La sola mención de Silverio Pérez nos lleva a surcar un gran espacio donde encontramos junto con él, a un conjunto de exponentes que han puesto en lugar especial la interpretación del sentimiento mexicano del toreo, confundida con la de “una escuela mexicana del toreo”. La etiqueta escolar identifica a regiones o a toreros que, al paso de los años o de las generaciones consolidan una expresión que termina particularizando un estilo o una forma que entendemos como originarias de cierta corriente muy bien localizada en el amplio espectro del arte taurino.
Escuela “rondeña” o “sevillana” en España; “mexicana” entre nosotros, no son más que símbolos que interpretan a la tauromaquia, expresiones de sentimiento que conciben al toreo, fuente única que evoluciona al paso del tiempo, rodeada de una multitud de ejecutantes. Que en nuestro país se haya inventado ese sello que la identifica y la distingue de la española, acaba sólo por regionalizarla como expresión y sentimiento, sin darse cuenta de su dimensión universal que las rebasa, por lo que el toreo es uno aquí, como lo es en España, Francia, Colombia, Perú o Portugal. Cambian las interpretaciones que cada torero quiera darle y eso acaba por hacerlos diferentes, pero hasta ahí.
En la tauromaquia en todo caso, interviene un sentido de entraña, de patria, de región y de raíces que muestran su discrepancia con la contraparte. Esto es, que para nuestra historia no es fácil entender todo aquello que se presentó en el proceso de conquista y de colonia, donde: dominador y dominado terminan asimilándose logrando un producto que podría alejarse de la forma pero no del fondo, cuyo contenido entendemos perfectamente. Es, en apariencia algo que encontramos durante el conflicto entre liberales y conservadores durante el siglo pasado cuando plantean:
Que la tesis conservadora, postula explícitamente como esencia el modo de ser colonial, pero implícitamente, quiere el modo de ser norteamericano. Es decir quiere mantener la tradición, pero sin rechazar la modernidad, o para decirlo de una vez, solo quiere de esta su prosperidad.
Que la tesis liberal quiere explícitamente el modo de ser norteamericano, pero implícitamente, postula como esencia el modo de ser colonial. Es decir, quiere adoptar la modernidad, pero sin rechazar la tradición, o para decirlo de una vez, solo quiere de aquélla su prosperidad.
En suma, la tesis liberal acaba por reconocer a posteriori el a priori de la tesis conservadora, es, a saber: la necesidad de mantener el modo de ser colonial.
Estas reflexiones al puro estilo del recordado maestro Edmundo O´Gorman[1], nos enseñan a entender que algo de esto, también ocurrió durante el proceso de conquista y colonia, aunque allí, influyó mucho la pesada losa que comprende la “visión de los vencidos”, estigma del que todavía no nos recuperamos, a la hora de revalorizar el papel que jugaron culturas indígenas de alto valor político, guerrero, económico de antes de la conquista.
Todo esto era necesario para entender también a Silverio, aunque no lo crean, diría Ripley, pero es que Silverio, nuevo Rey de Texcoco, se enfrentó a un grupo de españoles con objeto de ganarles más de alguna contienda, solo que ahora, el campo de batalla es el ruedo.
En 1940 la ciudad de México todavía conservaba un sello provinciano, Alfonso Reyes lo expresa así: “viajero, has llegado a la región más transparente del aire”, aunque ya invadían las calles algunos packards, lincoln´s y cadillacs. La ciudad va adquiriendo un aspecto cosmopolita.
En aquellas épocas se puso de moda vivir en las Lomas de Chapultepec, jugar canasta uruguaya, ir de vacaciones a Acapulco, apostar en el Hipódromo de las Américas, hacer ejercicio en el Deportivo Chapultepec, beber whisky y cocteles y hasta irse a la cama con…. un cobertor eléctrico.
En el año de 1946 ocupa la presidencia el Lic. Miguel Alemán Valdés, el primer civil en muchos años, luego de un largo control del poder detentado por los militares durante el movimiento armado que inició, como ya todos sabemos, en 1910.
Hasta esos momentos la Revolución ya había tocado fondo y comenzaba a quedar en el pasado como una experiencia dolorosa, pero también edificante para el México por el cual se luchó. De movimiento armado pasó a un proceso doctrinario en el que la ideología y algunos otros principios se volvieron sus principales armas, las que con el paso de los años perdieron frescura y vigencia.
