.
Llovió con mucha fuerza a partir de la lidia del 4º. El ruedo quedó absolutamente impracticable, como para haber suspendido la corrida.
Desde la meseta de toriles asistió al festejo la Infanta doña Elena, que aguantó bajo la lluvia hasta el final.
Con todos los elementos a la contra y sin esa corrida ideal que sueñan los toreros, Alejandro Talavante y López Simón han abierto en esta decimo octava del abono la Puerta de la gloria que lleva hasta la calle de Alcalá. La plaza casi llena, a un escaso 5% del “No hay billetes”. Y el personal con santa paciencia y mucha afición, porque aguantar empapados y sin que decayera el entusiasmo en los tendidos la segunda parte del festejo, tiene mucho mérito.
¿Ha sido una tarde de ensueño? Pues, según se mire. A parte del incordio de mojarse, que no es poco en un espectáculo de lujo, a lo largo de la función hubo de todo. Incluso, a las propias faenas que recibieron premios, también se le podrían poner sus peros. Menores, desde luego.
Sin ir más lejos, a Talavante se le ha visto en Madrid torear mejor y más rotundo que este viernes. Pero en esta ocasión hubo una vibración, un enganche con el personal, como pocas veces. Entregado el torero, supo aprovechar a un toro que fue a más y acabó repitiendo con humillación. Pero claro, había que ponerse en el sitio adecuado, que suele ser siempre el de más riesgo. El torero lo hizo y por eso hubo series verdaderamente soberbias, sobre todo con la mano derecha. Toreo muy por abajo, ralentizando el tiempo y los movimientos, para acabar todo lo atrás que le permitía el brazo. El final de la faena, muy torero, completó la cosa. En dos tiempos, dejó toda la espada arriba y en buen sitio, y la afición, que aún no se había mojado, vistió la plaza de blanco.
Pero como por algo tenía tanto interés en volver a Las Ventas, también lo intentó con el 5º, ya en medio de la lluvia y con el barrizal del ruedo. Con un “cuvillo” muy serio pero que ni humillaba ni tenía clase, buscó redondear la tarde. En los inicios parecía que podía ir a más, pero su enemigo daba poquito de sí. En esta ocasión, tuvo que echar mano de la habilidad para meter la espada.
En su primera comparecencia en esta plaza, en estas páginas ya se escribió que López Simón había avanzado mucho en el oficio en esta nueva etapa. Hoy lo ha demostrado. Hoy se pudieron comprobar tales avances. Con un toreo mucho más pausado, más sentido cabría añadir, mantuvo sin embargo la frescura de antes. Y de ahí nació la inmediata conexión con los tendidos.
Al primero de su lote, un armario cinqueño y corraleado, sin clase ni fondo, con el hierro del Conde de Mayalde, le plantó cara desde el comienzo. Sobre todo con la mano derecha dejó tres tandas muy logradas, a costa de un tremendo revolcón –ahí es nada que se te acueste encima un animal con 600 kilos–, que luego se volvió a repetir al entregarse a la hora de matar. Mérito tuvo su labor con el que cerró la tarde, un jabonero grandón y siempre exigente, que fue a más. Acertó en las muletazos por abajo largos y muy templados, que encarrilaron el futuro comportamiento del “cuvillo”. López Simón también fue a más, siempre muy reunido, sin dejar que le puntearan los engaños, siempre ofreciendo la muleta plana. A este le recetó un espadazo en la misma yema, que por sí mismo ya valía la oreja.
Lo que es casi tradición, en esta ocasión ha fallado. Juan Bautista no pudo cuajar bajo el diluvio al 4º. Su faena fue de menos a más, para concluir en un punto excelente, aunque fuera un tanto con el toreo accesorio. Lo pinchó ante dejar una entera al recibir. Con la que estaba cayendo era imposible conseguir una reacción más entusiasta del personal, que bastante tenía con ponerse a resguardo. En tu primer turno, con un animal noble pero sosísimo, sólo se pudo a ver la versión pulcra y técnica de este torero.
Como habrá podido deducir el paciente lector, la corrida de Núñez del Cuvillo no respondió a las expectativas habituales. Primero porque eran de una presentación en tobogán, en el que los había de todos los tamaños. Un animal atascadísimo de kilos como el 1º, que siendo noble no se sacudió ni un minuto su sosería extrema. Más en su línea de siempre –o a lo mejor hay que decir que de antes, porque el tipo zootécnico parece como si la fueran cambiando paulatinamente–, el 2º fue un gran toro para el torero, para el ganadero menos, que resultó deslucido en el caballo. El 4º, se movía sin humillar, de un lado para otro sin nada que contar. El 5º, otro toro fuerte de presencia, ni humillaba ni tenía clase dentro. Y el 6º, otro grandón, tenía su cuota de aspereza, pero durante la lidia cambio algo a mejor. Del sobrero cinqueño lo mejor que se puede escribir es que ya no se volverá a enchiquerar. Eso que ganan los toreros que quedan por anunciarse.
Otro sí:
Las excusas (innecesarias) de Talavante
Resulta encomiable que, después de hacer dos paseíllos en el abono, un torero como Alejandro Talavante haya aceptado sustituir este viernes a un compañero –Paco Ureña– que ha tenido que ser intervenido por una lesión. Lo que llama la atención es que algo tan normal en el mundo del toro, haya suscitado tantas suspicacias en algunos, como para que el torero tuviera que presentar una especie de excusas: asegurar que va “donar los beneficios de su actuación a una entidad necesitada de Extremadura aún por designar”.
Encomiable la solidaridad, aunque ni el mismo donante sepa a quien hará la donación. Pero no hay de nada de qué disculparse. La empresa y su apoderado se han puesto de acuerdo y el torero ha aceptado el contrato. Lo que luego el torero haga con sus dineros es cosa suya. Eso es todo. Y punto.
De hecho, no deja de ser significativo que al concluir el paseíllo los aficionados obligaran a Alejandro Talavante a saludar desde el tercio.
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