Nos repetimos los unos a los otros hasta la saciedad que en la Tauromaquia actual hay que darle paso a los toreros nuevos, esos que en la modernidad se ha venido en denominar tan poco taurinamente como “toreros emergentes”, como si los toreros se rigieran por el lenguaje del FMI.
Tanto nos lo hemos repetido que bien podría decirse que ese requerimiento ha pasado inscribirse en el rango de los muchos tópicos que se dan en torno a lo taurino. Frases hechas que sirven indistintamente para un roto y para un descocido, pero que luego en la práctica se disuelven en la nada, acaban vacías de todo contenido real, justamente porque quienes las sostienen luego no gustan de comprometerse con la causa que predican.
Pues bien sobre ese dar paso a otros toreros, José Antonio Martínez Uranga le confesaba hace unos días a Zabala de la Serna, en las páginas de “El Mundo”, con toda claridad: “En Las Ventas lo tenemos más fácil. Cualquiera de las figuras se anuncia con dos toreros emergentes y llena. O casi… En provincias la gente quiere carteles mucho más rematados”.
La realidad no puede describirse de forma más cruda, sobre todo cuando viene de persona tan experimentada como el empresario de Madrid. Y es que reclamamos esa fórmula que podríamos llamar del 2 (figuras)+1(nuevo), y nada digamos si se transforma en 1+2, pero a continuación se afirma que se trata de “un cartel no rematado”, que luego se traduce en media entrada. Por ahí discurre la realidad. Sin embargo, ¿no es un cartel rematado el que formen, por ejemplo, Ponce, Morante y Pepe Moral?
Dejando al margen que para remates de verdad aquellos testarazos del madridista Santillana, frente a los que todos los demás son meros sucedáneos, el concepto remate en la fraseología taurina antes que una referencia a aquello que está muy bien hecho, guarda relación con la acción de poner fin a lo que hasta entonces se ha realizado. Se remata una suerte, una serie de muletazos, una faena, una actuación.
Sin embargo, aplicado en la acepción que hoy se da se trata de un uso relativamente moderno. Si miramos 50 años atrás, en los sanisidros se anunciaban con frecuencia el 2+1, en muchos casos por mor de las confirmaciones: Diego Puerta, Paco Camino y Amadeo Dos Anjos, por ejemplo. Incluso carteles del 1+2: Gregorio Sánchez, “Palmeño” y Luis Parra “El Jerezano”. Y no pasaba nada, formaba parte de la normalidad. Ahora en cambio, el cartel de las oportunidades se va a los sábados y domingos, para darle salida a las corridas duras, a los que se les “permite” no estar “rematados”.
Incluso a lo largo de la historia tiene toda una tradición indiscutible la figura del “primero”, torero veterano que entraba en la combinación ya fuera porque su nombre tuviera todavía alguna resonancia histórica –Cagancho, Gitanillo de Triana…, incluso el gran Chicuelo en su etapa última–, o porque un triunfo reciente le había puesto de nueva actualidad –Pedrés encabezando los carteles de El Cordobés, por ejemplo–.
En muchas ocasiones esa figura del primero contenía hasta un catálogo de derechos y deberes: no hacerle sombra a la figura de turno, ser un poquito distraído en eso de los sorteos, dejarse ir aquella tarde en que el ídolo necesitaba de un triunfo incontestable…
Las dificultades actuales del 2+1
Sin embargo, en nuestros días este primero se ha ido difuminando en gran medida. De hecho, el único que la sigue utilizando a la antigua usanza es José Tomás, para las contadas tardes en las que se le ocurre actuar.
En buena parte esta realidad toma causa de la permanencia en activo durante mayores tiempos de los toreros que más interesan, los que constituyen la primera parte de esa suma. Por eso el 2+1 resulta complicado: siempre hay uno de los toreros de siempre que tiene más antigüedad que el mejor de los “emergentes” que pueda imaginarse. Como tampoco caben todos en el capítulo de los confirmantes, no les queda otro hueco que los carteles residuales.
Pero no es menor la influencia de un elemento espurio a la verdad permanente del toreo: a las figuras de hoy les cuesta demasiado trabajo compartir la mesa con quien viene arreando tarde tras tarde, tanto que se hace incómodo. Y de incomodidades, las justas. ¿Por qué si no, por ejemplo, le cuesta tanto trabajo a Iván Fandiño llegar a los carteles estelares de las feria? Lo peor no es que ocurra este fenómeno, que ocurre; la malo es que además haya pasado a ser un hecho entre natural y comprensible: se da como algo que está en la naturaleza de las cosas.
