Probablemente no pasará de ser una simple ocurrencia, de esas que de inmediato se consideran inoportunas. Todo lo que tiende a cambiar la monotonía repetitiva está en un tris de convertirse en inoportuno. En los toros y fuera de ellos. Basta mirar a la Historia, y a sus desgracias, para comprobar cuántos acontecimientos inicialmente se consideraron inoportunos, por más que luego pasaran a los anales como ocasiones perdidas. Ahora, por ejemplo, hasta un torero ha declarado que era inoportuno el momento en el que plantearon la cuestión de los derechos de imagen, cuando en realidad ha sido de los más beneficiados, desde luego por encima de la realidad de sus actuaciones.
Leyendo la sección taurina de “El Mundo” y su amplia información sobre la cubierta de la Plaza, y asumiendo antemano que lo que a continuación se esboza será una propuesta inoportuna, se me ocurría pensar si no ha llegado el momento de emprender una cierta reforma estructural de Las Ventas, para dotarla de algunas comodidades que hagan de contrapeso al precio de las localidades.
Y así, ahora que han quedado un buen número de abonos libres –y que por desgracia todo lleva a pensar que volverá a ocurrir cuando llegue la próxima primavera– , ¿no podría ser el momento de dotar a los tendidos de asientos más cómodos que el puro y duro granito?
Ya se sabe que eso obliga a reducir el aforo. Como también se sabe que obliga a reacomodar a determinados abonados, de acuerdo con la nueva distribución. Pero eso no es nada nuevo. Sin ir más lejos, uno de los implicados en la gestión de Las Ventas –no osaré denominarle co-empresario, porque no lo es mercantilmente hablando– lo ha vivido en primer persona en la plaza de Valencia, por ejemplo. Y no pasó nada, fuera del trabajo usual que genera todo cambio. Antes lo había hecho Bilbao, que con un notable número de abonados –allí se les llama “propiedades”– los reacomodó a todos sin mayores problemas. Pero a todas luces se trataba de un cambio en beneficio directo de los aficionados. Por eso precisamente se hicieron.
Aunque ahora sea inoportuno, algún día llegará en el que hará inevitable que Las Ventas también empiecen a aportar ese mínimo de confort que exige un espectáculo, que por sus precios está entre los considerados de lujo. Es por donde camina la vida. Y siendo así, ¿por qué necesariamente hay que fiarlo todo en el mañana?
Hace unos años, con todas las televisiones por testigo, la entonces Presidenta de la Comunidad de Madrid dijo en mayo –el día 2, por más señas– que para septiembre los accesos a todas las localidades altas se haría mediante el sistema de escaleras mecánicas. Era un avance muy importante, porque lo de los ascensores ni resultaba ni resulta suficiente. Luego todo quedó en imágenes para un telediario y nunca más se supo. Debió ser considerada una proposición inoportuna. Si es por utilidad, hoy sería oportunísima.
Inoportunos debieron ser también los varios estudios, y las conclusiones que aportaban, que hace años se elaboraron para tratar de paliar los vendavales que se sufren en Las Ventas, que son un verdadero calvario para los lidiadores, por más que tampoco sean precisamente cómodos para quien está en el tendido. Tanto que al que algún día se atreva a coger este toro por los cuernos, los toreros lo sacan a hombros por la Puerta de Alcalá, si hiciere falta.
Soñando, que eso es gratis, que no se dé la misma concurrencia de inoportunidad que en esos otros casos, plantearse hoy la incorporación de asientos más confortables que la piedra, puede resultar hasta económicamente adecuado, ahora que se trata de que las instalaciones de Las Ventas puedan ser utilizadas durante la mayor parte del año, con el sistema provisional de la cubierta.
En Las Ventas ya se hizo, años atrás, una prueba con esto de los asientos, fuera de las temporadas de abonos. Y la verdad es que daba gusto ir al tendido. Menuda diferencia es esa de no sentir en los riñones la presión de las rodillas del espectador que uno tiene detrás. Y nada digamos si el que le toca a uno anda un poco metido en kilos, o anda afectado por el mal de las “piernas nerviosas”.
Podemos aferrarnos al “sol y moscas” en aras de las tradiciones ancestrales, por más que con eso del cambio climático ni el sol alumbra de la misma manera, ni las moscas tienen los mismos hábitos. Pero un poquito de por favor en eso de las comodidades, no le hace daño a nadie. Salvo el que se ve obligado a cambiar su pasodoble.
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