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Festejos: 52
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Con buen criterio, la Real Federación Taurina de España le ha concedido el Premio Cossío como triunfador de la temporada de 2015. Y es que en el año taurino que ahora va a concluir el torero de Béziers ha cuajado la que podría considerarse como su mejor campaña, desde que hace 15 años ingresó en el escalafón de matadores de toros.
Desde la primavera hasta la ultima tarde en Logroño, cuando se lesionó en el brillante mano a mano con Diego Urdiales, para Castella bien podría decirse que ha sido “un tiempo nuevo”, podría decirse incluso que le han sentado bien los cambios de aires, al pasar de la casa Lozano a los Martínez Uranga. Pero probablemente ocurre una cuestión más lógica: ha llegado a su plena madurez como matador de toros, que es lo que le permite el dulce caminar de quien se siente a gusto y con ese sitio en el que todo se ve claro.
En los ruedos de Europa totalizó 52 festejos, doce más que en 2014, y pudieron ser más si no se hubieran dado algunos contratiempos, que le restaron fechas. Pero, sobre todo, con una gran regularidad: si en esta última temporada ha cortado 77 orejas, que en la anterior fueron 48.
Pero sobre todo consiguió triunfos resonantes, como la puerta grande de Las Ventas por San Isidro o sus seis toros en el Puerto de Santa María, en la que demostró, sobre todo, una fortaleza de ánimo importante para no dejarse amilanar por las circunstancias. Toda la temporada ha tenido eso, regularidad, desde el triunfo resonante Fallas a los sanmateos riojanos, pasando por Pamplona, Béziers, El Puerto, San Sebastián, Valladolid o Salamanca, entre otras.
Incluso donde no le acompañó el triunfo final dejó su nueva tarjeta de visita. Y así, en la Maestranza dejó sobre la arena la mejor versión que Sevilla había visto de Castella, aunque luego el uso de la espada no le permitiera redondear la ocasión.
Una temporada, por lo demás, basada en plazas de 1ª, con 17 corridas (el 32,7%) y capitales de provincia, con 20 festejos (38,5%).
Y de todas ellas, conviene hacer mención especial del toro “Jabatillo”, un alcurrucen de lujo que resultó un auténtico oasis en un corrida desértica. “Allí estaba Castella, en el centro del platillo, esperándolo –se escribió en estas páginas–. Los pases cambiados, que entre una cosa y otra encadenó hasta con ocho muletazos, fueron más rotundos que nunca le habíamos visto a este torero. De contener la respiración De hecho, puso a toda la plaza en pie. Tan brillante prólogo dio paso al cuerpo principal de una historia grande, escrita a dos manos, ambas con extremado temple, con largura, con profundidad, sintiéndose el torero. Para final dejó un postre exquisito: unos muletazos por bajo, con la pierna contraria flexionada, pura delicatesen, como salidas de los fogones de su paisano Paul Bocuse. Entró a matar por derecho y dejó toda la espada casi arriba, o un pelín hacia el rincón, según se quiera; en cualquier caso, eficaz. Cuando se baja de la nube a la que nos subió Castella, se le quitan las ganas a uno de entrar a discutir cuántos fueron los centímetros de desviación, que acabaremos por ir a la plaza con un calibrador de exactitud. Dos orejas como dos soles, sí señor”.
Mediada la campaña, y como a modo de recapitulación su momento, le contaba Castella a Alfredo Casas[1] cuál era su misterio: “Estoy toreando con la frescura y la naturalidad de cuando jugaba a ser torero, pero con la experiencia de 15 años de alternativa. Estoy toreando a placer”. Y añadía algo significativo: “Personalmente, no paro de rebuscar para seguir sorprendiendo, primero a mí mismo y, por supuesto, al público”. Sin duda, por ahí ha discurrido el secreto de este nuevo Castella que nos trajo 2015.
[1]El Diario Montañés. 22 de julio de 2015, pág.10
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