MADRID. Tercera de feria. Lleno. Toros de Carmen Lorenzo, con buen tranco y colaboradores para el toreo a caballo. Diego Ventura, una oreja y dos orejas. Mariano Rojo, que confirmaba alternativa, ovación y una oreja. Leonardo Hernández, ovación y silencio. Diego Ventura salió a hombros por la Puerta Grande.
Sabido es que hay un sector no pequeño de aficionados, incluso entre los son asiduos de Las Ventas fuera de feria, que son renuentes a tantas corridas de rejones como se incluyen siempre en los abonos. Algunos incluso serían más partidarios de regresar la fórmula de otros tiempos, un solo rejoneador por delante de una terna a pie. Por este modo de sentir, cada tarde de toreo a caballo los tendidos se pueblan de un público distinto, mientras que muchos clásicos aprovechan para tomarse un descanso.
Por causa ignota algunos consideran que es un día propio para que vayan las señoras y los niños, porque les va a parecer más entretenido. Esto también es cosa moderna. No hace tantos años, a los jóvenes se les acercaba a la Fiesta en corridas convencionales y, por lo general, no se aburrían. Desde luego, para iniciarles en esta afición común, nada como una buena una corrida de toros.
Con parientes aprovechando el abono o sin ello, lo incuestionable es que los festejos de rejones tienen su público. Ahí está el entradón que presentaban este sábado los tendidos. Y nos guste más o nos guste menos, ese dato más que justifica la inclusión de este tipo de carteles.
En esta tarde, los aficionados que prefirieron el descanso se perdieron una muy seria actuación de Diego Ventura, en el momento cumbre de su carrera. Ha renunciado a algunos elementos adjetivos, por más que dieran espectacularidad, para ceñirse al toreo de siempre, que a pié o a caballo, nunca dejará de basarse en el parar, mandar y templar. No es precisamente por casualidad que este sábado cruzara por undécima vez la Puerta Grande de Madrid y, además, con rotundidad.
Es, desde luego, la doma hasta exquisita de su amplia cuadra. pero es, sobre todo, el asentamiento de su sentido del toreo, cada vez más templado, haciendo las suertes con pureza y despaciosidad, sin una carrera de más, sin otros alardes que los necesarios para mantener el ritmo de la lidia. En suma, toreando de verdad. Como además estuvo certero con los hierros de matar, su triunfo es incontestable: 3 orejas, que pudieron ser 4, si el rejón de su primero no llega a caer algo bajo.
La estadística de la reseña no le hace justicia a Leonardo Hernández, porque su actuación tuvo importancia, muy entregado y con vibración, aunque no llegara al nivel de otras ocasiones. Pero la cosa no la tenía de cara, teniendo que haber improvisado una cuadra en la que no estaban las “estrellas”, que aún no han regresado de México. La calidad de su monta se impuso y el sentido de su forma de torear quedó sobre la arena.
Confirmaba alternativa el rejoneador de Cadalso de los Vidrios Mariano Rojo, con una docena de años ya de experiencia en el oficio. Emparejado con dos figuras, no acusó el compromiso. Con la limitación de una cuadra más corta, construyó sobriamente sus dos faenas, más redondeada la del 5º, al que además mató con eficacia.
Otrossí
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