El pasado domingo acabó una Feria de Abril difícil de calificar en el aspecto artístico o en el ganadero, y muy fácil de calificar en el de la afluencia. En lo artístico queda una primera sensación de que no ha sido un gran ciclo. Ha habido cosas de mucho nivel, pero no tantas como una espera en una plaza como la de Sevilla y una feria como la de Abril. En un repaso más frío, más de papeles que de recuerdos, al final aparecen más cosas que resaltar.
Sobresalen por encima de todas las faenas de Morante y Paco Ureña. El de La Puebla en el octavo y último de la cuarta y última, salvado por la campana. Se juntó con un toro que algunos califican como fácil, y no será tan fácil cuando de todo el escalafón lo cuajan Morante y dos más, como mucho. Antes había pasado por la Feria con actitud, pero sin gloria y con el lunar del toro al corral. La de Ureña, además de la pureza de su toreo, suma el mérito de hacérsela a un victorino. En la misma tarde hay que destacar a Escribano, ante el excelso Cobradiezmos, que se hubiera llevado por delante a muchos a base de embestir; estar a la altura era muy difícil, pero eso no quita para que estuviera muy bien.
Luego, a distinto nivel que lo anterior y entre sí, hay que destacar la actuación completa de Talavante en el primer Domingo de Resurrección televisado de la historia. Incomprensible que fuera su única tarde. La reivindicación, una más, de Pepe Moral y Javier Jiménez en las corridas de locales, desterradas de la televisión. La recuperación de López Simón frente a lo que vimos en Valencia y la confirmación de Roca Rey, a un nivel más normal que en Fallas, eso sí. En lo que es, figura, pasó El Juli por Sevilla, sobre todo en la última actuación. Ponce, también. A no dejarse nada salió José Garrido, que dejó una sensación extraordinaria de lo que puede llegar a ser, y lo mismo hizo Rafaelillo. Por supuesto, también Juan José Padilla que dio todo lo que tiene y, aunque la Puerta del Príncipe fuera de pega, merece respeto y ser destacado. Una mención especial a David Mora, Fortes y Castaño.
En el aspecto negativo hay que apuntar principalmente a José María Manzanares, a pesar de las orejas cortadas. Hace poco tiempo, con los toros de los que dispuso y el cariño, siempre, del público estaríamos hablando de varias salidas a hombros. El Cid también pasó como una sombra de lo que fue. Castella no acaba de entrar en Sevilla, y Sevilla puede con él.
El aspecto ganadero ha sido aún peor. Con la cumbre absoluta de Cobradiezmos, que ya disfruta de la dehesa extremeña y cuya embestida será, seguramente, lo que más tiempo y con más claridad se nos quede en la memoria. Cuvillo, hubiera lidiado una muy buena corrida, pero trajo dos y ahí se diluyó. El que las acartelara en días consecutivos, un hacha. Sin acabar de rematar ni ser buenas, pero con algún toro destacable, Torrestrella, El Pilar o Victoriano del R
Lo más fácil de resumir es la afluencia: un desastre. Seguramente mejor que el año pasado, pero ese no es un baremo decente. Llenos en las tardes de figuras y entradas muy pobres el resto de días. Está más que demostrado que es muy fácil echar a la gente de las plazas y no lo es tanto volverlas a llevar. El abono de Sevilla, más o menos atractivo en los carteles, ya no supone más que asegurarte el mismo asiento todos los días y evitarte la pelea por una entrada en los dos o tres días grandes. Se acabaron las apreturas en la taquilla y se acabaron las ventajas de ser abonado.
Es gracioso leer a los empresarios, Ramón Valencia en este caso, quejarse amargamente año tras año. Uno pensaría que lo siguiente es pedir la rescisión del contrato, claro. Pero no, el año siguiente vuelven a estar y vuelven a quejarse, y así en un bucle interminable.
Sevilla necesita soluciones en vez de tanta llantina. Tiempo han tenido para ponerle solución. Y por lo que parece, más que van a tener.
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