"Mucho más allá del requiebro emergido del resplandor de la belleza", José María Requena amó a su tierra y a sus tradiciones "de otro modo". Y es que canta a Sevilla desde la sinceridad de su buen escribir, cuando nos advierte que lo hace “con voz quemada y escocida, con las que el hombre busca un poquito de Dios para las ramas altas de su sueño”
Pocos libros como su "Gracia pensativa" [Ediciones Rialp, 1969] retratan tan a lo vivo las realidades sevillanas, desde ese otro modo de ver con que el poeta de Carmona describe con formas luminosas. Ahora que Sevilla anda en una nueva primavera, qué oportuno son sus versos y su prosa para conocer todo aquello que se admira, no sin asombro.
►La sinceridad de su canto
Para ello, nada mejor que comenzar con lo que bien puede entenderse como una declaraciones de intenciones, cuando Requena escribe sus propósito al acercarse al verdadero ser de Sevilla:
No se canta la tierra de la entraña
No se canta la tierra de la entraña
A la tierra de uno, la tierra que se pisa
Yo quiero que mi canto a mi Sevilla
►Sevilla de madrugada
En este contexto, José María Requena dejó retratada su visión de Sevilla, “esa niña
De madrugada, sobre todo, me pregunto
De sobra sé que nunca
Es preciso pensarla
No es bueno retratarla,
Ni tampoco es posible
Yo la busco de noche,
Y presiento que es niña
Hay un algo de siempre, todavía,
Se ha pasado la historia
Fijaos cómo le estalla
Fijaos cómo Sevilla
toda el alma en los dientes
ciega renuncia de la dicha,
►La realidad de Triana
Pero de inmediato hay que mirar hacia el otro lado del Guadalquivir, hacia Triana, que en un poema dedicado al poeta trianero Manolo García Viñó, en el que canta:
Acaso ni exista de verdad.
No es nada Triana siendo todo
¿No será que será
¿O quizá cada cual
Muchas veces la miro
Huele a pobre Triana,
Plazas, calles, gentes… ¿Y qué más
Todos la nombran
Pasa con ella
¿No será que Sevilla
►Las Hermanas de la Cruz
Pero no se alcanzaría a entender la esencia misma de Sevilla sin un referente indispensable: las Hermanas de la Cruz, esas santas mujeres que el poeta reclama para que la acompañen en su último día. La Compañía de la Cruz –que es su denominación exacta– es una congregación fundada en Sevilla en 1875 por Ángela Guerrero González, hoy Santa Angela de la Cruz, para muchos también, sencillamente, la Madre Angelita.
Requena les dedica una página entrañable y sentida:
Hábitos color de tierra
Velos negros, de luto casi alegre
Llevan suelas de esparto de alegría,
Tienen un patio
Una guarda silencio por la calle,
Cara y cruz de la vida,
Por mi parte,
►La Semana Santa, vista por un novelista
En otro momento, Requena acude a la prosa. Así lo hace en su “Versión un tanto literaria de la Semana Santa de Sevilla” [Servicio de Publicaciones, Universidad de Sevilla], un ensayo muy sugerente que conviene repasar en estas fechas. Y ahí, entre otras sugerencia, el escritor nos propone cosas como las siguientes:
“Ante todo, para evitar divagaciones y malos entendidos, conviene subrayar el punto de vista que he preferido, al menos en esta ocasión, para contemplar, apreciar e interpretar, a mi manera y por libre, esa grandeza tan indudablemente tópica y típica que es la Semana Santa de Sevilla. Dicho sea lo de tópica y típica en el sentido más sano y alejado de las intenciones peyorativas. Porque nada hay que sea tan tópicamente del lugar como lo es la Semana Santa en Sevilla, así como tampoco se da en nuestra ciudad ninguna otra reiteración de tamaña insistencia, durante siglos, sin apenas cambios sustanciales y con una monotonía tan expresa y cuidadosamente mantenida, tanto en las denominaciones como en el lenguaje, en los atuendos, y, sobre todo, en cuanto se refiere a unos cargos cofradieros que llegaron a ser en su día auténticas y adelantadas jerarquías seglares de la Iglesia, primerísima preponderancia de gente sin hábitos, que, después de congregarse religiosamente en torno a Cristos y Vírgenes, terminarían por arracimar afanes de vecindad y de gremios al pie de unos altares, hasta el punto de llegar a “sacar” esos mismos altares a la calle, por considerarlos muy suyos, casi del todo y exclusivamente suyos, aunque los curas párrocos de entonces pudieran opinar lo contrario.
Para mí, en un principio, el “paso” fue –añade luego– el altar de los santos titulares de la cofradía, de la hermandad, del agrupamiento de hombres pertenecientes a un mismo oficio. Todavía está por hacer la pequeña y gran historia que se puede hilar y deshilar a cuenta de este altar del Señor o de ese otro altar de Virgen a la hora de perfilar y conocer las líneas maestras de la Semana Santa. Una Semana Santa, que, como tema sociológico, se presta demasiado poco a los planteamientos rigurosos y preconcebidos.
Por el contrario, el motivo cofradiero es de los que se revuelven y enroscan, obligando al retorno de capítulos que se dieron por cancelados, quizá porque, al tratarse de una manifestación tan dada a lo estrictamente reglamentario, se produce, de rechazo, esa especie de fermentación inacabable de sugerencias que acosarán siempre las plateadas tapas de Las Reglas.
Con todos mis respetos de creyente de a pie, quisiera conseguir, nada más y nada menos, que reflejar, aunque sólo fuese en parte, lo que innumerables sevillanos sienten durante su Semana Santa. Y no sólo aquello que sienten, sino también aquello que intuyen en ese inusitado y atrevido modo de celebrar, con liturgia callejera, las jornadas más transcendentes de la Redención, bajo la bóveda del cielo, al filo chillón de las tabernas, bajo las altas y tupidas ventanas de los conventos, o acaso al cruce de alguna plaza agriada por las magdalenas tristezas de la prostitución. Desfile, pues, para ricos y pobres, para devotos y gentes descreídas, reclamados todos por inciensos y perfumes, por músicas, gestos y brillos, por velas y oros y platas…”
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