Ha sido como el “parto de los montes”; pero al contrario que en el refrán, del resultado final no puede decirse que haya nacido “un ratón”. La Empresa Pagés, con todas las limitaciones que rodearon al caso, ha acabado por diseñar un abono sevillano que merece un respeto. Sin duda, no puede ser ni el abono soñado por los aficionados, ni el que atrae ese plus que se llama turismo, tan relevante como es para los negocios locales. Pero al menos se ha hecho un esfuerzo buscando paliar parcialmente la baja voluntaria de cuatro nombres con mucho atractivo en la taquilla.
Resulta ya intrascendente entrar ahora en lo que han dicho unos y otros. Cada cual ya dijo todo lo que consideró conveniente; cada cual ya dio su punto de vista y su interpretación de los hechos. Puede darse por seguro que la verdad objetiva no la encontraremos en el punto medio de las posturas de unos y de otros. Este tipo de conflictos, en el mundo de los toros y fuera de él, constituye siempre una situación muy compleja, en las que resulta imprudente repartir a la ligera papeletas de buenos y malos. La historia ya nos cuenta que todos estos movimientos en el seno del toreo tienen, al final, mil caras. Aquí no ocurre como en las películas de vaqueros, en las que basta leer el reparto de actores para definir el papel que cada cuál ocupará en el guion y en la trama.
Si nos ceñimos al resultado final, a la espera de ese auténtico referéndum popular que siempre constituye su grado de aceptación en las taquillas, la papeleta que tenían por delante Eduardo Canorea y Ramón Valencia la han resuelto salvando los muebles de forma razonablemente aceptable. De hecho, para las limitaciones impuestas con las que partían, el mayor reproche que se les puede hacer es haber marginado a Diego Urdiales, cuando ha demostrado estar en un momento espléndido. Y a efectos localistas, la ausencia de uno o de otro torero. Por el contrario, son de nota alta el elenco de novilladas del abono, mientras que cumplen a secas los carteles de rejones, con el pie forzado de la ausencia de Pablo Hermoso de Mendoza, que prefiere los informales festejos por tierras mexicanas –por cierto, también al amparo de la Casa Bailleres, como dos de los toreros ausentes– que el compromiso de la Maestranza. En cualquier caso, el abono 2015 poco tiene que ver con la experiencia tan fallida de 2014.
Pero con la formalización del abono la batalla de Sevilla no se va a dar por cerrada; han quedado abiertas demasiadas heridas y no menos agravios que en un momento o en otro acabarán por pasar factura. Por lo pronto, para el futuro Morante ya ha quemado al alcalde de Sevilla como mediador para toda posible solución negociada. Hay "alcaldes mío..." que acaban siendo irreparables. Es cierto que en el toreo puede haber otros tipo de puentes que tender; lo que ocurre es que ninguno tendrá ese nivel institucional, que no es un factor pequeño.
Por otro lado, si se repasan las ideas y venidas que se han dado en los últimos meses, se puede concluir que todo lleva a pensar que el G-4 se ha consolidado como una unidad. Baste comprobar como todos preguntaban primero si Fulano o Zutano ya había sido llamado a negociaciones: se daba entre ellos un evidente “espíritu de cuerpo”. Si unos y otros unen sus destinos, como han hecho en Sevilla, habrá que comenzar a mirar de otra manera a quienes, por la vía de los hechos, reproducen esa especie de oligopolio que se critica de los empresarios. Si nos quejamos que los grandes empresarios contraten en bloque y primando a sus colegas, ¿por qué no vamos a quejarnos de quienes pretenden contratarse en bloque, cerrando además el paso a los nuevos valores? Da la impresión que confunden la solidaridad, que es algo bueno cuando es general, con las conveniencias de un pequeño grupo de intereses mutuos, que es algo muy distinto.
Aunque los protagonistas hagan todos los matices que quieran a las declaraciones que ha hecho la Empresa Pagés, el mensaje que queda sobre la mesa no deja margen para muchas dudas: todas las ausencias ya no son sólo por falta de entendimiento, sino que por parte de los toreros no se dio un mínimo de voluntad negociadora. A lo mejor Canorea y Valencia son “malos malísimos”, pero la otra parte ni siquiera ha dado margen para hacer las cosas mejor. Y un caso especial: si es rigurosamente cierto lo que la Empresa le adjudica a Fernando Cepeda, según lo cual su torero, Miguel A. Perera, no necesitaba ir a Sevilla después de ser el triunfador de 2014, mal andan las figuras si sus estrategias se trazan con tales criterios.
Abierta queda, en fin, la herida causada por los ausentes a los aficionados, que son los que sostienen todo este tinglado. Al que pasa por taquilla le importa poco cuál es o deja de ser el contrato de la Casa Pagés con la Maestranza, como probablemente hasta desconoce cuales son los modos de hacer y deshacer de la Empresa: lo que le importa de verdad es la oferta que le hacen en la taquilla. Y cuando se les decepciona de esta forma, como se ha vuelto a hacer, Sevilla puede perdonar, pero no olvida, sino que espera al momento oportuno para pasar su factura. Es una versión más de los cantados “silencios” de Sevilla, que sin mover un músculo tanto dicen. Pero los que han preferido causar baja no sólo han hecho un roto al ciclo ferial; van a causar un daño, y en medida no pequeña, a toda esa pequeña economía local, para la que los días de feria constituyen una partida muy importante para salvar sus cuentas. Que hasta la Cámara de Comercio se haya visto en la obligación de levantar la voz, no puede tomarse a título de anécdota.
Con antecedentes de este tipo por delante, da lo mismo si el canon que la Empresa paga por la plaza es mucho o es poco, por más que sea un dato relevante y, naturalmente, discutible. Pero las cosas se han hecho de tal forma que quien, en el fondo, se siente agredida es la sociedad sevillana, que va mucho más allá de quién gestiona su plaza; con lo que cierra filas como un sólo bloque es cuando se siente agredida en sus tradiciones y en sus Instituciones. Por ahí no pasa, aunque en los 10 minutos siguientes pongan a unos y a otros “a caer de un burro”, incluso entonando el “que se vayan”. Pero una cosa son sus desahogos ocasionales y otra su ideosincracia profunda. Guste o no guste, la ciudad del “no me ha dejado” es así. No hace falta buscar grandes connivencias nacidas de intereses particulares, a la vera del Guadalquivir las cosas son bastante más sencillas. Y más singulares.
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