Uno de los testimonios de aquel movimiento, que anunciaba su fin en sí mismo, apuntando que ya habían pasado sus mejores días fue el que planteó Daniel Cosío Villegas en su ensayo La crisis en México, crítica por cuyas afirmaciones se ganó serios reproches de los conservadores más recalcitrantes de la “revuelta” que comenzaban a pasar de moda, en medio de un nuevo esquema que funcionó bajo el régimen del conocido “Cachorro de la Revolución”.
Alemán, intervino y alentó en su momento una nueva revolución de tipo eminentemente industrial y modernizadora por lo que México ingresó al concurso de las naciones en vías de desarrollo. En México, el ascenso de la población se reflejaba en grandes ciudades como el Distrito Federal, que vio surgir en sitios inverosímiles un “Viaducto”, un “Periférico”, una gran “Ciudad Universitaria” o la construcción de multifamiliares como el “Miguel Alemán”.
El progreso y los avances tecnológicos no se detenían. La radio mantenía a un auditorio cautivo que aprendió a soñar las historias, las novelas, las narraciones -como la de una buena corrida de toros-, por ejemplo, que surgían de aquellos robustos aparatos instalados en gran cantidad de hogares mexicanos.
La C.T.M. (Confederación de Trabajadores de México) adquiría un poder que controló por más de cincuenta años el desaparecido líder obrero Fidel Velázquez; confederación que en sus inicios vivió grandes momentos al tener muy cerca a otro entusiasta luchador que puso en alto las razones del trabajador en nuestro país. Nos referimos a Vicente Lombardo Toledano, sin embargo los obreros prefirieron a Fidel Velázquez quien se quedó con el control que acumuló en el seno de la C.T.M. durante varios sexenios.
Pero no todo lo que pasaba en nuestro país se inclinaba a la política. La segunda guerra mundial había terminado, nuevos estilos de vida se impusieron, entre otros, las formas de divertirse, en los salones de baile el Cha-cha-cha, el mambo y los danzones estremecieron la vida nocturna; el teatro de revista estaba también en sus mejores momentos, a pesar de que la televisión poco a poco iría desplazando estas formas convencionales que imperaron durante un buen tiempo.
Silverio Pérez representó una fuerza que fue a unirse a aquella majestuosa expresión del nacionalismo cultural como medida de rescate, al recibir su generación todo lo que queda del movimiento armado que deviene movimiento cultural, en inquieta respuesta vulnerada entre el conflicto de quienes pretenden extenderla como signo violento o como signo demagógico. Pero en medio de aquel estado de cosas, Silverio Pérez al incorporarse al esquema de la otra revolución, la que enfrenta junto a un contingente de extraordinarios toreros y una tropa de subalternos eficaces, genera una de las marchas artísticas y generacionales de mayor trascendencia para el toreo de nuestro país. Presenciamos el desarrollo de la “edad de oro del toreo”.
Es el México “postrevolucionario”, un México donde el sentimiento por el toreo está encontrando en Silverio a un exponente distinto, dado que su quehacer se aleja de los demás, dándonos a entender que había llegado la hora de conocer a un torero de manufactura netamente nacionalista, en idéntica proporción a la etapa de “reconquista” que se vive durante la vigencia de Ponciano Díaz, de quien anotaremos algunas indicaciones más adelante.
Silverio, hubo dos, y los dos, geniales por donde quiera vérseles. Uno, en el “cante jondo”, el otro, en el toreo mexicano. Aunque a veces podía pesar más la insolencia y simplemente Silverio Pérez no se acomodaba… y a otra cosa.
Silverio ha confesado no solo miedo, también pavor y en contraste con su hermano Armando, es decir Carmelo; Carmelo, es decir Armando, predominó un carácter en cierta medida medroso, pero un carácter capaz de contar con el valor suficiente para ver pasar los toros a milímetros de su cuerpo y así, alcanzar la cima en faenas que se recuerdan en medio de la nostalgia.
Estas notas las escribo luego de enterarme de la muerte del último estridentista Germán List Arzubide[2], ocurrida el 18 de octubre de 1998, quien aspiraba ser hombre de tres siglos. Había nacido el 31 de mayo de 1898 y su deseo mayor era extenderse hasta el ya inminente siglo XXI. El estridentista anhelaba mantener los principios del grupo al que representó hasta el día de su muerte, el cual sostuvo el postulado de elogiar la manera en que el hombre domina a la máquina, por lo que la tesis estridentista fue manejar un lenguaje que se alejara de todo aquello que fuera pasado sin tecnología y solo estuviera casado con la modernidad.
