Sobre la huelga de las cuadrillas ha escrito un comentario Álvaro R. del Moral en su blog de “El Correo de Andalucía” al que no se le puede poner un solo pero: es la pura realidad, guste o no guste.
Recuerda el cronista sevillano algo que es bien constatable: “Dar una novillada en un pueblo, hoy por hoy, es un empeño ruinoso. Y los hechos son tozudos: los festejos menores están desapareciendo de su ámbito más natural y sólo subsisten gracias al cobijo que encuentran en los abonos de las plazas grandes, que también empiezan a hacer aguas”
A partir de esta realidad incuestionable comenta la huelga del personal de plata, “un clásico por estas fechas que suele quedar en agua de borrajas”, puntualiza, y a continuación añade que por más que no adolezca de “algunas razones pero llega en un momento en el que todos deberían arrimar el hombro en pro del bien común”.
Y a partir de ese reconocimiento viene el núcleo de la cuestión: “Banderilleros y picadores denuncian el fin de algunas prebendas que se consideraban inamovibles pero a veces hay que cambiarlo todo para que todo siga igual. Para un puyazo de circunstancias y dos pares de banderillas apresurados en esas plazas de pueblo no hace falta contratar seis piqueros y nueve tíos de plata. Ésa es la pura verdad y la reconversión del sector, flexibilizando las condiciones para dar ciertos festejos menores, iría en beneficio de la profesión. Se darían más novilladas, torearían más banderilleros y se reactivaría el circuito. Basta una mirada a las estadísticas para comprobar que ese drama que se vive en los pueblos ha dejado sentados en sus casas a cientos de subalterno”.
Se podrá decir más alto pero no más claro. La superabundancia de subalternos en los festejos menores constituye una carga insostenible, cuando además su misión es tan escasamente limitada en cuanto se refiere al desarrollo del festejo.
Como bien puntualiza Álvaro R. del Moral, no se trata de generalizar la cuestión: se trata de circunscribirla a unos casos específicos y bien definidos. Tan es así que resulta fácilmente evitable que en este régimen especial se den abusos o malinterpretaciones. Se trata de lo que se trata: de aligerar de gastos unos festejos imprescindibles pero también insostenibles económicamente.
Si ese novillero que comienza a torear con caballos tiene que afrontar unos gastos que se acercan a los 4.000 euros, no es que no le quede, como dicen los clásicos, “ni para tabaco”; es que alguien tendrá que poner dinero para sufragar su actuación. Y nada digamos cuando se trata de un novillero sin caballos, que al final tiene que hacer frente como poco a 1.800 euros.
Pero lo que en su comentario detalla el cronista sevillano muy bien se podría extender a otros capítulos del presupuesto de gastos. ¿Acaso tiene mucho sentido que casi un 20 por ciento del presupuesto total se vaya en certificados administrativos y similares?
Cuando se habla hasta pomposamente de la necesidad de regenerar la Fiesta, su racionalización debería comenzar por el principio. Y el principio, hasta por razones de su propia continuidad, debería comenzar precisamente por estos espectáculos menores –“la Fiesta de base”, le ha denominado alguno con acierto– sin los que no tendremos garantías de futuro. Salvo, claro está, que se quiera dar por normal y bueno que un torero que comienza tenga que pasar el aro del 33%, y/o cuente con un “caballo blanco” que financie la operación.
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