Es como si se volviera del revés la historia de los grandes toreros. Cuando Gallito mandaba en solitario en el toreo, por la ausencia temporal de Juan Belmonte, de inmediato buscó la competencia con el que entonces era el torero emergente, que se llamaba José Flores “Camará”, el luego famoso apoderado. Y cuando Antonio Ordóñez estaba en su apogeo, en cuanto surgía un nombre que comenzaba a sonar fuerte, pedía que lo incluyen en su cartel, porque tenía que medirse con él.
Pero en esto del ayer al hoy va un abismo. En su día ya se comentó el suceso. Un signo de gran generosidad, que debía ser públicamente agradecido, ocurrió en la última feria del Pilar, cuando en un cartel con Ponce y Talavante entró a formar parte, por lesión del titular, Diego Urdiales, que acababa de triunfar de forma rotunda en Logroño y Madrid. Tan asumida estaba esa “generosidad” que hasta se aplaudió que el riojano les brindara su primer toro, algo así como porque se habían rebajado a aceptarle en el cartel. Bajo un punto de vista objetivo, es de los mayores despropósitos que uno recuerda. ¿De cuando acá un triunfador tiene que pedir poco menos que permiso para poderse anunciar hasta con Joselito que resucitara?
Nunca olvidaré unas Corridas Generales de Bilbao, con el recordado Manolo Chopera al timón, en la que Tomás Campuzano iba contratado a una de las tardes dominicales y acabó matando cinco de las ocho corridas del serial, por la sencilla razón de haber ido encadenando un triunfo con otro. No hubo que pedirle permiso a nadie; simplemente, Chopera se atendió los deseos de los aficionados. Fue una feria la suya de la que, citando de memoria, Joaquín Vidal vino a escribir en “El País” que a este Campuzano el valor y el pundonor le pueden hacer un torero con sitio y con cortijo. Luego no ocurrió tanto; lo que sí ocurrió es que su inclusión en los carteles no necesitó del permiso de nadie, más que de la afición. Claro que aquellos eran otros tiempos.
Las verdaderas circunstancias
Pero todo esto, para qué vamos a engañarnos, va camino de convertirse hoy en una más de esas historietas que el abuelo le cuenta –si se deja– a su nieto, como nuestros abuelos nos contaban el día en el que el hereje de Belmonte entró en una barbería y se cortó la coleta, porque le debía resultar un incordio, o un uso trasnochado para la vida moderna.
Sin embargo, esto del cartel rematado, que los aficionados asumen como parte de la normalidad, en realidad responde a otro tipo de circunstancias. Y en primer término se debe a la carencia de interés y de fuerza de las figuras para llenar por sí mismos un cartel y una plaza: necesitan de una fecha propicia y de hacerlo con compañía de otros que también trabajen a favor de un “no hay billetes”, que es un cartel que por sí solos son incapaces de colocar. Nos guste más o menos, podemos ponerle todas las circunstancias explicativas que se quieran, pero hoy la realidad es una: en nuestros días el lleno sólo lo asegura por sí sólo y de antemano José Tomás; los demás se quedan en un “según y como”.
Sobre todo, a las figuras les espanta una realidad comprobada: incluso manteniendo ese carácter de exclusividades, sus alicientes resultan hoy tan limitados que no son pocas las tardes en las que, a pesar de ir todos ellos juntos y en unión, luego en la reseña hay que poner “media plaza”. Pero, por otro lado, no se sabe por qué causa, parece como si consideraran más normal aceptar el pago en diferido a una liquidación sin fecha, que el pago en su fecha pero teniendo en cuenta la entrada, la taquilla, que se hubiera producido: a más gente, más dinero. Son las contradicciones en las que vivimos.
Con todo, esos carteles excluyentes del 3+0 no sólo es responsabilidad de las figuras; algo, más bien mucho, tienen que ver los propios apoderados/empresarios, que se reparten los puestos según sus propias conveniencias. Es el intercambio de cromos, pero también las contrataciones al por mayor. Todas ellas fórmulas mercantilmente legítimas, pero que demuestran muy poca visión a medio plazo, porque al final se cumple el refrán: pan para hoy, hambre para mañana, que es lo que lleva a un empobrecimiento colectivo de los alicientes del conjunto del escalafón.
Mientras tanto, si los aficionados no cambiemos nuestros propios hábitos, debemos asumir la cuota de responsabilidad que nos toca. Carece de sentido primero reclamar que se abra paso a los nuevos, para luego nosotros abrirnos paso pero para otro sitio distinto del tendido. Para exigir primero hay que comprometerse.
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