En estos días se cumplen 125 del nacimiento de Rodolfo Gaona, la figura mas importante que México ha dado a la historia del toreo. De hecho, Pepe Alameda ha sostenido que Gaona universalizó en las tierras americanas lo que los españoles habían considerado hasta entonces su fiesta nacional. Mató en la antigua plaza de El Toreo de la capital mexicana el último toro de su vida, un berrendo alto de agujas y de cuerna procedente de San Diego de los Padres que se llamó “Azucarero”, alternando con el español Rafael Rubio “Rodalito”.
La crítica de su país recuerda que entre los muchos sobrenombres admirativos que se le adjudicaron, Gaona prefirió siempre el de Indio Grande, por ser el que mejor sintetizaba su nacionalidad y magnitud torera. Discípulo de la Escuela de tauromaquia fundada en León por Saturnino Frutos “Ojitos” –banderillero de Frascuelo que luego se incorporó a la cuadrilla de Ponciano Díaz–, y formó parte de la Cuadrilla Juvenil Mexicana.
Roto el grupo, Ojitos decidió presentar en España a su discípulo predilecto y ambos arribaron a Madrid en marzo de 1908. Desambientado y sin influencias tras su prolongada ausencia, decidió jugarse el albur de una encerrona de prueba, para la cual compró dos toros de Bañuelos, alquiló la placita de Puerta de Hierro y contrató un tranvía que llevase hasta el modesto coso periférico a la flor y nata de la crítica taurina madrileña. El visto bueno de los expertos lo animó a organizar la alternativa en Tetuán de las Victorias, donde “Jerezano” cedió a Rodolfo el toro “Rabanero”. La confirmación del doctorado llegó el 5 de julio con el toro “Gordito”, de González Nandín, bajo padrinazgo de “Saleri”. Causó el mexicano tal sensación que una semana después volvía a ese ruedo para alternar mano a mano con Vicente Pastor, todo un ídolo en la capital española.
Dejando al margen su agitada vida personal, plagada de amores, a lo largo de sus 14 temporadas en España, Rodolfo Gaona iba a hacer 81 paseíllos en la plaza de Madrid, alternando en plan estelar con tres generaciones de emblemáticas figuras: la de Bombita y Machaquito que reinó en la primera década del siglo, la intermedia de Rafael El Gallo y Vicente Pastor, y la revolucionaria de Joselito y Belmonte, que terminaría definiendo el futuro del toreo ya no como simple destreza de valerosos estoqueadores sino como un arte en toda regla. Y de vuelta al país, aun se midió con la generación de Marcial Lalanda, Chicuelo y Antonio Márquez.
Rodolfo Gaona fue una pieza torera fundamental a ambos lados del Atlántico. Evidencia viva de que el arte de torear no podía limitarse tan sólo a España, encarnó un manejo del tiempo y el espacio íntimamente ligados a la sensibilidad mexicana, en tanto moldeaba, como mandón de la fiesta en México, los rasgos más acusados de aquella afición.
Poco castigado por los toros, Gaona sufrió en Puebla y por un toro de La Trasquila la cornada más grave de su vida en 1908, mayor incluso que la sufrida en cuatro años después en España, en la plaza de Córdoba en concreto.
Entre broncas, en 1919 se dejó vivo en Madrid a “Barrenero” de Albaserrada y luego, en México, a “Charolito” y “Cubeto”. Según cuentan sus biógrafos lo hizo para desafiar provocativamente a públicos manifiestamente adversos. Pero supo respaldar tales demostraciones de soberbia con triunfos de apoteosis.
En los ruedos españoles, la faena de su vida, según él mismo, se la cuajó a “Desesperado” de Gregorio Campos en plena feria de Sevilla de 1912, aunque su plaza española favorita fue la de San Sebastián, su par más recordado lo colgó en Pamplona y en Madrid salió en hombros media docena de tardes. Con todo, su obra mayor tal vez fuese la última, al cuajarle al colorado “Beato”, del hierro de Arribas, en la antigua plaza de la Barceloneta en 1923, una faena de plástica mucho más evolucionada con respecto a la de Sevilla, de clásico corte decimonónico. A su vuelta a México, más maduro que nunca, la lista de toros inmortalizados por el Califa en El Toreo es numerosa.
A diversas de esas tardes señaladas en su tierra natural se refiere, entre otras cosas, el historiador José Francisco Coello Ugalde, director del Centro de Estudios Taurinos de México, en el artículo que hoy recogemos en Taurologia.com, que para una más cómoda lectura los aficionados encontrarán en el adjunto documento en formato PDF.
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