La crisis afecta gravemente a la Fiesta. Afirmar semejante cosa se ha convertido ya prácticamente en un tópico, a base de repetírnoslo los unos a los otros. Pero no por eso deja de ser completamente cierto, como bien saben, y sufren, tanto los empresarios como los demás sectores taurinos.
Pues pese a todo, contraviniendo aquel principio ignaciano de “en tiempos de crisis [que el santo en realidad decía “tribulaciones”], no hacer mudanza”, Simón Casas se ha lanzado a dirigir plazas que habían sido internadas en la UVI y ha emprendido nuevas aventuras. Parece que es más partidario de ese otro pensamiento, instalado dentro de lo políticamente correcto, que los tiempos de crisis son también tiempos de oportunidades.
Desde luego, acudir al rescate de Zaragoza del lamentable estado en la que la dejaron sus antecesores, no es ninguna broma empresarial. Pero como el empresario francés no se arredra, tampoco es fácil la aventura de Granada, otra que quedó en situación critica, a la vez que oferta para gestionar Alicante y trabaja para mantener en buen nivel a plazas tan relevantes como Nimes, Málaga o Valencia.
En Madrid, en cambio, aparentemente está algo más desvaído, quizá porque aún anda vivo ese dichoso pleito que le planteó a la Comunidad por el concurso de adjudicación; aunque a lo mejor lo anterior no deja de ser una especulación y cuando llegue la hora de montar la temporada de Las Ventas tiene un papel importante, pese a la desaparición de aquello del Arte y la Cultura, carpa incluida. Pronto saldremos de dudas.
Con Madrid o sin Madrid, a la apuesta que hace Casas las cuentas le saldrán o no le saldrán, que esa ecuación tiene muchas variables. Pero lo cierto es que en sus manos tiene, podría decirse a vuelapluma, las tardes que forman casi media temporada de una figuras. Hoy se ha hecho indispensable para quien quiera hacer una campaña como las de siempre, estando en todas las ferias.
Podemos entrar a discutir si la concentración empresarial –con Casas o con cualquier otro– es positiva o negativa para el toreo, que es cuestión que exige muchos matices. Pero lo evidente es que a la Fiesta, a todos cuantos se sienten implicados en su vitalidad, conviene que a los empresarios los números les cuadren. No podemos olvidar que se trata unos profesionales que, por más discutibles que sean sus decisiones, resultan insustituibles para que se ponga en marcha toda esa compleja cadena que hace posible que a las cinco de la tarde los alguacilillos encabecen el paseíllo y que se vean mano a mano el toro y el torero, los eternos protagonistas.
En el caso de Zaragoza –que es el que más antecedentes problemáticos reúne– Casas aporta unas razones que bueno sería que extendieran en toda la geografía en esa cuestión tan delicada de los pliegos de adjudicación. “Si la Fiesta es arte y cultura a nivel legal y, sin embargo, no se beneficia de las subvenciones que sí reciben otras artes y culturas, al menos sí deben dejar la mayor parte de los ingresos de la taquilla al empresario para que éste pueda trabajar por el bien de los aficionados; esto es, poder crear carteles atractivos y ofertar una política de precios que se adapte a la realidad económica del momento". Eso es lo que Casas cree haber advertido en la actitud de la Diputación de Zaragoza y por eso se ha presentado para levantar una ruina.
Desde luego se trata de una observación importante, pero no suficiente. Y es que una vez adjudicada la plaza, el nuevo empresario tiene que conseguir el milagro de hacer regresar a los tendidos a todos esos que una mala gestión mandó a casa. Sabido es que en esto de las plazas y de sus espectáculos, se dan más facilidades para salir que a la hora de volver a entrar.
Si nos atenemos a lo que viene haciendo, para conseguir ese regreso a los tendidos el fuerte de Simón Casas parece radicar en la vieja sentencia de la revolución del 68 en las calles de Paris: la imaginación al poder. Y desde luego, imaginación tiene para ofrecer algo diferente, aunque tenga que ceñirse al “sota, caballo y rey” que hoy impera de modo casi insalvable. Aunque sean las mismas cartas, en las manos de Casas parece como si las hiciera más atractivas. Pero el verdadero as que tiene en la manga es que, por la causa que fuere, es entre los organizadores el que mejor entrada tiene en el grupo de toreros, JT incluido, que resultan necesarios para que una feria sea atractiva para el gran público.
Ahí está el caso de Valencia para las Fallas, por ejemplo, pese a que se cayera de los carteles Talavante, que quería dos tardes y sólo quedaba una libre. Quien mire sus carteles desde la cátedra y los gustos de Madrid, podría decir que en el coso de la calle Játiva va a faltar una buena dosis de torismo, y en efecto así ocurre. Pero históricamente la afición valenciana, respetando lo básico de la integridad del toro, siempre se inclinó por la preponderancia del torero. Es su personalidad, que en la Fiesta por fortuna conviven muchas y muy diferentes entre sí. Y todas cumplen su papel para garantizar la diversidad que necesita la Fiesta. Lo que supondría una locura es trasladarlas de un lado a otro sin ton ni son: cada sitio tiene su propia idiosincrasia, que debe ser respetada.
Se dirá, y en algunos aspectos habrá que darles la razón, que Casas puede arriesgar con su política inversora porque, al fin y al cabo, se incardina en el grupo de los grandes. No sólo tiene plazas que un torero necesita, es que además dirige la carrera de Finito, de Escribano, de Daniel Luque, de Román y de Leonardo Hernández. En cambio, todos aquellos pequeños gestores que andan metidos en la Fiesta de base, si trabajan con honradez lo hacen sin ningún género de paraguas que les proteja. Las dos afirmaciones son ciertas. Pero también hay que reconocer que otros del grupo de los grandes prefieren retirarse hacia posiciones más cómodas que esa de buscar la forma de rescatar a una plaza de la ruina sin tener claro cuál será el resultado final.
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