Ahora recuerdo, con este pasaje necesario, la polémica que mantuvieron Carlos Cuesta Baquero y Flavio Zavala Millet acerca de la faena que bordó Silverio al toro TANGUITO de Pastejé, la tarde del 31 de enero de 1943, en el TOREO de la Condesa. Dicha obra sirvió para enfrentar dos posiciones: la del pasado, desde la trinchera de “Roque Solares Tacubac” (anagrama de Cuesta Baquero) y la del presente por “Paco Puyazo” (alias de Zavala Millet). Cada quien manifestó una actitud que justificaba ambos espacios temporales, uno, el del ayer que presenció el Dr. Cuesta con todo su carácter bélico y guerrero.
El autor potosino, era un apasionado de las tauromaquias de Lagartijo y Frascuelo, que impusieron en nuestros ruedos Luis Mazzantini y todo el grupo de la “reconquista” de 1887 en adelante, contra las últimas manifestaciones del toreo nacionalista que abanderadas por Ponciano Díaz estaban siendo llevadas al extremo de la patriotería decadente. Por su parte, el joven Zavala manejaba en su discurso una serie de apreciaciones que iban de la mano con la modernidad alcanzada en el toreo, suma de expresiones que ya habían superado la prehistoria, siendo el arte un fin y un propósito puestos en marcha desde los tiempos de Pepe Illo y su Tauromaquia (1796), lo mismo que la de Francisco Montes Paquiro (1836), hasta las primeras grandes demostraciones estéticas logradas por Rafael Molina y Cayetano Sanz. Más tarde, Antonio Fuentes, Rafael Gómez “El Gallo”, Rodolfo Gaona.
Como continuador legítimo de aquellas expresiones, encontramos a Silverio Pérez, quien todavía imprimió un fuerte sello de lo mexicano, enriqueciendo a la tauromaquia con valores que han identificado a los toreros de este país, y al darle con su sentimiento grado de TAUROMAQUIA mayor, esta se eleva, se sublima y, en el mejor de los casos, se enriquece con la renovación (cuán contradictorio resulta “renovar” un espectáculo en sí mismo anacrónico, matizado de tintes salvajes), con la llegada de nuevas generaciones que la hacen suya, por lo que cada uno de los grandes toreros le da un sello propio, pero convocan, al fin y al cabo a la tauromaquia, que es una, transformada al paso de los siglos, para hacerla dinámica, puesto que ya no puede permanecer estática.
Y en todo esto, el papel protagónico de Silverio Pérez, con su peculiar y personal expresión de la tauromaquia, nos dice que una vez más esta grande expresión de arte y de técnica, se abrió para acumular el sello propio de un gran torero, exponente quintaesenciado que por ningún motivo representa a una escuela mexicana del toreo, fabulosa invención que lo único que consigue es confundir unos cuantos árboles con el gran bosque.
✔La versión original e este escrita data de noviembre de 1998, cuando se cumplían 60 años de su alternativa. Esta versión puede consultarse en la diección electrónica: https://ahtm.wordpress.com/2011/10/03/silverio-perez-interpretacion-pura-del-sentimiento-mexicano/
Silverio Pérez (Pentecostés, Texcoco, 20 de noviembre de 1915 – Pentecostés, Texcoco, 4 de septiembre de 2006), apodado "El Faraón de Texcoco", personificó al último de las grandes leyendas de la Época de Oro del toreo mexicano. Se hizo torero a la muerte de su hermano, el legendario Carmelo Pérez, que murió en Madrid de una neumonía a los 22 años en Madrid, provocada por una gravísima cogida que le diera el bravísimo toro "Michín" de San Diego de los Padres el 17 de noviembre de 1929 en la plaza El Toreo de La Condesa, en la Ciudad de México.
[1] Edmundo O´Gorman O´Gorman (1906 – 1995) fue un reconocido historiador mexicano. En su obra historiográfica se aprecia un trabajo de reflexión e interpretación que vinculaba el pasado con el presente y procuraba resaltar el sentido de los acontecimientos. Admirador de José Ortega y Gasset y alumno y amigo de José Gaos, O´Gorman puede inscribirse en la tradición del Historicismo mexicano y puede considerarse como el padre fundador de una importante Escuela de historiadores latinoamericanos.
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