MADRID. Corrida extraordinaria de la Beneficencia, fuera de abono. Lleno de “No hay billetes”. Toros de Victoriano del Río -2º y 6º de Toros de Cortés-, de correcta presentación y de mucho juego; excelente el lidiado en 5º lugar, para el que se pidió la vuelta al ruedo. Sebastián Castella (de rioja y oro), silencio tras un aviso y ovación tras un aviso. José Mª Manzanares (de grana y oro), silencio y dos orejas. Alberto López Simón (de marino y oro), dos orejas protestadas y ovación.
En representación del Rey reinante, desde el palco real presidió la corrida el Rey don Juan Carlos, acompañado de la Infanta Elena y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes; en una segunda fila, los hijos de la Infanta, Victoria y Juan. Como en otras ocasiones, a la entrada del monarca se interpretó el himno nacional con toda la plaza en pie.
Con muchos matices, como siempre son las obras de arte de primer orden. Un artista nunca puede ser ni monocromático, ni burdo en su discurso. Precisamente lo que le diferencia de todos los demás es eso, el matiz, que a simple vista a lo mejor pasa un poco desapercibido, pero que cuando se contempla con la obra concluida, hasta poner en valor el resto de su tarea. Todo esto lo llevamos al toreo y este primer miércoles de junio tiene un nombre: José María Manzanares.
No todo soplaba a favor del alicantino cuando comenzaba la tarde. Se le recibía con el mal regusto de una etapa un tanto descentrado, sin convencer justamente porque al torero se le veía sin convicción en su toreo. El cinqueño de Toros de Cortés, de poquita casta y fortalece, que sorteó en primer lugar, tenía todo contado. Y Manzanares elegantemente se paró ahí. Todo quedaba abierto para el segundo acto. Hasta la incertidumbre. Dos toros más allá se desveló el misterio.
El torero de Alicante tuvo la inteligencia de ver desde el primer momento la calidad que llevaba dentro el 5º toro de Victoriano del Río, "Dalia” de nombre. No puede extrañar que dejara cinco lances templadísimos, largos, sentidos, para abrocharlos luego con una gran media. Para rematarlo, quite de chicuelinas de mano baja, con pellizco. ¡Cómo recordaban a su padre!.
La plaza bullía cuando Manzanares se fue decidido a los medios a brindar al personal. Torerísimo comienzo de faena, ya derrochando templanza. Y en seguida, al toreo fundamental. El toro, pronto al suave cite, hacía el avión al coger los engaños; pero el piloto estaba en un momento cumbre. Grandes fueron sus series sobre la mano derecha. Con la izquierda formó una revolución: no es posible torear más lentamente, con más sentimiento, con más verdad, con arte. ¡Y los pases de pecho…¡ Una faena maciza, reunida, con un hilo argumental muy marcado: crear belleza con el arte del toreo. Luego se perfiló en la distancia justa: un espadazo en la yema, ejecutando la suerte al recibir. Los tendidos se tiñeron de un blanco insistente. Para que no hubiera dudas, don Julio Martínez sacó los dos pañuelos a la vez; pero no poca gente solicitaba además el rabo. El torero en los límites de las lágrimas, mientras las palmas se hicieron ovación para despedir a “Dalia”. En la pausada vuelta al ruedo el publico pudo recuperar el resuello, después de tal dosis de torería.
Pero el tal “Dalia”, que figura ya entre los aspirantes al mejor toro de esta feria, fue sólo el botón de mucho lujo en una buena corrida de Victoriano del Río, la más completa de las lidiadas hasta ahora. Hubo reses que no abundaron en fortaleza, incluso más de uno se rajó antes de tiempo. Pero el conjunto resultó magnifico, como de reconciliación con la sangre brava, después de las ultimas tardes que se han sufrido. Sin una excesiva bollantía, tuvo su clase el que abrió plaza; en cambio, guardaba su malaje el 2º; con mucho recorrido y duración resultó el 3º; con buen son pero sin exageraciones el 4º y mansón pero colaboracionista el que cerró la tarde. Si se traduce el lenguaje peculiar de los taurinos, al menos tres se le podían cortar las orejas, que se dice pronto.
Alberto López Simón, que cerraba su paso por Madrid, ya es muy consciente de lo que pesa esta plaza. Aunque arrastre cuatro puertas grandes, tiene carrera aun por cubrir, quedan muchos cursos antes de llegar a la Licenciatura. Y así, le costó su trabajo entender al buen 3º: a un toro que anda suelto no se le puede comenzar la faena haciendo el poste y el telonazo, porque el animal de modo natural se va a la otra punta y lo desluce todo. En cambio, en cuanto se centró en terrenos razonables, las series sobre la derecha nacieron con soltura y buen son. De todas ellas, la más redonda fue la cuarta, con verdadera categoría. Unos momentos de dudas y a la mano izquierda, el pitón menos lucido de su enemigo. Y vuelta a la derecha, para cerrar con una serie muy conseguida, de las mejores. Se entregó a la hora de matar, aunque la colocación de la espada no resultó la más ortodoxa. Sin embargo, al palco se le calentó la mano y sacó el pañuelo blanco por dos veces; no le hizo ningún favor al torero, porque allí nació la división de opiniones y las protestas de un sector; en el fondo, allí comenzó la devaluación de un triunfo y hasta de la posterior puerta grande.
Salió con el 6º a reivindicarse frente a quienes protestaron. Limpia quedó la larga en la puerta de toriles, pero luego no acabó de redondear a este toro con el capote. Muleta en mano tuvo que buscar pronto la distancia corto: el de Cortés tomaba bien el engaño, pero le costa más salir de él. Tocaba aprovechar la inercia. Y sobre ella construyó una faena de valor sereno, que concluyó con una estocada muy tendida de la que el animal tardó en doblar.
Debe reconocerse que no ha tenido la suerte de cara Sebastián Castella. Por mal tener, hasta un sector de la plaza sistemáticamente metiéndose con él, la mayoría de las veces sin razón. Sin embargo, aunque el triunfo no haya llegado en sus cuatro tarde, Castella reúne también aspectos muy positivos. El primero ese, que pudiendo elegir como triunfador del pasado año una feria más cómoda, eligió el compromiso. Y eso aquí y en Pekín tiene un mérito. En su haber queda, además, los naturales más profundos y sinceros de todo lo que va de abono; la pena es que el de Adolfo Martín tuviera tan poca chicha dentro, porque si hubiera aguantado le forma un lío.
Este mismo miércoles, si su primer toro hubiera descubierto la muerte y no da el cante con el descabello, su faena se habría valorado como correspondía a un trasteo muy reunido, con abundancia de templanza. A su segundo, en cambio, le faltaba ese pasito más que permite el toreo profundo; tuvo que coger el libreto de las cercanías, donde se mueve a gusto y además ejecuta el toreo con verdad. Otra vez los aceros de muerte le jugaron una mala pasada.
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